En el año 2013, el sello Peña Lillo Ediciones Continente tuvo la feliz idea de reeditar varias de las obras de Jorge Abelardo Ramos (1921-1994), en particular su libro más difundido: Revolución y contrarrevolución en la Argentina, una historia nacional en 5 volúmenes.
Esta reedición fue una iniciativa de intelectuales alineados con el kirchnerismo. En el prólogo del 5° volumen –La era del Peronismo (1943-1976)-, Ernesto Laclau, que compartió varios años de militancia con Jorge Abelardo Ramos, afirma que en la Argentina hay “un resurgimiento del interés en su obra y un reconocimiento (tardío) de su significación”.
Algo similar sostiene Enzo Regali -autor de Abelardo Ramos. La izquierda nacional y la nación latinoamericana y de la reseña que se publica hoy en Infobae-, para quien “es imposible negar que los juicios sobre la realidad de su tiempo y la historia forman parte del actual debate político-intelectual en América Latina”.
Algunos de los títulos reeditados por Peña Lillo en 2013. El primero, La Era del Peronismo, está prologado por Ernesto Laclau
Para Laclau, Ramos fue “el pensador político argentino de mayor envergadura que el país haya producido en la segunda mitad del siglo XX”. “Leer a Ramos es un imperativo para todos aquellos que quieran construir un discurso político concorde con las experiencias políticas actuales”; afirma.
Un consejo interesante, pero que parece haber caído en saco roto, a juzgar tanto por el relato setentista promovido desde el kirchnerismo como por la promoción de iniciativas culturales como el indigenismo y los ataques a la figura de Roca, por los que Ramos los habría llamado “idiotas útiles”.
En vísperas del 500 aniversario del 12 de octubre de 1492, Ramos escribió: “El imperialismo está extendiendo en América Latina un nuevo motivo de división. Con motivo del comienzo de la celebración del V Centenario del Descubrimiento de América, se han multiplicado las manifestaciones, ingenuas a veces, pérfidas otras, de repudio a la España de la Conquista y a la evangelización. Por el contrario se glorifica a las razas indígenas… Muy noble resulta la tesis de la defensa de los indios. Pero muy sospechoso es el origen. Pues separar a las masas indígenas o negras de las criollas o blancas de la actual Nación Latinoamericana es acentuar las condiciones de esclavización general y de la balcanización hasta hoy lograda. Se trata –y he aquí el servicio que rinden una vez más la ‘izquierda’ y los ‘progresistas’ al imperialismo-, de separar a las etnias, después de haber separado a las clases y a los Estados del magno proyecto bolivariano. Es una campaña contra la Nación latinoamericana”.
Ramos condenó duramente el indigenismo, que para él representaba una nueva iniciativa para la balcanización y la fragmentación de los países latinoamericanos
Otros tres volúmenes de Revolución y Contrarrevolución están prologados por intelectuales kirchneristas: Pacho O’Donnell introduce el 1°, Las masas y las lanzas, Horacio González, el 3°, La bella época, y Hernán Brienza, el 4°, La factoría pampeana. Casualidad o no, únicamente el volumen 2, Del Patriciado a la Oligarquía, dedicado entre otros temas al roquismo, no tiene prólogo. Sin embargo Brienza, en su introducción al volumen 4, destaca que “quizás la principal novedad del libro consista en la revalorización que hace de Julio Argentino Roca y su rol de modernizador del Estado Argentino”.
Sería interesante entonces que los intelectuales kirchneristas hagan el nexo necesario entre este legado de Ramos y algunas de las pérfidas políticas culturales actuales, para que, quienes las promueven ingenuamente, sepan de qué se trata. Para ello, nada como leer o releer al “Colorado” Ramos, como aconsejaba Laclau, fallecido en 2014.
Una lectura en profundidad por parte de una militancia que hoy hace gala de su débil formación y sobre todo de la discontinuidad respecto de la tradición política en la cual dice inscribirse; porque más allá de las apelaciones a la Memoria -con mayúsculas-, prevalece hoy un relato que desconoce y deforma el pasado. Un maniqueísmo precario que no da cuenta de la complejidad de los procesos y que por lo tanto priva a sus cultores de herramientas críticas en el presente, convirtiéndolos en masa de maniobra de políticas contrarias a los intereses que dicen defender.
