“Llévelas y guárdelas, que algún día estas cosas volverán a estar en su lugar”, le había dicho Hipólito Yrigoyen a su amigo y colaborador José Alfonso Gómez, poco antes de su derrocamiento del 6 de septiembre de 1930. “Estas cosas” eran un bastón, un tintero, un retrato en que el mandatario luce la banda presidencial y 300 hojas mecanografiadas por el contador Gómez, bajo su dictado. Antes de huir al Uruguay para exiliarse, colgado de un bote por el Río de la Plata, José Alfonso cumplió con el pedido y puso a salvo el cuadro y otras reliquias en casa de unos vecinos italianos de La Boca, quienes, a su vez, lo escondieron detrás del respaldo de una cama.
El 12 de octubre de 2016, 100 años después de que Yrigoyen asumiera su primera presidencia, la nuera de Gómez, Úrsula Loncarich –con 90 años y poco antes de morir– donó esos objetos al Museo Casa Rosada. Los papeles dieron origen a Confidencias, el libro póstumo de Hipólito Yrigoyen editado por Eudeba.
Hojas mecanografiadas. Son 300 páginas que atravesaron el tiempo. / Museo Casa Rosada.
“Todos íbamos con la idea de recuperar un cuadro, esa es la verdad. Sabíamos que había alguna cosa más, sobre todo un bastón, pero el objeto que en verdad íbamos a buscar era el cuadro de Yrigoyen. Cuando llegamos a la casa nos mostraron el cuadro que estaba exhibido en el living y, en un momento, Úrsula le pide a uno de sus familiares: ‘¿Por qué no traés los papeles también’?”, relata el historiador Luciano De Privitellio, director del Museo, y agrega: “Llegamos con la idea de que íbamos a traer el cuadro y yo me fui preguntándome qué demonios es esto. A las diez de la noche tenía la casi seguridad de que eso era un libro y, a medianoche, estaba absolutamente seguro. Tengo un libro de Yrigoyen que nadie conoce”.
De ese “libro de Yrigoyen” había otras dos copias. Una se destruyó en un incendio dolorosamente histórico: cuando la turba de Uriburu irrumpió en la vivienda del mandatario, en el barrio de Constitución. Parte de la otra fue a parar a manos de los hermanos Oyhanarte. Primero, de Horacio Oyhanarte, que fue ministro de Relaciones Exteriores durante el segundo gobierno del líder radical y, luego, de su hermano Rodolfo quien junto a Clementi publicó Mi vida y mi doctrina (Editorial Raigal, 1957).
“Creíamos que esos papeles eran los originales de Mi vida y mi doctrina pero, luego de un trabajo minucioso que hizo Luciano (De Privitellio) con su equipo, se descubrió que, en ese libro, solo hay contenidos dos capítulos de estos papeles. ¡Acá tenemos 18 capítulos más!”, cuenta a Clarín Sergio Sepiurka, autor del prólogo de Confidencias.
Confidencias. Portada del libro. / Eudeba
“No son unas memorias porque no cuenta exactamente su vida. En realidad, su vida es su ideario”, amplía De Privitellio. “Para nosotros, es un libro doctrinario, muy abstracto, muy filosófico (él era profesor de filosofía). No es un libro de coyuntura, es un libro de una persona que ni siquiera sabe que va a ser presidente otra vez”, sintetiza. La obra fue dictada entre 1922 y 1924, luego de que el líder concluyera su primer mandato. En la flamante edición de Eudeba, el título tiene en tapa una ilustración de Andrés Cascioli.
“No es un libro fácil, es profundo. Así como él tenía mucho de misterioso y enigmático, su redacción también lo es, hay que desentrañarlo”, opina Luis Quevedo, gerente general de Eudeba, quien lo compara con otro del mismo sello. “Al igual que Fundamentos de la república democrática, de Raúl Alfonsín, no ha sido escrito como propaganda política sino para reflexionar sobre la política”, afirma.
La clave para entender el largo recorrido de los papeles de Yrigoyen está en una doble boda con 500 invitados en la ciudad de Mendoza. La de las hermanas Margarita y Úrsula Loncarich con dos empleados ferroviarios radicales, los amigos Mariano Cataldi y Claudio Gómez, el hijo del contador José Alfonso.
«Confidencias». Presentación en el Museo Casa Rosada.
El padre de Cataldi, que era yrigoyenista, había tenido una imprenta en Buenos Aires y, después del golpe del 30, imprimía panfletos pidiendo la libertad del líder radical, que estaba preso en la isla Martín García. Mariano, que también era militante, debió exiliarse cuando el radicalismo fue proscripto y su destino fue la ciudad de Esquel, en Chubut. Allí, se empleó en el Ferrocarril Viejo Expreso Patagónico, más conocido como La Trochita, que había sido inaugurado por el propio Yrigoyen en 1922. Luego, viajó a Mendoza donde se puso de novio con Margarita Loncarich. “Sucede que, en las salidas, se colaba su hermanita Úrsula, de modo que Mariano decidió presentarle a su amigo Claudio Gómez. Seis meses después, las dos parejas contrajeron matrimonio”, narra Sepiurka, concejal de Esquel y coautor del libro La Trochita.
Aunque Mariano Cataldi jamás regresó a Esquel, hasta el último día de su vida le habló a su hija, Amparo, de esa ciudad tan entrañable para él. “En 2011, Amparo viaja a Puerto Madryn a conocer las ballenas y pregunta a los chubutenses por La Trochita, la empresa donde había trabajado su padre. Es entonces cuando ella me contacta”, relata Sepiurka.
Recuerda Amparo Cataldi: “Llevé al Sur un viejo cajón de dinamita lleno de objetos, fotos, recuerdos que guardaba mi tía Úrsula. Sergio Sepiurka me propone que lo donemos al Museo Casa Rosada. Yo no quería que quedara en casa –dice con emoción Amparo–, quería donarlas porque de las pequeñas cosas se hacen grandes las historias y son grandes los hombres”.
“Hay un camino de ida y vuelta entre Yrigoyen y La Trochita. Yrigoyen trae La Trochita al Sur y ella le devuelve parte de ese patrimonio que había quedado oculto”, remata Sepiurka.
El legado del ilustre radical estuvo celosamente guardado por los Gómez y su descendencia y, después de un siglo, se cumplió el vaticinio del propio Yrigoyen. Ese “algún día” llegó y es ahora, cuando su bastón, su tintero, su retrato y su libro, entre otras pertenencias, vuelven a su lugar, el Museo Casa Rosada.
Entre otras personalidades, en el acto de presentación de Confidencias, este lunes, participaron el senador con mandato cumplido Hipólito Solari Yrigoyen, el presidente del Instituto Nacional Yrigoyeniano, Diego Barovero y el secretario de Cultura de la Nación, Pablo Avelluto. Se leyó, además, la adhesión del presidente del Comité Nacional de la UCR, Afredo Cornejo.
Fuente: Clarín