Sylvia Beach junto a James Joyce en la librería dela calle L’Odeon.
El hogar de la llamada “generación perdida” fue la librería Shakespeare and Company en París, creada en 1919 por la librera y editora estadounidense Sylvia Beach (1887-1962), la mujer que se atrevió a publicar la primera edición del Ulises de James Joyce. Ernest Hemingway, Gertrude Stein, Francis Scott Fitzgerald y John Steinbeck, entre otros, armaron sus nidos en esa librería especializada en literatura anglosajona, que hasta 1941 estuvo en el número 12 de la calle L’ Odeón, donde también se reunían destacados escritores como Ezra Pound, Samuel Beckett, el psicoanalista Jacques Lacan y Walter Benjamin. Por ocho francos y otros siete de depósito se podía solicitar un libro en préstamo, dos si se aumentaba la cifra a doce. Las fichas de préstamos que se pueden ver en la página web de Shakespeare and Company Project, un proyecto de la Universidad de Princeton, dirigido por el profesor Joshua Kotin, permiten trazar una especie de cartografía literaria sobre “qué leen los que escriben”.
Hemingway se mostró muy interesado por la literatura rusa y pidió prestado varios libros de Ivan Turguénev como Padres e hijos, En víspera y Aguas primaverales, entre otros, además de Humillados y ofendidos, El idiota y El jugador de Fiódor Dostoievski; también leyó La educación sentimental, de Gustave Flaubert; La cartuja de Parma, de Stendhal; y Los Buddenbrook, de Thomas Mann. De Lacan, en cambio, se preserva una sola ficha: se llevó prestado un libro sobre la historia de Irlanda. Otra integrante muy activa del sistema de préstamos de la Shakespeare and Company era Simone de Beauvoir, que leyó Una casa en París y La muerte del corazón, de Elizabeth Bowen; Las palmeras salvajes y ¡Absalom, Absalom!, de William Faulkner; y Los años de Virginia Woolf. Joyce también le sacó provecho a la biblioteca de la librería y leyó dos novelas del escritor británico Tobias Smollett (1721-1771), traductor al inglés del Quijote: Las aventuras de Peregrine Pikle y La expedición de Humphrey Clinker. Pero también se llevó Tres vidas, de Gertrude Stein; El maestro constructor, la obra de teatro de Henrik Ibsen; varios libros sobre Oscar Wilde de Frank Harris, Arthur Ransome y André Gide, y el primer volumen de las obras de Laurence Sterne, entre los que se encuentra Tristram Shandy.
Basta con entrar a la página y recorrer las fichas conservadas para armar una especie de constelación de lecturas durante los años 20 y 30 del siglo XX en la librería parisina. “En aquellos días no había dinero para comprar libros. Yo los tomaba prestados de Shakespeare and Company, que era la biblioteca circulante y librería de Sylvia Beach, en el 12 de la rué de 1’Odéon. En una calle que el viento frío barría, era un lugar caldeado y alegre, con una gran estufa en invierno, mesas y estantes de libros, libros nuevos en los escaparates, y en las paredes fotos de escritores tanto muertos como vivos”, recuerda Hemingway en uno de los capítulos de París era una fiesta. “Sylvia tenía una cara vivaz de modelado anguloso, ojos pardos tan vivos como los de una bestezuela y tan alegres como los de una niña, y un ondulado cabello castaño que peinaba hacia atrás partiendo de su hermosa frente y cortaba a ras de sus orejas y siguiendo la misma curva del cuello de las chaquetas de terciopelo que llevaba. Tenía las piernas bonitas y era amable y alegre y se interesaba en las conversaciones, y le gustaba bromear y contar chistes. Nadie me ha ofrecido nunca más bondad que ella”, subraya el escritor estadounidense.
“La primera vez que entré en la librería estaba muy intimidado y no llevaba encima bastante dinero para suscribirme a la biblioteca circulante. Ella me dijo que ya le daría el depósito cualquier día en que me fuera cómodo y me extendió una tarjeta de suscriptor y me dijo que podía llevarme los libros que quisiera», continúa Hemingway. «No había razón para que ella confiara en mí. No me conocía, y la dirección que le di, en el 74 de la rué Cardinal Lemoine, no era como para inspirar optimismo. Pero Sylvia estuvo encantadora, sonriente y cordial, y a sus espaldas, subiendo hasta el techo y entrando en la trastienda que daba al patio, se desplegaban, estante tras estante, las riquezas de la librería. Empecé por Turguénev y me llevé los dos tomos de los Apuntes de un cazador más uno de los primeros libros de D. H. Lawrence, creo que era Hijos y amantes, y Sylvia me dijo que me llevara más libros si lo deseaba. Escogí la traducción de Constance Garnett de La guerra y la paz, y El jugador y otras narraciones, de Dostoievski”.
Beach, la mejor librera de París en los años veinte junto a su pareja Adrienne Monnier, apostó todo por la literatura de Joyce, ese dandi con parche en el ojo izquierdo, excéntrico e impenetrable, que siempre le debía dinero. Nadie se atrevía a publicar el Ulises por considerarla “pornográfica”. Pero Sylvia intuía que pasaría a la historia y logró mil suscriptores en lo que podría ser considerado «el primer crowdfunding», ese mecanismo de financiación colectiva que hoy es tan frecuente, pero que entonces era una rareza mayúscula. La novela de Joyce salió el 2 de febrero de 1922. “La voz de Joyce me encantaba. Hablaba con la entonación de un tenor (…) Escogía sus palabras y su sonoridad con gran cuidado, debido sin duda a su amor por la lengua”, anotó la librera en sus memorias.
Reincidió en la edición cuando colaboró también con la aparición de Finnegans Wake. En 1941 un oficial nazi irrumpió en la librería de la calle L’Odeón y pidió en un perfecto inglés el último ejemplar que quedaba de Finnegans Wake. Beach no dudó. No le vendería jamás un libro de Joyce a un nazi. Jamás. El oficial la amenazó y le dijo que volvería para confiscarle los libros y clausurar la librería. Tenía poco tiempo –lo sabía- para trasladar los libros a un departamento ubicado en los pisos superiores del edificio. La librera que salvo esos libros de las garras del nazismo estuvo detenida seis meses en un campo de concentración en Vittel.
Nunca volvió a reabrir su librería de la calle L’Odeón. Su mujer, Adrienne Monnier, se suicidó en 1955. Cuatro años antes, el estadounidense George Whitman abrió una librería anglosajona en París, en el 37 de la calle Bûcherie, muy cerca de Notre-Dame, que entonces se llamó Le Mistral. Después de la muerte de Sylvia Beach, en 1962, le puso el nombre de Shakespeare and Company. La mujer que no le vendió el libro de Joyce a un nazi y conservó parte de las fichas de préstamos de su emblemática librería construyó un valioso legado de indómitas desobediencias.
Fuente: Página12