En Zona de Clivaje, una de las novelas más importantes de Liliana Heker, hay una mujer intelectual, escritora, que en su cabeza tiene muy claro lo que quiere, y sin embargo “hay algo de su cuerpo que va para otro lado”. De esto y de los mandatos sociales, el deseo y la presencia del cuerpo en el lenguaje habla Verónica Boix.
El motivo es el lanzamiento de La estrategia de la rana, última novela de Boix, que fue editada por Tusquets y que además de Heker, podría emparentarse con la premisa de Ana Karenina y de Madame Bovary: la mujer infiel que desafía los mandatos de su época. ¿Desafía los mandatos de su época para ser infiel? ¿O la infidelidad es una forma de rebelarse contra los mandatos?
El escritor Pablo Ramos dice en una entrevista que “la felicidad es insoportable”, porque es “eso que no sé qué soy, encorsetado en eso que no sé qué es”. Algo similar podría decirse de Lena, la protagonista de La estrategia de la rana: es profesora y está casada con León, un hombre organizado y cariñoso a su manera, y tienen dos hijas.
Verónica Boix habló de mandatos familiares en su última novela.
Viven bien, no les falta nada, tampoco se habla de una infelicidad. Y sin embargo, las clases de pintura con Santiago remueven algo vinculado al deseo irracional, fuera de todo plan. La pintura es contacto físico, es cuerpo, es trabajo con las manos: “El tacto no miente, te presenta lo real sin mediación de la cabeza”, dice Santiago, el profesor, y en la misma tónica aconseja: “Hay que ser irrespetuosa con las formas”. ¿Cómo no ver en el arte, bajo la figura de Santiago, un camino hacia la liberación?
“Todavía en la generación de ella hay un mandato muy fuerte que ni siquiera se vive como mandato, sino que se vive como deseo, de casarse, tener hijos, formar una familia”, dice la autora de Libertad bajo palabras (Letras del Sur), mientras toma un sorbo de café. “Yo le digo mandato, pero también le podría decir ganas, deseo. Lo que pasa es que ¿cuánto tiene de deseo personal y cuánto tiene de aspiración social?”.
-¿Cómo surgió la idea de esta novela?
-Más que una idea, uno tiene una imagen. Hay un montón de lo que escribo que parte de una imagen y voy siguiendo como algo medio intuitivo. Y en esta novela me pasó algo muy lindo: en determinado momento los personajes hacían cosas que yo no sabía que iban a hacer. Venía escribiendo, por ejemplo, cuando Lena va con su mamá a Madryn. Y yo tenía planeado una cosa que iba a pasar en Madryn, pero Lena estaciona el auto en la puerta de la casa de Gracia, y la madre abre la puerta y se va corriendo. Y yo dije, ¿ahora dónde se fue? No me pasa siempre, yo suelo controlar bastante más cuando escribo. Y en esta muchas veces se me fue. Se fueron los personajes, cobraron vida esta vez.
-¿Te gustó que los personajes se salieran de control? ¿Lo viste como algo bueno?
-Me encantó. Porque entonces tiene giros en donde siento que Lena es un personaje que cobra vida por sí misma, que ya no depende de mi lado más racional, depende de otra cosa. Y eso me encantó. La imagen fue de una mujer toda llena de plumas que iba caminando por una calle desierta con todas las ventanas cerradas. Y a medida que ella caminaba había mucho viento, las plumas se empezaban a desprender. Pero la mujer no se quedaba desnuda, sino que se iba deshaciendo. Parece que no tiene nada que ver con la historia, pero sí, porque en definitiva esa imagen es lo que alimenta a Lena, de alguna manera. En esa imagen hay algo que ella ve de sí misma y no puede verlo en el mundo real.
-Hay algo quijotesco en Lena: su realidad es una vida burguesa, familia con hijos, marido, no le falta nada. Pero siente que hay algo que la atrae del arte, y eso se canaliza en Santiago, su profesor. En realidad a ella le pasa algo más grande que la obsesión con Santiago y va hacia ese lugar imaginario, ¿no?
