Es difícil explicar las pulsiones que llevan a escribir. Más difícil es explicar las que llevan a escribir y a poner, al mismo tiempo, una librería. Sobre todo en la Argentina. Sin embargo esas pulsiones existen, son potentes y en los últimos años llevaron a muchos autores a ejercer ambos oficios, uno imagina que contra la lógica de mercado.
¿La librería propia será una pasión kamikaze? ¿Un negocio, acaso reformulado, que sólo estos escritores libreros ven con claridad? ¿Una mera idealización romántica? ¿Existirá una única respuesta?
“Los escritores tienen una idea romántica hasta de un sello de ministerio. Quizá la hipérbole es la librería, pero un escritor siempre busca lo mismo: el libro que lo hizo no querer salir nunca más de ese universo. Hay algo de adicto en todo eso y hay algo de libertad total, también. Son herramientas para sentir que cada día puede ser nuevo, espectacularmente miserable o emocionante.”
El que opina es Luis Mey, escritor –aunque hable en tercera persona– y librero. Durante años ejerció este oficio en una librería de cadena, El Ateneo Grand Splendid, mientras iba a construyendo una obra con novelas como Los abandonados, Tiene que ver con la furia, Las garras del niño inútil o La pregunta de mi madre (ganadora del Premio Ñ 2013).
En noviembre de 2019, sorprendió con un emprendimiento temerario para ese momento: inaugurar, junto con la cuentista Ana López y el poeta Silvio Santantonio, Suerte Maldita, una librería palermitana.
Selva Almada maneja la librería online Salvaje Federal. Foto: Guillermo Valdez
Suerte Maldita: el nombre funcionó como una broma, un desafío o una queja anticipada. Y todavía faltaba la pandemia. “La idea de la librería fue de Ana y Silvio, que están locos y ven todo al revés, y nunca te aburren, nunca se aburren”, se despega Mey.
En todo caso, López no desmiente del todo la teoría de la enajenación: “Suerte Maldita tomó su nombre de una frase de Hamlet y en ese sentido es un poco la historia de una locura, un sueño que no pudimos evitar, tal vez a contramano de la oportunidad comercial; la historia de un deseo”.
Suerte Maldita, nuestra librería, es un poco la historia de una locura, de un sueño que no pudimos evitar. Ana López, escritora y librera
López, Mey y Santantonio no son los únicos escritores libreros salmones. Cecilia Fanti también nada contra la corriente, aunque aclara que a veces la corriente, incluso la actual, puede ser favorable.
El arco de su destino es curioso. De un grave accidente de tránsito, en el que sufrió la rotura de dos vértebras y una lesión en la médula espinal que casi la deja postrada, surgió su primer libro: La chica del milagro. Y luego, desde un trabajo en un grupo editorial poderoso, Penguin Random House, se lanzó de cabeza a una pequeña librería propia.
“Tenía clarísimo que si trabajaba para una editorial, grande o chica, era porque amaba a los libros, no a las empresas –dice–. Mi función en la editorial había quedado vinculada a la parte empresarial, no tanto a los libros, o no al menos a los libros o la literatura que me interesaban. Estaba con las antenas prendidas. Hasta que surgió la oportunidad de Céspedes, una librería en Colegiales que tenía un año y que la dueña estaba por cerrar. Renuncié a mi trabajo y pegué el salto al vacío sin dudar, con la certeza, como dice Franz Lebowitz, de que nadie se hace rico vendiendo libros.”
El mismo año en que Fanti saltaba al vacío, 2017, una tríada de sellos marplatenses independientes hacía algo parecido: abría una librería en Mar del Plata, con la idea de ser una alternativa a los locales de cadena. La llamaron El gran pez, igual que la hermosa fábula fílmica de Tim Burton.
Sebastián Chilano: médico, escritor y librero. Su librería, El gran pez, está en Mar del Plata.
Entre los fundadores había escritores, como Esteban Prado, a los que luego se les sumó otro, Sebastián Chilano, además médico, y autor de novelas como Riña de gallos, Las reglas de Burroughs, Tan lejos que es mentira, En tres noches la eternidad, Ningún otro cielo y la flamante Los preparados, en la que combina de un modo formidable ambas profesiones.
Cuando lo convocamos para esta nota, nos aclara que por estos días no está atendiendo en la librería, como querría. Vía WhatsApp, desde Mar del Plata, escribe: “¿A quién se le ocurre ser médico en medio de una pandemia?”, interrogante que se adelanta a nuestras preguntas sobre el resto de sus actividades inexplicables.
