A escritores como Margaret Atwood pero también al actor Ethan Hawke les escribieron desde direcciones falsas pidiéndoles textos que estaban en proceso. Luego, los textos desaparecen. Hay desconcierto.
Días atrás, el sitio web Publishers Marketplace anunció que la editorial Little, Brown publicaría Re-Entry (Reingreso), novela de James Hannaham sobre una mujer transgénero que sale de la cárcel bajo palabra. El libro sería editado por Ben George.
Dos días después, Hannaham recibió un correo electrónico de George en el que le pedía que enviara el último borrador del manuscrito. El email llegó a una dirección del sitio web de Hannaham que éste rara vez usa, por lo que no contestó desde allí sino que abrió su cuenta habitual, adjuntó el documento, escribió la dirección de correo electrónico de George y una pequeña nota y cliqueó “enviar”.
“Entonces me llamó Ben”, dijo Hannaham, “para decirme: ‘Ese no era yo’”.
Hannaham es sólo uno de incontables blancos de una misteriosa estafa internacional que engaña a los escritores, los editores, los agentes y todos los profesionales de esta órbita para que compartan manuscritos de libros inéditos. No está claro quiénes son los ladrones o el ladrón ni tampoco cómo podrían sacar provecho del plan. Escritores de renombre como Margaret Atwood y Ian McEwan fueron víctimas del engaño, al igual que famosos como Ethan Hawke. Pero también se ha atacado a antologías de cuentos y obras de escritores debutantes poco conocidos, aun cuando no tendrían ningún valor evidente en el mercado negro.
El destino de los archivos
De hecho, los «manuscritos» no parecen acabar en el mercado negro ni en la web oscura y no se han pedido rescates. Tras el envío, simplemente parecen desaparecer. ¿Por qué entonces ocurre esto?
“El verdadero misterio es la finalidad del juego”, dijo Daniel Halpern, escritor y fundador de la editorial Ecco, que ha recibido estos correos electrónicos y también ha sido suplantado en ellos. “Al parecer, nadie sabe nada fuera del hecho de que esto existe, y eso, se podría decir, es alarmante”.
“Hola Cynthia. Me encantó el fragmento y no veo la hora de saber qué les pasará ahora a Flora, Julian y Margot. Me dijiste que tendrías un borrador por estos días. ¿Puedes compartirlo?”
Quienquiera que sea el ladrón, sabe cómo funciona la publicación de libros y ha trazado un mapa de las relaciones entre los autores y la constelación de agentes, editoriales y editores que pueden tener acceso a ese material. Esta persona entiende el camino que sigue un manuscrito desde su presentación hasta su publicación y se maneja con soltura en el uso de la jerga de la actividad, como el uso de “ms” para designar a un manuscrito.
Los emails están redactados de modo que parezcan haber sido enviados por determinado agente a uno de sus autores o por un editor que toma contacto con un cazatalentos, con diminutos cambios en los nombres de dominio, por ejemplo, penguinrandornhouse.com en lugar de penguinrandomhouse.com, con las letras “rn” en lugar de la “m”. Las direcciones, de todos modos, están enmascarados y por lo tanto sólo son visibles cuando la víctima cliquea “responder”.
“Saben quiénes son nuestros clientes, saben cómo interactuamos con nuestros clientes, donde encajan los sub-agentes y dónde los agentes primarios”, dijo Catherine Eccles, dueña de una agencia de búsqueda de talentos literarios de Londres. “Son muy buenos”.
Víctima famosa. Margaret Atwood, autora de «El cuento de la criada». Foto EFE
Este ejercicio de phishing comenzó hace por lo menos tres años y ha afectado a autores, agentes y editores de lugares como Suecia, Taiwán e Italia. Este año, el volumen de los correos electrónicos explotó en los Estados Unidos, llegando incluso a niveles más altos en el otoño, por la época de la Feria del Libro de Frankfurt, que, como casi todo, se realizó online.
Los libros a los que se apuntó comprenden a A Bright Ray of Darkness (Un brillante rayo de oscuridad), de Ethan Hawke, Such a Fun Age (Una edad tan divertida), de Kiley Reid, The Sign For Home (La señal de casa), de Blair Fell, y Hush (Silencio), de Dylan Farrow. Penguin Random House y Simon & Schuster, dos de las editoriales más grandes, han enviado advertencias sobre la estafa.
“Uno se siente violado. No quiero que nadie sepa lo malos que son los primeros borradores”
James Hannaham
Cynthia D’Aprix Sweeney, autora de la novela The Nest (El nido), fue engañada en 2018 por alguien que simuló ser su agente, Henry Dunow. Los correos electrónicos empezaron unos ocho meses después que vendiera su segunda novela sobre la base de una muestra del manuscrito denominada “parcial”.
A menudo, estos emails usan información pública, como contratos de libros anunciados online, por ejemplo en medios sociales. Sin embargo, el segundo libro de Sweeney todavía no se había anunciado en ninguna parte, pero el ladrón lo conocía en detalle, incluso en cuanto al plazo de entrega de Sweeney y los nombres de los personajes principales de la novela.
“Hola Cynthia”, empezaba el email. “Me encantó el fragmento y no veo la hora de saber qué les pasará ahora a Flora, Julian y Margot. Me dijiste que tendrías un borrador por estos días. ¿Puedes compartirlo?” Firmaba “Henry”.
