La escritora y librera Cecilia Fanti dice que escribió A esta hora de la noche, un relato en el que se abre el plano sobre las formas de crianza y las condiciones para pensar la maternidad como proyecto, “mientras maternaba, mientras pasaba el trapo con lavandina porque empezaba la pandemia” de coronavirus porque señala que las mujeres hacen las cosas “mientras tanto y a pesar de”.
Desde su casa, recién llegada de la librería Céspedes que fundó hace tres años en el barrio de Colegiales y que acaba de expandirse muy cerca de la original, Fanti dialogó con Télam sobre su segundo libro, un universo en el que las mujeres toman decisiones sobre su vida, sobre cómo parir pero también sobre cómo morir.
A esta hora de la noche es la décima publicación de la editorial Rosa Iceberg -la misma que inauguró su catálogo con el primer libro de Fanti, “La chica del milagro”- y en la que hay en primer plano madres, suegras y amigas que conforman un prisma en el que conviven diversas maneras de habitar lo cotidiano.
-¿Cómo es el vínculo con la editorial?
– Cuando empezamos nuestro vínculo editorial era un proyecto en el que estaban Emilia Erbetta, Tamara Tenembaum y Marina Yuszczuk. Yo había publicado un par de textos vinculados al accidente en La Agenda, se enteraron que tenía más material así que nos juntamos, cuando todavía era una idea, y me propusieron publicar el libro que fue La chica del milagro. Es muy lindo ver lo que pasa con Rosa Iceberg porque es un exponente de lo que pasa con las editoriales independientes que trabajan bien en la Argentina. Es una editorial muy joven y, por mi trabajo de librera, vi como creció ese catálogo, las decisiones que tomaron. Se fueron profesionalizando como editorial y creí que no me iban a volver a publicar porque ninguna autora se había repetido. El año pasado cuando Marina me dijo que estaban interesadas en mantener a las autoras del catálogo ya venía cocinando este libro más mentalmente que en escritura puntualmente, acordamos que iba a salir en agosto y pandemia mediante fue en noviembre.
«A esta hora de la noche» (Rosa Iceberg), de Cecilia Fanti
– En los dos libros está la transformación del cuerpo: en el primero a partir del accidente, acá a través de la maternidad. ¿En los dos el cuerpo es el disparador de la escritura?
– Sí, están muy vinculados desde ese punto de vista y es algo que me interesó explorar en la escritura. En el accidente era inevitable pero los dos pueden ser una continuación porque encontraron una narradora muy parecida, en definitiva son dos cuerpos en estado de espera, a los que les está por pasar algo único y determinante. Son las temáticas que me interesa explorar: la memoria, el cuerpo, qué recuerda uno, cómo eso se va entretejiendo en una trama que uno arma en la escritura.
– En los relatos se condensan distintas experiencias del cuerpo de la mujer ante el sistema de salud: desde la elección de la obstetra hasta cómo parir pero también el aborto que se hace uno de los personajes…
– Ahí hay algo que está contrapuesto: en La chica del milagro la narradora está entregada a que tomen las decisiones por ella porque confía en que ese saber médico va a operar lo mejor que considere y en el caso de A esta hora de la noche la narradora sabe lo que quiere y no cede esa posición al saber médico. Hay infinidad de casos que hablan de violencia obstétrica, de cómo los médicos nos infantilizan a las mujeres a la hora de parir y de tomar decisiones. Por eso me parece interesante como contraposición porque en algún punto está documentado. Ni hablar de que el vínculo con el aborto es para nosotros muy pregnante, muchas de nosotras los hijos que tenemos son los que queremos tener y luchamos por ese derecho. Esto no es igual para todas, no todas podemos ejercer ese derecho con la misma libertad y la misma determinación. Cuando hablamos de maternidad y del derecho a decidir o de la teta aparece una mirada un poco sesgada que se olvida de mencionar que depende quién sos, de dónde venís y las posibilidades que tenés, mayores decisiones vas a poder tomar. No debería ser así pero las que tenemos esas posibilidades no nos podemos hacer las tontas y exigir que todas las madres tienen que dar la teta: si no tenés agua potable probablemente sea más difícil. Es un libro que surge de las contradicciones, de pensar los temas una y otra vez y de pensar qué exigimos las madres a otras madres, por qué lo hacemos y omitimos detalles que hacen a la diferencia.
