No ha sido raro que en diferentes épocas autores latinoamericanos se hayan instalado en Europa o Estados Unidos. El mexicano se fue a vivir a Inglaterra, mientras que el peruano Mario Vargas Llosa lo hizo en Francia y en España y el chileno José Donoso evitó su país por un tiempo, Estados Unidos, Argentina y España fueron sus residencias. Pero fue tal vez Vargas Llosa quien reflexionó más sobre esto, cuando señaló en una entrevista que buena parte del Boom Latinoamericano de los 60 lo conoció en Europa, como la obra de Gabriel García Márquez: «Yo trabajaba en la televisión francesa y me llegó un libro de un escritor colombiano traducido al francés: El coronel no tiene quien le escriba, que me pareció una pequeña obra maestra, un libro muy bien estructurado, donde nada sobraba y nada faltaba». Vargas Llosa se había ido a vivir en 1958 a París, en esa época sentía que América Latina era una región incomunicada con el mundo.
En el prólogo de la antología de cuentos Pasajeros perdurables: historias de escritores viajeros, Iván Thays establecía que «al parecer, sólo existe una forma de ser escritor peruano: vivir en el exilio». En una entrevista Thays complementó la idea del prólogo: «El autor que está afuera y que no se halla empieza la reflexión sobre la identidad». Parece que este planteo tiene cierta tradición, ya que el poeta César Vallejo vivió y murió en París, algo parecido ocurrió con el narrador Julio Ramón Ribeyro. Tampoco son pocos los autores peruanos que actualmente viven fuera de su país: Santiago Roncagliolo en España, Katya Adaui pasó una temporada en Buenos Aires y Daniel Alarcón no sólo vive en Estados Unidos, sino que ahora escribe en inglés.
Carlos Fuentes, otro autor importante del Boom, se fue a vivir a Londres en 1990, ocupando un departamento del último piso del edificio ubicado en el 9 Barkston Gardens, hasta allí se fue para estar libre de compromisos sociales y poder escribir más. A su muerte fue colocada una placa dorada en honor a él. No han sido pocos los escritores mexicanos que han vivido fuera de su país: Alfonso Reyes fue embajador de su país en Argentina yOctavio Paz vivió una temporada en Los Ángeles. Jorge F. Hernández, en una nota escrita para El País, señaló que «algo tiene México que de lejos, se acerca. Parece que el telescopio con el que a menudo se le ve a la distancia, provoca –sobre todo en artistas y escritores– una intimidad microscópica». Y esta explicación podría ser válida aún para la pléyade de escritores mexicanos contemporáneos que viven fuera de su país: Valeria Luiselli y Álvaro Enrigue en Nueva York, Cristina Rivera Garza y Yuri Herrera en universidades estadounidenses.
Luiselli, que ganó el año pasado el American Book Award por su crónica-ensayo Los niños perdidos, que aborda la realidad de los niños que emigran a Estados Unidos, afirmó en una entrevista que Estados Unidos era un país hispano: «Con 60 millones de hispanohablantes, es el segundo país hispano del mundo, después de México. Sin embargo, no se considera a sí mismo como tal: lo hispano siempre se ha visto como algo extranjero».
Los escritores chilenos tampoco escapan a esto que pareciera ser una regla: Gabriela Mistral y Pablo Neruda, sus más grandes poetas, lo hicieron, luego vino el Golpe de Estado de 1973, que mandó al exilio a una pléyade de autores, entre los que estaban Volodia Teitelboim, José Leandro Urbina y Antonio Skármeta. Desde hace unos años otra migración voluntaria ha llegado: Lina Meruane y Carlos Labbé viven en Nueva York, mientras que en España residen el narrador Rodrigo Díaz Cortez y el poeta Julio Espinosa Guerra.
Roberto Bolaño, el conocido autor chileno, vivió casi veinticinco años en España, más que en cualquier lado. El poeta y traductor Waldo Rojaslleva viviendo en París casi medio siglo. Precisamente a él Bolaño le escribió cartas que quedaron registradas en De Blanes a París; en una de ellas, fechada en 1993, le habla de poesía chilena, que era uno de sus temas: «Supongo y espero que al recibir estas líneas ya estarás de vuelta de Chile. Cuéntame qué has visto, a quiénes has visto, qué has leído (sobre todo qué has leído), cómo está el panorama de la poesía chilena. ¿Seguimos haciendo, con permiso de mexicanos y argentinos, ¡y de peruanos, claro!, la mejor poesía de Hispanoamérica?».
Parece ser un rasgo del autor latinoamericano vivir fuera de su país o cruzar las fronteras, al menos por una temporada. Hoy no resulta difícil cruzar las fronteras y la migración es una constante y un tema no sólo literario sino político, social y, en algunos casos, humanitario.
Los escritores bolivianos Liliana Colanzi y Edmundo Paz Soldán residen en Estados Unidos, y Maximiliano Barrientos cursó escritura creativa en la Universidad de Iowa. Paz Soldán es profesor de literatura latinoamericana de la Universidad de Cornell y vive en Estados Unidos hace veinticinco años. Para él, hay una diferencia entre la literatura latina («aquella escrita por latinos pero en inglés, como el peruano Daniel Alarcón o el dominicano Junot Díaz«) y la literatura latinoamericana («la traducción de textos originalmente escritos en español»). Una vez un editor le dijo que prefería publicar «literatura latina porque así no gastaba dinero en traducción».
