«A los 17 años –le dice la escritora española Bárbara Blasco – dejé las drogas.” Por esa época también había dejado su casa, siguiendo los pasos de sus hermanas. Eran los años ‘80. En España la vida se aceleraba tras la opresión del franquismo. En su casa, en cambio, la salud mental de su madre tras su divorcio le daba sensación de encierro.
Sin salida, Blasco era una adolescente que necesitaba correr y para correr no había nada mejor –creía– que la noche.
Ahí estaba, en su Valencia, la Ruta del Bakalao. Discotecas que no cerraban: 24 horas de baile y música ininterrumpida. Adolescencia, pastillas, libertinaje. A veces 48 horas y más. También se la conocía como Ruta Destroy. Duró hasta mediados de los ‘90. Pero Blasco pudo tomar el desvío y vivir para contarlo. En esa generación no todos tuvieron la misma suerte.
Ahora Bárbara Blasco tiene 48 años, está en pareja y escribe todo el tiempo que puede. Acaba de publicar un novela que se titula Dicen los síntomas y que le valió el 16º Premio Tusquets.
Es su tercer libro. Antes, Suerte y La memoria del alambre, que será reeditado. Pero Dicen los síntomas puede ser un punto de partida porque le valió una enorme difusión, además del reconocimiento de colegas de la talla literaria de su compatriota Almudena Grandes.
Después del cáncer, dejé de posponer y de esperar a que viniera la verdadera vida. ahora vivo el presente.
Bárbara Blasco, escritora
Son 261 páginas que cuentan a una mujer madura y soltera que cuida a su padre, en coma en el hospital. La mirada sobre su familia, su hermana siempre ocupada y su madre evitando ver la realidad, se suman al contexto.
La protagonista se llama Virginia y superó un cáncer. Pero no superó la ilusión de ser madre y para eso tiene sexo ocasional sin cuidados. La llegada de un paciente a la habitación en la que está su padre le abre otra puerta.
Portada de «Dicen los síntomas», novela ganadora del último premio Tusquets.
-¿Cuánto hay de autobiográfico en Dicen los síntomas?
-Hay autobiografía en las historias, más allá de que siempre escribí ficción colando cosas que me sucedieron con otras que me imagino. Y siempre hay algún ingrediente secreto.
-Tu personaje y vos superaron un cáncer. ¿Qué relación se establece con el miedo después de eso?
-En mi caso, la relación con el miedo quedó bien. De hecho, antes no me atrevía a vivir con intensidad. Fue benigno y detectado a tiempo. Una putada. Tenía 38 años y me iba a separar de una pareja de 14 años, con un hijo. Era un momento de incertidumbre. Venía de un verano loco y no sabía qué haría con mi vida. Una noche, en mi cama, me detecté un bultito. Fui directo a buscarlo. Me hice las pruebas y los resultados daban que no tenía nada. Pero estaba convencida de que me tocaba un cáncer. Insistí tanto que me hicieron más estudios y por suerte lo detectaron a tiempo. Es difícil convivir con eso. Pero también es verdad que no estoy angustiada.
-¿Este tipo de enfermedad te hizo replantear algo?
-Ahora vivo intensamente y en presente. Fundamentalmente me puse a escribir a saco, a tope, mucho, sin miedo. Y aprendí a hacer lo que quería sin pensar en la vergüenza ni en el fracaso. Estoy con quien quiero estar y me dedico a lo que quiero dedicarme. Además dejé de posponer, dejé esa idea de esperar a que viniera la verdadera vida, porque uno se pasa esperando.
-Y lograste el sueño de ser escritora.
-Bueno, escritora, no. Me dedico a escribir pero no vivo económicamente de la escritura. Salvo cuatro escritores, es muy difícil vivir de la literatura. Sí puedo decir que estoy en la periferia de la escritura: doy clases, escribo artículos. Este año, por el Premio Tusquets, gané dinero. Pero es algo puntual. Veremos qué pasa con el próximo libro.
-¿Qué te pasó cómo para irte de tu casa en plena adolescencia?
-Mi infancia fue bien hasta mi adolescencia. Mis padres tenían una librería, así que crecí rodeada de libros, junto con mis dos hermanas. Pero la historia entre mis padres era complicada. Se divorciaron y mi madre enfermó. Aparecieron los miedos y una de mis hermanas se fue y yo le seguí los pasos. Primero viví en un piso de la familia y después con una amiga. Entendí de pronto que todo cuesta dinero y que, si no estás formada, sólo puedes acceder a trabajos sin formación, precarios y mal pagados. Desde los 15 años y hasta los veintipico fue la peor época de mi vida. Era muy chica para asumir un rol de adulta haciéndome cargo de mi madre.
