Hay libros que son menos un puñado de páginas que una bomba lanzada al relato del pasado. Es el caso de Mujer en papel (Editorial Trilce), el libro de memorias de la actriz Rita Macedo, en el que narra su historia profesional en la época dorada del cine mexicano pero, sobre todo, la tortuosa relación amorosa con el escritor Carlos Fuentes (1928-2012). Como lo indica su subtítulo, se trata de una autobiografía inconclusa, porque Macedo dejó el libro a mitad de camino: en diciembre de 1993 se quitó la vida. Su hija Cecilia Fuentes Macedo, primogénita del escritor, se ocupó de editar y completar el texto, que el año pasado se presentó en la Feria del Libro de Guadalajara.
Dispuso de más de 300 cartas intercambiadas entre sus padres. La segunda esposa de Fuentes, Silvia Lemus, le impuso que no las usara libremente para no afectar la imagen impecable que el escritor labró durante más de 50 años de carrera. Aceptó, eso sí, que Cecilia adaptara las misivas y pusiera en boca de su madre algunos asuntos espinosos que se contaban allí y que la propia Cecilia temió que despertaran una tempestad de odio contra ella y el recuerdo de Macedo por parte del establishment literario mexicano. Así, a medida que se avanza en la lectura del libro emerge un hombre de carne y hueso, imperfecto, con abismos, no un prócer de las letras nacido para ser monumento. O, en todo caso, un Fuentes no tan conocido: mujeriego impenitente, en ocasiones sádico al punto de realizar sus conquistas delante de la propia Rita, y un ávido buscador de prestigio social e intelectual.
En París. La actriz Rita Macedo, el autor Pedro Cuperman y Carlos Fuentes.
Se lee: «García Márquez y su esposa iban muy seguido a la casa acompañados de sus hijos Rodrigo (mayor que Cecilia) y Gonzalo (menor que ella). Fueron sus primeros amiguitos. La simpatía caribeña del Gabo era deliciosa, y su plática, maravillosa. Tenía los pies sobre la Tierra, era humano y me demostraba mucho cariño. Era el único de los amigos de Carlos que parecía darse cuenta de que su donjuanismo, cada día más exacerbado, me lastimaba».
Confinada en su casa en Ciudad de México por la pandemia, Fuentes Macedo accede a una entrevista vía Facebook Live. Tótem de la literatura mexicana, Premio Cervantes y una de las figuras centrales del boom latinoamericano en los años 60 -junto a sus amigos Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa- Fuentes tiene ganado, con justicia literaria, un aura de intocable. El culto a la obra del autor de textos ya clásicos como Terra nostra, Cambio de piel o La muerte de Artemio Cruz nunca mermó. Grafómano y erudito, Fuentes abrió, según Vargas Llosa, el frente que luego se convirtió en el boom con la publicación en 1958 de La región más transparente. “Para mí Carlos siempre fue mi papá, no el gran escritor famoso, pero sí he visto cómo Silvia se ha encargado de mantenerlo idealizado, cubierto en oro o plata, tratando de proyectar una imagen demasiado fría de Carlos. Lo he hablado con ella, diciéndole ‘vamos a humanizarlo’, pero dice que su misión es mantenerlo en alto. Incluso me negó la posibilidad de incluir muchos dibujos hechos por Carlos, porque eran de tema erótico. Pese a ello, este libro lo echa de cabeza y lo quema en muchas cosas”, afirma Cecilia.
Cecilia Fuentes, primera hija del escritor. / EFE
La coautora no ha tenido el menor inconveniente en calificar a su padre de “megalómano”. Pero, a través de las cartas familiares, comprobó que la versión materna de que Fuentes las había abandonado era falsa. Que sí era un padre afectuoso, preocupado por su hija, y que intentó rearmar el matrimonio hundido aunque Macedo, agotada, ya no quiso.
