Hernán Casciari, escritor y creador de contenidos
Hernán Casciari, íntimo: el mensaje de Messi, una visita de Videla y el día que ganó un millón de dólares
Era un desertor. Y ser un desertor era peligroso. Pero Hernán Casciari no temía. “Siempre supe que escribiendo me salvaba”, dice ahora, y se decía por entonces, cuando debía estar en un cuartel de Córdoba para hacer la colimba. Pero aquel 15 de marzo de 1987 –la fecha maldita en la que estaba citado– no se presentó. No lo haría al otro día, tampoco al siguiente. Y no lo haría por meses, por años. Aun comprendiendo que si en una razia policial –habitual en aquella época– las autoridades lo descubrían, tendría que hacer el doble de los años previstos. No le importaba. “Sabía que si me agarraban, escribía una carta a un diario y yo zafaba. Y se terminaba el Servicio Militar Obligatorio”, argumenta, seguro.
—¿Cuál era esa carta que tenías en la cabeza?
—Nunca la pensé. Pero en el caso de que me hubieran agarrado, esa misma noche pensaba el texto perfecto. Tenía fe en lo que escribía. Genuinamente pensaba que el Servio Militar era una estupidez. Entonces, ¿cómo no iba a poder convencer a todo el mundo de que era una estupidez? La escritura era una herramienta que utilizaba muy bien, del mismo modo que tenía un revés alucinante al pádel. Hay cosas que uno sabe. Si cada vez que tirás un revés la pelota no vuelve, sos bueno. Si cada vez que escribís convencés al otro, lo haces reír o provocás lo que querés provocar, sos bueno.
—¿Cómo decidiste ser escritor y no jugador de pádel?
—Fui mucho antes escritor. A los 13 años empecé a cobrar plata por escribir: hacía crónicas de básquet en un diario. Era muy chiquito.
—Y ese era el camino.
—Es que yo nunca pensé en otra cosa. Jamás.
Casciari vive en Areco. Pero todos los miércoles y jueves de junio –y no más– estará en Buenos Aires, más precisamente en el Paseo La Plaza con La señora que me parió, la obra que realiza junto a su madre, Chichita. Sobre el escenario, lo que hace es “fingir ser actor”, según explica. “No soy actor, pero aprendí a interpretar lo mío –se explaya–. Me divierte. Lo disfruto mucho, pero solo ese rato: no me gusta nada del alrededor. Nada. Que el teatro no esté cerca de mi casa, las rondas de notas, estar un rato en un camarín, todo, todo…”.
La circunstancia teatral amerita el encuentro de Infobae con Casciari. Con este hombre de 52 años que hace lo que hacen muchos –escribir–, para lograr lo que pocos hacen: conmover.
—¿Cuando Antonio Gasalla lleva al teatro Más respeto que soy tu madre, algo cambia?
—Económicamente, sí: mi primer millón de dólares fue con eso. Yo cobraba un euro por entrada, se vendieron un millón. Era mi participación. O sea, el día de la fiesta del millón de espectadores, yo tenía un millón de euros.
Más respeto que soy tu madre llevó a Hernán Casciari a ganar su primer millón de dólares
—¿Aquel chico de 13 años que escribía en un diario imaginó que en algún momento vería un millón de dólares?
—Mi búsqueda nunca fue esa. Yo quería ser escritor cuando los escritores eran bohemios y borrachos. Cuando yo era chiquito, había un solo escritor que tenía plata: García Márquez. Uno. Y se acabó. Los demás vivían como podían: hacían un poco de periodismo, eran profesores de no sé qué, daban talleres de no sé cuánto. Yo sabía que cualquier éxito tenía que ver con morirse de cirrosis a los 55 y pasarla más o menos bien. Dentro de lo posible, trascender una o dos generaciones. Que te leyeran. Pero ni en pedo estaba la guita en el medio de todo.
