Aprender a leer con imágenes
Julio Le Parc. Artista
También me gustaban las aventuras de Mandrake el Mago y su asistente, Lothar; Tarzán y la revista Billiken. No había muchos libros en mi casa de Mendoza. El que más recuerdo es Las mil y una noches, una edición de tapa dura. Las ilustraciones de los cuentos eran limitadas pero las historias, extraordinarias.Aprendí a leer mirando las historietas de la revista El Tony, que alguien traía una vez por semana. Las devoraba inmediatamente, y después las releía. Al principio sufría porque no entendía, miraba los dibujos, las secuencias de cuadraditosJulio Le Parc
El ritual de los domingos en Once
Daniel Burman. Director de cine y series
La literatura está ligada a la supervivencia: empecé a leer en un momento que para un niño puede ser una experiencia parecida a la muerte: los domingos, entre las 14 y las 17, el Once se convierte en un lugar bastante fantasmagórico. En ese horario, mi mamá me acompañaba en un recorrido ritual que iba desde Corrientes y Uriburu hasta el único Havanna que había en ese momento en Buenos Aires, del otro lado del Obelisco, con un guardia que te atendía detrás de una ventanita. Íbamos caminando por una vereda, entrando en todas las librerías, viendo qué libro me iba a comprar a la vuelta; iba eligiendo, viéndolos de un lado y del otro, comparando precios, autores, temáticas, todo era importante. En el Havanna buscaba un alfajor de dulce de leche, que me duraba las doce cuadras de vuelta, e iba en busca del ejemplar que había elegido (y que con un poco de glucosa en la cabeza a veces podía cambiar). Llegaba a mi casa con el libro nuevo, el envoltorio que servía de señalador y transitaba ese resto del día, ya volviendo a la vida, y más cerca del lunes -cuando abrían los negocios, había ruido y nos sentíamos vivos- con un libro en la mano. Si hubiera nacido en otro barrio, quizá nunca hubiese leído. No lo sé.
Tardes de biblioteca y muchos libros
Natalia Oreiro. Actriz y cantante
De chica leía Cuentos de la Selva y Cuentos de amor, de locura y de muerte, de Horacio Quiroga. A las 12, 14 años empecé a leer a Eduardo Galeano, que formó parte de mi adolescencia. Por eso el documental Nasha Natasha, que se estrenó ahora, está contado a través de sus textos. También me gustaba mucho Juana de Ibarbourou, una poetisa uruguaya. Siempre tuve posibilidad de leer bastante porque mi tía Leonor, la hermana de mi papá, trabajaba en una biblioteca pública en Uruguay. Me llevaba y yo pasaba las tardes enteras entre libros y libros.
De «patito feo» a la osada Alicia
Delia Cancela. Artista y diseñadora
Yo leía muchísimo. Mi padre era distribuidor de diarios y revistas y me traía muchos libros. Tenía toda la colección Robin Hood y otros con ilustraciones de Aubrey Beardsley que influyeron sobre mis dibujos después. De chica me identifiqué mucho con «El patito feo», de Hans Christian Andersen, que era rechazado porque no era igual a los otros. Pensaba que yo también me iba a convertir en un cisne. Pero mi libro de cabecera sigue siendo Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll; también me comparaba con esa niñita tan educada que se mete en unas aventuras increíbles.
Una lectura que marca el futuro
Martín Seefeld. Actor y productor
Mi primer contacto con los cuentos fue por medio de mi madre, que era una gran contadora de historias, uno quedaba atónito con sus cuentos. De chico no era fanático de la lectura, pero recuerdo especialmente cuando leí un libro que se llama El Bilingüe, era una obra teatral, que luego la representamos en la escuela. Fui uno de los protagonistas y a partir de esa lectura y de la actuación, decidí que quería ser actor. También me marcó El Principito, por su filosofía, y Siddhartha, que releí hace poco, un libro que sería buenísimo que lo pudiera leer mucha gente.
En el principio fueron las viñetas
Canela. Periodista cultural y escritora
Los inviernos en la Italia de posguerra eran muy fríos; al atardecer mi madre nos metía a todos en la cama y nos hacía tomar la leche allí. En ese calorcito, arropada entre mis hermanos y todavía sin saber leer, descubrí las viñetas del Corriere dei Piccoli (le decíamos Il corrierino). Allí escribía Gianni Rodari, un gran periodista. Como era la más chica, mis hermanos a veces me leían cualquier cosa; eso me impulsó a aprender a leer por mis propios medios. Recuerdo, luego, la impresión que me causó «De los Apeninos a los Andes», uno de los relatos de Corazón, que leí antes de venir con mi familia a la Argentina.
Fuente: La Nación