Una nota de Página/12 puso en conocimiento del problema a la Biblioteca del Congreso de la Nación, que aportará la logística.
Esta es una historia con un infrecuente final feliz. Un final que va contra todas las lógicas conocidas: la que instaló el mercado, la que se sedimentó según los usos y costumbres, la de la burocracia ministerial, que es un monstruo grande y pisa fuerte. Más de 300 mil libros de colecciones infantiles y juveniles que SM mantiene en su depósito, y que el sello español iba a mandar a destruir al retirarse de la Argentina, fueron salvados del desguace. Fue por obra y gracia –y por un desinteresado y fatigoso trabajo de semanas de gestión contra reloj– de un numeroso grupo de autores e ilustradores, que se movilizaron para evitar este destino anunciado vía mail para sus libros, junto a colectivos que los representan como el Colectivo LIJ, la Asociación de Dibujantes de Argentina y Alija. También, de la Biblioteca del Congreso de la Nación, que vehiculizará las donaciones a escuelas y bibliotecas de zonas carenciadas o fronterizas, y de colaboradores externos como la Federación Internacional de Bibliotecas y la OEI. Fue por una nota de Página/12 que contaba que estos libros iban a ser «picados», que las autoridades de la biblioteca conocieron el caso y ofrecieron su logística para las donaciones.
Los autores destacan la condición de «logro colectivo» de lo que, coinciden, es a esta altura de las gestiones «un sueño cumplido».
Por estos días continúan llegando formularios de autorización para la
donación de miles de títulos de más de 250 autores, y esto incluye a
todos los más destacados dentro de la literatura infantil y juvenil
argentina. Todos ellos publicaron en prestigiosas colecciones del sello
como Barco de Papel y Gran Angular.
En un impensado giro superador del desenlace de esta historia, la idea de la Biblioteca del Congreso es ir por más: una vez concretadas las donaciones, piensa reunir a los autores de estos libros con los chicos y chicas que reciban sus obras, ponerlos en contacto para que puedan conocerlos «por fuera de las fotos de solapas», hacerles preguntas, intercambiar ideas sobre sus historias y, por qué no, despertar alguna vocación vinculada a la escritura.
Cuestión de lógica
«Sabemos que la destrucción de libros es una práctica usual de las editoriales que, incluso, figura en muchos de los contratos que firmamos, pero el picado de cientos de miles de ejemplares es una decisión empresarial que no podemos dejar de repudiar en días cercanos al mes de la memoria y al inicio del ciclo escolar. Con más del 50% de las infancias debajo de la línea de pobreza, creemos que la lectura de buena literatura es necesaria», había advertido, al conocerse la noticia, el Colectivo LIJ.
Fue
detrás de esa certeza que se movilizaron los autores. Tras el primer
espanto al recibir los mails de la editorial, en un aviso que
consideraron «desprolijo» (les avisaban que en quince días picarían sus
libros, sin dejar siquiera opción a la compra a precio de saldo, algo
que es de uso en este tipo de situaciones), los autores tuvieron varias
reuniones con representantes del sello. Agradecieron, finalmente, «que
el Grupo SM, ante nuestra solicitud, se manejó con la mejor disposición y
accedió a que se donaran estos libros», según dejaron claro en el
comunicado en el que anunciaron la noticia.
Una práctica habitual
Lejos de representar una excepción, el picado o desguace de libros es una práctica habitual en la industria editorial. Ocurre cuando los títulos no pueden ser vendidos, y hay que evitar que circulen en el mercado a un precio menor o de saldo, «compitiendo» con los nuevos títulos. Frecuentemente, con los sobrantes de los llamados «instant book», libros hechos rápido a partir de un tema de agenda, pensados casi con lógica de diario. O cuando el costo del depósito y de la logística del transporte pasa a ser mayor que el que se puede obtener por la venta.
La diferencia, en este caso, es que se trataba de cientos de miles de títulos, picados juntos. Todos, de calidad, de grandes autores. Muchos, con premios y reconocimientos internacionales. Y, sobre todo, hechos y pensados para esas infancias que hoy los están necesitando.
Una movida histórica
La escritora Graciela Repún fue una de las grandes impulsoras de esta movida histórica de los autores, que puede sentar precedente. «Fueron semanas y semanas pensando en esto todo el día. En el medio me recomendaron la serie romántica coreana El amor es un capítulo aparte… ¿Podés creer que transcurre en una editorial, y que en el tercer capítulo llevan a los nuevos a ver cómo pican los libros? ¡Ni siquiera me pude relajar con Netflix!», se ríe ahora. Cuenta que buscar transparencia absoluta fue lo primero en una gestión de este tipo.
Para Alejandro Santa, el director de la Biblioteca del Congreso (y presidente de la Oficina Regional para América Latina y el Caribe de la Federación Internacional de Bibliotecas), participar de esta donación tiene que ver con el compromiso social que ausme la biblioteca. Hay una estructura previa que facilita la logística: un bibliomóvil, un tren sanitario, programas federales que llegan a los puntos de frontera. Allí adonde quieren que lleguen los libros. Santa habla del libro como «elemento de alta tecnología», y aclara: «tampoco es tirar un paquete el objetivo final: hay toda una preparación para que el libro llegue, sea leído, aprovechado, puesto en relación. Eso también es parte del trabajo». Agradece al diputado Carlos Selva, que leyó la noticia en Página/12 y, como integrante de la comisión administradora de la biblioteca, sugirió movilizar fondos y trabajo para lograr las donaciones.
Un logro hermoso
«Simbólicamente y materialmente, lo que logramos es extremadamente hermoso. Estamos muy emocionados. Nos dicen que es algo histórico, pero por ahora no caemos. Queremos ver que esos libros lleguen, y después sí, festejar», dice el ilustrador y autor Istvansch, autor en SM de Francisco Solar Madriga, con María Cristina Ramos, publicado justo antes de la pandemia, y por lo tanto casi sin recorrido promocional.
«Dimensiono
lo que esto significa cuando me llaman de bibliotecas, escuelas, de
aquí y allá, pidiendo por favor, a quién le pido, adónde hay que llamar,
por favor los necesitamos. Me da la pauta de la necesidad enorme que
seguirá habiendo, pero que en parte esta donación va a ayudar a paliar»,
se alegra Mario Méndez. Junto a Repún, Istvansch, Adela Basch, Poly Bernatene y Guillermo Tangelson, fueron los principales impulsores del «salvataje».
La quema de libros
«Hace muchos años, en una editorial, también me dijeron que iban a picar un libro mío. ¿Picar un libro? Yo no lo entendí del todo, creo que no me entró en la cabeza hasta que me di cuenta de que eso tenía que ver con otra franja de la realidad. Es una franja que yo relaciono con las hogueras la inquisición, con las quemas de brujas, con la quema de libros de la dictadura», dice Laura Devetach.
«Picar libros porque ocupan lugar, a mí me parece una locura. Pensamos lo mismo muchos autores en la editorial SM, y yo les agradezco mucho a los que con mucho ahínco han trabajado y logrado que a través de muy buenas instituciones se puedan hacer donaciones en lugar de picotones», agrega la autora de La torre de cubos. «Significa un precedente maravilloso, para que de acá en más se piensen las cosas de otra manera. Porque hay cosas que no pueden ir juntas. Libros con libros picados, por ejemplo».
Fuente: Página12