-No lo había pensado desde El Quijote, está bueno. Si para el Quijote son los libros de caballería, para ella es el arte y todo lo que despierta ese mundo de imágenes. Y sobre todo hay algo del tacto para mí que la conecta. Y por eso creo que sí, que Santiago es simplemente un medio en donde ella va recuperando el tacto. El tacto en cuanto a la materialidad de los colores. Porque no es solo lo que ve, sino también la carbonilla en las manos, el óleo, el peso que tiene esa pintura en lo que va a ser. Creo que es quijotesca en el sentido de que es a través del arte o a través de su imaginario que ella se da cuenta que su vida está en blanco y negro. Que por mucho que tenga todo lo que se debería tener, hay algo que le falta. Hay algo dentro de ella que está todo el tiempo pugnando por salir.
-Se habla de que ella vuelve a la pintura, de que recupera una práctica que en su juventud había tenido. ¿Hay algo como volver a sentirse joven también?
-Creo que más que volver a sentirse joven se trata de recuperar la pasión que perdió en el medio. Volver a ese deseo que tuvo en juventud y que fue llevándolo hacia otros lugares. En la generación de ella hay un mandato muy fuerte que ni siquiera se vive como mandato, sino que se vive como deseo: casarse, tener hijos, tener una familia. Ella de alguna manera posterga o elige otra cosa y de golpe hay un momento en donde eso que dejó atrás vuelve. Necesita otra vez eso que había postergado o suprimido.
El sexo, pero sobre todo el deseo, en el medio de la trama de «La estrategia de la rana». (Getty Images)
-El profesor le dice a Lena: “Hay que ser irrespetuosos con las formas”. Varios escritores, entre ellos Rachel Cusk y Fabián Casas, dicen que una técnica que sirve para escribir sirve también para vivir. ¿Es así?
-Totalmente. Esa frase se la hice decir a Santiago porque ellos están hablando de lo que Lena tiene que hacer con sus cuadros, pero en realidad ella se está debatiendo entre qué hacer con todas esas formas que tiene construidas. Y no solo eso: a lo largo de la novela muchas veces aparece, o traté de que apareciera por lo menos, esta idea de que las cosas se rompen pero en realidad es a través del arte que las podemos armar de otra manera, que hay algo transformador en el arte y nos permite resignificar algunas cosas. Hay un momento en donde León le corta le corta la ropa y ella no sabe qué hacer, hasta que con esa ropa termina creando algo. Hay un diálogo entre la experiencia y el arte, y traté de que eso se volviera la materia de la narración.
-En tu escritura hay algo muy corporal, se apela al sentido del tacto. ¿Cómo se llevan en vos el cuerpo y la palabra? ¿Hay una disputa?
-Para mí no hay disputa entre cuerpo y palabra, la palabra es lo que tiene que atravesar el cuerpo porque yo escribo desde un cuerpo y le escribo a un cuerpo, en el sentido de que el que lee también tiene un cuerpo, y si bien lee y es verdad que lo que lee es palabras, si esas palabras no lo atraviesan en el cuerpo y no hay algo de su cuerpo que esté comprometido en lo que está leyendo, la obra termina siendo algo puramente intelectual, y a mí me gusta esa literatura en donde vos terminás experimentando lo que leés. Por ejemplo, cuando escribo que Santiago le toca a Lena la clavícula, yo quiero que el lector sienta que le tocan la clavícula, para mí es súper importante cuando escribo que haya una experiencia en la lectura, y no solamente un ejercicio intelectual. Me gusta que se involucre el cuerpo del lector en lo que se va leyendo.
-Y el deseo, que es uno de los grandes temas de la novela, siempre es corporal, ¿no? Frente a lo que uno dice que desea, el cuerpo te puede llevar en otra dirección.