-Están las maternidades de otras generaciones y las contemporáneas. ¿Te interesaba esa mirada en perspectiva o fuiste de a poco abriendo el plano?
– El libro empezó como un presente más absoluto, como una escritura a modo de diario documental en el que hablaba mucho del puerperio que es ese tiempo detenido donde digo que la metáfora desaparece y uno está suspendido. Empecé a explorar y empezó a aparecer la dimensión de la infancia, de la memoria y de recuperar esa dimensión de la maternidad o de lo materno que, de alguna manera, tenía escondida en algún lugar de mi mente. El pasado me ayudó a pensar mejor el presente, fue un proceso en el cual se empezó a abrir el plano. Creo que tuvo mucho que ver con estar escribiendo en pandemia, en un contexto en el que todos nos metimos un poco para adentro y en esas noches de escritura empezó a aparecer la dimensión de la infancia y me di cuenta que estaba apareciendo un libro más honesto con lo que quería contar y conmigo misma. Reconocerme en ese lugar de hija fue una ganancia para el libro. Sin esto creo que hubiera sido menos honesto y más superficial, como si te convirtieras en madre en el momento en el que parís y en ese momento dejás de ser todo lo anterior. El recorrido lo que indicó es que la experiencia estaba antes.
– La narradora asume la presencia de una madre a la que se extraña a través del lenguaje. ¿Cómo trabajaste la idea de la maternidad como lenguaje?
– Soy muy fanática de la escritura de Natalia Ginzburg, que tiene un libro que se llama Léxico familiar y habla de tramas que se arman en las familias y de los lugares comunes y de las formas de mencionar, y de Sylvia Molloy, que tiene la obsesión de la memoria familiar y el lenguaje. Ese capítulo es una herencia de esas lecturas y de conocer cómo ese léxico familiar se hace presente y cómo esas formas de nombrar anidaban en algún lado más allá de la persona que las enunciaba en ese momento, como si fuera un legado o una suerte de herencia. Ese capítulo se pregunta si ese cuerpo no está y ese vínculo ya no existe, qué es lo que queda.
Cecilia Fanti (Catalina Bartolomé)
– Hay una suegra que decide cómo atravesar su enfermedad, una narradora que construye su maternidad dando lugar a los espacios de escritura, entre las tantas mujeres del libro. ¿Cómo se fue conformando ese universo?
– Es un libro del universo de lo femenino, del mundo de las mujeres, donde lo doméstico está por delante. Habla de esas mujeres que pretenden hacerse un lugar, ahí está el capítulo sobre cómo hace una mujer para maternar y escribir. Digo que es un libro que escribí mientras tanto, mientras maternaba, mientras pasaba el trapo con lavandina porque empezaba la pandemia. Siento que las mujeres hacemos las cosas mientras tanto y a pesar de. Ahí está también la decisión de correr a la figura paterna, ponerla en un lugar secundario y en espera porque también habla de la agenda que tenemos como mujeres.
Sentía que había algo ahí que valía la pena explorar. No solo para pensarme como madre, como pareja y como mujer o 50% de un matrimonio sino para pensar todas esas experiencias acumuladas en las cuales había hombres y mujeres tratando de criar y encontrar un montón de esos obstáculos, propios o impuestos. Me gusta que sea un libro de mujeres porque le hace justicia a la temática.
Cecilia Fanti conoce la industria editorial desde distintos roles: es librera, autora y fue parte del equipo de comunicación de Penguin Random House, hizo un balance sobre el funcionamiento de ese sector en los últimos tiempos en los que asegura que en su librería Céspedes las ventas subieron.
– ¿Qué balance hacés de este año para el mundo editorial?
