“Lo más lindo es descubrir el ars poética de un escritor enunciada por él mismo, o descubrir la propia ars poética enunciada por otro, cuando uno ya la estaba practicando”, decía Juan Forn.
Se refería a aquel párrafo sobre la obra de Augusto Monterroso con el que se promocionaron ediciones anteriores de sus libros: «Aspiraba a un género que tuviera algo de ensayo y algo de cuento, algo de poema y algo de confesión, más o menos breve y muy libre, en tono aparentemente melancólico pero envuelto en ligero humor, recurriendo a citas de conocidos y desconocidos que existieron en la realidad o no, con un estilo perfecto pero que no se note, o que incluso que parezca descuidado, como redactado por alguien que lo hiciera para cumplir un requisito que no puede eludir”.
El párrafo hablaba de Monterroso,el guatemalteco: Pero hablaba de él, de Juan Forn, el argentino. Que hizo una obra literaria a partir, justamente, de piezas breves: sus famosas contratapas en el diario Página/12, donde contaba historias de escritores y de la literatura y que ahora, tras su muerte el 20 de junio, se publica con el título de Yo recordaré por ustedes. Estremece.
Me resulta difícil pensar en algún tipo de literatura tan desdeñable como para desearle la desaparición
Juan Forn
“Es bastante impresionante cuando te cruzás con frases, con citas de otros escritores que vos serías incapaz de decir con tus propias palabras de manera tan espectacular”, me dijo Forn, que se cruzó con aquella definición del autor guatemalteco buscando material para escribir, justamente, una contratapa basada en él.
“Y la verdad es que calza como un guante”, reconocía con respecto a su propia obra de no ficción, la que escribió en especial desde que se radicó en Villa Gesell a principios del siglo XXI, después de una pancreatitis que lo expulsó de la ciudad.
“A mí me encanta Monterroso, me gusta muchísimo. Pero si se revisa su obra no sé si lo practica del todo”, dudaba con respecto al celebrado autor de microrrelatos, sobre quien incluyó un texto, Seré breve, en su libro póstumo Yo recordaré por ustedes, que sale por el sello Emecé Cruz del sur, de Editorial Planeta.
La dedicatoria también es conmovedora. «Para mi adorada hija Matilda y a la memoria de su adorada abuela María Luisa, mi mamá«
Un relato continuo
“Esta no es una mera antología de las mejores contratapas de los viernes. Es otra cosa”, advierte Mercedes Güiraldes, su editora, quien trabajó y cerró el libro con él dos días antes de aquel fatídico domingo.
“Forn seleccionó y reorganizó los textos con un criterio de continuidad, los enlazó y los puso a dialogar mediante un sutil mecanismo de referencias y alusiones internas. Y, como en un proceso de alquimia, el resultado es algo completamente nuevo y diferente”, cuenta Güiraldes, y agrega que él estaba “feliz” y muy conforme con el resultado.
“Ahora estoy en un momento de la vida en el que creo que lo que mejor me sale es contar historias reales. La gracia es la manera de contar y lo que elijo contar, más que lo que invento”, me dijo Forn hace unos años.
“Un escritor que a mí me encanta, Bruce Chatwin, inventa en sus novelas mucho menos que en sus libros de no ficción sobre la Patagonia o Australia. Primero se lo celebraron; después, cuando descubrieron que había mentido un poquito, lo criticaron como si no supieran que todos los escritores inventamos, distorsionamos y hacemos las trampas del oficio”, contó, revelando algunos de sus propios trucos.
Libros y libros. Juan Forn y una vida leyendo y escribiendo. Foto Guillermo Rodriguez Adami
“Él creía que, ahora sí, las contratapas habían armado una especie de relato único, continuo, con una respiración común entre los diversos textos y una primera persona que entra y sale, enlazándolos”, sigue Güiraldes.
Forn detestaba el término “miscelánea” para hablar de libros que, como este, reúnen una variedad de piezas sueltas; le parecía un término mezquino. Como dice en el libro refiriéndose a Qué hago yo aquí, de Chatwin: “me voló la cabeza precisamente por su variedad asombrosa”. Y dice más: “El motor es por supuesto la curiosidad, esa curiosidad omnímoda que es la característica central de los grandes amantes de la vida”.
“En mi caso la curiosidad fue anterior a mi elección de la literatura, si bien con el tiempo descubrí que es uno de sus elementos basales”, me dijo Forn una vez, cuando le pregunté por sus motores para la escritura.
Y su curiosidad, de la que también habla en el artículo El Pabellón de Helechos Arborescentes, incluido en este libro, lo había llevado a indagar en una extensa –e intensa- variedad de temas, obras de autores y artistas en general, cuya síntesis reescrita y seleccionada por él puede encontrarse en este título que sale ahora.
“Juan partió de un criterio geográfico, de la idea de que el libro se leyera como un viaje por el mundo y por el siglo veinte a través de las historias de personajes olvidados o borrados, de excéntricos, perdedores, ilustres desconocidos y genios en las sombras”, cuenta Güiraldes.
“Él iba armando ese recorrido, que surgió a partir de una propuesta de la editora chilena Andrea Palet, poniendo y sacando textos con eso en mente. De vez en cuando me mandaba mails o Whatsapps y me decía: ‘¿Debería incluir este texto?’»
«Entonces yo le contestaba y así seguíamos, pensando si había que reforzar más la ‘pata’ rusa del libro, o la sudamericana, o la japonesa. Buscaba la variedad y el equilibrio, que para mí están logradísimos. Y además se divertía haciéndolo”.
