También la materia de los sueños más codiciados puede convertirse en una visión desencantada. Aun para aquellos acostumbrados a sacar provecho de sus alucinaciones. Le sucedió a Gabriel García Márquez casi cuarenta años atrás, al recibir el anuncio del Premio Nobel de Literatura.
Hacía tiempo que el colombiano acariciaba la ilusión del galardón. Sin embargo, la mañana del 21 de octubre de 1982, cuando el célebre escritor de América Latina recibió la llamada de la Academia de Letras de Suecia, esa conquista activó en su mente un temor escondido, su premonición fatal. Ahí, quizás, estaba la significación más compacta de su final, perforando las oscuridades de su corazón: ¿Y si se trataba de la muerte?
La Academia de Suecia fundó su decisión de premiar al autor de Cien Años de Soledad “por sus novelas e historias cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente compuesto de imaginación, lo que refleja la vida y los conflictos de un continente”.
Hace 40 años, en su casa del Pedregal, al sur de la Ciudad de México, donde se instaló y puso fin a las mudanzas de su exilio, Gabo debió entendérselas con lo real y lo fantástico como nunca antes; esta vez, no era él quien dominaba el lenguaje de las conspiraciones. Así lo hace pensar el encuentro con LA NACION de su hijo Gonzalo García Barcha, diseñador gráfico y editor, a escasos metros del árbol de caucho donde su hermano Rodrigo tomó la famosa fotografía de sus padres -ambos en bata y ropa de cama- tras recibir la noticia. “Gabo era muy supersticioso. Tenía explicaciones para no ganar el premio. Decía que no quería porque ningún Premio Nobel había sobrevivido más allá de cinco años. Era su excusa”, rememora. Camus lo obtuvo en 1957 y murió en 1960; Faulkner, en 1949 y falleció en 1962. Los recuerdos del hijo vuelven a pocas horas del homenaje que tendrá lugar este jueves en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, con la participación vía streaming del cineasta Rodrigo García Barcha desde Los Ángeles, la presencia de Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Gabo, y de Ezequiel Martínez, director de la Feria, con motivo de los 40 años del Nobel a García Márquez.
La huida de la posteridad
Meses atrás, esta sala en la que ahora su hijo se entrega a los recuerdos, albergó para un público reducido el armario de Gabo, que exhibió el vestido que Mercedes se mandó a hacer para el Nobel. Gonzalo entrelaza sus manos -semejan las de Gabo- y se pierde en el afuera. El jardinero riega con esmero las rosas, como si Mercedes estuviera por regresar, para contemplarlas después de la siesta. El aire seco de la primavera azteca se vuelve fresco por un instante y las lagartijas huyen de sus escondites, como si quisieran recuperar el calor del que fueron arrancadas. El aroma a flores se mezcla con el de la madera lustrada de los muebles. Los tapizados blancos lucen inmaculados, como si escogieran la modestia a presumir el rastro incesante de visitantes. Entonces su hijo mira hacia arriba, quizás al primer piso de la casa donde García Márquez pasó sus últimos días, y dice: “El Nobel lo cambió todo”. Fue ahí, asegura, que comenzó la mayor tarea de Mercedes Barcha, la de buscar un respeto entre lo público y lo privado. “No somos figuras públicas”, evoca Rodrigo García a su madre en su libro Gabo y Mercedes, una despedida.
“Nadie pensaba en la posteridad en ese entonces”, reflexiona el hijo, que tenía veinte años. La poca oportunidad para cruzar palabras con su padre en Estocolmo, quizás, debió ser un presagio. “Gabo iba poniéndose cada vez más famoso. Entraba y salía mucha gente de la casa. Hubo un momento en que salir con él era un evento. Ya muy mayor siento que lo necesitaba. Le gustaba salir y sentir el contacto con el otro. Mi madre hacía los filtros, pero había gente que lograba franquearlos”. Esa “faceta alienante de la fama”, como refiere Rodrigo, fue la causa probable de que él y su hermano estudiaran y trabajaran fuera de México, volviendo cada tanto. Pero mientras esa fama crecía, y el nombre de Gabriel García Márquez ingresaba en la eternidad, para todos estuvo prohibido hacer planes póstumos.
