Crítica. Dice que la lógica del reality show domina la vida actual e influye hasta en los gobiernos.
Un día, el bueno de Salman Rushdie (Mumbai, 1947) se dijo: voy a escribir el Quijote (Seix Barral). A este candidato al Nobel no lo amedrentaron los gigantes de la crítica literaria ni las posibles burlas al descomunal empeño. Bien le pareció enviar al caballero a los actuales Estados Unidos, convertirlo en emigrante de la India, y hacerlo enloquecer con la visión de incontables programas de telebasura, que le conducen a abandonar su empleo para atravesar el país en un viejo coche acompañado de Sancho. El caballero conduce en pos de su amada, la exuberante Salma R, una fulgurante estrella televisiva que congrega máximas audiencias. Cada vez que Quijote la ve o la oye en los televisores de los dudosos moteles donde pernocta, tiembla y se sobresalta.
En esta novela, el lector se enfrasca en profundos pensamientos sobre el show sin sentido, el racismo, la drogadicción, las quimeras virtuales, las relaciones familiares.
Rushdie, a quien el confinamiento actual por el coronavirus le parece poca cosa comparado con el infierno que vivió en carne propia cuando fue amenazado de muerte y perseguido por su libro Los versos satánicos, responde con sosiego desde Manhattan. “No tomo taxis, no veo a gente, pero sí salgo a pasear. Estuve enfermo dos semanas, con todos los síntomas, no tanto como para ir al hospital, pero ya me he recuperado”.
“Mis dos novelas previas suceden en Nueva York, así que me dije: en la próxima, has de salir de la ciudad. Decidí recorrer los Estados Unidos en coche, con mi hijo, y escribir un libro de no ficción sobre ese viaje, pero me topé con la fantástica traducción del Quijote al inglés de Edith Grossman, que ha devuelto el libro a la vida (las anteriores eran flojas). Me emocionó tanto que tenía a Alonso Quijano en la cabeza todo el tiempo y ahí, manejando, me vino a la mente escribir mi Quijote, desde el otro lado del espejo de la televisión. No quise hacer una imitación, me hubiera convertido en Pierre Menard, ese personaje de Borges que escribe el Quijote, y le sale igual, palabra por palabra, que el original de Cervantes”. En esta ficción, Quijote viaja con un hijo, pero imaginario. Lo llama Sancho.
El Quijote de Rushdie se vuelve loco por la telebasura, un mundo excitante en que “todo es posible: una mujer puede enamorarse de un cochinillo, te envían un ejército de prostitutas para que seas infiel en un concurso, los criminales se convierten en reyes, los actores que interpretan al presidente llegan a ser presidentes de verdad”.
Piensa el autor que “a todos, en mayor o menor medida, nos ha pasado eso viendo la tele, hemos enloquecido. El problema de la avalancha de basura televisiva es que resulta muy difícil esquivarla, no ser tocado nunca por sus mentiras, por la lógica de los reality shows. Una de las consecuencias de ese ecosistema es que los gobiernos se han instalado en la mentira como algo usual, al menos en los tres países democráticos donde he vivido: India, Inglaterra y Estados Unidos. Estamos privilegiando la mentira sobre la verdad y la ignorancia sobre el conocimiento. Así, la gente desconfía de la ciencia, recela de la medicina, de la educación… Estos días, millones de personas han visto el video Plandemic, un supuesto documental que sostiene que todo esto es un complot contra la gente, que el coronavirus lo han lanzado las grandes empresas para vendernos luego vacunas y que usar mascarilla puede enfermarnos. Si Cervantes estuviera aquí, hablaría de esto”.
Salma R es la amada de Quijote en la novela. “Es una estrella de televisión, enormemente bella, es como un sueño, la máxima expresión de lo que es un objeto del deseo. Pero, si alejamos la cámara, veremos que su vida no es lo que parece, es mucho más triste, incluye todo tipo de dificultades y problemas, incluyendo abusos sexuales en la familia. Como le sucede a mucha gente en Estados Unidos, sufre una seria drogadicción. Ella es el objetivo que persigue Quijote, por supuesto totalmente fuera de su alcance, pero él esta convencido de que sucederá. Y su determinación no se amilana. Eso es lo que conduce el libro, su convicción de que la chica que toda América desea va a ser suya”.
Todo sucede en dos planos: el de las aventuras del Quijote y las del autor del Quijote, un escritor hindú de novelas comerciales llamado Hermano. “En el pasado, me oponía a las novelas sobre autores que escriben novelas, fui militante contra la metaliteratura… y ahora me encuentro practicándola. Pero es que ambas historias se iluminan mutuamente, en una encontramos elementos que aportan conocimiento sobre la otra. Hermano no es un buen escritor, es de segunda fila, y de repente se plantea hacer algo distinto, un libro que no es el que esperan de él, y que se transfor
ma en una obra muy personal, donde va a verter aspectos de su propia vida. Este es mi libro número 19 y a estas alturas la dificultad es encontrar temas nuevos, y ese no lo había abordado aún”.
Dice, sobre la segregación que continúa: “Yo, que vengo del Reino Unido y la India, noté enseguida las diferencias del racismo en Estados Unidos. Eran muy obvios los prejuicios contra las comunidades africana y caribeña, por la historia del país, fundado en la lucha contra la esclavitud. Los hindús no sufrían en los años 60 y 70 esa discriminación tan fuerte. Sin embargo, tras el atentado del 11-S, se ataca a cualquiera con la piel os
cura, lo que me incluye, sencillamente porque la gente no puede distinguir a los árabes –supuestos terroristas– de los indios, a los sijs de los musulmanes, y todos pasan a ser sospechosos. La gente llevaba camisetas con la inscripción: ‘No me culpes a mí, soy hindú’. Creíamos que pertenecíamos, pero luego ya vimos que no. Me afecta muy profundamente y es terrible. En febrero, un joven negro, Ahmaud Arbery, murió a causa de tres disparos de dos supremacistas blancos mientras hacía footing en la calle, en un suburbio de Brunswick, en Georgia. ¿Puede creer que no hubo ninguna investigación ni detención? Solo la semana pasada se ha producido la primera porque se ha hecho público el video del asesinato; si no, hubieran dicho que no existía ninguna razón para investigar. En Estados Unidos, hoy si no eres un hombre blanco, puedes ser cazado a tiros, te disparan por el color de tu piel. Quijote recorre el país y ve eso. Ionesco ya lo dijo: tu amable vecino puede ser un nazi”.
Drama familiar. “De coronavirus han muerto aquí 65.000 personas, el mismo número de los que mueren cada año en Estados Unidos de sobredosis de opiáceos, un año tras otro. Tiene que ver con los pocos escrúpulos de la profesión médica al prescribir medicamentos tan fuertes. En este mundo en el que hemos creado tantas maneras de comunicarnos, paradójicamente la gente se siente más aislada y sola que nunca. Mi hermana menor murió de sobredosis hace 12 años. Su baño parecía una farmacia. Jamás sospeché que tenía una adicción llegada a esos extremos. Como hermano te preguntas: ¿por qué le fallé? ¿Por qué no hablábamos? ¿Por qué no me lo contó?”. Ese es otro tema de Quijote: los remordimientos hacia los hermanos, las batallas familiares. “La literatura suele tratar el amor romántico, pero yo quiero escribir de otros tipos de amor: entre padres e hijos, entre hermanos, entre amigos, son amores menos conocidos pero algunos duran una vida eterna, y otros por supuesto salen mal. La relación con mi padre fue horrible, y por eso hay padres tan difíciles en mis libros”.
Fuente: Clarín