Para Ana María Shua (Buenos Aires, 1951), su nuevo libro “no es lo que está de moda en este momento”. El divertido, emotivo e irónico Sirena de río (Emecé) reúne veintiún cuentos agrupados en tres secciones: ”Frágiles y valientes”, con historias que se podrían englobar en un realismo disparatado; “Misterios”, donde su veta fantástica emerge en escenas de la vida diaria, y “Casi crónicas”, en los que la voz narrativa atraviesa las fronteras entre ficción y realidad. No está de más recordar que Shua, premiada por sus novelas y libros de cuentos (y de microcuentos), es una de las autoras más destacadas en lengua española.
Portada de «Sirena de río», cuentos de Ana María Shua
“Los libros de cuentos hoy tienen mucha unidad -dice Shua, no se sabe si de modo neutro o en un asomo de crítica-. Los cuentos suelen estar relacionados entre sí, algunos son casi novelas.En cambio en mi escritura el realismo y la fantasía se mezclan de manera azarosa, arbitraria y muy argentina, por el puro gusto de perturbar al lector”.
En “Unos días en la playa”, una señora que empieza a perder la cabeza se interna por unas semanas en una clínica psiquiátrica donde, a la vez que se transforma en etnógrafa, disfruta de las actividades como si estuviera en un spa. En otro, una argentina exiliada en Estados Unidos vive dos vidas, y en “Rita y el doctor”, la protagonista reconstruye las sesiones y seducciones con su analista. El relato que da título al libro narra la amistad de un pescador y una sirena de río, de tonada cordobesa. “¿No te aburrís de mirar a la gente? ¿No hacen y dicen siempre las mismas pavadas”, preguntaba Fran. “Puede ser un poco aburrido -decía la sirena-. Como mirar Gran Hermano sin editar. Pero a veces pasan cosas interesantes. Algún romance, alguna pelea…”.
Para la autora de clásicos como La sueñera y Botánica del caos, todo escritor intenta escribir el libro que quisiera leer. “Como lectora me gusta que me interpelen, que me sorprendan, que cada cuento sea inesperado, que haya cambios de tema, de atmósfera, de tono, de género -revela-. Y eso es lo que pretendo escribir. Un libro en el que haya cuentos muy distintos, acechando al lector desprevenido. Quiero que se ría y se divierta y hacerlo caer en un pozo cuando esté distraído. Que llore, si es necesario, que se entregue sin condiciones, que sepa que debe estar dispuesto a todo”.
La organización en secciones, reconoce, es “casi una concesión” a ciertas necesidades de lectura. “Me costó mucho encontrarla, pero debe estar bien así, porque hubo incluso quien me preguntó si en algún momento fueron tres libros diferentes -agrega-. Con ayuda de una amiga, que leyó los originales con inteligencia y sensibilidad, me di cuenta de que algunos cuentos están basados sobre todo en los personajes (’Frágiles y valientes’), otros entran en un mundo fantástico (’Misterios’) y otros juegan a ser crónicas”.
-¿Las “casi crónicas” son ejercicios de autoficción?
-No exactamente. Hay varias que no tienen ninguna relación conmigo, ni con mi historia personal, como “Hospital Público”, una crónica de mis 24 horas en la guardia de un hospital donde en realidad nunca estuve, o “El largo verano del 56″, entre otras. Sí, por supuesto, es autoficción el relato de mi enfermedad, en “Un canto a la vida”.
-Varios de los cuentos tienen como protagonistas a adultos mayores. ¿Considerás que son personajes ausentes en la literatura nacional?
-No, para nada. Cuando nos hacemos mayores, los escritores tendemos a trabajar con protagonistas mayores por la simple razón de que por fin conocemos mejor sus problemas, sus deseos, ilusiones y fracasos. Por suerte tengo hijas y nietas y eso me ayuda a resolver muchos problemas cuando encaro protagonistas jóvenes en el mundo actual, tan diferente del que yo conocí.
Tenemos una fuerte tradición de mujeres escritoras. Ya en los años 70 dominaba el mercado “el trío más mentado”, como las llama Cristina Mucci: Silvina Bullrich, Martha Lynch y Beatriz Guido. Pero además había muchísimas otras brillantes e injustamente olvidadas. Las mujeres no teníamos problema para publicar sino para acceder a los círculos de prestigio y eso es lo que hoy se ha superado.
-¿Cuál es el sentido de la literatura fantástica hoy? ¿Y cómo describirías tu propio registro, cruzado por el humor y el realismo?
-¿Tuvo alguna vez la literatura algún sentido? No estoy segura. Como todo el arte, está ahí para recordarnos que somos mortales, para ayudarnos a olvidarlo y para calmar esa humana necesidad de dar significado y dirección a lo que no es más que caos: la confusa realidad. La literatura fantástica es un modo oblicuo de reflexionar sobre todo lo que nos rodea: una vez más la verdad de la ficción resulta más verdadera que eso que llamamos realidad. Mi fantástico es, como otras características de mi literatura, muy argentino. Es más absurdo que maravilloso y está tejido con fibras de realismo y vida cotidiana.
-Se repite que los editores dicen que los libros de cuentos no se venden. ¿Qué opinás, sobre todo en un país como la Argentina, con una gran tradición cuentística?