—¿Y cuando la guita llega, ese millón, te llevaste bien con eso o había cierto prejuicio?
—La dilapidé muy rápido. La reinvertí en otras cosas que tenía muchas ganas de hacer. No tengo una relación muy fraternal con el dinero, no me interesa mucho. Por eso puedo hablar con tranquilidad del dinero.
Hernan Casciari en el estreno de Muchachos, la película basada en su cuento (RS Fotos)
—Tengo entendido que en Orsai, tu editorial, hay un esquema económico completamente distinto al resto de las editoriales: los autores ganan mucho mejor.
—Sí. Y justamente, para poder hacerlo de esa manera, el que está en la punta de la pirámide le tiene que dar muy poca importancia a su propia colección de billetes. Hay gente que colecciona billetes con mucha fruición, y entonces lo que ocurre cuando va bajando la pirámide es que la gente cobra muy poco: hay gente que llora en los baños, que hace seis meses que no cobra. En Orsai no pasa.
—¿Cómo decidís armar la editorial?
—Yo tenía unos contratos muy suculentos con un montón de empresas, multimedios privados. Estaba tocando el cielo con las manos: me empezaban a publicar en Europa, en Argentina, en México, en Francia. Editoriales grandes. Y al mismo tiempo, al escribir en blogs una vez por semana un cuento de forma gratuita, se generó tremenda comunidad. Entonces los tiburones dijeron: “Che, ¿cómo este señor le va a estar dando gratuitamente cosas a la gente? Vamos a lucrar con todo esto”. Y yo sentí que era lo que esperaba el chico de 15 años que fui y me empecé a asfixiar muy rápido. Empecé a conocer la verdad de todos esos lugares, lo triste que era. Y muy rápidamente me fui. La editorial Orsai nace de querer hacerlo de otra manera.
—Y con Orsai, ahora van a hacer una universidad.
—Con Orsai pasamos de la revista a editar mis libros. De editar mis libros a editar libros de otros autores. Después empezamos un trabajo muy cuesta arriba y muy divertido: cambiar las reglas de lo audiovisual. Empezamos a hacer cine y series. (El filme) La uruguaya ya recuperó el dinero de la inversión; está en Star+. Este año vamos a estrenar Canelones, una miniserie basada en un cuento mío. Diego Peretti terminó de rodar en Bruselas una película hermosa, dirigida y protagonizada por él. Y estamos iniciando una serie animada con dibujos de Liniers sobre la infancia del Dibu (Martínez). Es un superhéroe el chabón; en la vida real, eh. Es un proyecto alucinante y, además, tremendamente familiar: estamos intentando que Mandinha, la mujer del Dibu, que es diseñadora también, participe de la construcción.
—Se animaron a sacar No va más, el libro de Cayetano sobre la adicción al juego. No sé si cualquiera saca un libro contra los casinos y la industria de las apuestas.
—Solamente cuando nunca recibís publicidad de nadie lo podés hacer. Podés hablar del juego online de manera nociva; no tenés que responderle a nadie. Cuando no recibís subsidios nunca, cuando nunca le pedís plata al Estado, también podés hacer lo que se te canta.
Hernan Casciari tiene una columna en Perros de la calle junto a Andy Kusnetzoff
—¿Qué tenés ganas de que pase con la universidad? ¿Cuál es el sueño?
—Hay dos caminos de sueño. Hay uno un poquito más formal, que tiene que ver con que en la revista y la productora audiovisual: no estamos encontrando recambio. Si queremos que el texto, el guion o la obra de teatro sea realmente excelente, tenemos que ir a la misma gente. No es poca, pero es la misma: un circuito de gente de más 35 (años). Y cuando vamos a la puerta de las universidades a buscar recién egresados, de carreras que tienen que ver con la narrativa, nos encontramos que después de cinco años salen personas sin saber contar. Problemón. Pero problemón de características épicas.
—¿Cuánto influyen las redes sociales en esto?
