Así lo recuerdan su amigo y traductor Marcial Souto y el escritor argentino Martín Felipe Castagnet, quien repasa su cautivante prosa.
Ray Bradbury nació en Waukegan, Illinois, en 1920. Además de escribir veintisiete novelas, incluida “Fahrenheit 451” (1953), más de seiscientos cuentos, algunos de los cuales están incluidos en sus libros de relatos “Crónicas marcianas” (1950) y “El hombre ilustrado” (1951), también adaptó sesenta y cinco de sus historias para la televisión.
A pesar de toda esa obra, Bradbury confesaba: “Si algunos muchachos visitan mi tumba dentro de cien años y sobre el mármol escriben, con lápiz, ‘él fue narrador de cuentos», yo seré feliz”.
El escritor Marcial Souto (La Coruña, 1947), traductor al español de su obra, editor de las revistas “Minotauro” y “El Péndulo”, señala a Télam, en una entrevista por motivo de este aniversario, que Bradbury le provocó desde el primer momento una impresión de “hombre intenso, lleno de entusiasmo y humor. Una especie de chico grande”.
Bradbury sostenía que “los seres humanos son como niños disfrazados de ejecutivos, de operarios, de enfermeras… pero niños en definitiva que se enfrentan con ojos asustados a un universo incomprensible oprimente y aterrador, tenemos que custodiar al niño escondido en nuestro interior,” concluía.
Souto recuerda que el primer contacto con la obra y con la persona fue leyendo apasionadamente “Crónicas marcianas” y “El hombre ilustrado” y que conoció a Bradbury “en la casa de unos amigos suyos, en Los Ángeles, cuando yo tenía veintiún años y él cuarenta y ocho; después, durante muchos años, fui asesor de su editor argentino y seguimos siempre en contacto”.
El escritor Martín Felipe Castagnet (La Plata, 1986), autor de la novela de ciencia ficción “Los cuerpos del verano”, resalta que “Bradbury cautivó a los argentinos desde la publicación misma de ‘Crónicas marcianas’. Su editor Paco Porrúa me contó cómo se subió a un colectivo, y el chófer, junto a seis o siete pasajeros, escuchaba absorto los relatos leídos en la radio por Hugo Guerrero Marthineitz. Todavía lo oigo: ‘El colectivo se convirtió en una especie de nave del espacio: íbamos al centro como si fuéramos a Marte…’”.
“Para los escritores y lectores argentinos era un autor muy cercano, de lectura fácil pero profunda, que quedaba para siempre en la memoria”, señala Souto con respecto a esta recepción de la obra en nuestro país.
Fácil y profunda. Bradbury escribía historias de ciencia ficción porque le resultaba un modo rápido y simbólico de hablar los problemas del hombre moderno, los conflictos que provienen de la abundancia de maquinarias y del bajo nivel imaginativo que se aplica a las mismas. La ciencia ficción le resultaba un vehículo adecuado para juzgar, sugerir alternativas, reprochar o marcar los aciertos con los errores del hombre en relación con el universo que lo rodea.
“El mayor triunfo de Bradbury fue disolver las barreras entre lo alto y lo bajo, lo antiguo y lo nuevo, pero su mayor muestra de poderío es haber logrado permanecer en los programas del secundario de todo el país”, destaca Castagnet y agrega: “Mas de uno lo critica precisamente por eso, como si debieran darnos vergüenza los libros que amamos de jóvenes, pero él no le hubiera molestado. Uno de los pilares de su escritura era no olvidar el asombro de la infancia y la defensa de la lectura como acto transformador”.
Bradbury destacaba de su infancia a su tía Neva -diez años mayor que él- quien lo ayudó a penetrar en un mundo de máscaras y títeres, de escenarios y de hechos, de navidades y fiestas de Halloween. La tía Neva fue quien le leyó los primeros cuentos de hadas y de Edgard Allan Poe cuando tenía apenas siete años.
Recuerda Bradbury que “el día de Halloween ella me maquillaba, me vestía como un brujo o monstruo, y me dejaba participar en sus actos… Cuando decidí ser mago a los diez años, luego que fuera a ver al mago Blackstone, mi tía Neva me regaló un conejo vivo. Ella descubrió mis primeras ilusiones”.
Además de influencia de Neva y Blackstone, cuando Bradbury tenía ocho años, Buck Rogers llegó a su vida. “Luego Tarzán y un universo de historietas cómicas, los libros de Edgar Rice Burrough, las leyendas de Richard Barham, las obras de Julio Verne, el mundo maravilloso de H. G. Wells, y un sinfín de autores que poblaron mi imaginación y culminaron la tarea de aquellos dulces magos: la tía Neva y Blackstone”, destaca en una entrevista de 1975 en “Unknows Worlds of Science Fiction”.
Como autor de una nueva generación de ciencia ficción, Castagnet recuerda cómo entró en contacto con la obra de Bradbury: “En la biblioteca paterna estaban la mayoría de sus libros, con tapas impactantes y fantasmagóricas, que mi madre nos encuadernaba una y otra vez de tantas veces que los leíamos (ella incluida).”
Souto, quien editó revistas especializadas en el género en Argentina señala: “Parece que todos los autores argentinos han leído a Bradbury. De todos modos, no creo haber encontrado en ninguno huellas muy evidentes: una voz que imite la voz única de Bradbury enseguida suena a parodia”.
Castagnet, autor también de “Los mantras modernos” (2017), una novela que se desliza por los límites de la ciencia ficción y lo fantástico, recuerda sobre la escritura de Bradbury: “él decía que un buen libro tenía poros, y esa es la característica central que lo distingue del resto: tiene libros de cualquier género y formato (incluyendo realismo, memorias, teatro y poesía), pero en todos podemos percibir la textura y sobre todo su voz, como un pariente lejano que siempre tiene un secreto increíble para contarnos”.