El escritor será homenajeado este 23 de enero, al cumplirse los cien años de su nacimiento en 1921
O los prologuistas no leyeron bien a Ramos o prefirieron refugiarse en un silencio cómodo frente a manifestaciones culturales contrarias a esa tradición historiográfica como la iconoclasia antirroquista o la aceptación de la leyenda negra de la conquista española que llevó al aberrante desplazamiento del monumento a Cristóbal Colón en paralelo con la entronización de la imagen del Che en la Casa de Gobierno.
La Unasur, en la cual algunos creen reconocer la concreción de la “Patria Grande” que anhelaba Ramos, además de ser una sigla más formal que real, se creó en detrimento del Mercosur, una política de Estado que sí había dado frutos bien concretos. De hecho, buena parte de la motivación del autor de Revolución y contrarrevolución para acercarse al gobierno de Carlos Menem -de quien fue embajador en México- fue el entusiasmo ante la construcción del Mercosur, como señala Enzo Regali en su reseña.
UN AUTOR ORIGINAL Y ECLÉCTICO
“Si el discurso de Ramos no quedó entrampado en el cosmopolitismo abstracto del trotskismo -dice Ernesto Laclau, en el prólogo al libro de Regali-, fue porque se insertó en otra tradición ideológico-discursiva: la del nacionalismo popular latinoamericano. (…) Con él se rompe el cordón umbilical que mantenía atada a la izquierda al imaginario histórico del liberalismo oligárquico”.
Ramos perteneció a la corriente que él mismo llamó izquierda nacional y en la cual también se inscribieron Arturo Jauretche, Juan José Hernández Arregui y Rodolfo Puiggros. Entre los tópicos en debate estaban la “cuestión nacional”, la unidad latinoamericana y el imperialismo. Como ya se dijo, el “Colorado” fue un gran explicitador de la estrategia fragmentaria y balcanizadora del imperialismo británico durante la descolonización americana, y que tiene una continuidad cultural hasta el presente. Pero no fue un revisionista clásico: la figura de Rosas no lo entusiasmó.
El primer volumen de su gran ensayo sobre historia argentina
Escritor, periodista, editor, militante, político, divulgador y gran polemista. Más allá de la potencia de sus ideas y de la originalidad interpretativa, alejada del dogmatismo, otra característica atractiva de Ramos es el estilo: incisivo, irónico, punzante, siempre con el calificativo apropiado. Sus descripciones históricas están salpicadas de anécdotas, de datos de color, que más allá de la crónica de los hechos pintan el paisaje, el clima de una época.
Como lo señala Martín Ribadero, autor de un ensayo titulado Tiempo de profetas. ideas, debates y labor cultural de la izquierda nacional de Jorge Abelardo Ramos.1945-1962 (Universidad Nacional de Quilmes, 2017), los libros de Ramos combinan “el uso de distintos géneros -el histórico, el ensayo, la crítica literaria y lo panfletario-, en un cruce que lo emparenta con las intervenciones que los grandes ideólogos y publicistas realizaron a lo largo de toda la historia del socialismo”.
SUS CRÍTICAS AL CHE Y A LA TEORÍA FOQUISTA
Bien temprano, Ramos tomó distancia de las posiciones del Che, tras la publicación de un artículo de Guevara en la revista estadounidense marxista Monthly Review, en octubre de 1963, en el que éste afirmaba que la Revolución Cubana había abierto una etapa revolucionaria en América Latina siguiendo el modelo de guerra de guerrillas, con un rol central del campesinado y el desarrollo de lo que llamaba “condiciones subjetivas”.
“Si bien en un primer momento Ramos consideraba a la Revolución Cubana parte del avance de América Latina en su lucha contra el imperialismo, hacia mediados de la década de 1960 su posición viró hacia una crítica y evidente toma de distancia”, dice Ribadero. Su primer cuestionamiento fue a la “homologación que Guevara hacía de la realidad cubana con el resto de América Latina”.
