A veces una exposición puede convertirse en un libro maravilloso. Tal es el caso de La magia del manuscrito (Taschen, 2018) una exquisita publicación llegada recientemente a nuestro país. Creada a partir de la muestra que lleva el mismo nombre, realizada en The Morgan Library & Museum (Nueva York, también en 2018) el libro testimonia parte de la colección de Pedro Corrêa do Lago (Brasil, 1958, historiador del arte y curador especializado en manuscritos).
El coleccionista, además de haber sido director de la Biblioteca Nacional de Brasil, posee el mayor patrimonio privado de manuscritos del mundo. Formado por unos 35.000 piezas internacionales y alrededor de 60.000 luso-brasileñas, parte de esta importante colección puede observarse ahora en el libro recién llegado a la Argentina: contiene imágenes y explicaciones de cartas íntimas de Van Gogh (1853-1890), anotaciones personales de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), notas de Lucrecia Borgia (1480-1519), dibujos de Napoleón Bonaparte (1769-1821), fotografías firmadas por Grigori Rasputin (1869-1916), cartas de Nicolás Maquiavelo (1469-1527), cubiertas autografiadas de Johann Sebastian Bach (1685-1750), manuscritos autógrafos de Sir Isaac Newton (1642-1727). Las piezas demuestran el amplio arco histórico y social que abarca la colección, tan particular.
Libro Taschen interior
“Comencé a coleccionar manuscritos cuando tenía alrededor de doce años”, explica Corrêa do Lago. “Lo hice pidiéndoles autógrafos por medio de cartas a diferentes personalidades como J. R. R. Tolkien o François Truffaut”. Ya a los catorce, el coleccionista descubrió en Bélgica el mercado de la compra de manuscritos. Gracias a sus diversos viajes y estadías por el mundo debido al trabajo de su padre (diplomático), el adolescente fue armando su acervo.
“Coleccionar piezas manuscritas me otorga un placer tan grande que no podría dejar de hacerlo” comenta Corrêa do Lago a Clarín desde Brasil. “Pero son varios, los niveles de placer que uno obtiene gracias a una colección”, detalla Corrêa. “Por ejemplo, cuando conseguís una pieza la alegría que tenés es tan grande como la que podés obtener examinándola, estudiándola o reubicándola en su contexto…. Y luego, en mi caso, a veces también la publico en un libro o se la enseño a amigos y especialistas. En ocasiones también presto las piezas para ser expuestas”.
Cada uno de los manuscritos que Corrêa do Lago colecciona o que el libro contiene, presenta una historia propia: en el libro están bien detalladas. El dibujo del polémico Lewis Carroll (en realidad, Reverendo Charles Lutwidge Dogson) creado con pluma y tinta en 1893, sobre una escena de su escrito Silvia y Bruno, muestra la historia de dos niños pertenecientes al mundo de las hadas, tres décadas después de haber escrito Alicia en el país de las maravillas. Lo particular de este documento es que Carroll no sólo dibuja una de las escenas de la historia cuando en realidad el libro fue ilustrado por Harry Furnis, sino que además escribe en ella una leyenda: “Hush, Bruno!”, I interrupted in a warning whisper. “She´s coming” (“Silencio, Bruno”, lo interrumpí con un susurro de advertencia. “Ella está viniendo”). Pero lo que lo hace especialmente intrigante es que Carroll le regaló el dibujo a Ella Bickersteth, quien había aparecido retratada por el autor en algunos de sus dibujos de hacía tres décadas, cuando ella tenía ocho años.
Carta Manuscrita de Marcel Proust.
En el libro de Taschen mencionan sobre esta pieza de la colección que “Bickersteth recordaba sus primeras sesiones como modelo con gran alegría, y más tardé recordó también haber visitado a Carroll poco antes de su muerte”.
Otra de las llamativas piezas del patrimonio del coleccionista es la mano estampada sobre papel de Saint-Exupéry: el escritor y piloto francés grabó su huella con la intención de que la doctora Charlotte Wolff -quien había huido desde Alemania hacia París poco después de que Hitler llegara al poder- hiciera una lectura de su mano, con la intención de convertir a la quiromancia en una “nueva rama del conocimiento psicológico”.
Según Wolff, la estampa de la mano del autor revela “un raro don de la observación” y “amor por los animales”. También lo consideró “capaz de ejercer una influencia hipnótica sobre las personas”. El libro define: ocho años más tarde del encuentro con Wolff, Saint-Exupéry escribió la historia de un viajero extraterrestre que doma a un pequeño zorro, relación gracias a la que descubre secretos acerca del amor y la confianza.
Alucinantes dibujos recortados en papeles diferentes, de Hans Christian Andersen (en uno de ellos el autor declara que Estados Unidos “ha sido una página completa del cuento de hadas de mi vida”); los mosaicos de dieciocho fragmentos manuscritos de Marcel Proust pegados por su mecanógrafa sobre una hoja inmensa (Corrêa do Lago posee setenta piezas de este escritor) muestran el segundo de los volúmenes de “En busca del tiempo perdido”; una carta de Emily Dickinson redactada en 1871 para Adelaide Hills (habitante de Nueva York pero visitante asidua de Amherst, Massachusetts), escrita cuando la poeta, a pesar de haber ya compuesto más de mil poemas -y prácticamente ninguno publicado- se había mudado a Amherst para disfrutar del invernadero y del jardín. “Querida amiga: ser recordada es como ser amada, y ser amada es el cielo ¿y esto es la tierra?”.
Entre otros muchos ejemplos figuran también retratos de Pablo Picasso firmados por él y realizados por Cecil Beaton en 1933; la última carta escrita por Henri de Tolouse-Lautrec (en 1901) luego de haber sufrido un derrame cerebral y ya al borde de la muerte; la firma sobre el portal de “Breve historia del tiempo”, realizada con el pulgar por su autor, Stephen Hawking. Hay una dedicatoria del científico sobre esta portada, además de la firma: “Philip Dynes (un fan de Star Trek, como él mismo): Para ir valientemente por donde pisa Star Trek”. Y luego, el pulgar de Hawking como sello y fin. Tan sólo una joya más dentro de esta curiosa e inmensa colección.
Fuente: Clarín