Su principal enemigo, según definía ella misma, era el tiempo: «El que te deteriora y te mata». Olga Orozco (Toay, 1920-La Pampa, 1999) se sentía tentada de acorralarlo de algún modo y hacerlo retroceder, con la misma obstinación con que buscaba trascender la limitación «de ser este yo y ningún otro«. Su verdadera vocación era la libertad creadora y vivió decidida a explorar sus posibilidades y alcances, por eso cuando encontraba limitaciones a la circulación literaria también se rebelaba, con el mismo espíritu ardiente.«Si los editores deciden no publicar más libros de poemas, cantaremos la poesía por las calles, la diremos en las plazas, la imprimiremos en papel barrilete», escribía.
Sus palabras -esas que pronunciaba con voz cavernosa y llorada– vuelven ahora a través de la lectura para recordarnos, ante todo, una mirada mágica del mundo, de la cotidianeidad; esa capacidad inusitada de preservar -y preservarse- en el asombro.
La búsqueda de Dios y esa también obcecada intención de acechar más allá de lo visible, fueron otras de las obsesiones que nutrieron la escritura, que encaraba como ritual, así como la búsqueda del sentido de la justicia y la libertad, del amor y la muerte, según ella misma enumeraba en las entrevistas que concedía en la madurez, intentando abarcar las variables de una obra poética que la llevó a integrar, junto con Alfonsina Storni y Alejandra Pizarnik, la tríada estelar de las poetas argentinas.
La poeta que combinaba la belleza con lo onírico y lo esotérico. / Archivo
Las generaciones que siguieron también fueron testigos de la conmoción que supone enfrentarse, sobre todo, a sus poemas, y son precisamente esos lectores nuevos los que van a recordarla este martes, en el marco del aniversario, a los cien años de su nacimiento.
El tributo, que impulsan el Museo Malba y La Casa Museo Olga Orozco, consta de una maratón de lectura en las redes sociales: un intercambio de poemas, videos e imágenes de la autora, reunidos con el hashtag #OlgaOrozco100años. La iniciativa también incluye un recorrido virtual por su casa natal, en el pueblo de Toay, a once kilómetros de Santa Rosa.
La Casa Museo Olga Orozco, en Toay.
El formato virtual se corresponde con las medidas sanitarias de aislamiento sugeridas por el Gobierno a raíz de la pandemia del coronavirus, según explicó a Clarín Dani Rodi, poeta y directora de la entidad que la celebra. Al acto de apertura, previsto para las 10, le seguirá una performance poética a cargo de Fernando Noy y Laura Peralta y que el público también podrá seguir por las pantallas.
A su vez, el próximo domingo, a las 18, habrá una “Fiesta de la poesía” en la vereda de la Casa Museo Olga Orozco, con acciones de producción poética, música, lecturas y radio. El miércoles 25 estaba previsto en el Audiorio del Malba un debate en torno al valor de la producción de la escritora, con la presencia de los especialistas Horacio Zabaljáuregui y Jorge Monteleone, cuya realización deberá ser confirmada.
Orozco fue, qué duda cabe, una de las más originales poetas hispanoamericanas del siglo pasado, y referencia destacada de la generación del 40 en la Argentina; una autora de impronta personalísima que, a través de una constelación de títulos, probó que ahondaba en las profundidades de lo onírico, la cartomancia y el esoterismo, para combinar en sus poemas «el arrebato y alucinación pero también lucidez», según supo abreviar el crítico Guillermo Sucre.
Hija de un siciliano y de la argentina Cecilia Orozco, cuando contaba ocho años se trasladó con su familia a Bahía Blanca, y ocho años más tarde se radicó en Buenos Aires. «Había empezado a escribir a muy temprana edad y sin saber incluso escribir, con la instancia de la pregunta como mecánica recurrente», explica Rodi. «En ese sentido, este martes queremos introducir a los lectores en esas dimensiones de su producción y su personalidad sin cerrar sentidos, más bien abriéndolos».
Las primeras salas de la casa que sus lectores están invitados a recorrer por streaming el martes están planteadas como instalaciones artísticas que recrean dos de sus relatos -detalla Rodi-. Una dedicada al nacimiento, e inspirada en La oscuridad es otro sol, y la segunda en Amigos enemigos, en el que entran otros elementos más oníricos, que llevan a esa niñita que fue Olga por diferentes paisajes, en sus primeros años de vida.
