Hay un término en inglés que se usa para hablar de aquellas personas que casi no tienen chances de ganar una competencia y, sin embargo, terminan dando la sorpresa: son los underdogs. Algunos de los más famosos underdogs fueron Buster Douglas, que noqueó a Tyson en 1990; los Detroit Pistons, que se llevaron el campeonato de la NBA de 2004 enfrentándose nada menos que a los Lakers de Kobe Bryant y Shaquille O’Neal; también Donald Trump, quien, con una campaña presidencial completamente heterodoxa, venció a la candidata puesta, Hillary Clinton.
Laurie, la nouvelle de Stephen King que puede leerse gratis desde Bajalibros.com, es una historia de underdogs. En rigor, todas o casi todas las historias de King se desarrollan con esa forma. Ahí están, por ejemplo, La hora del vampiro, It, Duma Key, Mr. Mercedes. Laurie tiene la particularidad de que el underdog —que se traduce como “desvalido” pero literalmente es “debajo del perro”— es… una perrita.
Laurie es una cachorrita gris oscuro mezcla de border collie y mudi que Beth —de 70— le regala a Lloyd — su hermano, de 65— como una manera de hacerle frente a su reciente viudez, tras cuarenta años de matrimonio. Lloyd está como entregado. En los seis meses desde que murió su mujer, perdió varios kilos y las ganas de vivir. Se volvió apático y huraño. Una persona en duelo necesita mantener la mente ocupada y cuidar de alguien, dice Beth: “No se trata de quién quiere un perro, sino de quién necesita un perro”.
[”Laurie”, de Stephen King, se puede descargar desde la tienda Bajalibros clickeando acá.]
Con un registro menos vertiginoso al que Stephen King nos tiene acostumbrados, Laurieexplora ciertos interrogantes sobre la vejez, la soledad, el amor familiar, el heroísmo cotidiano.
Para leerlo de manera digital no es necesario ningún dispositivo en especial: funciona en una computadora, en un teléfono o en una tablet.
El espectáculo del tiempo
La característica más sobresaliente de Stephen King es la maestría que tiene para crear ambientes y tonos, para inventar personajes en tres dimensiones. Sus novelas —aún las más terroríficas— son universos para quedarse a vivir. Seguramente el mejor ejemplo sea 22/11/63, la novela que cuenta el asesinato de John F. Kennedy. La recreación de época es extraordinaria; no cabe otra palabra: extraordinaria. Pero, si bien ahí encontró un ápice, en todas las novelas situaciones que se vuelven paradigmáticas: la vida pueblerina en La zona muerta, el hotel Overlook en El resplandor, el encierro en Billy Summers, el complejo “Cayman Key” para jubilados donde vive Lloyd.
Otra cuestión que hace que 22/11/63 sea singular es que es una de las pocas novelas que están situadas en el pasado. Desde que publicó Carrie en 1974, King es el cronista del presente. La gran mayoría de sus novelas son contemporáneas del momento en que fueron escritas. Releer sus novelas en orden, además de ser un gran placer, puede servir como un ejercicio del registro de los hechos y novedades que sucedieron en último medio siglo.
[Los libros de Stephen King pueden adquirirse, en formato digital, en Bajalibros, clickeando acá.]
King es una imparable máquina de escribir que usa todo como material narrativo: la computadora, los teléfonos celulares, la Guerra del Golfo, internet, el covid, etc. Lauriesucede en 2018 y Facebook es tema de conversación. (King, sin embargo, es más tuitero. Habla de todo en Twitter: desde las películas que mira y los libros que lee hasta de política —odia a Trump—, y cuenta también las desventuras de su perrita corgi Molly, “alias: la cosa del mal”).
La perra que nadie vio venir
La historia de Lloyd y Laurie empieza mal básicamente porque él no la quiere. La acepta sin ganas, presionado por la hermana, pero espera que el capricho de Beth dure un par de semanas; a lo sumo un par de meses. La transformación es muy sutil. King es un narrador muy inteligente que evita sin problemas tanto los lugares comunes como los arcos esperables de la trama. Muestra poco —cuenta poco—, lo necesario para ver cómo la vida de Lloyd se modifica con la llegada de la perrita. Y, mientras tanto, va poniendo cada pieza en su lugar para que, llegado el momento, descubramos que “Dios estaba amartillando su revólver del calibre 45″.
En las novelas de King los animales siempre juegan un rol importante: el gato de Cementerio de Animales, los insectos monstruosos de La niebla, el pingüino muñequito en Misery, están las arañas y murciélagos, está Cujo, varios otros. Laurie se suma a la serie como una figura inesperada y fascinante. No va a ocupar el podio de las grandes mascotas de la literatura, como Flush, el cocker spaniel de Virginia Woolf, o la Tulip de Ackerley, pero tampoco queda tan lejos.
Lauriees una novela nada pretenciosa que te acompaña durante un buen rato. Y si tenés un perrito —no importa que hace un rato te haya arruinado un zapato o se haya comido el enchufe de una lámpara—, seguro que vas a terminar de leerla junto a él.
Una máquina de escribir. Stephen King hace unos días, en Washington. (REUTERS/Tom Brenner)
“Laurie” (Fragmento)
Seis meses después de que, tras cuarenta años de matrimonio, su mujer falleciera, la hermana de Lloyd Sunderland había conducido desde Boca Ratón hasta Cayman Key para hacerle una visita. Llevaba consigo una cachorrita de pelaje gris oscuro que, según le informó, era una mezcla de border collie y mudi. Lloyd no tenía la menor idea de lo que era un mudi, y tampoco le importaba.
—No quiero ningún perro, Beth. Lo último que quiero en este mundo es un perro. Apenas puedo cuidar de mí mismo…
—Eso salta a la vista —dijo ella desenganchándole a la cachorrita una correa tan diminuta que parecía de juguete—. ¿Cuánto peso has perdido?
—No lo sé.
—Diría que unos seis o siete kilos —aventuró ella apreciativamente—. Te lo podías permitir, pero ya no mucho más. Voy a prepararte un revuelto de salchichas. Con tostadas. ¿Tienes huevos?
—No quiero revuelto de salchichas —replicó Lloyd observando a la perrita.
Estaba sentada sobre la alfombra blanca y mullida, y se preguntó cuánto tardaría en dejar allí su tarjeta de visita. Cierto que la alfombra pedía a gritos un buen aspirado, y probablemente una limpieza a fondo, pero al menos nunca se habían orinado en ella. La perrita lo miraba con sus ojos color ámbar. Parecía estudiarlo.
—¿Tienes huevos o no?
—Sí, pero…
—¿Y salchichas? No, claro que no. Seguro que has estado alimentándote a base de gofres congelados y sopa de lata. Iré al supermercado Publix, pero primero voy a hacer inventario de tu nevera para ver qué más necesitas.
Era su hermana mayor, se llevaban cinco años; prácticamente lo había criado sola después de que su madre falleciera, por lo que de niño jamás había sido capaz de llevarle la contraria. Ahora eran mayores y seguía siendo incapaz de plantarle cara, más aún desde que Marian no estaba. Lloyd sentía un vacío en su interior, allí donde antes había albergado las entrañas. Quizá volvieran; quizá no. Sesenta y cinco años era una edad poco probable para la regeneración. No obstante, en cuanto al perro… A eso sí que se opondría. ¿Qué diantres tenía Bethie en la cabeza?
Fuente: Infobae