El final de Gabriel García Márquez, contado por su hijo

Entrevista en Buenos Aires. Cuando su padre se puso muy mal, el cineasta Rodrigo García empezó a tomar notas. De allí salió “Gabo y Mercedes: una despedida”.

Tal vez no haya sido fácil dedicarse al arte siendo hijo de Gabriel García Márquez. En su post adolescencia, Rodrigo –primer hijo del Premio Nobel y de Mercedes Barcha– se puso a estudiar cine y alternó su vida entre las casas de sus padres en México y Barcelona y su nueva vida en Los Angeles, donde se terminó radicando.

Fue asistente en varias películas hasta que terminó dirigiendo sus propios largos. Muchos años después, en 2014 y 2020, sus padres murieron. Rodrigo nunca había escrito nada en prosa, pero la muerte de los padres lo empujó a tomar apuntes y finalmente compuso un relato de duelo, de gran intimidad.

Gabo y Mercedes: una despedida se inscribe cómodamente en la larga tradición de libros sobre la muerte del padre pero tiene, por supuesto, la particularidad única de que ese padre es uno de los escritores más leídos de la historia.

Simplemente, papá y mamá. Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha. Foto cedida por Rodrigo García Barcha

Simplemente, papá y mamá. Gabriel García Márquez y Mercedes Barcha. Foto cedida por Rodrigo García Barcha

Quizás por eso Rodrigo lo escribió en inglés, como tratando de escaparle al español, una lengua que en la literatura le pertenece a García Márquez y a unos pocos más. Sobre todo esto conversamos por zoom; él, desde un hotel en Buenos Aires, donde vino a filmar Santa Evita, la adaptación de la novela de Tomás Eloy Martínez, con Natalia Oreiro como protagonista.

-¿Cuál fue la génesis de este libro, el momento en el que decidiste escribirlo?

–No hubo realmente una génesis, en el sentido en que nunca me planteé escribir un libro. Ya cuando nos decían que Gabo estaba en una etapa que probablemente iba a ser de tres semanas, se abrió un período extrañísimo en la casa, y para cualquier persona que cuente historias era un ambiente, una situación y un momento súper cargados de emociones. Entonces empecé a tomar notas un poco pensando que a lo mejor eso podía escribirlo como una especie de diario, o un relato para la familia, y luego empezó a crecer.

-¿Y cuándo tomó forma?

-No fue hasta después de que murió Gabo que vi todo eso y dije: «bueno, voy a tratar de escribirlo». Escribí como setenta, ochenta páginas, y lo dejé a un lado sin saber muy bien qué hacer. Y luego, cuando murió mi madre en agosto de 2020, pensé en incorporar un poco eso; ella ya estaba en rigor muy incorporada al libro, pero hice un capítulo final sobre ella y entonces el libro tuvo más sentido como una despedida de los padres y como el final del club de los cuatro, con mi hermano y mis padres. Fueron varias etapas hasta llegar al libro como está ahora.

“Gabo tenía muchas costumbres: desayunar siempre lo mismo, comer mucho las mismas cosas. Le gustaba de postre la gelatina y fueron décadas de gelatina. Luego el helado, y fueron décadas de helado”

"Gabo tenía muchas costumbres: desayunar siempre lo mismo, comer mucho las mismas cosas. Le gustaba de postre la gelatina y fueron décadas de gelatina. Luego el helado, y fueron décadas de helado"

Rodrigo García

AUTOR DE «GABO Y MERCEDES: UNA DESPEDIDA»

–¿Lo leyó alguien cuando terminaste el manuscrito?

–Primero tuve varias conversaciones conmigo mismo sobre si debía publicarlo o no. Es un libro un poquito sui generis, no era un libro largo, no era realmente una memoria de toda mi vida; entonces sí, el libro no se iba publicar sin antes tener el visto bueno de mi hermano, por supuesto. Y lo leyeron mi esposa, mi cuñada, mis hijos, mis sobrinos, toda la gente que sale en el libro, y todos me apoyaron, me animaron a publicarlo. Lo más importante era que me dijeran que no era una vulgaridad publicarlo.

–¿Cuándo te empezaste a dar cuenta de que tu padre era una de las personas más famosas del mundo?

–Fue muy paulatino. Cuando tenía ocho o nueve años ya oía en términos familiares que el libro había gustado mucho, que se vendía mucho, que la gente lo admiraba. Cuando tenía 10, 11 años veía que los estudiantes de bachillerato en mi escuela leían el libro, eso era interesante. La fama de Gabo siguió creciendo y creciendo, pero entre Cien años de soledad y su siguiente novela, El otoño del patriarca, pasaron siete años, así que fue lento.

