Si Camila O’Gorman, la joven de 23 años ejecutada en 1848 por tener una relación “prohibida” con el sacerdote tucumano Ladislao Gutiérrez, viviera, se preguntaría, entre otras cuestiones, por qué ese hombre del que se enamoró y con el que se embarazó y huyó hasta que fueron atrapados, encarcelados y fusilados, le dijo, a último momento, que la perdonaba.
“Nos uniremos en el cielo ante Dios. Te perdona y te abraza, tu Gutiérrez”, le escribió él. Como si ella fuese la única responsable. Así lo imagina María Rosa Lojo, que acaba de publicar Así los trata la muerte. Voces desde el cementerio de la Recoleta.
En una mixtura de imaginación y datos reales, Lojo cuenta historias de personas cuyos cuerpos descansan en el tradicional cementerio de Buenos Aires. Aparecen “hijos de” que quieren trascender a sus padres, un jefe de bomberos heroico (“Como un Alberto Crescenti de esta época”, le explica la autora a Viva), un playboy en ruinas y artistas famosos.
Se trata, tal vez, de un libro sobre el anhelo de la libertad: los protagonistas pueden, desde la escritura de Lojo, plantearse su vida con errores y aciertos y hasta retomarla.
Nació en Buenos Aires y y cuenta con una destacada producción literaria y académica. FOTO: Andrés D’Elía
“A su manera, ejercieron su libertad”, opina Lojo desde su vieja casa de Castelar, en el oeste bonaerense. Casa pulcra, con estilo. Casa de infancia, llena de libros y de luz y de aire. Ideal para sobrellevar tiempos de encierro. “Amorosamente actualizada”, cuenta sobre las refacciones que le hizo tras heredarla de sus padres.
Así que cuando no escribe, cuando no lee, trabaja con sus manos en el jardín. “Me gusta este lugar. Es el lugar que amo. El lugar en el que pasé la infancia. Lo valoré enormemente en la pandemia”.
-¿Cómo trata la muerte a los personajes de su nuevo libro?
-Sus vidas dependieron de las opciones que tomaron. Pero, del otro lado, lo que hacen es revisar esas opciones. Se ven enfrentados a sus elecciones y deseos. El caso de Camila es dramático, porque lo que se plantea es qué clase de relación tuvo con Ladislao. ¿Quién puso más? ¿Quién arriesgó más? “Te perdona y te abraza”, le dice él, en la carta final de adiós. ¿Ahora se pone en cura?, piensa ella. ¡Pero si eran compañeros!
El cementerio es clave como condensado y panorama de nuestra historia nacional. Hay famosos y desconocidos no menos interesantes.
María Rosa Lojo, escritora
-Todos hacen relecturas de sus vidas.
–Mariquita Sánchez de Thompson, por ejemplo, sigue enojada con su segundo marido, el francés Mendeville, que la abandonó llena de hijos. Todos los personajes buscaron una forma de realización y felicidad. Algunos derraparon en la autodestrucción y el exceso, como Macoco (Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué). Todos construyen un “más allá” que puede ser un último sueño o una pesadilla. Para eso estamos en la literatura: para fantasear y conjeturar.
-¿Por qué partir del cementerio de la Recoleta?
-El cementerio es clave como condensado y panorama de nuestra historia nacional. Hay famosos y desconocidos no menos interesantes. Ya en 1979, recién casada, con mi marido (Oscar Angel Beuter, ingeniero) fuimos a conocerlo e hicimos varias expediciones fotográficas. Años después se me presentó la oportunidad de escribir sobre el cementerio (Historias ocultas en la Recoleta, junto con Roberto Elissalde como investigador histórico). En ese libro me quedaron historias no resueltas. ¿Por qué no volver a escribir sobre la Recoleta? Y en 2017 se empezó a gestar el nuevo libro. Tras plantearme una serie de personajes, le di una vuelta de tuerca más: la combinación de lo fantástico y lo sobrenatural con lo histórico. Plantearme qué pasaría si…
En el nuevo libro aparecen Lucio V. Mansilla, Victoria Ocampo y Camila O’ Gorman, entre otros personajes históricos.
-¿Qué aprendiste de este libro?
-El ser humano es un ser para la muerte, dice el filósofo Heidegger. La conciencia de la muerte nos humaniza. A medida que envejecemos ese límite se vive de manera más acuciante, más cercano. A mi edad (67 años) la muerte no se piensa del mismo modo que a los treinta. La finitud es un horizonte con el que siempre tenemos que contar porque así lo exige nuestra condición. Eso determina la urgencia de administrar lo mejor posible nuestra vida. En qué gastamos ese poco tiempo que tenemos. Estos personajes me hacen meditar sobre mis elecciones y mi condición humana. Quizás a los lectores les pase lo mismo.
-¿Cómo definirías al libro, más allá de sus historias?
-No es un libro de moral ni de religión. Es un libro literario que plantea imaginativamente el eje de la mortalidad y de lo que hacemos con nuestro tiempo. Como escritora, fue una experiencia muy interesante. Trabajo desde hace mucho, no sólo en mis textos sino en mis cursos como profesora e investigadora, en la enorme variedad y riqueza de la ficción histórica, donde también pueden integrarse de manera fecunda la fantasía, la poesía, el ensayo.
La conciencia de la muerte nos humaniza. A medida que envejecemos ese límite se vive de manera más acuciante, más cercano.
María Rosa Lojo, escritora
-¿Por qué personajes con vidas o finales trágicos?