A Sweeney la nota le resultó extraña, así que la reenvió a su agente. “Él enloqueció”, dijo. Ella no contestó al estafador pero los correos siguieron llegando. Finalmente, le escribió para pedirle que la dejara en paz.
Ian McEwan. También apuntaron al autor británico. Foto AP
Pero Sweeney recibió esta respuesta: “Soy yo, Henry. ¿Cómo podría saber de tu nueva novela???” “Es muy desconcertante porque no es que la ficción sea lo que impulsa nuestra economía”, dijo Sweeney. “En definitiva, ¿cómo se monetiza un manuscrito que no te pertenece?” El primer libro de Sweeney fue un best seller, por lo que ella, al igual que los conocidos autores Jo Nesbo y Michael J. Fox, podría ser una elección obvia. Pero el ladrón también ha pedido novelas experimentales, antologías de cuentos y hace poco, libros de autores debutantes. Entretanto, el libro de Bob Woodward Rage (Furia), que salió en septiembre, nunca fue blanco del engaño, informó Woodward.
“Si esto apuntara a los John Grisham y las J.K. Rowling, se podría plantear otra teoría”, dijo Dan Strone, máximo ejecutivo de la agencia literaria Trident Media Group. “Pero si hablamos de un autor debutante, no hay un valor inmediato en poner el libro en internet porque nadie ha oído hablar de esa persona”.
Los sospechosos
Una de las principales teorías del mundo editorial, en el que proliferan especulaciones sobre los robos, es que estos son obra de alguien perteneciente a la comunidad de búsqueda de talentos literarios. Los cazatalentos arreglan la venta de los derechos de un libro a editoriales internacionales y a productoras de cine y televisión, y lo que sus clientes pagan es el acceso temprano a la información. Por eso, un manuscrito inédito, por ejemplo, podría tener valor para ellos.
“El patrón se parece a lo que yo hago”, dijo Kelly Farber, cazatalentos literarios, “que es conseguir todo”.
Los ciberdelincuentes suelen comerciar con películas y libros pirateados en la web oscura, además de con contraseñas robadas y números de Seguridad Social. Sin embargo, una búsqueda amplia en canales de la web oscura, como el sitio web Pirate Warez, foro clandestino de bienes pirateados, no dio como resultado nada significativo cuando se buscó por “manuscritos”, “inéditos” o “próximo libro” o los títulos de varios manuscritos robados.
En el pasado, los ciberdelincuentes que robaban guiones y libretos de Hollywood obtenían ganancias publicándolos online y cobrando una tarifa a los fans impacientes por tener acceso a ellos. En 2014, alguien publicó online el guion de Los ocho más odiados de Quentin Tarantino, que luego llegó a Gawker. Tarantino amenazó con poner fin a la producción antes de que hubiera comenzado. Oren Peli, guionista de la franquicia cinematográfica de Actividad paranormal vio cómo el boceto de su guion acababa en internet.
Feria de Frankfurt. Una de las citas más importantes del mundo editorial. Este año se hizo online. Foto EFE
Nada de esto parece estar ocurriendo con los manuscritos robados. Al parecer nadie los ha publicado online por rencor ni ha tratado de convencer a admiradores ansiosos de entregar los datos de su tarjeta de crédito a cambio de un vistazo precoz. No ha habido pedidos de rescate a los autores por parte de extorsionadores que amenacen con publicar online el fruto de años de trabajo si no pagan. A falta de eso, y sin una estrategia de monetización clara de los esfuerzos del ladrón o los ladrones, los expertos en ciberseguridad están desconcertados.
Las pequeñísimas variaciones en los sitios web registrados son una táctica probadamente eficaz. Para intentar robar el manuscrito de Cuchillo de Nesbo, el ladrón envió un correo electrónico desde Salornonsson.com, dominio que buscaba imitar a Salomonsson, la agencia literaria sueca. El dominio estaba registrado en GoDaddy, usando una computadora cuya dirección de IP nunca había sido detectada en anteriores casos de phishing, campañas de spam o ciberataques. Pero quienquiera que sea el que está detrás de los emails de phishing, es alguien que mantiene vigentes sus herramientas: había creado el dominio en junio de 2018 y volvió a registrarlo el 25 de noviembre de este año.
“El trabajo que se tomó –inventar conversaciones con personas de confianza y actuar como si estuviera poniendo al tanto a la víctima sobre esas conversaciones para generar credibilidad- decididamente muestra que los blancos son muy específicos y que probablemente se hace un esfuerzo mayor que el que se ve en la mayoría de los correos electrónicos de phishing”, dijo Roman Sannikov, analista de amenazas de Recorded Future a quien The New York Times le pidió revisar los emails.
Los robos inquietan a algunos literatos e hicieron que los profesionales de la edición no sepan en quién confiar. Para los autores, lo que está en juego no puede ser más importante: su obra inconclusa, todavía plagada de errores de tipeo y líneas argumentales que no sobrevivirían a una edición definitiva, expuesta a los ojos de todos antes de que esté lista.
“Uno se siente violado”, dijo Hannaham. “No quiero que nadie sepa lo malos que son los primeros borradores”.
Fuente: Clarín, The New York Times