-¿Y cómo fue ese proceso?
-Los primeros compases de una enfermedad mental siempre son difíciles. Antes del ingreso forzado a un centro se queman etapas. El enfermo toma la medicación, pero igual el camino es muy difícil. Tuve esa intensidad de muy joven. Encima estaba la Ruta del Bakalao, a la que entre a los 14 o 15 años y de la que pude irme a los 17. Así se manifestó la movida española en Valencia. Muchas discotecas en las afueras cogieron fama porque no cerraban nunca. Iba gente de todas partes. No paraba. Buena música y luego lo que llamamos música bakalao o electrónica. Pastillas. De todo.
Fui asistente de mago. Luego tenía que tomar copitas con clientes de un cabaret. Sólo copitas. Prostituta no me iba.
Bárbara Blasco
-¿Cómo saliste de eso?
-Por una luz de sentido común. A los 16 años empecé a ir a una psicóloga porque me estaba volviendo loca. Tenía influencia lo de mi familia, a la que quiero mucho. Pude ver lo difícil que ha sido la vida de mi madre.
-Tuviste todo tipo de empleos.
-Trabajé en lo que podía. Un empleo fue como asistente de un mago. Lucíamos bikinis. Luego teníamos que tomar copitas con los clientes de un cabaret para pagar el espectáculo. Simplemente tomar copitas, prostituta no me iba. Los hombres intentaban tener algo con las bailarinas. Ahí me di cuenta de que la palabra era importante. Si les contaba buenas historias y tenía entretenido al cliente, las cosas se ralentizaban y estaba a salvo: aprendí los puntos de giro como para mantener la tensión en mis relatos. Me acuerdo de una compañera que era muy graciosa, que tenía 18 años y era virgen, y de pronto estaba en un ambiente depravado. Entonces ella, cuando le tocaban la pierna o algo en el cabaret, saltaba y gritaba “cómo te atreves a tocarme” y el cliente la respetaba muchísimo. Si una está convencida de la realidad que vive y usa las palabras apropiadas, se pueden lograr muchas cosas.
Bárbara Blasco vive hoy, a los 48 años, una nueva vida. Foto: Sara Llopis.
La tabla de salvación
-¿Qué rol te ocupa la escritura?
-Escribir ficción me salvó. Si bien en la adolescencia escribía poemas por necesidad, para expresarme, recién a partir de los treinta y pico, cuando empecé a escribir todos los días y veía que lo que salía se parecía un poco a lo que quería, a lo que tenía en la cabeza, todo cambió. Las ideas me iban saliendo y eso me sorprendía y me enganchaba. Encontraba cosas que ni yo misma sabía que buscaba. Además descubrí los blogs y me enganché leyendo unos cuantos y encontré una comunidad de escritores. Abrí uno y empecé a escribir y a publicar yo también. Fue maravilloso no sentirme sola. Y ahora, con las redes sociales, lo que extraño es esa soledad.
-Es que hoy parece una regla exponer la vida privada.
-Ahora tenemos una saturación de eso. En mi caso, la evolución es parecida a la de mucha gente. Comparado con los blogs, Facebook tiene desventajas. Pero se impuso y me quedé en Facebook, también en Instagram. Pero me da pudor poner algo personal en una red. Me parece menos natural que alguien escriba cosas tan íntimas. Me da como vergüenza esa intimidad, y esa puesta tienen algo de pornográfico. Entonces uso las redes sociales para exponer algunas reflexiones. Puedo contar algo personal si hay alguna reflexión. Es un poco lo mismo que la literatura, pero siempre y cuando encaje en una historia. No es el testimonio por el testimonio mismo.
-¿Hasta qué punto la familia de tu personaje espeja a las familias en general?
-Es ficción. Pero también hay verdad. Los padres que cuento son los padres y hermanos que pasan en mi cabeza a partir de otras familias. En ese cóctel entran muchas cosas.
-¿Por ejemplo?
-Entran los miedos, la exageración, la imaginación. Y las dificultades de comunicación.
-¿Cómo imaginás que seguirá tu carrera como escritora luego de haber ganado un premio importante?
No lo sé. Porque eso no depende sólo de mí sino también de los lectores. Todo pasa tan rápido. Porque hoy estamos en la mesa de novedades y de ahí podés pasar a mejor o peor vida.
Fuente: Clarín