-Los personajes trágicos siempre nos conmueven. Siento una gran empatía personal con ellos y ellas, muchas veces víctimas de ideas o concepciones históricas que los ponen en una tremenda desventaja. Frente a las mujeres tengo un profundo agradecimiento. Algunas dieron ejemplo de valor al exponerse a todo por aquello en lo que creían. Fueron pioneras que nos allanaron el camino. Entonces las homenajeo y les agradezco su existencia. Gracias a ellas podemos reconocer una tradición literaria de creadoras como Eduarda Mansilla o Victoria Ocampo, y tenemos una base sobre la cual se afirma la igualdad de derechos que pedimos hoy.
-¿Qué significan la escritura y la lectura para vos?
-Significan intensidad de vida. Y apertura de vida, porque desde cada libro nos asomamos a otros mundos, a los múltiples problemas que plantea la realidad. Gracias a autores y autoras que nos abren ventanas hacia otros tiempos y espacios podemos ampliar nuestra visión. Además produce un inmenso placer el volver a libros que consideramos buenos o que nos gustan. La escritura y la lectura son experiencias de gozo, de descubrimiento poético, de ensanchamiento del ser. Te amplían el ser. Te dan la posibilidad de transportarte a cualquier lado.
Lojo escribe en su casa de Castelar. FOTO: Andrés D’ Elía
-Sé que estás adaptada a la lectura digital.
-Leo de las dos maneras. Tengo un lector de PDF: una biblioteca ambulante de increíble capacidad que ya usaba antes de la pandemia en mis muchos viajes. Sigo leyendo en papel porque me encanta el libro como objeto, el arte de tapa, el olor de las hojas. Pero con la pandemia me habitué aún más a las bibliotecas digitales y sus recursos. Todo suma. No soy fundamentalista del libro de papel.
-¿Cómo atravesaste la cuarentena?
-Terminé de escribir este libro y terminé otro de relatos, que se publicará el año próximo. También otro de poesía. Di un curso de ficción histórica para España. Y aproveché para revisar mucho de lo que hice como escritora y docente. Descubrí autores que me recomendaron y que no había leído. Entre ellos, las extraordinarias Lucía Berlin y Delphine De Vigan. Las tenía en agenda y por el vértigo habitual nunca las leía. Releí Guerra y paz, de Tolstoi, y a Virginia Woolf. Mi problema es cómo dividir mi día: peloteo permanentemente entre leer, escribir, cumplir con otros compromisos y vivir con mi familia.
La patria de la lectura
Nacida el 13 de febrero de 1954 en Buenos Aires, Lojo es una escritora con una vasta producción literaria que va de la poesía a la novela, el cuento y el ensayo. La historia argentina es uno de sus intereses. “Soy hija de españoles. Mi papá se exilió acá luego de la Guerra Civil con el objetivo de regresar cuando todo pasara”, cuenta.
Y agrega: “No tengo tradición argentina. En la adolescencia me sentía en un lugar de tránsito porque la idea era volver. Pero mis padres murieron sin lograrlo”.
En su casa no faltaban libros –su madre era muy lectora–, pero a los autores argentinos que la marcaron los conoció en la escuela. Ese vaivén entre dos orillas la hizo sentirse en ambos países.
En su hogar nunca faltaron libros. Su madre era muy lectora. FOTO: Lucía Merle
“La patria fue una hija a construir. Mi patria la hice leyendo historia, viajando al interior, haciendo el camino de (Lucio) Mansilla hacia los ranqueles”, ejemplifica.También habla de dos países. Uno es la Argentina como tal: “Siempre es un país sin resolver. Un país problema”, sintetiza. Su otro país es el de la infancia: “Rilke decía que el país de un ser humano es su infancia. Y mi infancia la recuerdo muy bien, como un buen lugar al que volver. Un lugar que disfruté”.
-¿Cómo se compone tu familia?
-En casa vivimos con mi marido, Oscar, y nuestro hijo menor, Federico, informático (los otros son Alfonso,–músico– y Leonor –artista plástica–). Cumplimos un récord: nos casamos en el ‘78 y seguimos casados, enamorados. Con discusiones, pero convencidos de estar juntos. Rescato que en la relación uno potencia la libertad del otro, nos dejamos vivir, nos dejamos crecer cada uno en sus vocaciones y pasiones. Siendo personas de profesión y formación muy distinta, tenemos consensos. Creamos una familia con hijos que son libres también.
-Volviendo a Así los trata la muerte, me gustaría saber si alguno de los personajes, en algún punto, te dijo algo, o te dio una señal…
-Te voy a contestar con algo que creo o que siento. Estoy convencida de que el tiempo no para de girar, que da vueltas sobre sí mismo. No hay compartimientos estancos: todo se mezcla. Creo que no existe un corte entre el mundo de los vivos y el de los muertos. La literatura restablece siempre esa continuidad. Puedo dialogar con Sófocles, con Víctor Hugo, con Jane Austen. Todos tienen cosas para decirnos. Circulamos en un espacio misterioso y multidimensional que sólo vemos a medias. Algunos se relacionan con ese espacio más desde la fantasía; otros, desde la fe.
-¿Qué te gustaría que les pasara a los lectores de tus libros?
-Apunto a que disfruten, poniendo en juego sus habilidades y capacidades. No me gustan los libros que llevan a la gente por caminos trillados sino aquellos que abren horizontes diferentes. Quiero que el lector no salga igual. Los libros que más me gustaron y que recuerdo son los que me hicieron cambiar la perspectiva. Creo que ese es el efecto fundamental del arte: derribar lo que dabas por supuesto y hacerte pensar y sentir las cosas desde otro ángulo.
Fuente: Clarín