—Y… me imagino que debe tener muchísimo que ver: la fragmentación, la ansiedad, que las cosas duren 15 segundos. Pero al mismo tiempo no quiero convertirme del todo en un viejo meado. Ya sé que lo soy, ya sé que tengo una edad, ya sé un montón de cosas.
—Hace poco dijiste que el próximo Premio Nobel de Literatura va a salir de TikTok.
—Es por lógica. No quiero convertirme en una persona que desconoce las cualidades de lo nuevo solamente por prejuicio. Quiero hacer algo distinto respecto a eso. Quiero explicarle a gente muy talentosa de 18, 20, 25 años, que no la tienen clarísima. Que el esfuerzo es el inicio del talento, es el principio de todo. No podés decir: “Bueno, yo soy influencer y ya está, y trabajo dos horas por día”, y no sabés contar las cosas. Lo podrías hacer mucho mejor.
—¿Cuándo estaría funcionando?
—Dentro de tres años. Ahora estamos trabajando con mucha fuerza en conseguir un predio.
—Se dijo que La Cámpora iba a ceder un predio para la Universidad Orsai. ¿Eso es así?
—No conozco La Cámpora, no sé qué es. Lo que sé es que pedí un lugar en mi pueblo, al Municipio, que está liderado por Juani Ustarroz (intendente de Mercedes), hermano de crianza de Wado de Pedro. Wado de Pedro pertenece a La Cámpora. Y supongo que la gente maledicente tiene muchísima más ganas de contarlo de esa manera, que de la manera correcta: un escritor que va a su pueblo a pedir un lugar para hacer un lugar maravilloso en su pueblo. De hecho, a cinco cuadras de mi casa. Estuve con los 18 concejales de Mercedes, algunos son peronistas, otros son de Juntos por el Cambio, dos son de La Libertad Avanza. Y les dije: “Esto va a ocurrir únicamente por unanimidad. Si no hay unanimidad, me levanto y me voy porque lo puedo hacer donde se me antoje. Yo no necesito de Mercedes. Yo deseo que sea acá porque el cuento, si es acá, es perfecto”. Había una chica de La Libertad Avanza que decía que iba a votar en contra. “¿Incluso me vas a dejar que te convenza?”, le digo. “No”, me responde. “Bueno, listo. Entonces será un no. Y tendrás que ponerle nombre y apellido a que esto ocurra en San Antonio de Areco, en Pergamino o en Chivilcoy. O sea, no va a ser en Mercedes por tu nombre y tu apellido”. Lo que no quiero que pase es eso: que venga un grupo a decir “es La Cámpora”. Lo mío no es político.
—O que algún grupo político lo capitalice.
—Es que no puede pasar nunca si es de Orsai. En este punto, no hay nada más libertario que Orsai: no le pedimos nada al Estado, nunca.
—Dijiste que si hay una revista, tiene que haber un público que la sostenga, y si hay una película, también tiene que haber un público que la sostenga. Si no, es demasiado pedir: una pauta al Estado, un auspicio a un privado. Los proyectos tienen que poder sostenerse, ¿no?
—Claro. Exactamente. Lo tenemos clarísimo: lo que debe hacer el Estado es igualar oportunidades. Está para que un chico de San Isidro, otro mercedino y uno del Chaco tengan oportunidades parecidas. Por el otro lado, no estoy en absoluto de acuerdo a que la totalidad de los artistas o de los gestores culturales vayan a pedirle cosas al Estado de forma permanente. Ahí se genera algo tremendamente preocupante: hay revistas sin lectores, películas sin público. Y se genera como una especie de: “Ah, bueno, hagamos esto, y de esto, vivamos. De películas que nadie ve, de revistas que nadie lee. Total…”. Eso te achancha en los artístico: nunca terminás sabiendo si alguien se emocionaría con tu historia. La división es muy complicada: ¿cómo haces para limpiar del pincelito de lo necesario, de lo rutinario, del kiosquito? Es difícil eso.