La poesía
“El poeta goza del privilegio incomparable de que puede ser a discreción bien él mismo o bien otro. Como el alma errante en busca de un cuerpo, entra, cuando quiere, en la persona de otro. Para él la persona de cualquiera está libre y abierta, y si algunos lugares le parecen cerrados, es porque, a sus ojos, no vale la pena visitarlos”.
La cita es del ensayo El París del Segundo Imperio en Baudelaire, de Walter Benjamin. Se la mandé a Forn porque me recordaba a él y le gustó. Él de joven había querido ser poeta. Publicó un libro, Once poemas, que en su adultez le producía vergüenza.
Decía que “lentamente” había ido descubriendo que la poesía no era para él, hasta que un día tuvo una revelación: “De repente me resultó muy nítido que la poesía no era lo mío. Un día me miré al espejo, me sinceré, y ahí tuve la sensación de empezar de atrás, porque casi no había leído narrativa”.
Aunque confesaba, tomando una idea de su admirado escritor Danilo Kis: “Para quienes les gusta la poesía y no les sale la poesía lo peor es escribir prosa poética. En cambio, lo que se puede hacer, pienso yo, es escribir prosa colocando el elemento poético enmascarado”.
En los textos incluidos en Yo recordaré por ustedes hay a cada paso una muestra de su táctica, “tratar de colar el elemento lírico adentro de algo híper narrativo”, pero también alusiones permanentes a la poesía más explícita.
Todos los escritores inventamos, distorsionamos y hacemos las trampas del oficio
Juan Forn
Unos pocos ejemplos: el texto El sacado del mundo, dedicado a Héctor Viel Temperley, donde cuenta cómo lo conoció en el BarBaro, en 1976; “Por primera vez en mi vida pude escuchar cómo pensaba un poeta de verdad”.
O Una mujer entera, dedicado a la poeta uruguaya Idea Vilariño, donde transcribe su célebre poema Ya no, dedicado, como todo su libro Poemas de amor, a Juan Carlos Onetti, que empieza con los versos Ya no será/ ya no/ no viviremos juntos y termina: No me abrazarás/ nunca/ como esa noche/ nunca /No volveré a tocarte/ No te veré morir.
También abunda la poesía en los textos que dedica a los “autores rusos caídos en desgracia para la Unión Soviética”. Entre ellos Una sentencia de muerte en dieciséis versos, sobre el poeta Osip Mandelstam, que recitó su Epigrama contra Stalin y fue enviado a Siberia.
Forn cuenta la indicación que el desterrado dio a su esposa: “Hazte invisible. Si no te ven, si logras que se olviden de ti, acaso sobrevivas”. Y continúa: “Eso hizo ella, durante los siguientes treinta años. Mírenla aceptar sin chistar el turno noche en una fábrica perdida de provincia, yendo de máquina en máquina por el taller, moviendo los labios inaudiblemente. ¿Saben qué está haciendo? Está recitando para sí los poemas de su marido. Eso hace hora tras hora, noche tras noche. Tiene en su cabeza más de quinientos poemas, y una sola misión en la vida: preservarlos en su memoria”.
Y después: Nadezhda cuenta que a su marido le gustaba repetir en el destierro dos frases que ella detestaba por igual. Una decía: ‘No hay que quejarse; vivimos en el único país que respeta la poesía; matan por ella’. La otra era: ‘La muerte de un artista no es su fin; es su último acto creador’.
La memoria
“Él dudaba entre llamarlo El hombre que fue viernes o Yo recordaré por ustedes, cuenta Güiraldes, sobre el origen del título del libro. “Al final decantó por este último y a todos nos pareció el más lindo. No podíamos imaginar que se resignificaría como lo hizo con su muerte, que la da un sentido oracular muy hermoso y triste a la vez”.
El título del libro fue originalmente el de una de las contratapas que también incluye, sobre el lituano Jonas Mekas, a quien antes de convertirse en “el patriarca del cine avant-garde norteamericano”, le pasó lo mismo que a otros ocho millones de europeos: sobrevivieron a los lager y, después de la rendición del Reich, boyaban de un campo de desplazados a otro porque no tenían adónde volver”.
Yo recordaré por ustedes
Autor: Juan Forn
Editorial: Emecé
Precio: $1.690
Él y su hermano Adolfas, cuenta Forn en ese texto, tuvieron la suerte de que no los separaran. “Pero no los quería nadie: desde Lituania les decían que no volvieran porque iban a ir a parar a prisión, y ningún otro país mostraba especial interés en recibir a dos lituanos que no servían para nada salvo para devorar libros”.
Como la dedicatoria del libro que Forn terminó dos días antes de morir, está dedicado a su madre el anteúltimo de sus textos, el celebrado La ceremonia del adiós. “La acusaban de ser cautiva de sus emociones, de sus sentimientos”, decía de ella. Y a la vez confesaba: “Tengo mucho de la cosa mental de mi viejo, que era ingeniero, pero estoy completamente regido por el estilo de mi vieja, que era un estilo emocional”.
Todo cambia y nada permanece, afirmaba Heráclito sobre el devenir. Nadie se baña dos veces en el mismo río. “Una de las cosas que más me gusta de la literatura es que está en perpetuo movimiento”, decía Forn. “Cuando leés un libro por segunda vez nunca es el mismo, porque vos cambiaste. Los que se mantienen vivos son los que te interpelan”.
Y decía también: “Me resulta difícil pensar en algún tipo de literatura tan desdeñable como para desearle la desaparición. Salvo en la forma del olvido, que vendría a ser el colmo de la justicia poética: eso que podríamos llamar ‘el olvido merecido’. Pero de esos libros ya me libra el tiempo”.
Algo que no sucederá con los suyos, claro. Él recordó por sus lectores. Y nosotros y nosotras lo recordaremos a él.
Fuente: Clarín