Para Ramos, “era un serio error histórico y político igualar realidades nacionales tan diferentes entre ́sí”, como las de los países latinoamericanos; algo que también se confirmaría en años posteriores, y a un alto costo.
También cuestionaba el planteo de Guevara del latifundio como “la contradicción económica y social principal” y lo sorprendió el rol central que atribuía al campesinado, olvidando el papel del proletariado y sus organizaciones. “Más llamativo aún le resultaba el desconocimiento que evidenciaba Guevara respecto al régimen capitalista agrario que existía en la Argentina, su país de origen, y la casi ausencia de una fuerza social campesina capaz de desencadenar, tal como éste pregonaba, un proceso insurreccional”, dice Ribadero.
Finalmente, disentía sobre las condiciones subjetivas, las que hacían a la conciencia de la necesidad del cambio, algo que en opinión del Che se creaba mediante la lucha armada. Es decir, por imperio de la voluntad de un puñado.
Para Jorge Abelardo Ramos “la teoría revolucionaria de las ‘condiciones subjetivas’ (de Ernesto Guevara) era puro subjetivismo, nihilismo voluntarista elevado a la jerarquía ‘teórica’”
“¿Cómo ha podido concebir Guevara la idea singular de que en América Latina han faltado alguna vez las ‘condiciones subjetivas’, es decir la decisión personal, la audacia, la fe, la victoria, el desprecio por el enemigo?”, se indignaba Ramos. “¡Toda la historia del siglo XX en América Latina es la historia de los motines, los levantamientos y luchas más audaces! No, compañero Guevara, en nuestro continente no han faltado ‘condiciones subjetivas’, han sobrado”. Y aseguraba que “la teoría revolucionaria de las ‘condiciones subjetivas’ era puro subjetivismo, nihilismo voluntarista elevado a la jerarquía ‘teórica’”. Un nihilismo que, años más tarde, verá encarnado en las organizaciones armadas como Montoneros y el ERP….
Ribadero asegura que “Ramos buscaba no tanto provocar una respuesta inmediata por parte de Guevara como intervenir y a la vez cuestionar el influjo que sus planteos tenían por ese entonces entre una franja de la juventud de izquierda que lentamente comenzaba a apartarse de la lucha político-partidaria en favor de la lucha armada”.
Lamentablemente su esfuerzo no alcanzó y una enorme franja de juventud de clase media fue seducida por la idea vanguardista de la guerrilla armada, tanto rural como urbana.
Las críticas de Ramos deben ser doblemente valoradas si pensamos en el prestigio que tenían la Revolución Cubana y la figura del Che en aquellos momentos. Eran los tiempos en que la lucha armada atraía a los jóvenes con su aureola aventurera y romántica y la fama de eficacia que le había conferido la experiencia castrista.
SOBRE REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN
Revolución y contrarrevolución en la Argentina fue y es el libro más emblemático de Ramos. Su salida impactó y tuvo gran repercusión. Algunos colegas, como Fermín Chávez, no digirieron bien su rescate de Roca. Arturo Jauretche, en cambio, compartía esa visión, y reseñó elogiosamente el libro. “Para mí, es el ensayo más agudo que ha producido el revisionismo histórico, sin desmerecer el libro de Ernesto Palacio, cuya finalidad es más didáctica que interpretativa”.
Para el autor de Los profetas del odio, uno de los aciertos de Ramos era el de haber incluido a Julio Argentino Roca en la “línea nacional” porque éste “había logrado al menos ‘reconstruir una política nacional de fronteras hasta entonces abandonada’”.
También destacaba el señalamiento de dos líneas dentro del radicalismo, una, la de Alem, vinculada a la “trampa del mitrismo”, y la otra -Yrigoyen- consciente de “las raíces históricas federales y nacionales”.
Cuestionaba Jaureche sí la interpretación del peronismo, que luego Ramos modificará. Inicialmente, el 5° volumen de Revolución y contrarrevolución se titulaba La era del bonapartismo. En ediciones posteriores el autor cambió por La era del peronismo.