“Hace unos cinco años, Letra sudaca, Puente aéreo y La bola editora, tres sellos de acá, se juntaron para poner un stand en la Feria del Libro de Mar del Plata –cuenta–. Así nació la idea de la librería, con un catálogo de editoriales independientes de todo el país, no sólo marplatenses. No trabajamos, en general, libros de editoriales grandes, salvo de algunos autores que nos interesan, y a pedido del comprador.”
En Salvaje Federal queremos que la librería se transforme en promotora de lecturas de autores poco conocidos, de provincias. Selva Almada, escritora y librera
Al principio, Chilano –que como médico de guardia del Casino había experimentado situaciones de surrealismo y humor negro– imaginaba que la librería sería un lugar de relax. Después, comercio al fin, notó que no siempre era así. Atendía dos veces a la semana, por las mañanas; si cometía algún error, por ejemplo al cargar libros al sistema, se excusaba diciendo que era médico (como médico no tiene margen para errores, y tampoco excusas tales como decir que es escritor y librero).
La pandemia, experimentada en primera línea de batalla, en zona de turistas irresponsables (no todos), le devolvió la idea original sobre librería. “Quiero volver a la atención al público, a recomendar, y a vivir a El gran pez como un lugar de placer y de encuentro”, dice.
Nacional y federal
No hace falta contar mucho sobre Selva Almada. Es una de las mejores escritoras argentinas. Nació en Entre Ríos. Escribió la notable trilogía conformada por El viento que arrasa, Ladrilleros y la reciente No es un río. Ahora vive –en parte, llevada por la pandemia– en un monoambiente construido en un container en Abasto, localidad a unos 50 kilómetros de Buenos Aires. Desde ahí maneja su flamante librería online, Salvaje Federal.
El proyecto nació a fines de 2018, en una charla con amigas en la que todas coincidieron en que alguna vez habían fantaseado con tener una librería. Más adelante, empezaron a darle forma o, mejor dicho, a definirla: le pensaron un perfil, un gusto, un sentido. Lo(s) encontraron: hoy parece lógico, casi inevitable, sobre todo si pensamos en la literatura y el perfil de Selva Almada.
Pero vamos a dejar que eso lo explique ella. Vamos a limitarnos a decir que la librería iba a ser física, que la apertura se demoró un poco y que de pronto tuvieron la cuarentena encima: por eso, a fines del año pasado, lanzaron la versión virtual, sin descartar el plan original.
Cecilia Fanti, escritora y dueña de la librería Céspedes. Foto: Emmanuel Fernández
Almada explica: “El catálogo de Salvaje Federal está focalizado en autores y editoriales de provincias, en una producción literaria muy diversa, muy rica, que circula poco por fuera de la zona en que se genera, como en el caso de Buenos Aires. Montamos la librería con cuatro amigas. El proyecto me cerró, no sólo porque nací y crecí en Entre Ríos sino porque todo mi trabajo está pensado desde las provincias; el lenguaje de mis libros, las geografías, los personajes. Aunque hace veinte años que vivo en Buenos Aires, todo lo que hago es desde una perspectiva de provincias.”
La idea es abrir la librería física en septiembre, en Colegiales, Ciudad de Buenos Aires, para que también funcione como centro de encuentros literarios, seminarios, charlas, presentaciones de libros.
“Obviamente vamos a seguir con la librería online, a la que llegamos por accidente, pero que nos funcionó mejor a la hora de pensar en la cuestión federal. No sólo nos permite traer literatura de las provincias a Capital Federal: nos permite hacer circular esa literatura entre regiones y distintos lugares del país donde esos libros tampoco llegan, por desconocimiento o porque no hay librerías o porque la infraestructura de las editoriales es pequeña y la logística en la Argentina es carísima.”
No es lo mismo entrar en un gran supermercado de libros que en una librería como Céspedes, donde cada título tiene una razón de ser.Cecilia Fanti, escritora y librera
Selva dice que, al ser nueva en el oficio, no puede hablar como librera sino como aspirante a librera. Igual, tiene en claro lo que quiere: “El librero tradicional sigue funcionando como buen recomendador. En nuestro caso, tenemos que reforzar eso: lograr que la librería sea promotora de lecturas y cuente con lectores que tomen riesgos y sientan curiosidad. Me gustan las librerías en función de qué me ofrecen sus estantes, más allá de la belleza arquitectónica, la historia o la antigüedad. Me gusta que las personas que me atiendan me ayuden a hacer descubrimientos”.
Salvaje Federal, como toda librería de autor, es aliada de los sellos independientes, chicos, alejados del poder de fuego promocional.
