Fue entre estantes de libros, el 7 de octubre de 1974, mientras el sol se escondía tras el skyline de Retiro, que Borges y Sabato se saludaron como si nada hubiera pasado. Llevaban veinte años sin hablarse. No había motivos demasiado específicos más que posiciones políticas antagónicas que podrían resumirse así: Borges se ubicaba a la derecha del espectro ideológico, Sabato a la izquierda. El tiempo se deslizó lento y todo se vuelve irreconciliable. Hasta aquella tarde de 1974.
El escenario: la emblemática librería La Ciudad, ubicada dentro de la Galería del Este, sobre la calle Maipú, a metros de Marcelo T. de Alvear. Era un día habitual, como tantos otros, en que en esa librería, y en esa galería, acontecía un acto cultural: la presentación de un libro. Observando la escena en un rincón del lienzo estaba Orlando Barone, con 37 años recién cumplidos. “Era un nadie, un intruso”, dice ahora, a sus 83, desde “el pasillo de los últimos deseos”, bromea, del otro lado del teléfono. En aquel entonces, tenía publicado un libro de cuentos titulado Debajo del ombligo y trabajaba como colaborador del suplemento cultural del diario Clarín. Fue el poeta y guionista Ulyses Petit de Murat quien le dijo, casi al pasar, que era probable que ese día coincidieran Borges y Sabato. Por eso fue.
Efectivamente, en aquel “epicentro cultural del momento”, como define Barone a aquella librería, cuyo dueño era el librero Luis Alfonso, se volvieron a encontrar dos de los más grandes escritores del siglo XX. Borges no hizo más que cruzar la calle, vivía enfrente; Sabato, en cambio, venía de Santos Lugares. “Los vi hablar con mucha cordialidad; iba a decir afecto, pero creo que la palabra justa es cordialidad”, recuerda Barone y confiesa: “Yo era un intruso. Mi cultura, incluso hoy, era una cultura básica. Y en ese momento era una cultura inocente, te diría, casi naif. Tenía una gran admiración por los dos. Y ese día estaban juntos en un encuentro social en que había cierto festejo. Hacía veinte años que no se hablaban… ¡veinte años! Es mucho, ¿no?”
“Se habían peleado porque Borges tenía, vamos a decirlo entre comillas, una visión aristocrática y oligárquica de la sociedad. Y Sabato tenía una visión del peronismo distinta: se daba cuenta de que los humildes amaban al peronismo, y eso a él lo hacía repensar muchas cosas. Por supuesto que no era peronista, pero no estaba embanderado en ese antiperonismo feroz. Y eso los había separado”, resume el autor de libros como La locomotora de fuego y K, letra bárbara, y que tuvo una intensa trayectoria en los medios que incluye, entre otras cosas, la dirección de El Cronista, columnas en La Nación y La Razón y la participación diaria en el programa televisivo 6, 7, 8.
“Entonces se me ocurrió, fue un pensamiento, que un diálogo entre los dos podría ser un gran libro. Yo he tenido cosas locas en mi vida, como todo el mundo, a veces me desconozco, cosas que me avergüenzan, cosas que me enorgullecen; es en vano lo que uno piensa de sí mismo, la autocrítica no es justa, uno siempre se favorece; pero cuando pensé el libro me consideraba lo que realmente era en ese momento, y soy hoy: que tenía la idea, pero no el nivel. El entusiasmo me sobraba. Tal vez una temeridad y yo no me daba cuenta. Eran distintas las épocas, ahora son todos temerarios. Los analfabetos creen ser sabios y los sabios se portan como analfabetos. Pero ese es otro tema. Sabía que a Borges y a Sabato se habían separado por cuestiones políticas. Pensá en aquel tiempo, en aquella época”, cuenta.
Distintas portadas del libro de Orlando Barone: “Diálogos Borges-Sabato”
Ese es el contexto y la génesis de Diálogos Borges-Sabato, libro publicado en 1976 por Emecé y reeditado en 1996 y en 2007. Como con la idea no basta, luego hay que llevarla a cabo, Barone activó la maquinaria. Primero le contó su proyecto en estado embrionario a la traductora de alemán Anneliese von der Lippen, amiga de ambos, quien “tenía una gran paciencia para estos dos egos”. Ella se lo comentó a Borges y coordinó la cita con Barone, que fue en la librería La Ciudad. Luego del saludo inicial, Borges le pidió que no lo llamara “señor”, sino “Borges, a secas”. Cuando Barone, con más timidez que respeto, le dijo si quería sugerir a algún intelectual para que compartiera su rol de intermediario en los encuentros, Borges le respondió: “No hace falta: creo ciegamente en usted”. Aún recuerda con gracia aquel chiste de Borges, que para entonces ya era ciego. La cita con Sabato ocurrió unos días después en el bar EI Dandy. Respondió que sí enseguida y puso como condición, ya que supuso lógicamente que sería él quien debería viajar de Santos Lugares al centro, que las reuniones se hicieran los sábados. Algo más se pactó: no hablar de política.
