“Toda la literatura tiene algo de infantil y de juvenil. ¿Por qué un adulto leería una novela, a pesar de que sabe que los personajes no existen, y a veces no existe el universo en el que transcurre la ficción?”, dice el escritor y académico Pablo De Santis, en cuya obra se conjugan historias para lectores de todas las edades. A ese catálogo se añade, a poco de iniciado 2021, la novela corta Hotel Acantilado(Loqueleo). “Las ficciones siempre nos ponen en contacto con la infancia, y la lectura de un libro tiene algo de máquina del tiempo -agrega-. Si uno devora una novela en la madurez es imposible que no recuerde cuando hacía eso mismo a los doce años. Así que la mente se dispara en dos direcciones: hacia el futuro de los personajes y hacia el pasado personal”. Para confirmar esas tesis sobre la lectura, e incluso para imaginar otras, se presta Hotel Acantilado, protagonizada nada menos que por un personaje de Julio Verne, el inmortal capitán Nemo (cuyo nombre, en latín, significa “nadie”).
En esta aventura, ha vencido a la muerte al sobrevivir al hundimiento del Nautilus. Así es como este viejo lobo de las profundidades del mar (que padece una recalcitrante anglofobia) llega a Buenos Aires en barco, desde Génova, huyendo de espías y cazarrecompensas al servicio de rajás. Acompañado por el joven Yukio, se instala en un pueblo de la Patagonia, donde comandará un equivalente inmóvil del Nautilus, el Hotel Acantilado, ideado para albergar en forma exclusiva a personas solitarias en habitaciones con vistas al Atlántico. “Nemo estaba dispuesto, en la última etapa de su vida, a alejarse de las profundidades submarinas y dejar que sus días transcurrieran sobre suelo firme -se lee en las primeras páginas de Hotel Acantilado-. Observaría a los demás. Estudiaría las miradas, los gestos, las bromas. Preguntaría sin interrogar”.
“La ambigüedad moral de Nemo, sumada a ese submarino que es hotel, biblioteca y museo, siempre me inquietó -dice De Santis sobre el protagonista de dos novelas clásicas firmadas por Verne-. Hace unos años volví a leer Veinte mil leguas de viaje submarino y ese libro tan extraño que es La isla misteriosa y que me dejó una impresión de tristeza. El Nemo de Hotel Acantilado está despojado del submarino, que es la fuente de su poder, y por lo tanto es mucho más vulnerable. Ha dado por terminada su etapa científica y quiere saber cómo es la naturaleza humana. Se ha dado cuenta que no conoce nada de las personas”.
La nouvelle también desarrolla una intriga similar a la de las novelas de enigma que, en este caso, es nada más y nada menos que la identidad de Nemo, que adopta en la Argentina el nombre de Basilio Timor. En el epílogo, De Santis evoca el “cuartito de arriba“ de la casa de sus padres, donde los libros de Verne compartían estante con los policiales de Agatha Christie y Gaston Leroux, y los poemas de Alfonsina Storni y Rubén Darío. “Todos los años leo unos seis o siete libros de Agatha Christie -revela-. En algún momento se me ocurrió hacer un libro que reseñara todas sus novelas. Hotel Acantilado no es una novela policial, pero tiene algo del ambiente cerrado del policial. Los personajes guardan secretos. Nemo oculta su identidad ante los otros, pero no ante el lector”.
Como don Quijote y Sancho Panza, Robinson Crusoe y Viernes y Sherlock Holmes y el doctor Watson, por nombrar algunas parejas célebres de la literatura universal, el capitán tiene un acompañante en tierra firme, alguien más joven, realista y supersticioso que él: Yukio. “No quería que Nemo estuviera solo y por eso le agregué a este muchacho japonés, el miembro más joven de la tripulación del Nautilus. Me gustaba que Nemo, que tiene un pasado mucho más grande y significativo que su porvenir, tuviera un compromiso con el largo porvenir de alguien más. En tierra firme Nemo se maneja con alguna dificultad, y es Yukio quien se ocupa de los asuntos prácticos”.
Para De Santis, un cuento es la historia de la transformación de un mundo, mientras que una novela narra la transformación de un personaje. “Es una paradoja de la ficción: en la forma mínima cambia todo, y en la forma más larga, la novela, cambia una sola persona -asegura-. El Nemo de Hotel Acantilado se siente un poco abatido porque siente que no conoce a nadie, en cierto modo es un ingenuo, y se conoce un poco a sí mismo al final”. La Argentina aparece representada de modo discreto en la novela; el pueblo de Nueva Gales apenas se ve y el paso de Nemo por Buenos Aires es breve. “Aunque el Hotel Acantilado, siempre a punto de caer al abismo, pero que no cae, podría servir de metáfora”, acota el autor.
En la Patagonia, Nemo (un bibliófilo) aspira a rehacer la legendaria biblioteca del Nautilus, de doce mil volúmenes, aunque en una escala menor: anhela reunir mil ejemplares. “No quería que nada lo distrajera de su Lista de los Mil Libros”, cuenta el narrador de la historia. “Si bien no me gusta hablar de libros en las novelas, siempre aparecen, igual que en esta casa, donde hay libros en los sitios inesperados -revela De Santis, creador del narrador y los personajes-. Las bibliotecas que uno tiene, sean grandes o chicas, siempre arrastran su historia: las marcas con lápiz, las cosas que encontramos en los libros, el recuerdo de las circunstancias de la lectura. En viejos libros de José Asunción Silva y Manuel Gutiérrez Nájera encontré poemas que mi padre le escribía a mi madre durante su noviazgo en los años 50″.
¿Cómo surgió la idea de escribir una novela donde Nemo sobrevive al hundimiento del submarino y se convierte en propietario de un hotel, donde cultiva su pasión por los libros, la esgrima verbal y las rosas? “Se me ocurrió en una estación de tren, mientras esperábamos con mi familia -cuenta De Santis-. Por eso quise que hubiera un tren en la novela; agregué un ramal que no existe. No solo hay que inventar los personajes, también hay que ocuparse de su transporte. Por suerte, tender las vías en la literatura es más fácil que hacerlo en la realidad. Los escritores en general trabajamos al revés de Verne. Inventamos los personajes y después vemos cómo llevarlos de un sitio a otro. Verne, en cambio, inventaba sus transportes, el Nautilus, las máquinas voladoras de Robur o los cohetes espaciales, y después resolvía el problema de la tripulación”. Lectores a bordo: a viajar en el “barco quieto” del capitán Nemo, que revive en las páginas de la nueva novela del narrador argentino.
Por Daniel Gigena
Fuente: La Nación