La influencia de los relatos en boca de su abuela María Laureana, la llevarían a desarrollar una poética en donde la infancia es una puerta iniciática. «Para ella, la poesía y la vida eran una misma cosa, eran dos dimensiones imbrincadas -señala Rodi-. Ella perseguía la capacidad de asombrarse hasta en las más nimias experiencias cotidianas y sus relatos representan esa concepción de la magia. La poesía era una búsqueda de respuestas ante la incógnita de la muerte».
La Casa Museo también contiene la biblioteca personal de la escritora, compuesta por ejemplares dedicados por sus autores y ediciones famosas por sus ilustraciones. Entre los libros dedicados se destacan los autografiados por Alejandra Pizarnik, Octavio Paz, Enrique Molina, Norah Lange, Silvina Ocampo, Oliverio Girondo, Marossa Di Giorgio, Manuel Mujica Láinez, Leda Valladares, entre otros. El archivo documental cuenta, a su vez, con manuscritos originales y correspondencia con escritores y contemporáneos.
Orozco estudió Filosofía y Letras. Empezó a escribir poesía desde muy joven y fue una de las integrantes del grupo literario surrealista Tercera Vanguardia, al cual pertenecían Oliverio Girondo y Norah Lange. Colaboró en la revista Canto, que reunía a la llamada Generación del 40 y donde aparecieron publicados sus primeros poemas. También colaboró en Radio Municipal y Radio Splendid.
En los años sesenta fue redactora en la revista Claudia y coordinó el horóscopo del diario Clarín durante los años 1968 y 1974. Tuvo la oportunidad de viajar por países de América y Europa y conectó con sus lectores gracias a los recitales poéticos que ofrecía.
A menudo se la vincula con las corrientes del neorromanticismo, por el caudal de visiones que ofrece su producción y la omnipresencia de elementos mágicos, que se obstinaba en explorar como si contuvieran en sí mismos las respuestas a un enigma existencial. El cuerpo -desmembrado, deseante– es otro escenario textual en el que circula el misterio, y cobra en sus búsquedas una relevancia central.
Entre sus principales libros se destacan Desde lejos (1946), Las muertes (1952), Los juegos peligrosos (1962), Museo salvaje (1974), Veintinueve poemas (1975), Cantos a Berenice (1977), Mutaciones de la realidad (1979), La noche a la deriva (1983) y Eclipses y fulgores (1998). En 1998 se publica la antología Relámpagos de lo invisible, con selección y prólogo de Horacio Zabaljáuregui . Y en 2012, su Poesía completa, al cuidado de Ana Becciú con prólogo de Tamara Kamenszain. Esta edición de Adriana Hidalgo incluyó una serie de ensayos. En 1995 había obtenido en EE.UU. el Premio Gabriela Mistral, otorgado por la OEA, y en 1998, el Premio Juan Rulfo en México.
Un poema de la autora
Para hacer un talismán
Se necesita sólo tu corazón hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios.
Un corazón apenas, como un crisol de brasas para la idolatría.
Nada más que un indefenso corazón enamorado.
Déjalo a la intemperie, donde la hierba aúlle sus endechas de nodriza loca y no pueda dormir, donde el viento y la lluvia dejen caer su látigo en un golpe de azul escalofrío sin convertirlo en mármol y sin partirlo en dos, donde la oscuridad abra sus madrigueras a todas las jaurías y no logre olvidar.
Arrójalo después desde lo alto de su amor al hervidero de la bruma.
Ponlo luego a secar en el sordo regazo de la piedra, y escarba, escarba en él con una aguja fría hasta arrancar el último grano de esperanza.
Deja que lo sofoquen las fiebres y la ortiga, que lo sacuda el trote ritual de la alimaña, que lo envuelva la injuria hecha con los jirones de sus antiguas glorias.
Y cuando un día un año lo aprisione con la garra de un siglo, antes que sea tarde, antes que se convierta en momia deslumbrante, abre de par en par y una por una todas sus heridas: que las exhiba al sol de la piedad, lo mismo que el mendigo, que plaña su delirio en el desierto, hasta que sólo el eco de un nombre crezca en él con la furia del hambre: un incesante golpe de cuchara contra el plato vacío.
Si sobrevive aún, si ha llegado hasta aquí hecho a la viva imagen de tu demonio o de tu dios; he ahí un talismán más inflexible que la ley, más fuerte que las armas y el mal del enemigo.
Guárdalo en la vigilia de tu pecho igual que un centinela.
Pero vela con él.
Puede crecer en ti como la mordedura de la lepra; puede ser tu verdugo.
¡El inocente monstruo, el insaciable comensal de tu muerte!
Fuente: Infobae