En el prólogo que escribió en 1944 para una edición en Emecé de De la consolación por la filosofía , Leopoldo Marechal que, a pesar de que ciertas conclusiones lo acercan a los estoicos, la «exaltada cuerda de Platón resuena demasiado en Boecio». La cita viene a cuento porque fue muy tarde -tan tarde que ese día parece ni haber llegado todavía, medio siglo después de la muerte del escritor- cuando se llegó a escuchar cuál era esa exaltada cuerda que resuena demasiado en Marechal. Faltaban cuatro años para que saliera a la luz Adán Buenosayres , y esa publicación, en lugar de hacerla audible, terminó de apagarla: la cuerda estaba ahí, pero nadie parecía escucharla.
Tras la aventura vanguardista de la revista Martín Fierro , Marechal guardó silencio hasta lo poemas de Laberinto de amor (1936), un libro que admite leerse al alimón conEl buque , de su camarada Martinfierrista Francisco Luis Bernárdez, y esto no solamente porque llevan el sello de la editorial Sur. Ya en su estudio La realidad y los papeles , César Fernández Moreno no había pasado por el alto que el asunto de los dos era «sustancialmente el mismo»: «el abandono de los amores del mundo por el amor de Dios». Lo dicen los versos: «Como la vez primera,/ fiel a su movimiento gira el alma y espera;// y su sabiduría de paloma reclama/ detrás de los llamados al solo Amor que llama,/ al solo Amor delante del cual va la hermosura/ como la voz delante del Rey que la murmura».
La aventura vanguardista era cosa del pasado. Como en el caso de Bernárdez, la abjuración de la vanguardia no fue una simple abjuración, y esto porque para ellos la vanguardia no fue jamás promesa ni cumplimiento sino, apenas, una estación en la conquista de un estilo del que, en realidad, estaban ya en plena posesión. La dedicatoria del Adán (los «camaradas Martinfierristas», precisamente) tendrá su respuesta en otro pasaje del propio Marechal, en la que queda claro que las agrupaciones de vanguardia se fundan en acuerdos muy circunstanciales: «.qué tramposo resultaría el poeta si, escamoteándose a las empresas íntimas de su alma, se entregase al vano ejercicio de las palabras en libertad, como si jugara con vidrios de colores; y supón hasta dónde llegaría el malentendido si ese juego se constituyese en una Estética», escribe en Cuaderno de navegación . Realmente, el Adán, como más explícitamente en las aventuras muy posteriores de El banquete de Severo Arcángelo , son una empresa íntima del alma. «Lo que nos interesa -se lee en El banquete… – no es la sucesión temporal, sino la sucesión ‘ontológica’ que se dio en los humanos, hasta convertir a un Hombre de Oro en un Hombre de Chatarra». Nadie advirtió esa particularidad, ni siquiera Julio Cortázar en un temprana y solitaria reseña del Adán .
En cambio, las menciones de James Joyce y su Ulises proliferaron. El año de la muerte de Joyce (1941) y el día del cumpleaños de él (2 de febrero) Marechal publicó en LA NACION un artículo en el que señalaba que «alguien podrá decir algún día cómo Joyce acertó la naturaleza de su laberinto, y cómo extravió los medios de su evasión al confiarla solo a las frágiles plumas de Ícaro». Las cercanías anecdóticas no bastan para disimular la oposición. En Marechal. Palabra trascendente y plenitud se sentido , un estudio que con los de Graciela Maturo es crucial para leer a Marechal aquí y ahora, Pedro Luis Barcia explica de un modo terminante la diferencia: Leopold Bloom viaja hacia la dispersión, la atomización; Adán viaja hacia la unidad. [.] Hay una desacralización, una secularización creciente en todo cuando toca Joyce; en tanto, Marechal busca que todo se re-ligue, se reentronque en una base sacra».
No es el único malentendido por el que Marechal es leído a medias o ignorado en absoluto. Después, además, estuvo la política. Los liberales (viejos Martinfierristas o no) no lo leyeron por peronista y por cristiano, y ya ni hablemos después de la aparición de Megafón o la guerra . Los peronistas de estos días, como algunos de antes, se hicieron un Marechal a la medida de su nacionalismo para tener un enclave prestigioso que poner enfrente de los liberales. Decía Marechal, y es una frase famosa, que del laberinto se sale por arriba. No es otra la «exaltada cuerda» de ese ascenso por la belleza: hay que acercar el oído a la página.
Fuente: Pablo Gianera, La Nación