“A Sabato lo conocía desde hacía unos años. Desde 1969 tenía relación. Fui a muchos de sus cumpleaños. Era un escritor relativamente joven. Y Borges ya estaba en la cresta universal: un escritor, como muy pocos, que entró en la inmortalidad estando vivo. Fue leído, admirado y estudiado por los más grandes escritores y ensayistas del mundo. Sabato decía que la posteridad de un argentino estaba siempre en el extranjero, es decir, que los extranjeros pueden juzgarnos mejor sin las internas que hay en el localismo. Todavía no había llegado la dictadura, pero estaba flotando la violencia. En el momento que ambos me dijeron que sí decidí apurar los encuentros, porque tenía temor. El contexto que nos rodeaba tenía cierta opacidad. Un motivo era que la madre de Borges estaba prácticamente inmovilizada, quizás agonizante, en uno de los cuartos del departamento, allí, en la calle Maipú. Frente a esa inminencia, Borges estaba como que se le desprendía el mundo. Borges era un chico de la casa, no era como Sabato, que fue un tipo de lucha, digamos. Eran diferentes”.
Para “evitar ese ámbito de opacidad donde estaba la madre aislada”, el lugar elegido fue la casa de Renée Noetinger, una pintora que vivía en el edificio contiguo al de Borges. En el comedor de aquel departamento señorial, los escritores conversaban mientras un grabador antiguo capturaba sus voces y Barone hacía preguntas, breves comentarios y algunas notas. “Los diálogos empezaron con un buen sentimiento de los dos. Era como si se sintieran felices en ese momento histórico de encontrarse. Cuando bajábamos y acompañábamos a Borges a la casa, en la puerta seguían charlando”.
José Orlando Barone
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—¿Pero qué música le interesa a la juventud hoy? —preguntó Borges.
—La música rock —respondió Sabato.
—¿El estruendo, el ruido?
—No seamos injustos. Sé que a usted, en general, no le interesa la música. Pero los Beatles son grandes músicos.
—Creo que sí —comentó Borges—. Mi sobrino me dijo una vez: Vas a oír un disco. ¿Qué es? le pregunté. No voy a decírtelo, me contestó. Puso el disco, lo oí y quedé muy enternecido. Eran los Beatles. Si hubiera sabido de antemano me hubiera puesto en guardia.
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Borges y Sabato
El primer encuentro fue apenas dos meses después de aquella tarde en la librería La Ciudad, el 14 de diciembre de 1974; el último, el séptimo, el 15 de marzo de 1975. A mitad de camino, durante ese verano, la masiva revista Gente se enteró y les propuso a Borges y a Sabato hacer una nota. Era el gran reencuentro público luego de veinte años, ya que el libro aún se estaba escribiendo. La nota la hizo Alfredo Serra, “el Pingüino”, en un café del barrio de San Telmo, frente a la Plaza Dorrego. A los pocos días volvieron a la casa de Noetinger a continuar con lo que sería Diálogos Borges-Sabato, que saldría al año siguiente, con el fatídico Golpe de Estado ya convertido en realidad.
En el último encuentro pactado, Borges, más desilusionado que sorprendido, dijo: “¿Cómo? ¿Se terminaron?” “Es que si seguimos hablando, Borges, este va a ser un libro eterno”, le respondió Sabato que luego, como todos esos sábados, volvió a cruzar la Plaza San Martin caminando hasta llegar a la Estación de Retiro, para subirse al tren que lo llevaba a Santos Lugares, donde vivía. Al poco tiempo, el 8 de julio de 1975, murió Leonor Acevedo Suárez, la madre de Borges. Sabato fue al funeral en el Cementerio de la Recoleta. “Se reencontraron, hablaron y cada uno volvió a su mundo. Y nunca más se vieron, tampoco hablaron mal públicamente del otro”.
“Empecé a corregir las grabaciones antiguas en una máquina de escribir Corona. A medida que me visitaba con uno y con otro para obtener nuevos datos, porque a veces el grabador fallaba, sobre todo para saber el nombre de algunos escritores extranjeros que nombraban, como el poeta Hölderlin, al que Sabato solía citar, yo iba aprendiendo, rapiñando como un carancho joven lo que uno cree que viene de una sabiduría diferente. Cuando terminaron los encuentros, ninguno de los dos volvió a hablarme del otro ni a vincularse. Ahí queda un enigma, un misterio”, cuenta Barone.
Una postal de época. La Feria del Libro de 1976 se hizo inmediatamente después del Golpe: entre el 27 de marzo y el 12 de abril en el Centro de Exposiciones de Buenos Aires. Por el stand donde se vendía Diálogos Borges-Sabato pasó Jorge Rafael Videla con la delegación presidencial, y se llevó un ejemplar. “Luego, en la prensa, fue considerado un hecho cultural: que el libro lo vaya a leer el presidente de facto. Y eso fue lo que trascendió, lo que era cierto, pero trascendió sin críticas, sino al revés, como una alabanza”.
