Se volvió a activar el vínculo entre libreros y clientes a través de intercambios donde las rutinas lectoras se mezclaron con impresiones sobre los tiempos de pandemia.
La secuencia que hasta ahora había avanzado del cese total de actividades por la cuarentena al permiso concedido el 14 de abril para vender exclusivamente a través del sistema de entrega a domicilio, sumó una instancia decisiva para el sector librero con la autorización que otorgó el gobierno para que las librerías y otros ocho rubros puedan funcionar presencialmente en el marco de la flexibilización del aislamiento social que ya lleva 53 días.
Expectativa, incertidumbre, alegría. En los momentos previos a la apertura, las sensaciones se mezclaron y disputaron el protagonismo junto con las deliberaciones acerca de cómo abrir sin descuidar las prevenciones sanitarias. «Muchos se acercaron y nos dijeron ‘¡Qué lindo que hayan abierto, volver a sentir olor a libro!’. Así, desde la puerta, vendimos e hicimos recomendaciones de textos -cuenta a Télam la propietaria de la librería Céspedes, Cecilia Fanti-. Nuestro local tiene nada más que 26 metros cuadrados y habitualmente somos dos para atender, así que tuve que decidir cómo reorganizar el espacio para cumplir las reglas».
«La librería es un lugar de permanencia y no de paso. Yo puedo entender que las cadenas funcionan un poco como lugar de paso porque la gente transita de camino al laburo o a su casa y entra a comprar algo específico y se va. Pero la nuestra es una librería donde la gente pasa tiempo, ya sea revisando entre los libros o charlando con nosotros», asegura la librera y escritora.
Sobre avenida Corrientes al 1400 funciona la mítica Librería Hernández, un local que lleva más de medio siglo en la zona y que también decidió abrir sus puertas con recaudos: «Levantamos la cortina pero decidimos por unos días trabajar sin ingreso de público para tener una idea más concreta de cuál es la situación cotidiana con la que vamos a tener que lidiar. La decisión de dejar entrar gente al local es fuerte», destaca Ecequiel Leder Kremer, su actual dueño.
«A nadie se le escapa que las posibilidades de contagio aumentan de forma importante en esta situación, así que por lo menos hasta el lunes trabajaremos con la cortina levantada pero con un mostrador puesto sobre la línea de edificación, atendiendo a la gente que va a buscar libros», acota.
Federico Majdaloni, propietario de Mendel, pensó la reapertura de su espacio ubicado en el barrio de Palermo en términos similares a los de su colega. «Puse una mesa en la puerta porque prefería atender sin que la gente entre a la librería, por ahora. El libro es un producto que se toca mucho y tampoco quería que una persona estuviera en contacto con lo que otro había tocado antes. Acá la restricción no pasa solamente por la distancia preventiva en cuanto a metros sino el tema de que los libros se manipulan mucho», cuenta.
Al margen del empeño es respetar los protocolos sanitarios, la sensación de volver a abrir después de casi dos meses y retomar el contacto con los clientes generó entusiasmo y alejó por un rato el panorama de facturación en caída que desde hace años afecta al sector. «Arranqué el día abriendo la librería y eso me dio una gran alegría. También los clientes contentos, con ganas de ayudar. Se nota que muchos me compraron porque tienen ganas de dar una mano con el tema de la situación», refiere Majdaloni.
«También noté que muchos vinieron con ganas de charlar porque la cuarentena también tiene eso: las ganas de intercambiar apenas salís de tu encierro», acota el librero, que arrancó la jornada con la venta de «Nada se opone a la noche», la novela autobiográfica de la narradora francesa Delphine de Vigan.
«El reencuentro con los clientes cara a cara fue muy lindo porque el whatsapp durante todos estas últimas semanas de venta a domicilio había despersonalizado un poco el trato, si bien nosotros ya sabemos quiénes son nuestros clientes, que en la mayoría de los casos son recurrentes. Fue muy satisfactorio verlos protegidos con barbijo y que nadie pidiera la excepción de pasar», afirma Fanti.
No todas las librerías optaron por la opción de abrir sus puertas ayer, pese a la autorización del gobierno. Mandrágora, ubicada en el barrio de Villa Crespo, eligió seguir canalizando las ventas bajo la modalidad on line, con la variante de que a partir de ahora permitirá que los compradores puedan acercarse solo para retirar el pedido.
«Decidimos no abrir sino permitir que las personas que compraron virtualmente tengan la posibilidad de retirar personalmente. Por eso no hubo grandes cambios respecto de lo que venía ocurriendo en las semanas anteriores. En ese sentido nos parece que está bueno mantener el local cerrado porque la idea es que los libros puedan llegar a los lectores sin que la compra se transforme en un paseo como era antes», explica Carolina Silbergleit, propietaria del espacio.
Para Majdaloni, si bien la reapertura física le otorga un impulso a las ventas, el rubro librero logró un repunte crucial cuando se autorizaron las ventas por delivery: «El hecho de que los shoppings no hayan abierto ayudó a que mucha gente se acercara a las librerías independientes. Esto fue un gran paso porque le demostró a esos nuevos clientes que el libro es un precio fijo y sale lo mismo en un shopping que en una librería de barrio. Sabiendo eso se puede elegir comprar por otras razones y no creyendo que una gran superficie va a tener un mejor precio», analiza.
«Por un lado la autorización para abrir es importante porque mucha gente no está pudiendo pagar el envío por correo, ya que un libro de unos 500 pesos termina saliendo unos 320 adicionales si la entrega es dentro de la ciudad. Al mismo tiempo, comprar un libro requiere de un momento para pensar y elegir. Pero hoy, teniendo que comprar desde la vereda y haciendo el pedido a un vendedor que va y viene, esa situación no estaría dada», precisa Leder Kremer.