—En el medio se mete la corrupción, y podemos discutir el INCAA, que hoy no está: se autofinanciaba, no había fondos públicos. Pero sí existía una decisión sobre cómo se otorgaban esos fondos: financiar a los de siempre, a los amigos, no es lo lógico.
—Claro. Pero al mismo tiempo, (el INCAA) tiene que existir. O sea, no hay contradicción. Ese es el gran error de este Gobierno: no saben matizar, porque son verborrágicos y violentos. Es todo o nada. Todo es una discusión a los golpes. Imaginate una discusión de un matrimonio, donde están charlando, o donde uno está tirando platos todo el tiempo. Bueno, estamos en ese punto: no estamos debatiendo la batalla cultural en una mesa, sino que hay un grupo de locos tirando platos y libros, y rompiendo cosas, que algunas estaban sucias, otras estaban muy bien. “No rompas eso que estaba bien”. ¡Paf! “Pará, pará…”. ¡Paf! Estamos ahí.
—Hay también un tema de formas. Tal vez hay medidas que sean necesarias tomar, pero que no dejan de ser dolorosas.
—Estás hablando de Adorni. De Télam.
—Por ejemplo.
—De festejar cosas espantosas. Se extraña la pelea con Macri: era mejor. En su momento me parecía insoportable; hoy la necesito. Por lo menos (Macri) fue a la escuela. Lo que hace un Jefe de Gabinete o un vocero presidencial a la mañana, festejando despidos, independientemente de lo necesarios que sean, genera una enorme impotencia. Entonces, eso no es ni siquiera un debate. Estamos en momentos históricos de experimento social. No soy conspiranoide, no es que creo que haya una estrategia ni nada; independientemente de eso, es un experimento.
—¿Qué te pasa con lo que está sucediendo con España? Vos viviste mucho tiempo allá.
—No estoy muy de acuerdo con que el PSOE sea el socialismo. Es una cosa muy europea pensar que eso es la izquierda. Pedro Sánchez está muchísimo más cerca de nuestra centroderecha, pero para ellos, digamos, es el socialismo.
—Para Milei, es el socialismo.
—Me da un poco de risa todo eso. España es tremendamente careta. Es muy insólito este tipo de bicho raro llegándoles. Me parece absolutamente innecesario por el lado del gobierno argentino, por lo que representa la Argentina, por lo que es España. Hay poquísimos países en el mundo que su mayor inmigración la tienen del otro lado. Lo de Argentina y España es una cosa alucinante. Es más que primos hermanos, pasa algo entre estos dos países. Y Milei incluso sabe que aunque haga cualquier cosa, aunque queme una bandera española y se la meta en el orto, no va a pasar nada… Porque la relación es muchísimo más fuerte que todo eso. Van a pasar cosas muy puntuales que tengan que ver con el clickbait y con los medios, y con mucha efervescencia, pero de verdad, no va a pasar nada.
—¿Se usa para tapar otras cosas más profundas?
—Eso significaría que el Gobierno tiene una estrategia inteligente, y yo lo dudo mucho. Creo que es un elefante adentro de un bazar: no podés decir que tiró con la trompa ese jarrón para que no veamos que tiró aquel cenicero. No. Es un elefante en un bazar: no piensa.
—¿Y las peleas que da el Gobierno contra los artistas, periodistas o referentes de la cultura?
—Es una batalla cultural real donde hay muchísimo de revancha. Tienen un grupo de gente que los sigue muy puntualmente, y es gente que debe haber sufrido muchísimo toda la época de inclusión, de hablar con la e, de las diversidades sexuales que proponía el kirchnerismo. Eso se nota en la alegría y el interés que tienen de hacer todo al revés.
—¿Pero cómo hay gente que está planteando que las diversidades sexuales son enfermedades?