-No se trata de opiniones sino de números. Las cifras de venta de los libros de cuentos en comparación con las de las novelas son perfectamente cuantificables y sí, los cuentos, en general, se venden menos. Por suerte tenemos hoy a grandes autoras que sí venden sus cuentos, como Samanta Schweblin o Mariana Enriquez. Pero que se vendan menos no significa en absoluto que no se vendan o no se lean. Es muy interesante lo que pasó en España con una editorial como Páginas de Espuma, que salió al cruce del eslogan “aquí los cuentos no se venden” y hoy hace más de veinte años que vive del cuento. ¡Y muy bien! A fuerza de calidad y tozudez, Juan Casamayor descubrió un mercado que las grandes editoriales habían abandonado.
-Fuiste escritora y feminista avant la lettre, ¿cómo ves hoy el auge del feminismo? ¿Costaba mucho publicar en tus comienzos?
-Ojo, ¡no tenemos que borrar la historia! En la Argentina tenemos, por suerte, una fuerte tradición de mujeres escritoras. Ya en los años sesenta dominaba el mercado editorial “el trío más mentado”, como las llama Cristina Mucci: Silvina Bullrich, Martha Lynch y Beatriz Guido. Pero además, había muchísimas otras, algunas muy brillantes y muy injustamente olvidadas. Como Syria Poletti, por ejemplo, que me gustaba tanto. Las mujeres no teníamos ningún problema para publicar, el problema era acceder a los círculos de prestigio y eso es lo que hoy se ha superado. El auge del feminismo es bueno para todo el mundo. Es un movimiento de liberación masculina que terminarán por agradecernos. Otro tema, más largo y conflictivo, es el de lo políticamente correcto. Me causa horror la moralina y de eso hay mucho y muy equivocado.
-Escribís libros para chicos. ¿Qué cambios hubo a lo largo del tiempo en la literatura infantil y juvenil y cuál es tu perspectiva como autora?
-También en esta área tenemos una fuerte tradición. Basta pensar en Cuentos de la selva, de Horacio Quiroga. Hubo muchísimos cambios. Se empezó por leyendas y aventuras, después entramos en la etapa del melodrama, en que los cuentos eran mejores cuanto más hacían llorar a los niños, pasamos a los cuentos pasados por lavandina por una psicopedagogía mal entendida , donde la única salvación era el humor, y qué bien lo entendió María Elena Walsh. Hoy, por suerte, estamos volviendo al conflicto, el drama y la aventura. Un momento clave fue cuando la escuela dejó el libro de lectura y le abrió la puerta a la literatura infantil. Eso hizo crecer el área en forma espectacular.
-¿Qué le aportó a tu literatura tu condición judía?
-¡Muchos libros! Todas mis novelas, para empezar, porque me cuesta escribir un texto largo en que el protagonista no sea como mínimo un poquito judío. Y algunos más específicos: Risas y emociones de la cocina judía, El pueblo de los tontos, Fantasmas y demonios de la tradición judía entre otros. Y una mirada, supongo, pero eso es más difícil de percibir o especificar.
-¿Por qué decidiste cerrar el libro con “Un canto a la vida”, que cuenta tu experiencia como paciente oncológica?
-Me parece que es una buena historia; mis lectores preferidos, antes de que saliera el libro, me la aprobaron, y todos me recomendaron que pusiera ese texto al final, porque es fuerte, perturbador y una buena manera de cerrar el libro. Mi editora pensó lo mismo. Creo que no es un cuento como para pasar la página y seguir con otra cosa.
«Una vez me llamó por teléfono una señora que quería que yo escribiera una novela sobre su trámite de jubilación. Me costó explicarle por qué no iba a poder.»
-¿Las personas te siguen contando historias para que las conviertas en literatura, como pasa en una “casi crónica”?
-¡Jaja! Por supuesto que nadie me contó esa historia, es totalmente inventada. Ahí me ayudó un montón una de mis hijas, a la que le gusta mucho el fútbol y jugaba fútbol 5. Pero sí, muchas veces se me acerca alguien y me dice que tiene una historia que es para un cuento. Una vez me llamó por teléfono una señora que quería que yo escribiera una novela sobre su trámite de jubilación. Me costó explicarle por qué no iba a poder.
-¿Se puede vivir de la literatura? ¿Qué les dirías a los que quieren ser escritores hoy?
-Cuando me piden un consejo para una persona joven que quiere dedicarse a escribir, mi primer consejo es que se busque un buen trabajo. Porque suponiendo que le vaya muy bien, lo que no suele suceder, de todos modos va a tardar muchos años en poder ganarse la vida con la escritura. Yo trabajé muchos años en publicidad y solo pude dejar el trabajo cuando empecé a publicar literatura infantil. Creo que hoy la literatura infantil es un campo mucho más profesional que la de adultos. Me refiero exclusivamente a la posibilidad de ganarse la vida.
-Hay muchas teorías sobre el cuento, ¿cuál es la tuya?
-El cuentista cree que hay un detalle en el universo que lo explica y lo contiene. Con su red de atrapar historias, sale a la caza de ese detalle esquivo. Pero el universo no tiene explicación ni tiene límites. De ese fracaso nace el cuento..
Fuente: Daniel Gigena, La Nación