Jauretche destacó además la “calidad excelente de la pluma y de la factura del paisaje social, como esa pintura del Buenos Aires de 1930, que pido a la revista publique en un recuadro para que aprendan los jóvenes”.
Arturo Jauretche fue un admirador de la obra de Ramos. La recomendaba para que «aprenda la juventud»
“La obra me parece lo mejor que se haya escrito sobre historia argentina, con un estilo espléndido”, decía por su parte el uruguayo Alberto Methol Ferré -pensador muy apreciado por Jorge Bergoglio-, aunque formulaba algunas reservas, como la poca importancia que Ramos concedía según él al federalismo, en particular a la corriente artiguista.
“En décadas posteriores, su adhesión al marxismo y a la cultura de izquierdas fue desapareciendo de sus escritos y posiciones político-ideológicas, hecho finalmente consumado con su afiliación al peronismo a principios de la década de 1990”, señala Ribadero. A la vez que, como historiador, quedó definitivamente ubicado en la amplia corriente del revisionismo histórico, junto a autores tan disímiles como Fermín Chávez, Rodolfo Puiggrós o Julio Irazusta.
La característica esencial del pensamiento de Ramos es la de una izquierda antiliberal -a diferencia del PC argentino que siempre se mantuvo en la tradición mitrista- y el acercamiento a otras tradiciones populares, como el socialismo de Manuel Ugarte -pensador que luego se integró al peronismo-, o el aprismo del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre.
En su introducción al volumen 3, Horacio González destaca el “vastísimo despliegue bibliográfico” de sus obras -que sin embargo no abruman al lector con llamadas al pie- que “permite considerar a Ramos uno de los más importantes bibliófilos argentinos”, a la vez que lo define como “un gran escritor satírico que no expulsaba de sus narraciones el excedente picaresco que tiene toda historia”.
Cualquiera que lo haya leído habrá estallado en carcajadas más de una vez porque, como decía Jauretche, Ramos era el “único marxista con sentido del humor”.
Horacio González define a Jorge Abelardo Ramos como un «gran escritor satírico» y Jauretche decía que el Colorado era «el único marxista con sentido del humor»
“Cordell Hull no se había educado en la escuela de Talleyrand, sino en la del riflero Teodoro Roosevelt”, dice por ejemplo comentando las torpezas diplomáticas del Secretario de Estado norteamericano en 1943/44. O se burla de la atmósfera de “maquis europeo” que vivían los opositores al régimen “fascista” del 43, que se imaginaban combatiendo a Hitler o a Mussolini, aunque a prudente distancia. En el mismo sentido, anota que “Alfredo Palacios viajaba permanentemente en el vapor de la carrera, autodesterrándose cada tres o cuatro meses”. Y acota: “Borges regresó por unos días de las brumas escandinavas y firmó manifiestos junto a los comunistas”.
Sobre la Corte Suprema de entonces, dice: “¡Después de haberse digerido con elegancia media docena de gobiernos de facto o fraudulentos, (…), ahora fingían altivez!”
Y habla de la “alegría indescriptible” que inundó “a las clases parásitas de la vieja Argentina”, cuando los militares mandaron a Perón a la isla Martín García.
Si el radical Ernesto Sanmartino acuñó el célebre “aluvión zoológico” frente a las masas movilizadas en defensa de Perón, Ramos recuerda que el PC habló de “malón peronista” y que ese partido se convirtió en el “campeón de la Unión Democrática: su teórico, su amigo más fiel, su auxiliar indispensable y diligente”.
LA ERA DEL PERONISMO
Este volumen que los jóvenes de hoy deberían leer para aprender, se abre con la Revolución del 43, ocurrida 13 años después de la caída de Yrigoyen, cuando “de pronto, algo ocurrió, ‘como un rayo en un cielo sereno’”, escribe Ramos, parafraseando a Marx.
Su análisis de ese golpe, que llama palaciego, también rompe con esquemas que, décadas después, resurgen en la lectura simplista de los adversarios del peronismo que no tienen otro argumento que el supuesto fascismo de su fundador.