-Justamente, para mí el deseo que no es corporal es el deseo que enunciamos, y el tema es: ¿el deseo que enunciamos es el deseo que verdaderamente sentimos? ¿O es lo que nos gustaría sentir, lo que aspiramos a sentir, lo que se pretende de nosotros que deseemos? Parece fácil, pero no es tan simple. ¿Viste estos slogans tipo new age que hay ahora? “Tenés que ir hacia tu deseo, soltá todo y andá hacia tu deseo”. Buenísimo, pero ¿cuál es mi deseo? Hay muchas cosas que nos parece que queremos y que en realidad solamente son lo que deberíamos hacer para estar bien, ¿no? Uno no puede poner siempre en palabras lo que desea, no es tan fácil.
«Ana Karenina», una inspiración para Boix.
-Un personaje clave es León, el marido. Todas las veces que podría haber cometido errores no los comete, podría haber sido un hombre violento y entonces la novela sería una denuncia contra el patriarcado, pero no. ¿Fue algo que tuviste en mente?
-Sí, lo tenía muy en mente, leí un montón de historias de infidelidades, desde las clásicas Ana Karenina y Madame Bovary hasta más modernas como Una historia más verdadera, de Inés Garland. Lo que siempre me parecía de esas historias es que las decisiones eran fáciles: “¿Para qué te quedás ahí? Ya está, seguí”. Pero la vida real no es tan simple, ¿cómo mostrar la complejidad de una decisión así en la vida real? ¿Cómo mostrar la cantidad de factores que intervienen?
-¿Y qué más pensaste en relación con esto?
-Las personas somos ambiguas, contradictorias, las decisiones que tomamos no están basadas en una lista racional de pros y contras. ¿Cómo mostrar eso en esta relación de ellos tres? La forma que tenía era construyendo primero un personaje fuerte, alguien que supiera qué decidir, qué hacer, y del otro lado a alguien que tocara la fibra más íntima de Lena, porque eso es lo que hace Santiago más allá de que es el típico seductor. Me interesaba ponerla en un lugar así. de esa complejidad o de esa incomodidad.
-Es muy difícil escribir escenas sexuales, y en la novela hay muchas y con detalles. ¿Cómo te llevaste con esa parte?
–Me encanta escribir escenas sexuales porque ahí es donde el lenguaje se debate de una manera muy íntima. Todos tenemos distinto umbral de qué nos erotiza y qué no, a algunos les gusta hablar mientras tienen relaciones sexuales, algunos insultan, otros son mudos. Lo mismo pasa cuando leemos: hay personas que se erotizan con escenas casi pornográficas y hay quienes quieren que aparezca el misterio. Lo que empecé a ver es que tenemos escenas sexuales muy visuales, sobre todo en el cine, pero no puedo encontrar cuánto de nosotros está involucrado en un encuentro íntimo con el otro, las emociones, lo que pensamos, lo que se mueve interiormente; son cosas que el cine y las series no son capaces de mostrar. En la literatura sí se puede mostrar. El sexo es algo de lo que hablamos todo el tiempo, en forma de bromas, de seducción, y sin embargo en la literatura es algo difícil de abordar.
“La estrategia de la rana” (fragmento)
Las nenas duermen. Cierro la puerta de su cuarto para que no me escuchen. Acomodo el atril en el escritorio y sé que a esta hora yo tendría que ir a dormir también, mañana doy clases temprano. Pero no puedo dejar las formas indefinidas, esa mujer sobre el blanco de la tela, colgada en el aire. ¿Cómo voy a dejarla así? Todavía es y no es al mismo tiempo. Quiero que sea. Y no, no debería justo ahora ponerme a dibujar.
Andá a dormir, Lena. Y eso que antes de volver a pintar había imaginado que ya no iba a acordarme. Diez años sin pintar. Tampoco imaginé que en ese galpón podía funcionar un taller. Pero sentí el olor de la trementina y tuve que entrar a ver, de curiosa. Recorrí despacio los atriles, miré lo que hacían, solo para sentir los olores, la trementina, el óleo. No me había dado cuenta de todo lo que extrañaba eso. A León le dije que era para tener tiempo para mí; no era del todo mentira; lo que de verdad necesitaba era volver a pintar.
Fuente: Pablo Nardi, Infobae.