Lo hizo dentro de un personalísimo plan de publicaciones que se concreta ahora con el título de «Cuentos completos» y a lo largo de 800 páginas despliega el mapa de las relaciones conjeturales entre vida y ficción que atravesaron su obra y sus días.
Escritor, crítico, profesor y sobre todo lector, Piglia (Adrogué, 1941-Buenos Aires, 2017) dice en la nota fechada en abril de 2016 que acompaña esta edición de Anagrama que en varias de sus novelas ha incorporado relatos y que decidió incluirlos en este libro porque su idea del cuento ha ido cambiando con los años. De esta manera, relata que empezó escribiendo cuentos de 5000 palabras pero después se encontró buscando formas en las que los procedimientos fueran más abiertos.
La concreción de este trabajo, que llevó adelante pese a los efectos de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA) que le fue diagnosticada en 2014, tuvo dos aliadas: Beba Eguía, su mujer, que se ocupó de facilitar los medios para garantizar la continuidad de su escritura través de Tobii -un hardware que permite escribir con la mirada- y Luisa Fernández, quien leyó con él, escuchó y transcribió los dictados de Piglia.
«La vida y la obra en el caso de Piglia vienen juntas. No sólo desde la enfermedad, sino desde aquella noche en que se sentó a escribir un diario en medio de la mudanza. ‘Nos vamos pasado mañana’ se lee en el diario. Su obra es el registro de hasta dónde puede llegar un hombre siendo fiel a su estilo, a su deseo que es la literatura. Una decisión que tomó a los 17 años y que configuró su mundo, su modo de vivir y que reivindicó hasta el día de su muerte: vivir para escribir, escribir para vivir», cuenta Fernández desde México, país que dejó para instalarse en la Argentina a cursar una maestría cuando conoció al autor de «Plata quemada».
La idea de reunir los cuentos, dice Fernández, fue para Piglia «la posibilidad de tener un registro de las variaciones, pero también de aquello que se repite como manía, o mejor como gesto» y reconoce estar «muy entusiasmada con esta edición porque, leída con los otros trabajos de crítica, lo que encontramos es un modo de leer, el registro de cómo un sujeto llega a ser un escritor y cómo va dejando núcleos narrativos que permiten al lector imaginar otras historias».
Guillermo Schavelzon, que se define como su agente literario y su amigo, firma un texto al final del libro en el que habla de las «instrucciones para el futuro» que dejó el escritor acerca de qué obras dejaba terminadas y en qué orden debían ir publicándose: el tercer volumen de «Los diarios de Emilio Renzi», «Un día en la vida»; la edición corregida y ampliada de sus conversaciones con Juan José Saer, «Por un relato futuro»; el volumen de cuentos policiales «Los casos del comisario Croce»; y esta recopilación.
«Piglia trabajó con total lucidez hasta el último día, expresándose con mucho esfuerzo y paciencia a través del Tobii, el programa de escritura visual que Beba, su mujer, había podido conseguir en Chile, porque en Argentina no se vendía. Ricardo miraba fijo una letra, y esta aparecía en pantalla. Una palabra, un párrafo, era un esfuerzo agotador, pero él estaba sentado frente a la pantalla diez horas por día. Así iba haciendo correcciones e indicaciones a lo que su asistente, Luisa Fernandez («su musa mexicana», dice en los diarios) le iba leyendo», repasa Schavelzon desde Barcelona.
El crítico, editor y poeta Guillermo Saavedra dice que su primer encuentro con el universo de Piglia fue al leer su novela «Respiración artificial». Años más tarde recuerda un café inicial que inauguró un vínculo de amistad. Considera que su obra «se caracteriza por haber desplegado una y otra vez ciertas preocupaciones básicas: ¿qué significa narrar? ¿qué tienen de diferentes la narración literaria y los actos narrativos que todos llevamos a cabo en la vida? ¿qué relación guarda la literatura con otras esferas de la cultura y de la vida política y social?».
«Piglia ha ido dando diferentes respuestas, tanto en sus ficciones como en sus no menos relevantes ensayos y entrevistas. Y lo más admirable es que esas respuestas han sido siempre provisorias, conjeturales, porque tenía plena conciencia de que cancelar esos asuntos con respuestas definitivas habría sido equivalente a cancelar la literatura misma», explica.