-¿Y en la vida cotidiana?

-Él trabajaba en casa, entonces no había esta sensación de estar con un famoso que viajara a todo el tiempo y que fuera parte del jet-set. Era una vida de una clase media, clase media alta intelectual de artistas de México y Barcelona pero no era la fama como es ahorita. Yo creo que la fama de Gabo realmente despegó después de que ganó el Premio Nobel ya a otro nivel, pero ya estando yo en el bachillerato sí lo reconocían por la calle, la gente le pedía que firmara libros. Crecimos con eso.

–¿Tuviste algún momento de cierto hastío por ser el hijo de…?

–No un hastío, porque la relación con mi papá siempre fue buena, y porque había mucho de bueno en eso, en su éxito, en su fama; pero sí traté de abrirme un poco mi propio camino y no siempre ser visto en relación a él. Y creo que como he tenido una carrera larga en el cine, este libro no lo hubiera escrito hace 20 años o hace 15 años, porque era un libro todavía del universo de mis padres, pero ahorita, ya a mi edad, con mi propia carrera y mi propio trabajo ya no me importa que sea un libro muy en el universo de Gabo.

–¿Qué hábitos tenía tu padre en la intimidad?

-–Tenía los hábitos del trabajo, los horarios fijos para desayunar, para trabajar de una hora a otra hora, comer a cierta hora, dormir la siesta, por la noche mucha vida social para distraer la cabeza, porque si no se distraía estaba todo el día pensando en el tema del libro. Gabo tenía muchas costumbres: desayunar siempre lo mismo, comer mucho las mismas cosas. Le gustaba de postre la gelatina y fueron décadas de gelatina. Luego el helado, y fueron décadas de helado.​

Gabo y Mercedes: una despedida

Gabo y Mercedes: una despedida

Autor: Rodrigo García

Editorial: Random House

Páginas: 144

Precio: $1099 (papel); $699,99 (Audiolibro); $449,99 (ebook)

–Pero viajaba mucho. ¿Eso no alteraba su rutina y su trabajo?

–A donde más iban era a Barcelona y a Colombia y tenían una casa en Barcelona y casas en Colombia, entonces llegaban y Gabo tenía en todas las casas la misma ropa y la misma computadora: era como llegar y seguir en el mismo lugar.

–Algo que mencionás en el texto es el asedio en los días finales de tu padre. ¿Sentís que los medios trataron con respeto su muerte?

–Sí, mucho respeto. Por supuesto había gente en la puerta del hospital, había gente en la puerta de la casa, pero en general con mucho respeto. Gabo también tenía gente que estaba en desacuerdo con él, por ejemplo con su posición sobre Cuba y su amistad con Fidel Castro. Todo eso hubiera podido ser una oportunidad para atacar, y algunos lo hicieron, pero en general la prensa fue muy respetuosa, muy cariñosa, no recuerdo así nada particularmente molesto.

Rodrigo García. El cineasta y las memorias familiares. Foto cedida por Rodrigo García Barcha

Rodrigo García. El cineasta y las memorias familiares. Foto cedida por Rodrigo García Barcha

–Debe haber sido bastante impresionante, para ustedes, asistir en las horas posteriores a su muerte a homenajes tan fastuosos, con presidentes y cientos de personas. ¿Cómo te sentías en esos eventos?

–Por una parte cansa y por otra, te distraes. La casa era muy social, vino mucha gente sobre todo de Colombia, algunos de España, de Panamá. Por un lado es cansador pero por otro lado es más llevadero que si la casa estuviera en silencio. Como mi madre era muy social, yo creo que eso la ayudó mucho. El homenaje en Bellas Artes fue muy conmovedor. Miles de personas paradas haciendo cola bajo la lluvia, muy impresionante. Es cierto que es una manera ferozmente pública de llevar un duelo.

–¿Por qué escribiste el libro en inglés?

–Lo escribí en inglés porque no era un libro, no sabía lo que iba a ser y tenía mucho miedo a escribir con tapujos. Yo he escrito solo guiones en inglés o sea no soy una persona que escriba prosa, entonces el inglés me daba un poquito de distancia, me permitía producir el libro rápidamente sin quedarme enmarañado en que si está bien escrito, que si no está bien escrito.