“Más demostrativa que la perplejidad del diplomático inglés ante el golpe militar, resultó el pánico de la embajada alemana en Buenos Aires -rescata Ramos-. Muy poco ‘nazi’ debía ser ese pronunciamiento militar (como lo calificaran durante 40 años los ‘demócratas’ de la Argentina) cuando la noticia decidió a los diplomáticos de Hitler en Buenos Aires a quemar sus archivos secretos el 5 de Junio. Mientras que los alemanes suponían que el golpe era inspirado por Estados Unidos, el gobierno norteamericano tenía la convicción de que estaba tramado por Alemania. La conclusión crítica sobre la confusión de las grandes potencias se fundaba en que el golpe era de inspiración puramente nacional”.
Ramos rescata el rol del ejército en esa etapa -”… un oficial de Estado Mayor estaba mejor informado del pasado del país que sus equivalentes universitarios de la pequeña burguesía”- a la vez que denuesta a “las ‘izquierdas’ [que] tenían una visión cosmopolita de la Argentina y poco entendían de los problemas del país”.
“La traición de los estalinistas y socialistas fue el resorte decisivo del encumbramiento de Perón. La política del imperialismo y de la burocracia soviética, prevalecientes en el movimiento obrero anterior a la guerra, había sido sustituida por una política nacionalista popular inspirada desde el Estado militar”, señala.
Ramos se interesó desde el comienzo por la Revolución del 43 y el surgimiento de la figura de Juan Domingo Perón en la Secretaría de Trabajo
Pero el tramo particularmente interesante para los jóvenes de hoy es el del regreso de Perón y su tercer gobierno, para entender los factores que frustraron sangrientamente la gran esperanza de las mayorías que lo votaron y la oportunidad abierta a la nación argentina.
Ramos es lapidario con el rol de Montoneros y los otros grupos de la guerrilla, pero además señala que “el moderado programa de nacionalismo económico de Gelbard también fue saboteado por la burguesía y la oligarquía”.
También se atreve a decir algo evidente y oportunamente obviado: que “el comicio del 11 de marzo era ilegítimo, pues proscribía al general Perón”.
Cita palabras del propio General, pronunciadas en el salón blanco el 12 de junio, poco antes de dar su último discurso público: “Quienes inducen al desorden están promoviendo la contrarrevolución. Yo vine al país para unir y no para fomentar la desunión entre los argentinos. (…) Ellos se dan cuenta de que hemos nacionalizado los resortes básicos de la economía y que seguiremos en esa tarea, sin fobia, pero hasta no dejar ningún engranaje decisivo en manos extranjeras”
Apuntes manuscritos de Ramos para una autobiografía (gentileza: Laura Ramos)
Afirma que tres factores trabaron luego el gobierno de Isabel, a saber: el boicot del empresariado a la política económica, la presión del movimiento obrero y el bloque anti verticalista formado en el Congreso con elementos de las propias filas justicialistas.
Destaca también la declaración de guerra de Montoneros, el 6 de septiembre, poco después del pase -voluntario- a la clandestinidad: “Se pronuncian contra el pacto social y afirman ‘que el gobierno de Isabel ha dejado de ser Peronista y representativo’. Por tales motivos, deciden ‘encabezar la resistencia popular contra la ofensiva imperialista’ (del gobierno). Disponen reasumir ‘las formas armadas de lucha’ que constituyen la guerra popular integral.”
Para concluir, démosle la palabra a Jorge Abelardo Ramos y veamos la maestría con la cual describe la tragedia que se avecinaba. Un análisis que sirve para esclarecer y disipar las humaredas de los relatos hoy a la moda.
EXTRACTOS DE “LA ERA DEL PERONISMO”
“La acción terrorista (grotescamente llamada ‘guerra’, ‘guerrilla’ o ‘lucha armada’) haría correr ríos de sangre en la Argentina. El pueblo argentino pagaría con miseria y dolor sus efectos.(…) El grupo Montoneros [proclamó] su condición de ‘peronista’. Explotará esa denominación aún en los momentos en que su acción contra Perón y el peronismo en el poder adquiere mayor encono. Se trataba de un caso de usurpación manifiesta de identidad política”.