Con la etiqueta literatura latinoamericana sucede algo especial: en cada país de la región todo lo que no es local o nacional cabe dentro de esa etiqueta; sin embargo, en otras regiones la etiqueta es para toda las literaturas incluyendo las locales o nacionales. De este modo en Argentina las librerías dividen los libros entre literatura latinoamericana o iberoamericana y argentina, cosa que también sucede en Perú o Chile.
César Aira, en la advertencia de su Diccionario de autores latinoamericanos, reeditado recientemente en España por editorial Tajamar-Tres Puntos, consigna que, para él, el adjetivo latinoamericano «se refiere exclusivamente a la presencia de autores brasileños, ya que no he tenido la oportunidad de cultivar las letras del Caribe y las Guayanas, ignorancia que extiendo a las lenguas indígenas». Aira extiende la etiqueta al territorio más que a compartir la lengua castellana o a una estética, cosa en la que coinciden Paz Soldán y el crítico italiano Franco Moretti enLectura distante, cuando relata el nacimiento de la literatura europea en pleno surgimiento de las literaturas nacionales: la etiqueta europea era simplemente la suma de las literatura nacionales del Viejo Mundo. En definitiva tanto lo europeo como lo latinoamericano son términos vagos, igual que la etiqueta universal o mundial, que inventó Goethe.
Examinar las razones por las que autores latinoamericanos exceden su territorio y emigran a otro país puede ser inconducente, porque esas razones puede ir también más allá de la etiqueta autor y latinoamericano. Sí se puede establecer que hay una tradición de autores argentinos que han vivido en el extranjero: Julio Cortázar y Juan José Saer en Francia, Néstor Sánchez vagabundeando entre Europa y Estados Unidos hasta desaparecer para su familia, Borges terminó sus días en Suiza, Juana Bignozzi y Marcelo Cohen vivieron su exilio en España (ambos traduciendo y escribiendo), Antonio di Benedetto también sufrió un exilio en ese país. Y con autores más contemporáneos no es distinto: luego de vivir en Caracas muchos años, Sergio Chejfec en Nueva York, donde dicta clases de escritura creativa, María Negroni también vivió en Manhattan, Rodrigo Fresán reside hace muchos años en España, también allí viven Martín Caparrós el reciente ganador del Premio Alfaguara, Patricio Pron. Y hay más que viven alejados de Argentina desde hace algún tiempo: Samanta Schweblin en Alemania, Ariana Harwicz,Edgardo Scott, Diego Vecchio y Miguel Ángel Petrecca en Francia,Hernán Vanoli, Lolita Copacabana y Valeria Meiller en Estados Unidos,Diego Sasturain, Andrés Neuman y Diego Gándara en España.
En una entrevista concedida a Infobae Cultura, Schweblin, la escritora argentina más premiada en el último tiempo, contó su experiencia con otros latinoamericanos que viven en Alemania: «Ahora me está pasando algo que me inquieta bastante, que es que mi español está influenciado por un montón de ‘otros’ españoles, porque mis amigos acá son todos latinoamericanos. Tomé palabras, modos, o incluso acentos ajenos, sin darme cuenta, y neutralicé algunas cosas mías más porteñas». De ahí que cuando escribe sobre un personaje argentino que vive en Buenos Aires, «resulta que este argentino habla raro».
Quizá esta observación es lo más común que ocurre con los escritores latinoamericanos que viven fuera de su país o de la región, que al juntarse con otros latinoamericanos el acento local lentamente comienza a neutralizarse o a contaminarse. Hoy, cuando las fronteras son más fáciles de atravesar, porque todo está relativamente más cerca, este proceso de contaminación de las lenguas locales o nativas ocurre con más asiduidad; por el solo hecho de no vivir en tu país sucede, ni qué decir en un país donde no se hable el idioma. En este sentido, para un escritor vivir en otro país puede ser también vivir en otra lengua, o si se comparte la lengua, con otros giros, con otras tonalidades.
Por último, el escritor español Antonio Jiménez Morato hace poco escribió en un blog que estando en París, en medio de un evento cultural protagonizado por la literatura latinoamericana «pero que se celebraba en francés, surgió, o quizás fuera más precioso decir que yo mismo coloqué sobre la mesa, el cliché de lo latinoamericano en Europa y, quizás, las universidades de los Estados Unidos». Al cliché que aludía Jiménez Morato era el realismo mágico. En este punto resulta curioso que lo que más atrae desde Europa o Estados Unidos sean aquellas estéticas cargadas de color local, como panfletos turísticos. Los grandes escritores del Boom supieron abstenerse, pese a vivir fuera de Latinoamérica, de escribir de Europa o Estados Unidos. De hecho Iván Thays consignó que ninguno de los cuentos de Vargas Llosa sucedía fuera de Perú, algo similar hizo García Márquez. Y dentro del post Boom, Saer hizo lo mismo con toda su obra, situándola en un pueblo de la provincia de Santa Fe.
Fuente: Infobae