—No creo que sea verdad. La mayor parte de las veces que los libertarios abren la boca y sacan cosas, lo hacen para estremecer, no porque las piensen. “¿Cuál sería la frase que más bronca le dé en este momento a X? Ah, hoy digamos esta”. Les chupa un huevo todo. No es que de verdad estudiaron un montón de libros para llegar a la conclusión de que los homosexuales se suicidan más. No. Es: “Vamos para allá”. Y hay un grupo muy grande de varones que van a lo loco para allá porque fueron unos varoncitos que, durante un tiempo largo, estaban así en la mesa, chiquititos, sin poder decir lo que querían. Están convencidos de que pueden decir de vuelta lo que se les antoje.
—¿Entonces, para despegarse, deben ir por la contraria en todo?
—No es para despegarse. Están festejando lo que entienden que es la muerte de todo eso. Cada vez que la chica que hace la locución de los comunicados oficiales no usa el todos y todas, que se usó durante 12 años, están festejando. Están festejando decir cosas de los homosexuales y que no tenga costo. Y que si lo tiene sea un costo beneficioso, porque cualquier cosa que se diga de ellos, a ellos les sirve, no importa que esté bien o que esté mal lo que digan. Cuantas más lágrimas de zurdo haya, entienden ellos, mejor.
Hernan Casciari: «Yo quería ser escritor cuando los escritores eran bohemios y borrachos. Cualquier éxito tenía que ver con morirse de cirrosis a los 55 y pasarla más o menos bien» (Foto: Adrián Escandar)
—¿Cómo fueron tus 70?
—Nací en el 71, o sea que mis 70 fueron la pura infancia. Y tengo un recuerdo maravilloso. Mi infancia tuvo el Mundial 78. No había muertos en ninguna ESMA. Yo nunca supe nada, entre mi nacimiento y mis 10 años. La pasé bárbaro. Padres que se querían, una hermana, amigos, campo, río… Mi conciencia política vino después.
—¿Vino con el escribir, con el contar y con el meterte en este mundo?
—Sí. Con el cine, con la literatura. Con empezar a leer. Con empezar a saber que Videla había nacido a diez cuadras de casa y que había venido a mi escuela cuando yo estaba en segundo grado. La directora decía: “Hay que admirarlo porque vino a esta escuela y hoy es el presidente”. Yo estaba en segundo grado y el señor, vino. Después recapitulé y supe: “Ah, este es este. Y este, y tal cosa…”.
—¿Y cuando en tu casa ese día contaste que Videla estuvo en el colegio?
—Mis viejos tampoco sabían nada. No tenían por qué, no tenían ningún interés por saber. No escuchaban Almendra y Sui Generis en esa época; escuchaban a Sandro y a Palito. Estaban muchísimo más en la recontra pelotudez que tratando de salvar el mundo. Cosa que no me parece mal. Es lo que les pasó.
—Estamos viviendo un revisionismo de los 70.
—Independientemente de que estés o estemos en las antípodas de ese pensamiento, lo que dice Victoria Villarruel es un pensamiento al que no nos habilitaron. Y eso sí es verdad. No estábamos habilitados a ese pensamiento. Nunca nos detuvimos a pensar en eso. Más allá de que no estemos de acuerdo. Hay mucho de gota que rebalsa el vaso en la revancha de los que piensan absolutamente distinto a lo que sospechábamos que pensábamos todos. Cuando se sospecha que todos pensamos igual, los que no, porque estamos en un mundo en donde no se podía decir tal cosa y tal cosa, van efervesciendo, hirviendo, hirviendo… Viene uno, abre la puerta y les dice: “Che, ahora ustedes pueden decir lo que piensan”. Y no lo van a decir despacito,
—O sea que hubo también un caldo de cultivo.
—Pero por favor. Claro que sí.
—Está claro.
