Adriana Lerman tuvo que recurrir a más de 100 documentos para descubrir quién había sido su abuelo, Shlomo Lerman, antes de llegar a la Argentina.
Sobrevivir duele, pero duele aún más ser quien logró vivir para contarlo y, sin embargo, no poder hacerlo.
El abuelo de Adriana enterró su pasado tras los muros que él mismo construyó para poder seguir viviendo, porque el dolor era demasiado grande. Se había salvado del Holocausto, escapando de la Europa dominada por el nazismo, mientras su familia fue asesinada en el campo de concentración de Treblinka.
Adriana Lerman tuvo que derrumbar esos muros para descubrir lo que su abuelo había vivido.
En 2002, tras el fallecimiento de Shlomo, su hijo Natalio (padre de Adriana) encontró entre sus pertenencias una carpeta repleta de documentos escritos en hebreo, idish, francés y polaco. Esos papeles fueron el punto de partida de una minuciosa investigación de dos años que Adriana realizó con la ayuda de su padre, que se convirtió en un libro “El dolor de estar vivo” (Ed.El Ateneo)
La autora descubrió la dolorosa travesía de su querido abuelo, aquel joven judío nacido en Polonia, víctima de ataques antisemitas, que enfrentó un mundo hostil y lleno de trabas debido a las restricciones a la inmigración judía. “El que mira hacia otro lado es cómplice”, señala Adriana, “en mi libro evidencio la indiferencia de un mundo que vio venir la tormenta y prefirió no actuar”.
También descubrió la lucha de su abuelo, tras la guerra, para intentar encontrar algún sobreviviente de su familia.
Adriana siente que se convirtió en la voz de su abuelo, al narrar la historia en primera persona y reivindicar a su familia. “Hoy puedo decir que mi abuelo, a través de mi libro, finalmente logró vivir para contarlo”, concluye.