“El empleo del lenguaje militar en los grupos terroristas y su persistente ilusión de que militaban en una ‘guerra popular’, no pudo ocultar el hecho de que una guerra o una guerrilla son incomparables con grupos urbanos (o rurales) que actúan al margen del movimiento de masas. No puede considerarse seriamente como ‘trabajo de masas’ de los grupos armados el filantrópico reparto de leche o las arengas ante obreros de una fábrica bajo la protección de una metralleta. La lucha armada brota de una sociedad encendida por una guerra civil o una guerra nacional: las operaciones de Martín Güemes en Salta contra los godos, Rusia en 1905, China en 1931, Vietnam en 1954. Pero nunca, ni en parte alguna del mundo un grupo insignificante, ni siquiera un partido considerable, han podido decretar la lucha armada a espaldas de la situación económica y política de una sociedad real. Esta lucha armada ‘sui generis’ sólo tiene un nombre, muy viejo: terrorismo.”
“La moral revolucionaria fundada en la abnegación individual y en el papel absoluto que la integridad personal desempeña en la revolución, es de modo característico una ideología mística. Mediante tal operación psicológica, la pequeña burguesía se eleva sobre la sociedad materialista y pretende superar el egoísmo de las masas, sumidas en su rutina. El terrorismo viene a resultar nítidamente un ideal aristocrático llevado a su fase heroica. En la Argentina del período que consideramos, contribuye a reforzar el aparato represivo, a despertar el contraterrorismo de los servicios especiales ligados a las fuerzas de seguridad y a inducir a la pasividad a la clase obrera.”
“(Cámpora) fue rápidamente rodeado de enemigos de Perón, de un género de ‘peronistas nuevos’ que consideraban como un hecho cumplido la proscripción de Perón resuelta por los mandos militares (…). Este ‘peronismo nuevo’, compuesto de ‘gente decente’, que acompaña a Cámpora, tenía un fuerte matiz demo liberal, cuya personificación era, de algún modo, el joven Ministro del Interior, Esteban Righi. Estaban adornados de toda clase de prendas morales e intelectuales. Pero no eran peronistas, en el sentido que la historia contemporánea había conformado al peronismo y su jefe”.
Símbolo de los tiempos que corrían, tres acontecimientos triunfales para el pueblo argentino fueron frustrados, sea por la dictadura, sea por los grupos terroristas: la llegada de Perón el 17 de noviembre de 1972, cuyo contacto con el pueblo fue impedido por miles de soldados de Lanusse. La segunda llegada al país, el 20 de junio también en Ezeiza, oscurecida por una masacre provocada, según todos los testimonios, por las organizaciones terroristas mencionadas, y la gran victoria del 23 de setiembre de 1973, enfriada por el asesinato de Rucci, también por los mismos elementos ‘peronistas’.
No había demorado mucho (Perón) en advertir la simulación política de aquellas ‘formaciones especiales’, que había bautizado sin crearlas, tres años atrás y que ahora perdían rápidamente la simpatía de la nueva generación. En realidad, el breve período de gobierno de Perón, así como el de Isabel, estará dominado por las explosiones, secuestros, asesinatos y golpes de mano de las bandas terroristas y de los grupos paraestatales que replicaban, fuera de la ley, a aquéllas.
Los partidos políticos calcularon hasta la fecha de su muerte. A tales pronósticos se reducía su miserable estrategia. Voluntariamente, se habían situado fuera de la escena y esperaban Se sentían alentados, por lo demás, por las peligrosas grietas que aparecían en el peronismo, por la fuerza inicial que demostraba en las calles la nueva ‘Juventud Peronista’ y el descarado atrevimiento que evidenciaban sus dirigentes para plantear todo género de objeciones al General Perón. Desde el punto de vista político, los partidos sólo aguardaban la desintegración del peronismo en el poder. Se opusieron a cada una de las medidas necesarias propuestas por el gobierno (…). Pero las esperanzas de Perón en una intensificada relación de intercambio con Europa tampoco pudieron llevarse a la realidad. (porque) el Mercado Común Europeo cierra sus puertas a la importación de las carnes argentinas. Ese acontecimiento histórico no es menos trascendental para la Argentina que la decisión de los países árabes de regular los precios del petróleo para la economía mundial.
