“Todo lo que hay aquí es una pequeña ofensa y no tiene valor como arte ni como confesión. No es un capricho. Es un intento de arrancar otra capa más de piel que se pudre. Así cuando ocurra, podré decir que lo hice. Solo una niña. Una cabrita tremendamente torpe, pero con patas robustas, que te puede sostener”, escribe Patti Smith en uno de los poemas de Augurios de inocencia.x
El libro, editado por Lumen, acaba de ser publicado en nuestro país, aunque tuvo su primera versión en 2005. Este lanzamiento local está en sintonía con la visita que la artista hará cuando el 21 de noviembre toque junto a su banda en el Luna Park. Si bien Patti es conocida como “la madrina del punk” no es menos cierto que tiene una enorme obra literaria. A tal punto que ella ha dicho que si debiera quedarse con una sola cosa, sería la literatura. Y la poesía, a la que considera una forma de plegaria.
Patti Smith, en el CCK, en 2018. / Alfredo Martinez
De este modo, lo sublime y lo maldito conviven en su obra. Entre sus poetas amados se encuentra justamente Arthur Rimbaud. Ese muchacho de mirada lánguida que abandonó la poesía a los 19 años para fugarse a África dejó una obra que aún tiene ecos en el presente con títulos como Cartas del videnteo Una temporada en el infierno. Él, quien dijera que era “necesario ver lo invisible y oír lo inaudible”, fue incluido en el mítico libro que Paul Verlaine publicó en Francia a fines del siglo XIX con un título que marcaría a fuego tradiciones literarias posteriores demasiado diversas: Los poetas malditos. Ajenos a la lógica de la razón pura, tomaron la vida como lienzo donde plasmar sus experiencias sin escatimar en escándalos, drogas alucinógenas y problemas de alcoba entre muchachitos. Pero esto es anécdota: lo importante es que Verlaine, Rimbaud y otros como Charles Baudelaire, instalaron con su talento colosal, los modos de ser de la poesía moderna en particular y la literatura en general.
Desde entonces, el amplio paraguas de lo maldito cobija a escritores tan distintos como Mary Shelley, autora de Frankenstein, Emily Dickinson o Virginia Woolf (mujeres solitarias, geniales, consideradas “locas”, algo que se les toleraba a sus colegas varones pero no a ellas) y más acá en el tiempo, a Charles Bukowski, William Burroughs, Allen Ginsberg y toda la generación beatnik que Patti Smith conoció de cerca y que fue una de sus grandes influencias.
¿Qué sería lo maldito hoy? ¿Quiénes son los malditos en una época donde la incorrección política es celebrada e incluso alentada para situar a los escritores en el panorama editorial masivo?
La poeta Alicia Genovese –su obra reunida La línea del desiertoacaba de ser publicada– considera que. en general, lo maldito está ligado a lo oscuro, al margen de la ley y las buenas costumbres. “Sin embargo, yo diría que si se trasciende la idea más corriente, podríamos tomar lo maldito como aquello que nombra lo innombrable y así desestabiliza los sentidos conocidos. Pensada de ese modo, la poesía actúa como gesto capaz de sumergirse en lo no aceptado, en lo incontrolable, en lo que va más allá de la convención y el sentido común”, apunta.
Alejandra Pizarnik. Pintada por Falopapas en el stand de Ñ en la Feria del Libro.
Desde esa perspectiva, Genovese considera que Patti Smith“reivindica el lugar de margen como un lugar de enunciación; es decir, como el lugar desde el cual habla, escribe y crea”, algo que por estas orillas, agrega, hicieron poetas como Olga Orozco, Alejandra Pizarnik o las uruguayas Idea Vilariño y Marosa Di Giorgio. “Patti creó en una zona contracultural como es el punk pero aún hoy es una artista incómoda, dispuesta a trabajar por fuera de los imperativos del mercado”, continúa Genovese. Los discos y libros de Smith –como el autobiográfico Éramos unos niños, que obtuvo importantes premios y estuvo entre los textos más vendidos de 2010– demuestran que es posible que sea el mercado el que se adapte a una propuesta estética y no al revés.