“Tenían casa en Barcelona y en Colombia, entonces llegaban y Gabo tenía en todas las casas la misma ropa y la misma computadora: era como llegar y seguir en el mismo lugar”

"Tenían casa en Barcelona y en Colombia, entonces llegaban y Gabo tenía en todas las casas la misma ropa y la misma computadora: era como llegar y seguir en el mismo lugar"

Rodrigo García Barcha

AUTOR DE «GABO Y MERCEDES: UNA DESPEDIDA»

–¿Desde que murió tu padre, vos y tu hermano estuvieron implicados en todo lo que tiene que ver con el cuidado de su obra, la recopilación de algún texto perdido o inhallable, todo lo que respecta al cuidado de una obra tan grande?

–Estamos metidos en la toma decisiones. Cuando mi madre vivía, ella también. Desde antes de que muriera Gabo ya estábamos en pláticas para encontrar un lugar donde guardar sus manuscritos, sus originales, parte de su biblioteca, su correspondencia y eso terminó yendo al Harry Ransom Center en Austin. De eso nos ocupamos mucho Gonzalo y yo, con mi madre también opinando, por supuesto ella tenía la palabra final siempre, aunque nosotros éramos los consejeros, y seguimos trabajando con la misma agencia para todo lo que signifique nuevas ediciones, traducciones, colecciones, adaptaciones de teatro, cine, televisión.

–Para cerrar y tocar brevemente un tema de coyuntura. ¿Cómo ves lo que está sucediendo en Colombia?

–Bueno, es el resultado de un polvorín, ¿no? Pobreza y riqueza, años de mucha presión social, la gente muy cansada de la guerra, la guerra de gobierno y guerrilleros lleva mucho tiempo. El narcotráfico, pero sobre todo pobreza. Luego súmale pandemia y luego esta idea de salir de la pandemia con nuevos impuestos: no me sorprende que la gente haya reventado.

Gabriel García Márquez, retratado

Fragmentos de «Gabo y Mercedes: una despedida»

Mi papá admiraba y envidiaba muchísimo a los composito­res de canciones por su habilidad para decir tanto y de ma­nera tan elocuente en tan pocas palabras. Mientras escribía El amor en los tiempos del cólera se sometió a una dieta cons­tante de canciones pop en español sobre el amor perdido o no correspondido. Me dijo que la novela de ninguna mane­ra sería tan melodramática como muchas de estas canciones, pero que podía aprender mucho de ellas sobre las técnicas con las que evocaban sentimientos. Nunca fue pretencioso en sus gustos artísticos y disfrutaba de personas tan diversas como Béla Bartók y Richard Clayderman. En una ocasión pasó por mi lado cuando estaba viendo a Elton John en la televisión interpretando sus mejores canciones, solo al pia­no. Mi padre apenas tenía una vaga idea de él, pero la músi­ca lo detuvo en su camino y al final se sentó y lo vio todo, fascinado. «Carajo, este tipo es un bolerista increíble», dijo. Era típico de él referirse a algo en relación a su propia cul­tura. Nunca lo intimidaron las referencias eurocéntricas que eran tan comunes en todas partes. Sabía que el arte verdade­ro podía florecer en un edificio de apartamentos en Kioto o en un condado rural en Mississippi, y tenía la firme convic­ción de que cualquier rincón remoto y desvencijado de La­tinoamérica o del Caribe podía representar la experiencia humana de manera poderosa.

….

A pesar de su naturaleza sociable y de una aparente como­didad con la vida pública, mi padre era una persona bastan­te discreta, incluso introvertida. No quiere decir que fuera incapaz de disfrutar de la fama o que después de décadas de adulación fuera indemne al narcisismo, pero aun así siempre sospechó de la fama y el éxito literarios. Nos recordaba (y a sí mismo) muchas veces a lo largo de los años que Tolstoi, Proust y Borges nunca ganaron el premio Nobel, ni tam­poco tres de sus escritores favoritos: Virginia Woolf, Juan Rulfo y Graham Greene. A menudo le parecía que el éxito no era algo que hubiera conseguido sino algo que le había sucedido. Nunca releía sus libros (aunque lo hizo muchas veces muy tarde en la vida, cuando su memoria se estaba des­vaneciendo) por temor a encontrarlos vergonzosamente de­ficientes y a que eso paralizara su creatividad.

Rodrigo García Básico

  • Nació en Bogotá en 1959
  • Es director de cine y televisión
  • Estudió Historia Medieval en la Universidad de Harvard.
  • Estudió en el American Film Institute.
  • Sus primeras películas fueron Cosas que diría con sólo mirarla (2000)  y Diez pequeñas historias de amor (2001). Luego vinieron Nueve vidas (2005), Passengers (2008), y Madres & hijas (2010), entre otras.
  • Dirigió episodios de Los SopranoIn Treatment y  Six Feet Under.
  • Dirige la serie Santa Evita, protagonizada por Natalia Oreiro, que produce Disney.

Fuente: Clarín