Luis Mateo Díez se define como un “octogenario de salud razonable”; y, desde luego, llegó este martes con mejor salud al Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares (Madrid) que muchos de los últimos premiados. Allí recibió el premio Cervantes 2023, otorgado por el Ministerio de Cultura, galardón cumbre de la literatura en español. Así que, con voz firme y profunda, casi radiofónica, hizo un repaso de su vida, de su carrera literaria, en un discurso puramente libresco sin alusiones a la actualidad. Como cada año, los Reyes presidieron la sobria ceremonia y Felipe VI hizo entrega del premio, colocando la medalla dorada alrededor del cuello del premiado, con todo el Paraninfo en pie en un aplauso sostenido. Un evento al que asistieron otras personalidades como el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el ministro de Cultura, Ernest Urtasun, o la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso.
Tras subir lentamente los escalones hasta la tribuna, el escritor habló largo, y comenzó con el relato de su infancia de posguerra (en estos tiempos, nos dicen, de preguerra), una infancia que “puede destilar un apego de tristeza y desolación, lo que tantas pérdidas suponen entre las familias y los vecindarios”, aunque, siendo niño, la tragedia no llegaba a enturbiar su mundo del todo, “porque la suerte de los afectos se sobreponía a la desgracia de tantas desdichas”. Desde su más profunda niñez quiso Díez, “aunque suene un poco exagerado”, ser escritor, y en la biblioteca de su padre, Florentino, halló a los clásicos, los grecolatinos y los del Siglo de Oro español, que, además de la tradición oral, forma parte del poso de su literatura.
Hizo Díez la inevitable referencia al Quijote: pronto se dio cuenta de que el Caballero de la Triste Figura no era un héroe, sino un “antihéroe”, un “reincidente perdedor”: parte de esa aura quijotesca se transfirió a los personajes de sus novelas, muchos de ellos, precisamente, “héroes del fracaso”. La misma poética del fracaso a la que, un año antes, apelaba en este mismo lugar otro premiado, el poeta venezolano Rafael Cadenas.
Díez, nacido en el pueblo minero de Villablino, en el valle de Laciana, en el último norte de León, es autor de La fuente de la edad, La ruina del cielo, El reino de Celama, Los ancianos siderales, Laciana: cielo y sueño, entre otras muchas obras, forma parte de la Real Academia de la Lengua (RAE) desde 2000. En su haber tiene la particularidad de haber ganado dos veces el Premio de la Crítica y dos veces el Nacional de Narrativa (1986 y 2000), así como el Premio Nacional de las Letras en 2020, entre otros muchos. Con este premiado, el Cervantes, que no se puede ganar dos veces, vuelve a galardonar a un novelista, después de una inopinada racha de cinco poetas: Rafael Cadenas, Cristina Peri Rossi, Francisco Brines, Joan Margarit e Ida Vitale, que recibió el premio en 2018. Díez, incansable rellenador de cuadernos, dice que escribe para vivir, ahora más que nunca.
El premiado ha practicado todos los géneros, y la hibridez es uno de sus rasgos característicos, una hibridez hoy muy contemporánea, pero que Díez ha practicado de manera natural a través de su carrera. “No es de extrañar que la hibridez sea un rasgo sobresaliente a lo largo de su trayectoria: novelas construidas a base de cuentos, ensayos intercalados con relatos o viceversa, fábulas unificadas en un ciclo y narraciones autónomas que agrupadas constituyen un sugerente mosaico narrativo”, señaló Felipe VI en su discurso.
“Contar la vida era mi aspiración”, dijo Díez en su discurso. Sin embargo, no tanto la vida propia como otras vidas: “La verdad es que debiera reconocer una precaria incapacidad para escribir lo que me pasa, lo que en mi existencia sucede, lo que mi biografía propone, nada me interesa menos que yo mismo”. En la naturaleza de la ficción incidió Felipe VI: “La ficción se ha considerado siempre un viaje. Escribir es descubrir, viajar supone mirar y conocer, propone Díez en una de sus historias”. El arquetipo del viaje está fuertemente enraizado en el género de la novela. “Don Quijote viaja, sale al camino a desfacer entuertos en busca de aventuras y quimeras”, recordó el Rey que recuerda Díez.
Escritor, pues, de la imaginación, con fama (y aspecto) de cervantino, de prolífico, de ambicioso, muy querido en el mundillo, hijo de la narración oral leonesa, concretamente de la tradición del filandón: “Escuchar y escribir unían lo que leer u contar tenían de aliciente y acicate”, dijo. Dueño también de un territorio propio, Celama y la Ciudades de Sombra, como el Macondo de García Márquez, como la Comala de Rulfo. Aunque de niño escribía novelitas, que publicaba su hermano Antón, su carrera literaria comienza con su participación en la revista literaria Claraboya, en los años 70. Luego vino esa torrencial producción tanto en novela, como en novela corta, como en relato: Las estaciones provinciales, Los frutos de la niebla, Las lecciones de las cosas, El expediente del náufrago, La cabeza en llamas o Vicisitudes.
Fuente: El País