—A mí me genera más ternura que bronca. Me genera mucha bronca la escalera, pero no él. Milei es el pibe que nos roba el celular en la esquina: no tiene la culpa. Es una cosa que armamos, que generamos nosotros. Y en tanto no nos hagamos cargo de que la generamos, que no hagamos una autocrítica seria de lo que generamos… Estoy hablando casi exclusivamente del peronismo: mientras sigan haciéndose los giles, la escalera seguirá ahí. Y el chabón subió. Pero no tiene la culpa: hace lo que puede. Por ejemplo, un recital en el Luna Park, o decir “Pedrito, estás match point”. Es lo que puede hacer. ¿Por qué le estamos pidiendo que sea Alfonsín?
—Hablás con claridad, sin tomar una posición de estas duras a las que estamos acostumbrados: porque podés ser crítico de este gobierno y también ser muy crítico del gobierno anterior.
—Soy mucho más (crítico) del anterior que de este.
—Estamos en un momento social en el que si uno no defiende cualquier cosa a cualquier costo, eso automáticamente te vuelve kirchnerista o peronista.
—¿Pero desde dónde? Desde un grupo de descerebrados en Twitter. Nada más. No existen. Yo no me encontré a nadie en la calle diciendo las barbaridades que dice la gente en Twitter. En la vida real la gente es muchísimo más civilizada. No es verdad. A mí me divierte un montón esa parte de la vida porque es como abrir algo, que salga un montón de moscas, y entonces les hago así a las moscas y digo: “Bueno, es un rato que estoy jugando acá”, y cierro. Porque no es verdad. Como lo que propuse en Mercedes, que al toque sale una noticia sobre “una supuesta universidad del escritor K Casciari, que es amigo de La Cámpora, que va a entrar ahí a meter militantes”. Es una fantasía generada por un grupo de loquitos que ni siquiera saben lo que quiero hacer, ni les importa, ni les va a importar cuando yo diga esto. Van a seguir diciendo que es lo otro. Eso no es real, no está pasando. Es un grupito de gente en su casa con diferentes estados de problemas de salud mental, enloquecidos.
—Me gusta cómo lográs que no te afecte.
—Es que sino, no podés remar. Ya hace 15 años que vengo haciendo cosas. Y me tengo que divertir además con esas cosas.
Hrnan Casciari con Tatiana Schapiro en Infobae
—¿Te divertís con la columna en la radio?
—Mucho, mucho.
—¿Cuántos años con Andy Kusnetzoff?
—Desde que llegué a Argentina, a inicios del 2016. Creo que esa misma semana Andrés me dijo: “Dale, vení”. Me gusta el grupo, cómo funciona esa radio. Dicen que es una radio K, y en absoluto… Pero bueno, es lo que hay que decir. Y yo me siento como en casa. Voy a divertirme con amigos.
—En un momento habilitaste las descargas de todos tus libros. No tenés problema en responderle a la industria cuando hay que responder.
—No es una respuesta a la industria: es un mimo a mis lectores. A mí la industria me chupa un huevo. Todos mis libros están gratis desde siempre, no es una cosa que hice una vez.
—Pero hubo una movida que hiciste cuando cuestionaste quién se sienta hoy a leer dos horas un libro.
—Claro, sí, sí. A partir de eso mucha gente, que no sabía ni quién era yo, se enteró que los libros estaban gratis. Yo hice una provocación que me pareció divertida, y en el recorte que se hizo de esa pequeña provocación, quedó como que a mí no me interesaba la literatura. Esas cosas que pasan en los recortes de 20 segundos, que la gente hace así, lee, se piensa que eso es todo lo que pasó, putea y sigue.
—Creyeron que estabas boicoteando la literatura.
—Claro. Y empezaron a putearme. Entré a Twitter así, con las moscas, y dije: “Mientras me sigan puteando, 50% de descuento en todos mis libros en la Tienda Orsai”. Y ya nadie sabía si me estaban puteando para que se vendieran los libros… (risas). Es muy divertido porque, al mismo tiempo, es todo muy jardín de infantes.