Para Saavedra, «el estilo -ese rasgo distintivo y a la vez inasible de todo escritor que, en más de una ocasión, Piglia prefirió denominar ‘el tono’ o ‘la voz’- era una preocupación tangencial pero, al mismo tiempo, central de su trabajo literario» y afirma que «no es el mismo en sus novelas que en sus cuentos. En las novelas, el estilo es el resultado de múltiples operaciones, de cruces entre diversos registros y distintas voces, llegando a crear, en el caso de ‘La ciudad ausente’, una estructura en abismo donde el aparato ficcional atribuida a una realidad ‘exterior’ y la máquina narrativa intrínseca a la novela se confunden hasta el vértigo».
En cambio apunta que «en sus cuentos, el estilo surge de una economía extrema en la forma de narrar, de una suerte de ética de la discreción que tiene como modelos a grandes maestros del género como Chéjov, Hemingway y Onetti. Es un permanente ejercicio de la omisión, de la elipsis, un trabajo sutil de ocultamiento de lo esencial que, paradójicamente, al sernos retaceado, acaba por brillar por su perfecta ausencia», manifiesta.
«La lectura de sus cuentos, recorridos por algunos de los grandes asuntos que caracterizan la obra de Roberto Arlt, que Piglia analizó como nadie -la delación, la traición, el acto gratuito, la conspiración-, nos produce simultáneamente fascinación y perplejidad. Porque la causalidad última, la explicación de lo que se ha narrado, se resiste a hacerse visible. En este sentido, es también heredero de las ejemplares reflexiones de Benjamin sobre el relato, incluidas en su célebre ensayo ‘El narrador’: hay relato, no para explicar un hecho, sino para exponer la inquietante evidencia de su inexplicabilidad», analiza.
La socióloga y ensayista María Pia López trabajó con el escritor en la preparación de las clases que dictó en la Televisión Pública, «Borges por Piglia» y «Escenas de la novela argentina», y destaca sus diarios como su gran obra porque es donde «buscaba en ese ejercicio de la ficción la capacidad de tomar todos registros, todos los géneros y todas las inteligencias (la sensible, la de la crítica) para construir y buscar algo del orden de la perfección cuentística. Él construye narraciones todo el tiempo, pequeñas narraciones, pequeñas piezas que va incrustando y ese es su estilo, el ir a buscar todo y al mismo tiempo condensarlo en forma de narración».
La ex directora del Museo del Libro y de la Lengua sostiene que en sus diarios construye algo que siempre la conmovió de su crítica que es «la capacidad de intervenir las hipótesis críticas relatando cuentos al interior de ellas» y ejemplifica: «Uno puede leer ‘El último lector’ y ver que es una colección de cuentos. Digo esto porque no se pueden clasificar los cuadernos o memorias pero son ficciones, ejercicios de la crítica y reflexiones políticas. Tienen una edad de escritura difícil de situar porque están escritos en su momento pero también están escritos en el momento en que están releídos y seleccionados y repensados por Ricardo en los últimos años o sea que ese género imposible».
«Diría que son una novela construida con todos estos afluentes que nos obliga a pensar la singularidad del estatuto de la ficción en Ricardo», expresa.
En esa línea, Schavelzon asevera que «Piglia hacía ficción con sus ensayos, y ensayos en su ficción, lo que incluía lo que parecía ser autobiográfico» y señala que «todo el mundo dice que Emilio Renzi es su segundo nombre y su segundo apellido, cuando no es así. Renzi es un homenaje y un reconocimiento a su abuelo, cuya importancia destaca en el tomo uno de los Diarios».
Para el histórico agente, «de la misma manera, fecha treinta años comentarios sobre la enfermedad, que obviamente corresponden a la última etapa de su vida. Yo diría, usando términos muy poco académicos, que esa es la magia de la obra de Ricardo Piglia».
Esta edición, que reúne desde «Los casos del comisario Croce» hasta las narraciones de «Prisión perpetua» y los textos de «Cuentos morales», permite leer a Ricardo Emilio Piglia Renzi desde su pasión por el arte de la narrar como una forma de invención que permite advertir la contingencia de la vida.