“¿La posteridad? Nada lo decidió él”, revela Gonzalo. “Él no quería saber absolutamente nada del después. Era parte de su superstición. No se podía hablar de la muerte ni de lo que iba a suceder después de él. Mercedes era mucho más planeadora y por eso había un testamento. Pero no existía manera de hablar con Gabo de nada de eso. No dispuso nada. Nunca hubo ninguna disposición póstuma de su parte. Mi madre iba guardando cosas y hubo un momento en que la empezamos a guiar. Rodrigo los dirigió hacia el Harry Ransom Center (de la Universidad de Texas, donde se encuentra el archivo digital personal y familiar)”, cuenta. También esa aversión a la desaparición la narra Rodrigo, cuando cita a su padre: “Después de mí hagan lo que quieran”. García Márquez murió en 2014.
Un Nobel obsesionado con fundar un diario
“Gabo más o menos sabía que podía ganar el Nobel. De alguna manera -creo- lo estaba esperando. Aunque no tengo elementos para demostrarlo”, dice Jaime Abello Banfi, director de Fundación Gabo, quien conoció al escritor un año después del premio. Sostiene que desde antes de recibirlo, y aún después, “la mente de Gabo estaba ocupada en crear un periódico”. Iba a llamarse El Otro. “Fue Rodolfo Terragno quien lo convenció de no avanzar con la idea. Y qué bueno, porque hizo algo mayor, que fue la creación de la Fundación”, especula Abello Banfi.
El mismo historiador y político argentino recuerda en diálogo con LA NACION aquellos días. Desde Francia, donde reside tras finalizar su mandato como embajador de Argentina ante la Unesco, Terragno dice: “Yo no lo conocía a Gabo cuando él me llamó desde Estocolmo, donde acababa de recibir el Nobel. Nos vimos una semana después, en París. La idea de hacer un diario le había rondado durante mucho tiempo. Cuando le preguntó a [la artista plástica] Soledad Mendoza quién había creado El Diario de Caracas ya tenía pensado hacer El Otro. Él decía que, ante todo, era periodista. Los dos tomos de Entre Cachacos, que reúnen artículos periodísticos suyos, son una prueba”.
Borges y Gabo
“El nombre de El Otro era una evocación a Borges -recuerda Terragno-. Nunca lo había oído hablar sobre Borges ni a Borges sobre él; ambos eran escritores de géneros, temas y estilos distintos; y políticamente estaban en las antípodas. Recitó uno de los dos sonetos de ‘El Ajedrez’. Me preguntó: ‘¿Qué más se puede decir del rey si ya se ha dicho que es postrero? ¿Qué más se puede decir del alfil si ya se ha dicho que es oblicuo? Borges agota la posibilidad de calificar’, dijo”. Así, recuerda Terragno, El Otro para Gabo debía contener solo adjetivos precisos; iba a prohibir, además, los adverbios terminados en “mente”, pues creía que solo demoraban las frases.
Para Gabo, Terragno debía ser el director. “Yo le decía que no le convenía crear un diario. Para mí habría sido un orgullo dirigir el diario de García Márquez, pero yo creía que a él no le convenía”, dice quien también es miembro de número de la Academia Argentina de Historia y de la Academia Estadounidense de las Artes y las Ciencias.
Para el historiador, el Nobel arriesgaba su prestigio. La carta del 6 de agosto de 1983, en la que le desaconseja que avance con esa idea, fue calificada como un “proyectil epistolar” en el libro Gabo no contado, del periodista colombiano Darío Arizmendi. Terragno guarda un recuerdo entrañable y a la vez amargo de aquel sueño, para el que incluso formaron periodistas de la que sería la redacción.
