En Londres. «Elena sabe», de Claudia Piñeiro, en la ceremonia de entrega del Booker Prize 2022, que ganó la india Geetanjali Shree.
“Debía estar preparada para esto”, dijo, cuando se anunció se nombre, la escritora india Geetanjali Shree, ganadora de la edición 2022 del prestigioso Booker Prize International, el premio que se otorga en Inglaterra a obras traducidas al idioma de Shakespeare. “Preparada” significaba “con un discurso listo”. Si había que agradecer, había que tener a mano las palabras para hacerlo, no fuera que la emoción la dejara muda. “Leeré unas pocas palabras que escribí por si ganaba”, dijo.
En las mesas, otros cinco escritores tenían sus palabras escritas: la Premio Nobel polaca Olga Tokarczuk, la coreana Bora Chung, el noruego Jon Fosse, la japonesa Mieko Kawakami y la argentina Claudia Piñeiro, nominada por Elena sabe, una novela dura y entrañable protagonizada por una madre enferma de Parkinson y su hija. Publicada en 2007, Piñeiro le dedicó esta novela a su madre “porque ella lo hubiera entendido”, contó. Porque estaba enferma y se reía de su enfermedad.
Elena sabe novela mostraba, ya entonces, la preocupación de Piñeiro por el tema del aborto. Hay una mujer que aparece vomitando en la puerta de la casa de la abortera de la zona. Tiene pareja, plata, todo, pero no quiere ser madre.
“Mi madre padeció la enfermedad del Parkinson, y murió a causa de él. Mucha gente, cuando pasaba junto a ella, evitaba mirarla”. Claudia Piñeiro
¿Qué hubiera dicho cada uno de los finalistas del Booker Prize si hubiera subido al escenario? ¿Qué palabras llevaban impresas en el bolsillo? Infobae Leamos se lo preguntó a Claudia Piñeiro, quien accedió a darlo a publicación.
Se trata de una lectura de su propia obra y de algunos sucesos personales vinculados al libro.
Aquí, el texto completo:
Acerca de Elena sabe en el Booker Prize
Si alguien me preguntara de qué se trata Elena sabe, cuál es el tópico principal de esta novela, diría: el cuerpo.
Es cierto que Elena sabe trata temas como la religión, la relación madres-hijas, la burocracia y el sistema de salud, el burn out de quien acompaña al enfermo, las normas y políticas que restringen nuestras vidas (especialmente las vidas de mujeres y personas LGTBI+). Pero el tema que yo considero principal en esta novela es el cuerpo: quién es el dueño de nuestro cuerpo, quién toma decisiones y controla nuestro cuerpo. Y finalmente, ¿hay algo más cuando ya no tenemos cuerpo?
El cuerpo de Elena es un cuerpo enfermo. El cuerpo de Isabel es un cuerpo forzado a tener un hijo que no quería tener. El cuerpo de Rita es un cuerpo muerto. Las tres, cada una a su manera, luchan con lo que significa ser mujer en este mundo. Y cada una hace lo que puede, lo mejor que puede.
Mi madre padeció la enfermedad del Parkinson, y murió a causa de él. Mucha gente, cuando pasaba junto a ella, evitaba mirarla. Como dijo Susan Sontag en su libro La enfermedad como metáfora, tratamos de evitar mirar a un cuerpo enfermo. Argumentamos que, de esa manera, evitamos que la persona enferma se sienta incómoda. Pero al dejar de mirarlos les quitamos el derecho a ser vistos, los convertimos en invisibles. Escribí Elena sabe para alentar a los lectores a mirar el cuerpo de Elena y dejar su vista allí por un largo tiempo.