– El primer mes de incerteza absoluta las editoriales independientes y las librerías de barrio tuvimos un diálogo casi cotidiano. Las estructuras más pequeñas, tanto editoriales como librerías, al no tener una estructura con la que cargar resolvimos más fácil la cuestión digital, de entregas. Hay un punto en el cual los grandes grupos, por la dificultad de adaptar estructuras tan grandes, siguieron pensando el negocio de una manera ambigua. Las librerías de barrio recibimos el impulso de quienes compraban en grandes cadenas en el centro y de repente no fueron más a la oficina y en la librería del barrio encontraron un trato amable, personalizado. Mi sensación es que ese cliente se queda. Quizás estoy equivocada pero primó la idea de comprar en la librería del barrio y las editoriales independientes vienen trabajando muy bien de hace 15 años o más. Ellas son las grandes responsables de marcarle a la industria que la literatura vende muy bien, que es lo más difícil de hacerle entender a los grandes grupos.
– ¿Cómo es el trabajo con las editoriales a la hora de armar el catálogo de Céspedes?
-Estamos abocados a libros más literarios y nuestro fondo está más vinculado a la ficción y no ficción literaria y al segmento infantil pero creo que las editoriales más chiquitas están haciendo muy bien en sus respuestas a sus autores. Probablemente los anticipos sean más pequeños, la circulación del libro sea más lenta pero no hay lugar a dudas que las editoriales más chiquitas cuidan sus catálogos y a sus autores. Mi impresión de este año en particular es que las independientes supieron comunicarse muy bien con las librerías. De las grandes, algunas lo hicieron muy bien y otras hicieron menos de lo que podrían haber hecho. Si la industria del libro cae en picada, quizás las librerías de barrio no somos el mejor ejemplo para dar cuenta de eso. La verdad es que las ventas de Céspedes no bajaron, subieron.
Cecilia Fanti en Céspedes
– ¿En qué momento del año identificaron ese crecimiento?
– En abril ya fue demencial. Pensá que somos una librería de 20 metros cuadrados donde metíamos 3 o 4 personas a la vez un sábado en hora pico y de repente llegábamos a las 9 de la mañana y teníamos 50 WhatsApp, nunca tuvimos 50 clientes al mismo tiempo. Nuestro crecimiento fue exponencial, hubo que tomar un montón de decisiones al respecto. Hay librerías del centro con otra estructura que están mucho más golpeadas. Me inclinaría a decir que para las librerías independientes y de barrio fue sobre todo un año positivo, desde la venta, desde la llegada. Céspedes tiene tres años y no es lo mismo una librería con 40, 50 años con personas que no son nativos digitales. No fue igual para todas pero si pensamos juntos las buenas prácticas pueden ayudar.
-¿Cuáles fueron los libros más vendidos o consultados?
– Siguieron vendiendo muy bien Sosa Villada o Mariana Enriquez. Las apuestas funcionaron muy bien. Cuando Planeta sacó Aramburu en mayo era un misterio lo que podía pasar y fue un boom de ventas sin Yenny ni Cúspide abiertas, que son el 60% del mercado. Hubo otros aciertos: la reedición de El hombre que amaba a los perros, de Kundera, de Saer. Las librerías también aprendimos a trabajar con los fondos que teníamos en el salón porque los depósitos estuvieron cerrados, hicimos mejor que nunca nuestro trabajo de algoritmo humano.
– ¿Cómo fue la decisión de expandirse?
– En la Céspedes original ya no entrábamos. Hay editoriales que publican una o dos novedades pero otras publican 20 y en 3 años 20 metros cuadrados te quedan muy chicos. La pandemia nos hizo adelantarnos porque decíamos en vez de pedir 10, pido 20 libros por miedo a que el depósito cierre entonces vivíamos entre cajas. La pandemia hizo que tanto Banco Nación como el Ciudad tuvieran préstamos interesantes en términos de condiciones. Esto fue gracias a la comunidad de clientes de Colegiales. Estamos de estreno y todavía acostumbrándonos a las nuevas dimensiones. El libro está más vivo que nunca.
Fuente: Télam, Clarín