En 1985, después de tres años de distraer su mente del Nobel y soñar con el diario, ”la ficción terminó”. “Habíamos representado la fundación de un periódico, pero no habíamos encarado un plan de negocios ni la búsqueda de financiación. No habíamos pensando en importar maquinaria, ni siquiera habíamos constituido una sociedad. García Márquez no me necesitaba para crear y darle contenido a su diario”, concluye Terragno.
“Moriré siendo periodista”
Quizás la única vez que Gabo se permitió hablar de la muerte fue con Darío Arizmendi. “¿Quieres que me convierta en un viejito de pantuflas y me encierre en un cuarto para que no se me escape el aroma de la fama?”, le dijo al periodista. En las conversaciones con el periodista colombiano, García Márquez entonces se atrevió a pensar su posteridad. “No quiero que se me recuerde por Cien Años de Soledad ni por el Premio Nobel, sino por el periódico. Nací periodista y hoy me siento más reportero que nunca”, declaró.
En “El Otro”, el cuento de Borges, el escritor argentino se encuentra con su alter ego. Narra: “De pronto recordé una fantasía de Coleridge. Alguien sueña que cruza el paraíso y le dan como prueba una flor. Al despertarse, ahí está la flor”. Para Terragno, todos los periodistas que formaron parte de aquella redacción que nunca nació fueron de alguna manera “inducidos a soñar”. Mucho antes, también Gabo fue encandilado por una flor. Lo acompañó en la creación de Macondo y del resto de sus ficciones. Se dice que fue el día que leyó “Una rosa para Emilia”, de otro Nobel, William Faulkner. En Estocolmo, para recibir la medalla, lo acompañó una rosa amarilla. La superstición pervive sobre su escritorio, donde cerca de su iMac G3 aún hoy reposa un ramo de pétalos apenas abiertos, testigo póstumo de aquel encanto.
Fragmento de la carta de Rodolfo Terragno a García Márquez
“El diario que imaginamos es posible y deseable, aún si no fuera tu diario. Contigo sería mucho más que un diario: un fenómeno cultural, una fuerza movilizadora de inteligencia. Con todo creo que si no modificas el proyecto, no debes seguir adelante. En esa entrega, arriesgarías demasiado. Quienes sueñan con un diario (…) aspiran a ser oídos, a ser apreciados, a ser citados; (…), buscan, en suma, prestigio y poder. En tu caso, prestigio y poder sería el capital que arriesgarías. Quizás el diario aumentara tu poder, haciéndolo más tangible y eficaz; pero éste solo cuenta si -aun cuando deseches la posibilidad de ser protagonista- aspiras a un rol político.
Estoy tratando de hacerme cargo de tu egoísmo. Con el mío, te incitaría a seguir; un medio de la trascendencia que tendría El Otro serviría a mi prestigio, sin costo para mí. Yo tomaría parte del crédito y no correría ningún riesgo. Sin embargo este negocio que para mí sería una ganancia para ti sería una pérdida (…). Te obligaría a seducir a ricos, te forzaría a chapalear en un barro cotidiano hecho de fallas mecánicos, problemas de liquidez y conflictos laborales (…). Tener una tribuna en lugar de tener todas. Devaluar tu imagen, porque la familiaridad siempre devalúa, y uno termina empequeñecido por las pequeñeces inevitables de toda rutina colectiva”.
HOMENAJE A GABO
Jueves 5 de mayo, a las 16.30. A 40 años de la entrega del premio Nobel de Literatura a Gabriel García Márquez. Participa: Jaime Abello Banfi, Rodrigo García Barcha (modalidad virtual) y Gloria Rodrigué Presenta: Ezequiel Martínez Organiza: Fundación El Libro y Fundación Gabo Sala: Alejandra Pizarnik Pabellón: Pabellón Amarillo
Fuente: Gisella Antonuccio, La Nación