Nicolás Guerrero, nieto de Álvaro Mutis, junto a la foto que Gabo tenía con su abuelo al costado de su escritorio
CIUDAD DE MÉXICO.- Una década pasó desde el último encuentro entre Gabriel García Márquez y Álvaro Mutis, cuando la muerte puso su pausa fatal a la amistad fraternal que ambos colombianos refugiados en México mantuvieron a lo largo de su vida. Ahora, en el centenario de la muerte del poeta autor de Los elementos del desastre, Gabo consigue desde el más allá recibir de nuevo a su entrañable amigo en su casa del Pedregal, al sur de la Ciudad de México, la misma donde recibió la noticia del Nobel.
Ambas familias son las artífices de esta coincidencia, con la apertura -por primera vez al público- del archivo personal de Mutis (Bogotá, 1923-Ciudad de México, 2013), para su exposición en la actual Casa de la Cultura Gabriel García Márquez, que durante años reunió a las familias de Gabo y Mutis en pleno.
Gonzalo García Barcha, hijo menor de Gabo, Emilia García, nieta del Nobel, y Nicolás Guerrero, nieto de Mutis, son los responsables de la revisión de las piezas que componen Intacta Materia, que se exhibe hasta noviembre en la galería de la icónica casa, muy cerca del árbol en el que García Márquez (Aracataca, Colombia, 1927- Ciudad de México, 2014) y su esposa Mercedes posaron tras la noticia del premio de la Academia de Suecia.
Tesoros inéditos, entre Borges y guiños porteños
Primeras ediciones de libros, recortes de periódicos de época, correspondencia con Octavio Paz, Luis Buñuel, Fernando Botero y su gran amigo Gabriel García Márquez son algunas de las piezas que integran la exposición, a las que LA NACION tuvo acceso en un recorrido exclusivo ofrecido por el músico Nicolás Guerrero, nieto dilecto de Mutis. Allí están fotos de la infancia de Mutis en el río Coello de Tolima, en Colombia, sus comienzos como locutor de radio y su primer poema en papel arrugado, tras su rescate del propio Mutis de la basura. Cerca, se destaca el primer ejemplar de Los elementos del desastre, de editorial Losada, publicado por primera vez en Buenos Aires.
Su nieto recuerda que es la misma editorial con la que García Márquez intentó sin éxito publicar La Hojarasca, rechazada por Guillermo de Torre. Y cita la anécdota que escuchaba de Gabo y sus amigos escritores, cuando bromeaban sobre el editor, “un ‘visionario’ que rechazó a dos premios Nobel -García Márquez y Octavio Paz- y Carlos Fuentes”. El azar quiso que también la exhibición incluya una foto de Mutis en Ecuador con Jorge Luis Borges, cuya hermana, Norah, era la esposa del mismo Guillermo de Torre. Allí, un ejemplar De lecturas y otras celebraciones (Pértiga) en su capítulo “Borges” recuerda cómo lo conoció: en el vestíbulo de un hotel en Quito, invitados por la Casa de la Cultura, donde conversó con el autor de Ficciones por más de una hora. Los participantes de la reunión habían ido a buscar al aeropuerto a Ernesto Cardenal, poeta de Nicaragua, que llegaba a la misma hora que Borges. “Éste llegó al hotel en un taxi junto a María Kodama, su acompañante y discípula. Nadie lo esperaba. Lo vimos sentado en un rincón, mirando hacia esa vasta nada que acosa a los ciegos. Me acerqué y le presenté a mi esposa. Carmen -comentó- quiere decir poema en latín. Y jardín en árabe, le contestó a mi esposa”, escribe Mutis, que siempre destacó su admiración por el escritor argentino.
En 2002, al presentar en Madrid “Textos recobrados” de Borges, Mutis afirmó: “En su literatura, Borges cuida mucho el ritmo de la frase. Eso hace que mi escritura sea una verdadera tortura”.
También hay un ejemplar de la primera edición de La Balanza, que se quemó en el Bogotazo, en 1948. “Mi abuelo bromeaba que se había agotado por incineración, debido a que se incendió la librería donde estaba. Fue una gran sorpresa encontrarlo entre sus cosas”, dice Guerrero a LA NACION con asombro, al tratar de entender cómo hizo aquel para conseguir un ejemplar en medio de la destrucción, tras su huida a México.
También se puede ver una foto de Mutis con el elenco de El planeta de los simios o frente a un micrófono, en su pasado de locutor de noticias para Radiodifusora Nacional, hoy Radio Caracol.
Pasos siempre juntos
Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 1997 y Premio Cervantes en 2001, la vida personal y literaria de Mutis estuvo unida a la de autor de Cien Años de Soledad. “Uno no daba el paso sin el otro”, recuerda Nicolás Guerrero. Y en otra de las tantas referencias literarias que hace a lo largo de la charla, compara: “como una especie de Bioy y Borges”. Y amplía el relato que Gonzalo García compartió con LA NACION, sobre la fiesta que Mutis ofreció en su casa para celebrar el Nobel de Gabo. “Estaban asediados en esta casa por la prensa y huyeron a la de mi abuelo”, dice Nicolás.
La amistad en México de Mutis con García Márquez, a quien había conocido en Bogotá, coincidió con un tiempo de mayor calma para el poeta. Los primeros años de su juventud habían sido agitados, entre los múltiples trabajos que tenía (“no vivió de escribir”, dice su nieto), como vendedor de series de televisión, doblajista de Eliot Ness en Los Intocables o relacionista público en una agencia de publicidad y una filial de la Esso. Este último trabajo fue el que motivó su huida a México, donde luego fue apresado por una orden de Interpol, tras ser acusado por la empresa por manejo fraudulento de fondos. Se dice que Mutis utilizaba los recursos publicitarios para ayudar a escritores y organizar veladas culturales que poco servían a los intereses de la empresa. Por esa demanda pasó quince meses en prisión, que narró en su famoso Diario de Lecumberri. Allí están la enfermedad y la muerte presentes en el cuerpo, el desdén de los de afuera, el miedo por los que acechan dentro, el látigo de los poderosos, las vidas vulneradas desde las infancias.
Mutis recordó siempre con respeto su paso por la cárcel. “Incluso hacía chistes al respecto. Decía: ‘el mejor fideo seco que comí era de Lecumberri’. Entiendo que puede ser un mecanismo de defensa, porque cuando lees el libro, es de una realidad cruda y de una humanidad base llevada al límite”, relata su nieto.
Guerrero se detiene en el recorte del periódico que reseñó la obra de teatro que montó su abuelo en la prisión. “El único electricista que consiguieron para montar las luces fue Ramón Mercader, el asesino de Trostky”, cuenta.
Ubicado en el centro de la ciudad, el conocido “Palacio Negro de Lecumberri”, de origen virreinal, albergó una de las prisiones más lúgubres de América (compartía su disposición radial con la cárcel del Fin del Mundo, en Ushuaia). De allí, donde hoy funciona el Archivo General de la Nación, salió “otro hombre”, que entendió que “no podemos juzgar a nuestros semejantes”. Acaso el mensaje más poderoso de un álter ego que Mutis se empeñó en negar como tal, Maqroll el Gaviero, extranjero en todas partes, que recuerda que todos podemos serlo en algún momento.
Fuente: La Nación