—Hay algo clave: te divertís con todo lo que hacés.
—No con todo, porque también entiendo que en ese mundo lleno de moscas, hay mucha gente que sufre de verdad. Gente con exposición, gente sin exposición. Adolescentes que entienden que el cuerpo tiene que ser de una manera y entonces se angustian porque les dicen algo sobre su cuerpo. Yo tengo una edad, unas espaldas, estoy tremendamente curtido: a mí no me van a hacer nada, es obvio. Pero eso no significa que no sea consciente de que esos moscardones pueden tomar la forma de un puñal, y apuñalar también.
—No, claro. Yo me refería a que te divierte lo que hacés, y que eso sirve de escudo para cualquier otra cosa. Que estás protegido.
—La fantasía que yo tenía cuando era chico de lo que iba a ser cuando fuera grande, está sobrepasada. Yo no quería tanto. Lo que a mí me pasa con lo que hago cuando leo en un auditorio o en la radio.
—Cuando llega un mensaje de Messi.
—Cuando llega un mensaje de Messi… A mí me supera absolutamente.
—¿Le dijiste a Andy: “Dale mi teléfono, que no te mande los audios a vos”?
—No. A mí me genera una vergüenza el ídolo. Si alguien, por ejemplo Messi, manda un WhatsApp: “Che, qué lindo todo esto”, me da mucha vergüenza la posibilidad de agarrarle el codo porque me dio la mano, y decir: “Che, Messi…”. Ay, no, no. No quiero ser el que hable con Messi porque habló conmigo.
—¿Cómo se llevan ahora con tu mamá?
—Ahora bien.
—Ahora…
—(Risas) No, pero en serio.
—Tuvo que pasar el arte de por medio para que se llevaran bien.
—Mi vieja y yo tenemos una relación un poco distante desde siempre. Viví 15 años a 12 mil kilómetros y eso también ayudó. Pero no soy un hijo tanguero, que “la mamma, la mamma…”. Nunca tuve eso. Encontré que arriba del escenario tenemos una relación que abajo, no. Sé que no tenemos una relación de abrazo, por ejemplo. A mí me cuesta un montón y a ella también, pero me parece que le cuesta desde que sabe que a mí me cuesta. No quiere avasallar. Tenemos una relación no de indiferencia, pero muy respetuosa, y lo que cambia es que arriba del escenario lo podemos contar con alegría. A mí me hace reír arriba del escenario lo que me cuenta. Cosas que yo no sé. Y nos divertimos un montón, nos divertimos mucho.
—¿Y cuando terminan la función?
—Cuando terminamos, yo dejo que la aplaudan a ella. Y ella se hace la diva. Y después se va a Mercedes, yo me voy a Areco, y sigue nuestra vida.
—¿Te dan ganas de ese abrazo?
—Lo hemos intentado hasta el “te quiero”. Hace un año, vino al cumpleaños de mi hija chiquita y no sé qué le habrá pasado, nunca le pregunté, pero antes de irse, en vez de saludarnos como siempre, me abraza y me dice: “Te quiero”. Lo noté reforzado, como que una amiga le dijo que había que hacerlo. No le pregunté nunca por qué. Pero somos así. Yo no estoy esperando que evolucione. Me parece bien.
—¿Y a tus hijas, las abrazás?
—Sí, sí. Tengo esa capacidad con mis hijas. Con la más grande, que ahora tiene 20, es como que se empieza a perder. Noto que también estamos encontrando una distancia física.
—¿Pero les decís lo suficiente que las querés?
—A full. Eso es diario y es genuino. Pero mi vieja también me lo decía. No me decía “te quiero”, me decía “vos sos un genio”.
—¿Y vos a ella le decís que la querés?
—No. Pero hago cosas muy complicadas para que ella entienda que algo de eso, debe haber…
Fuente: Infobae