Luego de medio siglo de pensamiento infatigable, de escribir obras filosóficas y literarias, de fundar medios, de haber participado y hasta protagonizado las revueltas intelectuales y políticas más importantes del siglo XX y de haber obtenido y rechazado el Premio Nobel de Literatura.
Sartre estudió filosofía en París durante la década del 20, en la Escuela Normal Superior; allí conoció a Simone de Beauvoir, su pareja de toda la vida, con quien estableció una dupla intelectual y amorosa sin igual.
Luego de participar como meteorólogo en la Segunda Guerra mundial y caer prisionero de los nazis, en 1943 publicaría su libro de filosofía más importante: “El ser y la nada”.
Desde entonces se convertiría en una de las figuras intelectuales más célebres del mundo: pensó y se solidarizó con las revoluciones de la juventud, del tercer mundo y con las luchas anticolonialistas; escribió obras filosóficas (“Crítica de la razón dialéctica”), teatrales (“Las moscas”, “A puerta cerrada”), novelas (“La náusea”), cuentos (“El muro”), ensayos (la serie “Situaciones”) y crítica literaria (“El idiota de la familia”); y en 1964 obtuvo y rechazó el Premio Nobel de Literatura.
Sus ideas (“El ser humano está condenado a ser libre”; “El infierno es el Otro”) le sobreviven como eslóganes de una particular pregnancia; en las décadas del 50 y 60, en el mundo pero también en la Argentina, Sartre era leído y discutido hasta en los bares, y fue elevado a la categoría de héroe intelectual por la generación beat en los Estados Unidos y por la llamada “generación del 60” en la Argentina.
Para Mariana Gardella Hueso, doctora en Filosofia e investigadora del Conicet, “en la historia de la filosofía hay un antes y un después de Sartre. Luego de la publicación de ‘El ser y la nada’ todo cambió. Esta obra es el acta de nacimiento del existencialismo francés, un movimiento filosófico que, en el contexto de la Segunda Guerra mundial, propuso una nueva forma de pensar nuestro lugar en el mundo y el alcance de nuestras acciones”.
Gardella Hueso explica a Télam que “el principio básico del existencialismo se resume en la conocida afirmación sartreana ‘la existencia precede a la esencia’. Esto quiere decir que lo que somos no está determinado por ninguna forma fija o naturaleza esencial, sino por nuestra existencia concreta. Cada persona empieza por no ser nada. Se encuentra arrojada en el mundo y tiene la responsabilidad de proyectarse, de hacerse, de auto-determinarse a través de la acción”.
“El existencialismo es una teoría vital que concede un lugar privilegiado a la noción de libertad. Sobre esta noción se funda una nueva ética que nos permite construir quiénes somos ante la mirada de otros que deben emprender la misma tarea: construir quiénes son. El mayor regalo que nos ha hecho Sartre fue habernos devuelto la responsabilidad por nuestra existencia”, agrega Gardella Hueso.
Y concluye: “Desde entonces no hay nada ni nadie a quien podamos echarle la culpa de lo que somos. No hay dioses, mundo de esencias fijas, ni mandatos que nos determinen. Somos ante todo proyecto y tenemos la difícil tarea de decidir qué queremos ser y hacer. Ese es el valor y el costo de la libertad”.
El filósofo y docente Tomás Abraham es uno de los pensadores que más ha estudiado el legado de Sartre. Y cree que en la actualidad su obra “no ocupa un rol central para la filosofía”. Aunque, agrega, “los nombres que hoy circulan por los medios y venden libros al estilo de vida líquida, sociedad del cansancio, homo sapiens o neocomunismos son enanos al lado del gigante, de aquel gigante de un metro y medio”.
¿Se lee y enseña a Sartre en las universidades? ¿Tiene algún peso en el discurso académico actual? Abraham asegura que no: “No se lo lee en las universidades porque no es parte de los modismos de hoy, aunque sí lo es su compañera Simone de Beauvoir, por su libro ‘El segundo sexo’. Lo curioso es que el feminismo que la rescata no se detiene en el hecho de que ella en gran parte de su obra se dedicó a divulgar las tesis de su marido sin libreta”.
Sobre el legado sartreano, Abraham cree que su obra fundamental es “El ser y la nada”: “Se trata de un libro de filosofía que combina talento literario con una imaginación teórica aplicada a elaborar un nuevo concepto de libertad”.
Y destaca “sus obras de teatro, algunas de las cuales tiene una particular intensidad, sus ideas sobre la literatura, desde su crítica a la poética surrealista, al romanticismo y sus variantes. Además de cómo, en la última parte de su vida, ciego y sin posibilidades de escribir, llevó a cabo una extraordinaria epopeya para desdecirse de todo lo que hizo y recomenzar de nuevo”.
El ensayista y filósofo Luis Diego Fernández afirma que “la filosofía francesa del siglo XX se puede dividir en dos cabezas pensantes: Sartre en la primera mitad y Foucault en la segunda”. Y cree que por eso mismo “su lugar es incuestionable”.
Aunque aporta algunas ideas que explican, según su opinión, el descrédito en el que en ciertos círculos pueden haber caído su obra y su figura: “El tiempo colocó a Sartre como una figura demasiado hija de su tiempo, y su obsolescencia se hizo evidente”.
Sabe que su recepción en la Argentina fue enorme y diversa: “Desde Juan José Sebreli a Tomás Abraham, pasando por José Pablo Feinmann, hubo filósofos ideológicamente opuestos que lo han tomado como referencia”.
«En las últimas dos décadas su pensamiento ha desaparecido, quizá producto de una concepción antropológica anticuada y de un modelo voltaireano que concibe al intelectual como portavoz de verdades universales que hoy resulta entre naif y absurdo, así como pretencioso y narcisista. En tiempos donde la subjetividad es plástica, el modelo sartreano quedó a años luz, al igual que su construcción del rol de un intelectual”, concluye Fernández.