Su virtud no es la presencia escénica. Es la presencia. No es ella quien se ubica en el escenario, sino viceversa. Cuando el ascensor arriba al piso donde vive, la anfitriona espera con la puerta abierta. Elástica, liviana, estira un brazo para dar la bienvenida y luego rota en esa misma posición para invitar a ingresar en su casa. Apaga el programa de noticias políticas y se sienta frente a su interlocutor, diminuta, pero en absoluto frágil. Hay sillones, sillas, innumerables almohadones, pero ella conversa sentada en una mesa ratona. Detrás de Nuria Espert, un ventanal ofrece una vista privilegiada al Palacio Real y la Almudena, pero esta actriz es más grande, más imponente que aquellos edificios que quedan opacados ante su voz y sus relatos. Yerma, Rosita, Bernarda, Mariana y ahora es el turno del traje del Romancero gitano, de Federico García Lorca, que presentará en el Teatro Nacional Cervantes.
Nuria Espert es la gran dama del teatro español, un recorrido que abarca una carrera que se extiende desde la segunda mitad del siglo XX hasta la actualidad y no solo como actriz, sino también como directora teatral y de ópera (en Londres la apodaron «Lady Covent Garden»). Cuando en 2016 recibió el Premio Princesa de Asturias pronunció un fragmento de Doña Rosita la soltera, en castellano; y otro de Rey Lear, en catalán. Fue a partir de otro galardón, el Especial Europa de Teatro, concedido en 2018, cuando Espert comenzó a idear el modo en el que agradecería la distinción en San Petersburgo. Así nació la idea de acudir al Romancero gitano, el poemario de Lorca, de 1928.
Recordar, recitar, eso es sencillo para Nuria Espert. Lo complejo es poder llevar a cabo el deseo de interpretar estos dieciocho romances y convertirlos en un espectáculo. «Un libro antipintoresco, antifolclórico y antiflamenco», definió Lluís Pasqual, quien le dio a este poemario sobre Andalucía una forma cuyos bordes dibuja en escena Espert. «Memorizar para mí es sencillo porque Lluís dice que como soy Géminis, tengo dos hermanitas dentro de mí: una tiene memoria, que es la actriz; la otra es la Nuria del día a día, la que tiene que llamar por teléfono y se le olvida. Este es un regalo que viene de fábrica. Hablo en primera persona, es mucho más que un recital y es distinto a una obra teatral. Es una joya. Pensé desde muy jovencita que el Romancero… era mucho más que un libro de poemas. Además en el espectáculo intervienen las lecturas que Federico daba a sus amigos, lecturas que tanto miedo le daban. Es que Lorca era muy tímido».
Espert integra un Olimpo de actrices junto con Lola Membrives y Margarita Xirgu, quienes llevaron a Lorca por los escenarios del mundo: «Si hubiese conocido a Lorca me hubiese quedado muda. Empecé a recitarlo cuando tenía 10 años. Me ha acompañado toda la vida. Era un ser muy especial que nació en un tiempo terrible. Es como un mago. En sus personajes femeninos metía su soledad, su luz y su vibración. Doña Rosita es el personaje que más me gusta, el que más me ha acompañado en toda mi vida, pero Yerma me abrió las puertas del mundo entero».
En torno a Lorca orbita el misterio de su muerte (algunos historiadores consideran que fue secuestrado como venganza a su padre) y también la cruzada de un grupo de investigadores que lucha por encontrar su cuerpo, mientras los herederos de Loca se mantienen menos enérgicos. «Hay un misterio que se ha vuelto poético, porque, si no, sería morboso. Cada cinco años aparece con una fuerza extraordinaria. Si mi padre, el señor Espert, hubiera muerto fusilado y si yo supiera dónde está, me hubiere ido de noche con una pala y me hubiera dejado crecer las uñas y hubiera tratado de desenterrarle. Pero si mi padre hubiere sido Lorca, no lo hubiera hecho. No hubiera dado permiso para que le tocaran. En estos momentos que vivimos en donde todo se banaliza tantísimo, en las redes, en las comunicaciones se hurga sin respeto en el dolor de la gente a cambio de una buena foto o de una buena entrevista», opina Espert.