“No somos un país central porque no pertenecemos al lugar del mundo donde se establecen las reglas del juego. Es así”. Claudia Piñeiro
Todos los que estamos dentro del mundo de la literatura sabemos la importancia de ser elegido en la shortlist de un premio como el Booker Prize y las puertas que abre para nuestros libros, para la o el autor elegido, para la o el traductor elegido. Sin embargo, me gustaría señalar la importancia que tiene para quienes como yo venimos desde los márgenes. Por eso, me gustaría contar desde qué lugar escribo. Yo vivo en la Argentina, un país latinoamericano en la esquina izquierda del mapa, abajo, muy lejos de aquí. Un país con una alta tasa de pobreza, con una enorme inflación, que debe pagar una astronómica deuda externa. Sabemos que a lo largo de los años hemos cometido muchos errores. Conocemos nuestras debilidades. Pero también sabemos que no somos un país central y no por el dibujo en un mapa: no somos un país central porque no pertenecemos al lugar del mundo donde se establecen las reglas del juego. Es así.
A pesar de esto, mi lejano país trajo varios escritores y escritoras hasta este premio. En los últimos años, desde que el Booker Prize es otorgado a un libro, no a una persona, cuatro mujeres fuimos incluidas en la shortlist: Samanta Schewblin, Gabriela Cabezón Cámara, Mariana Enríquez, y yo. En ese sentido, siento que puede aplicarse lo que Deleuze y Guattari llaman “minor literature” (literatura menor): una literatura escrita en un lenguaje mayor por una minoría. Nuestro lenguaje mayor es el castellano. Nuestra minoría: ser latinoamericanas y ser mujeres. Venimos de los márgenes, escribimos en los márgenes. Estamos del otro lado de la frontera. A pesar de que siempre estuvimos ahí, escribiendo en voz alta para ser escuchadas, durante mucho tiempo no fue suficiente. Hoy en día, el mundo literario nos presta más atención. Hay más libros publicados, reseñas y premios para autoras latinoamericanas. Pero no hay un Boom, no somos un Boom ni una excepción. Tal vez el motivo de este cambio sea que el movimiento feminista logró, entre otras conquistas, un mayor respeto para el trabajo de las mujeres.
Todas nosotras, escritoras latinoamericanas, escribimos sobre distintos temas, de distinto modo, pero como dice Deleuze: “en esta literatura “menor”, la literatura es algo que le importa a la gente (..) tiene lugar a la luz del día (…) absorbe a cualquier como un asunto de vida o muerte”. Y como dice el feminismo: lo personal es político.
«Elena Knows», la versión en inglés del libro de Claudia Piñeiro.
Cuando escribí Elena sabe, lo hice sabiendo que soy parte de esa minoría, la que se escribe, como dice Deleuze, “como un perro cavando un pozo, como una rata cavando su cueva”.
Tal vez, si esta novela transcurriera en los tiempos actuales de feminismo empoderado, tendría que haber tenido en cuenta que hoy hay montones de mujeres sosteniendo las manos de otras mujeres para que nuestros derechos sean respetados. Tal vez ellas podrían haber ayudado a Elena, Rita, o a Isabel. Tal vez, si esta novela transcurriera en estos días pero en los Estados Unidos, yo habría escrito que Isabel se viste de verde y sale a la calle a juntarse con otras mujeres vestidas de verde a gritar con toda su fuerza: “Mi cuerpo, mi decisión”.
Finalmente, y como ya dije, dado que Elena sabediscute la importancia de nuestros cuerpos, no quisiera terminar estas palabras sin señalar un uso de la palabra “cuerpo” que hemos escuchamos a diario últimamente: cuerpos civiles, cuerpos ejecutados, cuerpos quemados, cuerpo apilados, cuerpo torturados, todos ellos, cuerpos muertos. Tengo la esperanza de que, tal como hicimos las mujeres, todas y todos nosotros, quienes creemos en la democracia, en la paz, y en el poder de las palabras para resolver conflictos, hombres, mujeres, personas no binarias, viejos o jóvenes, no importa en el lugar del mundo donde vivamos, nos demos las manos y con la fuerza de nuestra unión podamos poner fin a la locura de la guerra, de toda guerra.