Al mes de la Feria, Borges y Sabato se encuentran en un almuerzo sórdido. El 19 de mayo de 1976 Videla invita a un grupo de escritores. Van también Horacio Esteban Ratti y el padre Leonardo Castellani, quien tuvo la osadía de preguntar dónde estaba Haroldo Conti, reciente desaparecido (en 1980, Videla le confirma a algunos periodistas españoles que Conti estaba muerto). Al salir del almuerzo, los periodistas los estaban esperando. Hacen algunas declaraciones sobre el “respeto mutuo” de esa reunión y se alejan. “También se alejaron del libro; un muchacho moderno diría que lo ningunearon. Ninguno de los dos ganó dinero con el libro, por supuesto yo menos. El libro se dejó de editar, cayó en un abismo, por un acantilado sin fin. Yo traté de luchar por el producto, para llamarlo de un modo moderno, y fue inútil. Ni Sabato ni Borges tuvieron interés en que el libro siguiera. Pasaron veinte años sin que el libro fuera reeditado. Yo tampoco hice demasiado. Yo era un intruso, el libro era de ellos. Pasaron veinte años y en 1996 se reedita. Y también: se agota y no vuelve a reeditarse. Hasta 2007, la última reedición”.
Borges y Sabato en la delegación de escritores después del almuerzo con Videla en mayo de 1976
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—Volviendo al tema —retoma Sabato—, pienso que la exacerbación de una civilización técnica tenía que hacer resurgir las potencias mágicas. Eso se advierte hasta en cosas tan menores como el comercio con horóscopos. Son disparates hechos sin la mínima seriedad, pero revelan una necesidad profunda de la gente.
—No sé quien me dijo que los horóscopos los hacían los amanuenses y el que los leía era el maestro —comenta Borges.
—Yo creo seriamente en los horóscopos, cuando están hechos como es debido. Xul Solar hizo los horóscopos de mis dos hijos y durante muchísimos años me resistí a conocerlos. Siempre tuve miedo al futuro, porque en el futuro, entre otras cosas, está la muerte.
—Cómo, ¿usted le tiene miedo a la muerte?
—La palabra exacta sería tristeza. Me parece muy triste morir.
—Yo pienso que así como a uno no puede entristecerlo no haber visto la guerra de Troya, no ver más este mundo tampoco puede entristecerlo, ¿no? En Inglaterra hay una superstición popular que dice que no sabremos que hemos muerto hasta que comprobemos que el espejo no nos refleja. Yo no veo el espejo.
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Borges y Sabato
Se habían conocido en lejanas noches de conversaciones intensas sobre arte y literatura en la casa de Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares, con unas cuantas ediciones de la revista Sur sobre la mesa, junto a otros libros, el cenicero, tazas de café y copas de vidrio. El distanciamiento llegó a mediados de la década del cincuenta, con el bombardeo a la Plaza de Mayo y el posterior Golpe de Estado de Eduardo Lonardi y su Revolución Libertadora que derrocó a Perón como clima de época. En esa herida tajante que partió en dos a la sociedad entera, Borges y Sabato quedaron enemistados ideológicamente, incluso más que antes: el contexto no hizo más que acelerar algo que ya existía.
Bajo el puente de esa historia pasaron ocho años y Sabato intentó el acercamiento. En 1963, publicó un ensayo titulado Tango, discusión y clave. En el prólogo le dirige unas palabras a Borges y le dice, sobre las páginas de su libro, que “mucho me gustaría que no le disgustasen. Creameló”. Pero fue casi diez años después que Anneliese von der Lippen se lo leyó a Borges. “Sabato veía en Borges a un gran poeta y le atraían más sus poemas de Fervor de Buenos Aires, por ejemplo, esa nostalgia y melancolía porteña, antes que el Borges más filosófico de El Aleph y tantos cuentos”.
“Borges y Sabato son dos líneas paralelas. Como en un aeropuerto dos pasajeros están en una fila para hacer un trámite. Empiezan a dialogar y se dan cuenta que son dos opuestos en las cosas que van diciendo pero que mantienen la cordialidad y la cercanía, porque no son bestias ni brutos, y cuando llegan a la plataforma donde cada uno tiene que viajar se distancian porque viajan en distintos vuelos, en distintas direcciones”, dice, ahora, Orlando Barone y agrega, sobre Diálogos Borges-Sabato, que “todo libro es como un tuit: es un gorjeo que al principio parece estridente y se apaga enseguida. Es muy difícil que un libro pase el cedazo de la historia”.
Sin embargo, fue encontrando lectores. Hace muchos años un amigo le trajo a Barone un ejemplar que encontró en una librería de Budapest. “Lo tengo acá”, dice, orgulloso. También llegó a Portugal, Francia, Italia, incluso países como Kosovo, “pero no está en el idioma universal, digamos, que es el inglés: no se edita porque es una cláusula que le impusieron a la editorial y nadie hizo objeción”. Hacer el libro, allá por el verano de 1974-1975, los encuentros, ser el puente de una conversación ansiada, las transcripciones, las correcciones, ver el libro terminado, todo eso, resume, fue “un momento inolvidable”. “En este contexto que vivimos, esto parece casi una ficción romántica recordada por un viejo nostálgico”, y suelta una risa breve que hace eco del otro lado del teléfono.
Fuente: Infobae