La historia transcurre en el París de los años 30 que para el autor representa un tiempo «mítico» al que siente que rescata en esta historia, dedicada a su tío Lorenzo Pérez Reverte, quien fue voluntario en la Guerra Civil como soldado de la República.
Autor de treinta novelas, miembro de la Real Academia Española y cronista de guerra durante 21 años, Pérez Reverte presentará «Sabotaje» mañana a las 16 en la sala José Hernández de la Feria del Libro de Buenos Aires.
En diálogo con Télam, el autor habló de cómo concibió esta historia y de su oficio de escritor que le representa «un acto de felicidad permanente».
– Periodista: ¿Qué tiene el villano que lo atrajo particularmente para crear esta trilogía?
– Pérez Reverte: El malo se pasea por lugares de la vida que el bueno no, entonces cuando como novelista tienes que profundizar en los ángulos oscuros del mal la experiencia transmitida por los malvados es más interesante. Sobre todo porque mis personajes se mueven en la zona oscura de la vida. Ejercen la tortura, la violencia, matan. No hago novelas para denunciar el mal, ni novelas moralistas, hago novelas contando cómo es la vida real que viví.
– P: ¿En qué medida su experiencia como corresponsal de guerra lo llevó a escribir esta trilogía y gran parte de su obra?
– A.P.R.: Nadie pone en su obra lo que no tiene, en mi caso estuve en contacto con la violencia y con el lado oscuro de la vida durante mucho tiempo y por eso a la hora de contar este tipo de historias extremas de violencia, muerte y tortura recurro a mi experiencia personal.
– P: ¿En qué circunstancias como corresponsal de guerra vio escenas de tortura?
– A.P.R.: He visto apalear a mucha gente en Angola y en 1978 cuando acompañaba a la guerrilla UNITA antigubernamental (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola) había un mercenario portugués con el que habían tomado un lugar, que comenzó a torturar a un jefe opositor al que le querían sacar información. Yo con otros más estábamos en un bar tomando una cerveza, caliente por cierto, y oíamos los gritos del hombre al que torturaban en el interrogatorio. De tanto en tanto, el portugués volvía a donde estábamos, tomaba una cerveza, me contaba lo que ocurría y regresaba a la tortura. Yo aprendí más del ser humano en esa media hora de conversación con él que en muchos años de vida, por eso creo que lo bueno que tiene estar con los verdugos es que se aprenden muchas cosas. De los malos a menudo se aprende más que de los buenos.
– P: ¿Cómo fue construir un personaje como Falcó?
– A.P.R.: Me apetecía la historia de un personaje que no tiene moral, que puede matar, torturar, que puede hacer cosas oscuras sin remordimientos y no necesita psicoanalistas. En la vida aprendí que el remordimiento es muy raro: si una persona drogada atropella a un niño en su cochecito en un paso de peatones en el momento dirá que horror pero a la semana habrá buscado un montón de coartadas mentales: estaba deprimido, estaba drogado porque mi mujer me dejó, el semáforo tenía mala luz y no pude ver al niño. He visto a un montón de gente hacer atrocidades y encontrar justificaciones. Pero Falcó es un hijo de puta y actúa como tal y duerme tranquilamente. Me apetecía mucho hacer esto y por eso le dediqué tres novelas.
– P: ¿Por qué eligió para este libro un sabotaje al Guernica?
– A.P.R.: Yo soy un escritor feliz, para mí escribir es un acto de felicidad permanente por eso lo hago. Una novela significa uno o dos años de felicidad: leer sobre el tema que te propones, viajar a los sitios, imaginar escenas. En ese contexto me hubiera gustado hacer una jugarreta, una putada a Picasso, no al Guernica porque me gusta mucho, pero conservo una parte lúdica de cuando era pequeño y siento que he multiplicado mi vida escribiendo sobre esto: yo he sido Falcó y eso me ha dado un año de diversión, de pasármelo bien.
– P: ¿Qué le inspiraba el París de los años 30 para esta historia?
– A.P.R.: Fue una travesura. Para mí el París de los años 30 es mítico a través de figuras como Malraux, Man Ray, Picasso, Hemingway, ese mundo mítico me apetecía pero eso está contado mil veces, lo hace Woody Allen en «Medianoche en París». Entonces mi desafío fue meter ahí un tipo que le importara un carajo la literatura, que ve el Guernica y es como si viera una zanahoria porque no le gusta el arte ni le importa. Va allí porque tiene que joder el Guernica, no respeta nada de la gente con la que va a tratar y ve en Hemingway a un fanfarrón borracho y le pega una paliza en un bar y se queda muy tranquilo. Es una travesura personal y quería mover a mi lobo por ese mundo mítico. Ese fue el objetivo por el cual elegí París.