Aunque nunca publicó un libro de poemas, Abelardo Castillo (1935-2017) escribió poesía desde su juventud. “Siempre creí o quise creer que la poesía es el idioma más perfecto y alto del hombre -sostuvo en sus diarios-. He querido ser poeta como otros quieren ser doctores en algo, astronautas, maridos, ingenieros, presidentes o padres. Amo la poesía. La amo profunda y encarnizadamente. Mi casa está llena de libros escritos por poetas: mis papeles, llenos de culpables rimas mías”. Muchos de esos textos “culpables” fueron destruidos por el propio autor pero otros se conservaron con la esperanza, expresada por Castillo, de que fueran dados a conocer luego de su muerte.
Para Castillo la poesía fue una “fiesta secreta”, que ahora se vuelve pública en una edición al cuidado de dos poetas, Gabriela Franco y Eduardo Mileo, y que reúne poemas que van de 1952 a 2010 y atraviesan distintas instancias. Aparecen sus aliados al comienzo de la aventura literaria (como el sampedrino Aníbal de Antón), la localidad de San Pedro, algunos referentes (R. M. Rilke, César Vallejo, Nicolás Guillén, Malcolm Lowry), el amor de su vida, la escritora Sylvia Iparraguirre, sus reflexiones existenciales -marca de agua de su obra- y sobre la condición del escritor: “Nunca se dio otra igual ni tan ingrata / estrella tutelar como la mía; / me urgen el puchero y la poesía / me hacen falta la Luna y tener plata” (”Oficina”).
La fiesta secreta fue publicado por Ediciones en Danza. “Quince años atrás me enteré por un reportaje a Castillo que el extraordinario narrador escribía poemas desde su juventud, y que había quemado gran cantidad de textos y rimas propias, pero que aún conservaba consigo una buena cantidad de poemas que había preservado del fuego -dice el editor y escritor Javier Cófreces a LA NACION-. Como fervoroso lector de la prosa de Castillo, desde aquel momento pretendí editar ese corpus poético, en especial tras leer en los diarios del escritor, publicados por Alfaguara″. En Diarios se leen máximas como “La poesía es el lenguaje más alto que tiene el hombre para comunicarse, por eso debe ser esencialmente seria” y “La poesía debe ser apasionada. Cuando pretende, con más o menos ingenio, exponer ideas más o menos escépticas, no es nada”.
Gracias a Iparraguirre, Franco -editora de Diarios- y Mileo, y tras varios años de recopilación y cuidados, la poesía de Castillo vio la luz con el nombre que él le había asignado. “Hay escrituras que son un misterio -se lee en el texto de contratapa de Mileo-. Y hay misterios que exigen sumergirse en ellos”.
“La fiesta secreta es un libro muy singular, entre otras cosas porque fue escrito a lo largo de toda una vida -dice Franco a LA NACION-. Reúne los poemas de Castillo que sobrevivieron: hubo muchos más, pero la mayoría fueron quemados por el propio autor, que ejercía sobre sí mismo una crítica impiadosa”. Franco y Mileo optaron por presentar los poemas en orden cronológico. “Abarcan casi sesenta años: los primeros están fechados en 1952, es decir, cuando Castillo tenía diecisiete años, y el último en 2010. Por eso es posible leerlos como una autobiografía”, sugiere.
Escenas de la vida del autor de Israfel retornan en la forma de versos:infancia, juventud y la partida de San Pedro, la llegada a Buenos Aires, su paso por el servicio militar en Olavarría. A inicios de la década de 1990, en “Huelo el odio”, escribió: “huelo el odio, anda suelto / por las calles, acecha / en las esquinas vestido de abuelita que ha perdido el tejido / se sienta en los cafés con mesas en las veredas / tiene aire de ingeniero, de nurse, de cobrador de impuestos / es el odio”. “Están los acontecimientos políticos que lo conmovieron, como la Revolución cubana o la invasión a Santo Domingo -agrega Franco-. Están los amores que signaron su vida, y también el diálogo con la literatura y las preocupaciones existenciales que lo acompañaron, como el tiempo y las creencias”.
Castillo escribió con estilos y tonos diversos. “Poemas clásicos, con rima y rigurosa métrica; poemas en verso libre, poemas en prosa, algún poema con tono coloquial y otros más líricos; hay una búsqueda singular del ritmo a través de la exploración de los encabalgamientosy se explora también la materialidad del poema en el trabajo con su espacialidad”, describe Franco, que este año ganó la segunda edición del Premio Nacional de Poesía Storni. “Al tiempo que se da esta variedad, también se puede distinguir la unidad del libro, que está dada por la pasión por la literatura y las palabras, y por una búsqueda estética genuina, una coherencia que se puede observar en toda su producción”.
Para los editores, se pueden encontrar resonancias entre los poemas y la obra narrativa, teatral y ensayística de Castillo. “Él decía que desconfiaba de los narradores que no escriben poesía o que al menos no hayan intentado escribir poesía en algún momento -concluye Franco-. Y eso da pie para pensar que este conjunto de poemas es quizás la condición de posibilidad de la realización de toda su obra. El poema ‘Las otras puertas’ lleva el título de su primer libro de cuentos de Castillo; ‘14 de noviembre de 1953′ parece una entrada de diario, pero en lenguaje poético; poemas en prosa como ‘Días con huella’ o ‘Tiempo de verano’ parecen haber sido escritos por Esteban Expósito, el protagonista de El que tiene sed”.
Tres poemas de Abelardo Castillo
Las palabras
Esto por fin vendrá a ser el secreto
de mi insistencia en dar a creer que existo,
de hacer tomar en serio esta apariencia,
la voz que uso, la piel con que me visto.
Yo armo estas sombras, libros, eso es todo.
Yo no estoy muy seguro de ser cierto.
Invento historias como quien dibuja
la cara que tendrá después de muerto.
[1958]
Muchacha que va y viene con valija
a Sylvia
Siempre entrando y saliendo
De mi vida
Con tu enorme valija
Siempre perdiendo trenes, aturdida, averiguando horarios
Puro pelo y apuro, siempre
Despidiéndote o diciéndome hola.
Ay templito móvil, mujer ola
Un día te quedarás muy quieta al lado mío
Pondremos ropa, versos, panes, un disco de los Beatles
En tu enorme valija de irte y de quedarte
Y nos acostaremos juntos
a dormir
para toda la muerte.
[1981]
De allá del pueblo donde
De allá, del pueblo donde las noches son más altas
y el viento cambia de lugar al crepúsculo
donde el olor del agua,
de allá
donde la muerte era una cosa lejos
a veces, todavía
llega y llama a mi puerta
un nombre
con un golpe apagado como el rumor de un ala
[2009]
Fuente: Daniel Gigena, La Nación