Los fans de otro autor que aquí también es un rock star, Michel Houellebecq, saben que él inició su carrera con la poesía. “Si la poesía es la voz de la verdad, en las novelas su voz alcanza una resonancia superior. En este sentido, quienes en un futuro inmediato quieran conocer cuál era el clima de ideas y los conflictos de principios del siglo XXI, van a encontrar en este ‘escritor maldito’ una referencia más útil y confiable que muchas otras”, observa el escritor y crítico Nicolás Mavrakis, autor de Houellebecq, una experiencia sensible, editado por Galerna.
Lo contrario: ¿Qué sería un escritor sagrado?
“Un camino simple para pensar en la categoría del ‘escritor maldito’ es reformularla al revés. ¿Qué sería un ‘escritor sagrado’? ¿Y dónde está realmente el énfasis de esa ‘sacralidad’? Cualquiera fueran los nombres que vinieran a la mente, es muy probable que termináramos con una lista de libros que, incluso con mucha solvencia literaria, solo son capaces de reafirmar la vigencia del lado luminoso de la vida con un riesgo casi inexistente para el autor, para su obra y para los lectores”, agrega Mavrakis, redoblando la apuesta.
En ese sentido, considera, la obra de Houellebecq señala que el carácter “maldito” hoy es aquel que interroga las bases de ese confort autoindulgente. “Que Las partículas elementales, Sumisión o Serotonina hayan ‘anticipado’ algunos de los conflictos bioéticos, político-religiosos y socioeconómicos más resonantes de nuestra época, no se debe a ninguna capacidad adivinatoria de Houellebecq, sino al trabajo de auscultar como novelista lo que hay en el mundo en el que vivimos, aún si a veces es incómodo o indeseable saberlo”, subraya el crítico.
Charles Baudelaire. Dibujado por Sábat.
Esa misma tensión entre lo cómodo y lo indeseable como sustrato de la escritura, Mariana Enriquez –autora de volúmenes de cuentos como Las cosas que perdimos en el fuego, editado por Anagrama– elige autores de diversas geografías. Los norteamericanos Kathy Acker (1944-1997) o Dennis Cooper (1953), la ecuatoriana Mónica Ojeda (1988) y la mexicana Liliana Blum (1974) tienen como rasgo común el haber escrito libros que trascienden la anécdota para adentrarse en todo lo monstruoso que puede tener lo humano.
La escritora Mónica Ojeda – /LISBETH SALAS vía @MonaOjedaF
Ojeda, por ejemplo, es autora de Nefando, una novela que pone en evidencia el abuso sexual infantil intrafamiliar. A la vez, el grupo editorial Planeta acaba de crear el sello Bordes, donde se incluye El monstruo pentápodo, un texto inquietante escrito por Blum sobre un hombre muy correcto que en verdad es un psicópata que mantiene niñas secuestradas en el sótano de su casa.
Liliana Blum es una escritora de cuentos mexicana.
“La buena literatura no es deudora de la corrección política sino, por más que resulte complejo, de la monstruosidad que cualquier época entraña. No es que los escritores deban escribir desde lo político pero sin dudas la escritura se nutre de la experiencia, la imaginación y todo lo que se palpa en un momento determinado. En momentos donde la vida contemporánea es ominosa en muchos sentidos, los malditos son quienes avanzan sobre las convenciones y señalan aquello que no se quiere decir”, aporta Enriquez.
Un poema de Rimbaud
El corazón robado
Mi triste corazón babea a popa,
mi corazón lleno de tabaco:
sobre él arrojan escupitajos,
mi triste corazón babea a popa:
bajo las burlas de la tropa
que suelta una risotada general,
mi triste corazón babea a popa,
¡mi corazón lleno de tabaco!
¡Itifálicos y sorchescos sus insultos lo han depravado!
En la velada narran relatos itifálicos y sorchescos.
¡Oleajes abracadabrantescos, tomad mi corazón, salvadlo!
¡Itifálicos y sorchescos sus insultos lo han depravado!
Cuando sus chicotes hayan cesado, ¿cómo actuar, oh corazón robado?
Se oirán estribillos báquicos cuando sus chicotes hayan cesado: tendré sobresaltos estomáquicos si degradan mi triste corazón.
Cuando sus chicotes hayan cesado, ¿cómo actuar, oh corazón robado?
Fuente: Clarín