Narrada en 64 capítulos, acaso en clave de emulación a un tablero de ajedrez, la novela apela a una diversidad de registros: el relato, el ensayo, el monólogo interior, la crónica, la entrevista, el recorte periodístico, el testimonio llano, la reseña literaria y la divulgación histórica.
En tal abanico Bernstein despliega una estrategia narrativa que inserta la biografía íntima del personaje en los avatares políticos del país, desde el primer peronismo hasta la dictadura última.
Sostenida en una copiosa documentación y una diversidad de fuentes, sus páginas destilan las pulsiones de una Argentina atravesada por Perón, Evita, la conexión nazi, Montoneros, la Triple A, los desaparecidos, las Madres de Plaza de Mayo, el Mundial 78 y las complicidades entre la Iglesia y el régimen militar.
(También, un bagaje de venalidades que involucra a la corona holandesa, desde el príncipe Bernhard a la princesa Máxima).
Por las páginas de “De Ronde” transitan además figuras relevantes de la historia del ajedrez mundial que se radicaron en el país, como el polaco Miguel Najdorf, el austríaco Erich Eliskases y la alemana Sonja Graf, primera mujer en escribir sobre ese deporte, así como el escritor Witold Gombrowicz, quien también recaló en el país en 1939 y fue uno de los contertulios de la célebre confitería Rex, donde se reunían los cráneos del ajedrez local, que Bernstein describe como una suerte de Café de la Régence parisino.
Uno de las detalles este libro publicado por Ítaca Ediciones es precisamente su trabajo de reconstrucción de época, no sólo de célebres enclaves urbanos, como ese ensueño de la “belle époque” porteña que fue el Chantecler, sino de las vicisitudes políticas de aquella Olimpíada del 39 jugada en el teatro Politeama y ganada por los alemanes.
En esas Olimpíadas en que Polonia sale segunda y Argentina quinta, De Ronde hace un digno papel y logra el segundo mejor puntaje del equipo holandés, que quedó octavo.
Entre las voces que relatan al personaje aparece también la del propio De Ronde, que como propone Ezequiel Martínez Estrada en “Filosofía del ajedrez”, se retrata a sí mismo a través de una partida mítica que quedara en los anales del ajedrez holandés y que Bernstein desanda para advertir las claves de su temperamento.
Se trata de una partida jugada por el campeonato de Róterdam en 1938 contra Hendrik Kamstra que destaca por atípica: una serie de movimientos posicionales y soporíferos se consumen todo el reloj hasta que a falta de un minuto los contendientes entran de pronto en un golpe a golpe en el que se comen las piezas sin ningún estilo, como si se tratara de una riña entre dos pandilleros, y que según el autor es un ejercicio de distracción que emplea De Ronde para coronar un peón con el que dará el mate.
Fuente: Telam