«Durante la noche se habló de Vietnam y del presidente Nixon igual que de otros temas de política internacional; del éxito del libro de García Márquez; pero sobre todo de los acontecimientos del 2 de octubre, la cacería de brujas que se había desatado y los encarcelamientos que fueron secuela de ese terrible suceso -cuenta el texto-. Carlos quería conocer los sitios donde ocurrieron los hechos más sangrientos, así que esa madrugada bajamos todos a recorrer la Plaza de las Tres Culturas. Caminamos un trecho y nos detuvimos cuando la China nos señaló el lugar donde se sabía que habían caído muchas víctimas. Inesperadamente, Carlos se desprendió del grupo y, recargándose contra un coche estacionado, empezó a sollozar y a lamentar con voz entrecortada la muerte de tantos mexicanos inocentes. Todos lo miraban compasivamente. Al recuperarse, continuamos la marcha en silencio hasta que alguien se preguntó cuál sería el trágico destino de nuestro pueblo. Entonces Fuentes volvió a arrojarse sobre el cofre de otro auto y lloró aún más desesperadamente mientras maldecía al Gobierno que había asesinado a sus hermanos. Yo lo miraba asombrada y preguntándome: ‘¿Cómo es posible que este hombre esté dispuesto a destrozar la vida de su mujer y abandonar a su hija y al mismo tiempo llore desconsoladamente por gente que nunca conoció?’. Sentí que su dolor estaba más bien dirigido a una teatralidad destinada a impresionar a los amigos».
El libro editado en México
Rita Macedo fue una actriz destacada. Su nombre está asociado a grandes actores del cine mexicano de las décadas del 50 y 60, y alcanzó el cenit de su prestigio junto a su amigo Luis Buñuel -íntimo también de Fuentes- en películas como Ensayo de un crimen y Nazarín. Tras enamorarse de Fuentes en 1957, se convirtió en una devota asistente de su marido, joven escritor en ascenso. El vínculo creativo fue intenso.
El suicidio de Macedo fue siempre un tema inabordable para Carlos Fuentes: “Cuando mi madre murió, pasaron dos semanas sin que Silvia me llamara. Él nunca lo mencionó, nunca me llamó. Años más tarde, en algunas comidas familiares, él contó lo malo que había sido con mi mamá y las cosas horribles que le hacía, pero de su muerte nunca dijo nada”, reflexiona Cecilia. “Mi madre nunca superó la separación de mi padre. Tuvo otras parejas, siguió con su vida, pero lo que él le abrió, lo que vivió con él, no pudo volver a repetirlo”, asegura. Cecilia dice que en la escritura de sus memorias su madre llegó a la parte en la que tenía que rememorar su intimidad junto al escritor, y “ahí fue que se congeló, quedó todo a medias y eso terminó deprimiéndola, porque tuvo que enfrentarse a todo lo que había vivido”.
«De Nueva York había llegado, junto con los miembros del Pen Club, una muchacha muy guapa de origen latino -se lee en el libro-. Se llamaba Magdalena. Con ella, Fuentes inició un romance en Yucatán. Y, durante la fiesta, se la llevó a la casita del fondo por largo rato. Mientras yo atendía a la marabunta, la gente que estaba en el jardín y que los había visto pasar se me acercaba a chismeármelo. El trasiego en la cantina era enorme, y yo no tenía tiempo para prestarle atención a esas minucias. (…) Al terminar la reunión, Carlos, feliz y como acostumbraba, se puso a comentar conmigo los incidentes más divertidos de la noche. Yo, poniendo cara de felicidad, no le reclamé que se acostara con Magdalena en mi propia casa. Esa noche nuestra relación sadomasoquista se ganó una medalla de oro».
Fuentes con Julio Cortázar y Luis Buñuel. / Archivo
Rita admite en el texto que aceptó que el novelista tuviera relaciones extramatrimoniales en tanto ella sintiera que las otras mujeres eran solo “trofeos” para su historial de seductor incansable. Pero algo finalmente se quebró en ese acuerdo de pareja abierta: “Mientras sintiera que regresaba a ella, y ella era la amada, no la afectaba que él necesitara acostarse con otras mujeres, porque tenían un vínculo que ya trascendía la cuestión física -postula Cecilia-. Ella siempre lo aceptó. Pero sí empezó a sufrirlo cuando él le perdió completamente el respeto y comenzó a abusar, porque llegó el momento en que sí ya no era una aquí y otra allá, sino una continuidad, y sobre todo haciéndolo en su cara y siendo grosero, y allí fue cuando lo dejó, volvió conmigo a México y Carlos se quedó en Francia, donde finalmente conoció a Silvia Lemus”.
Macedo revela, con una honestidad descarnada, que en los inicios de su carrera como actriz se dedicó a la prostitución, sin moralina. “Cuando empezó a escribir este libro, para entretenerse porque se había quedado sin trabajo en Televisa, lo puso todo crudo y real. Y no se quiso saltear nada. Y se reía mucho con lo que recordaba y escribía. Simplemente contó su vida, y cada quien lo toma como quiera”, dice Cecilia.
En México, el libro va por su tercera edición y según Cecilia la gente le dice: «Gracias por hacer al maestro Fuentes de carne y hueso…».
Fuente: Clarín