Perón, en los pocos meses de su gobierno, apenas encontró tiempo para comenzar a depurar su propio partido y su gobierno de todos aquellos sectores nuevos que se habían infiltrado y que amenazaban hundir el régimen desde dos planos: el terrorismo clandestino y la acción gubernamental.
El tema de las armas, obsesivo en esa época, va a encontrar su respuesta en los servicios represivos de las fuerzas de seguridad, que comienzan por su cuenta a vengar a sus caídos. Los sindicalistas, a su vez, para protegerse, emplean numerosos custodios, fuertemente armados. (…) Poco a poco, y luego a un ritmo febril todo 1974 y 1975 varios miles de terroristas en estado demencial y otros miles de hombres de las fuerzas de seguridad, se libran a un mutuo exterminio secreto, que tiende a despojar al gobierno de toda estabilidad.
… se introducía en la vida nacional algo similar a un matonismo militar e ilegal que no tenía precedentes, como también carecía de ellos la presencia de terroristas como funcionarios de un gobierno constitucional. La pesadilla reemplazaba a la realidad.
Sin meterse en honduras filosóficas o sociológicas (la sed de absoluto, la crisis espiritual de la juventud del siglo XX, las teorías suicidas del Che Guevara, la neurosis del pequeño burgués al que se le escapa el horizonte o que ve la quiebra de su padre, que quizás es industrial) y con su habitual realismo, Perón (…) pronunció [el 7 de febrero de 1974] un discurso de gran interés histórico. (…) …la evidente acción llevada a cabo por el grupo Montoneros en el doble plano de los crímenes y del cuestionamiento político de la dirección de Perón, en nombre del ‘socialismo’, decidieron a Perón a definir los términos del problema. No estaba dispuesto a incorporar como rama juvenil a elementos que no pertenecieran al justicialismo. Es ahí donde plantea la ruptura.
[Aquí cita a Perón]: Es la primera vez que se da en la historia de la República Argentina; gente que se infiltra en un partido o movimiento político con otras finalidades que las que lleva el propio movimiento. (…) Si no, pasarán cosas verdaderamente aberrantes, como que un grupo de peronistas se opone a que se sancione al terrorismo. Entonces, ¿están en el terrorismo? El peronismo no está en el terrorismo, (…) está contra el terrorismo, porque es el partido de gobierno (…). ¿Cómo se puede conciliar una cosa con otra? ¿Cómo se puede estar en el gobierno y no dar los medios indispensables para que él se pueda defender? ¿Qué quieren, que el gobierno caiga?… En todas las fracciones políticas siempre existen los que con gran propiedad se los ha llamado ‘idiotas útiles’ que, sin saber se incorporan detrás de una tendencia que a lo mejor es totalmente inversa de lo que ellos quieren. (…) Tengo todos los documentos y, además, los he estudiado. Bueno, esos son cualquier cosa, menos justicialistas.
Faltan ya pocos meses para la aniquilación completa de ambos, cuya indigencia teórica y política se corresponde con el nihilismo que llevaría a varios miles de jóvenes a la muerte. Católicos, nacionalistas o ‘marxistas’ diluidos, curas tercermundistas obsesionados por el pecado, el origen filosófico de todos ellos ya había perdido importancia. Reinaba, dentro y fuera de ellos, el horror y la muerte repetida. No saldrían fácilmente del túnel que todo lo devoraba y al que avanzaban con impasibilidad de sonámbulos.
El medio se había trocado en fin. La pistola sustituía a la política.
[Jorge Abelardo Ramos: Revolución y contrarrevolución en la Argentina. 5. La era del peronismo (1943-1976)]
Fuente: Infobae