«Hay una diferencia abismal entre publicar en editoriales grandes o medianas de Buenos Aires que en las de provincia, que casi no tienen acceso a los medios de circulación nacional.-explica Almada-. El centralismo porteño existe, claramente; por eso la llamamos Salvaje Federal. Más allá de los guiños, queremos poner el acento no sólo en lo federal sino en lo salvaje, entendido como la idea de leer por fuera del canon, por fuera de lo que recomiendan los periodistas culturales de los medios grandes y de la publicidad; asumiendo riesgos, internándose en otras zonas, en todo sentido.”
Viejos y nuevos libreros
Los escritores con librería, difusores de catálogos alternativos, ¿son herederos directos de los viejos libreros? ¿Mantienen ese estilo? Ana López, autora del libro de cuentos Tic Tac, entre otros, reivindica la tradición y marca diferencias.
“Hemos tenido a grandes libreros de los que aprendimos muchísimo. Hoy hay una reconfiguración del oficio, que toma lo mejor del librero tradicional, su mirada aguda sobre los libros, y suma los aportes de las nuevas tecnologías y los emergentes culturales. Al contacto con lectores por las redes sociales o por WhatsApp, que se da a cualquier hora, hay que agregarla la fuerte aparición de libreras en escena, lo que forma parte de una lucha mucho más amplia, y que se hace evidente también en el aumento de libros escritos por mujeres en nuestras mesas. Un crecimiento notable, si lo comparamos con lo que ocurría hace cinco años o, ni hablar, hace diez.”
Según López, escribir da una mirada distinta al leer y por lo tanto al recomendar. “Ser escritora me aporta algo diferente a la hora de ejercer el oficio de librera. Los escritores tenemos una mirada levemente desfasada respecto del resto de los lectores. Ni mejor ni peor. Podemos hacer otros aportes al trazar caminos de lectura. Nuestro ideal en Suerte Maldita es armar las bibliotecas de los clientes.”
Antes de atender en Suerte Maldita, Mey trabajó en una librería de cadena.
Fanti, que en 2020 publicó el libro de relatos A esta hora de la noche, se focaliza en la convivencia de las librerías de barrio con las grandes cadenas:
“No somos Yenny ni Cúspide, ni pretendemos serlo. Son concepciones distintas, reglas de negocios totalmente diferentes. Nuestra subsistencia tiene a favor la Ley del libro, que obliga a las cadenas a vender al mismo precio que al resto de las librerías, a pesar de que tienen el 60 por ciento del mercado y de que pueden obtener descuentos de las editoriales grandes o posibilidades de pago a largo plazo. Las grandes cadenas gozan de beneficios que las librerías de barrio no tenemos. Existe una convivencia armónica, pero somos muy distintas”.
Y se pone, luego, en la perspectiva de un comprador: “No es lo mismo entrar a un gran supermercado de libros, de fast books, de novedades pasajeras, que a una librería que huela a libros, en la que cada libro tenga una razón de estar ahí y donde haya un librero con ganas de conversar y conocer tus intereses reales como lector. El ideario de Céspedes es que cualquiera puede ser lector. Descreemos del marketing editorial, manejado por personas que no leen, que divide entre lectores sofisticados, de nicho, y lectores de novedades de poco valor literario. Cualquier lector con ganas puede iniciarse en un camino de literatura de calidad. Eso es lo más interesante, para mí, al ejercer el oficio de librera”.
La otra mirada
Mey recuerda su época de librero de una gran cadena y dice: “Fue una etapa de mucho aprendizaje, de entender –y agradecer– que la cultura es también un negocio, que no todo es artesanal ni antieconómico como yo mismo lo había sido toda mi vida, desde mi posición en la escritura, donde nunca llegaba a ver un billete. La principal diferencia respecto de la gran cadena es que en Suerte Maldita pudimos elegir, pudimos seleccionar lo que teníamos que tener. De todos modos, recordando aquel período de aprendizaje, relativizo esas quejas de que en las grandes cadenas ya no puede encontrarse algo bueno: nadie revuelve tanto ni tanto. Las pequeñas librerías tienen, eso sí, un sentido de obra. Suerte Maldita es una librería de autor”.
Por último le preguntamos sobre la persistencia o no del librero a la antigua. Nos responde: “Yo creo que no existe más el librero a la antigua: el librero siempre fue moderno. Todo lo que implica libros es más actual que el resto de las cosas. Siempre hubo algo fresco y brillante en los libreros. Lo antiguo está en otros lados; en casi todo lo demás, te diría”.
Fuente: Clarín