En su mesa hay un libro recientemente publicado con la foto coloreada de Xirgu y Lorca. Espert se siente cercana a aquella actriz: ambas catalanas, ambas formadas en el Teatro Romea de Barcelona. Hija de un carpintero y una trabajadora textil, una pareja aficionada al teatro, le enseñaban poesías a su hija Nuria, llamada así en homenaje a un personaje de Tierra baja, que ambos habían interpretado. La muchacha que quería ser bailarina ingresó en la compañía de aquel liceo catalán: «Empecé a trabajar allí y mi vocación fue cambiando sin yo darme cuenta. Seguí asistiendo a mis clases de danza, pero era muy patosa, no tenía talento ninguno, por suerte, porque fue el teatro el que fue exigiéndome que me quedara con él. En ese teatro me corté las trenzas, me saqué los calzones, fui a la peluquería. Cuando salí de allí ya era actriz», recuerda.
A los 19 años conoció a Armando Moreno, escritor, poeta, guionista, un hombre que la doblaba en edad. «El matrimonio de mis padres fue una cosa que no anduvo bien y lo que menos me apetecía en el mundo era casarme. Pero lo hicimos y enseguida tuvimos dos hijas», habla de quien fue su compañero durante 49 años, hasta su muerte. Moreno pidió un préstamo para que su mujer pudiera brillar, desplegar su talento en los personajes que habitaban en libros apilados en su mesa de luz. La primera obra de este tándem fue Gigi, de Colette («un éxito tan extraordinario, uno de los más grandes que he tenido en mi vida»).
Ya consagrada, luego de Brecht, O’Neill -junto a Alfredo Alcón en El luto le sienta a Electra- y tantos otros, Espert buscaba un cambio. Un día le comentó a Fernando Arrabal que buscaba un director diferente: «Alguien que no tuviera miedo, alguien que fuera más libre que nosotros, que no fuera español». Arrabal le mostró algunas imágenes de una puesta que había visto en Parsa, dirigida por el argentino Víctor García, más conocido fuera que dentro de su propio país. Moreno lo buscó por todas partes hasta que encontró al director y lo convocó para trabajar con ellos. Primero Las criadas, luego Yerma («ha sido una cúspide en mi carrera, me abrió las puertas de eso que llaman mundo») y luego Divinas palabras. Durante siete años Espert, García y Moreno cosecharon éxitos, pero el director batallaba contra el alcoholismo y la enfermedad se traducía, en ocasiones, en malos tratos. «Todo se acaba. Lo que no se acaba es mi agradecimiento. Tengo por él un amor que durará toda la vida. Víctor no solo me marcó muchísimo como actriz, me dio una libertad que no sabía que necesitaba».
Frente a los reyes de España pronunció: «Mi dueño es muy duro, me he lastimado muchas veces tratando de servirle». Fue criada, reina, amante, cortesana, hija, madre, pero lo doloroso jamás fue cambiar de piel por sus personajes: «Hay espectáculos que no han funcionado, temporadas agónicas, cuántas veces hemos hipotecado nuestra casa para poder tirar adelante, para tener la posibilidad de un próximo espectáculo, hablaba más de esas heridas, después, todo lo otro, me parece obligatorio».
La defensa de género
Durante el franquismo, Espert apareció en la portada de un periódico, con nombre y apellido, en una «lista negra» integrada por mujeres que habían admitido haber abortado. «Lo dije porque estaban llevando a la cárcel a las mujeres que habían abortado. Armando casi se muere de susto. Nos amenazaban por la calle. Arriesgamos penas de cárcel. Yo soy muy peleona y cuando había que pelear durísimo, peleé como el que más. Nosotras pedíamos. Las muchachas ahora exigen», dice la actriz que asiste a las marchas en defensa de los derechos de las mujeres con sus hijas y nietas.
Romancero gitano
De Federico García Lorca
Teatro Cervantes, Libertad 815
Entre el viernes y el domingo, a las 20.
Localidades, 350 pesos
Fuente: Laura Ventura, La Nación