Para formar una biblioteca incesante, que siguiera una perfecta progresión geométrica, bastaría con dedicarla en exclusiva a los libros que se publican de y sobre Jorge Luis Borges. Los cuentos, poemas y ensayos (que del volumen de Emecé en tapas verdes pasaron hace tiempo a ocupar cuatro tomos) son el planeta primordial. Los acompañan, orbitando a su alrededor, satélites varios (las diversas obras en colaboración, las antologías de cuentos fantásticos, policiales, las compilaciones de entrevistas). El todo avanza arrastrando tras de sí la multitud de páginas que se escribieron y se siguen escribiendo en función de su nombre. El sistema Borges, como el de Kafka o el de Joyce, es desde hace tiempo, más que un escritor, un estado de la literatura.
A esa larga lista viene a sumarse Medio siglo con Borges, el nuevo libro de Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936), que, en términos estrictos, poco tiene de nuevo. Como anota el propio autor, reúne unos pocos artículos, conferencias y un par de entrevistas al creador al que considera, desde que lo leyó por primera vez en los años cincuenta, «una fuente inagotable de placer intelectual». No parece mucho si se promedia el medio siglo de lectura con las austeras cien páginas del volumen. La explicación tal vez se deba a que admiración no es sinónimo necesario de influencia.
«Pocos escritores están más alejados que Borges de lo que mis demonios personales me han empujado a ser como escritor», anota Vargas Llosa para sugerir que en esa discordancia se esconde lo más valioso de su homenaje: seguidor de Sartre en su juventud, más fascinado por la historia que sucedía alrededor que por lo abstracto, estético y lúdico con que se asocia a Borges, nada parecía llevar a que siquiera lo considerara. Podría decirse que, como a tantos otros, el argentino lo doblegó con una faca inesperada, esa prosa que trastocó de manera decisiva la pesadez del idioma. El estilo borgiano, dice Vargas Llosa, es «uno de los milagros estéticos que desinfló la lengua española de la elefantiasis retórica, del énfasis y la reiteración que la asfixiaban, que la depuró casi hasta la anorexia y obligó a ser luminosamente inteligente».
El Nobel peruano no pretende ser exhaustivo, tal vez tampoco original. Su libro es más bien testimonio y balance, como lo reflejan las fechas variadas de los textos y la escasa incursión en tramas y ficciones. Por momentos suena más fascinado por las declaraciones de Borges contra el nacionalismo que por lo que escribe. De hecho, Vargas Llosa resulta un devoto franco y distraído: recién a comienzos de este siglo parece haberse enterado de la existencia de Textos cautivos. El volumen que compiló Emir Rodríguez Monegal en 1986 con las colaboraciones de Borges para la revista El Hogar es secundario, pero clave en cualquier cartografía borgiana. Una intuición crítica interesante surge, sin embargo, cuando indica cuál podría ser la hipotética influencia de Borges en el uruguayo Juan Carlos Onetti, a pesar de estar en alas de la literatura tan distintas y la antipatía que se profesaban.
La entrevista de 1963 -hecha en Francia cuando un veinteañero Vargas Llosa trabajaba radialmente para la RFI- tiene el encanto de un Borges que llegaba por primera vez a Europa reconocido como un maestro contemporáneo. En la segunda, de 1981, en Buenos Aires, el argentino muestra ya su conocida coraza irónica. Al explicar el desinterés que le causa lo que escriben sobre él, por ejemplo, cuenta que de todos los libros sobre su obra solo leyó el primero, llamado Borges, enigma y clave. «Leí ese libro a ver si encontraba la clave ya que el enigma lo conocía», le dice a Vargas Llosa. En cierto modo, esa alusión reticente del escritor permite conectar a cualquier lector más o menos entrenado -como tantos otros párrafos de Medio siglo con Borges– con ese corpus paralelo, el de la crítica y los libros de corte biográfico, que empezó en la propia vida del autor y que, de tan monumental, se pierde ya de vista.
¿Qué buenos libros sobre la obra de Borges se consiguen hoy con relativa facilidad en las librerías? No está La expresión de la irrealidad en la obra de Borges, de Ana María Barrenechea, un libro de los años cincuenta, casi contemporáneo de aquel que cita Borges, que dio las primeras claves impecables para acercarse a su obra, pero sí El laberinto del universo (1976), de Jaime Rest, que explora los lazos de sus escritos con el nominalismo filosófico (y el pensamiento místico, y la concepción liberal de la tolerancia), para a partir de allí entrever el dibujo en el tapiz de la obra. También puede accederse a Borges, un escritor en las orillas, en el que Beatriz Sarlo (que escribió tanto y tan bien sobre él) buscó sortear la excesiva consideración en clave cosmopolita del escritor (una de las tantas posibles, según dice) para dar con «su carácter doble y conflictivo», que incluye su lado argentino, sabiendo que «la originalidad de Borges reside en su resistencia a ser encontrado allí donde lo buscamos».
Otro libro a explorar -recientemente reeditado- es Borges profesor, en el que Martín Arias y Martín Hadis, compilan sus clases de literatura inglesa de 1966, en la UBA, de las que no sobrevivieron registros grabados pero sí las transcripciones que hicieron algunos alumnos, con latiguillos incluidos. De la poesía anglosajona a Oscar Wilde, pasando por Samuel Johnson o William Blake, el volumen compensa con creces la dificultad de hacerse del Borges oral reflejado en el arsenal de libros de diálogos y entrevistas hoy inhallables (incluido el masivo Borges, que reúne las anotaciones sobre él en los diarios de ese Boswell impensado: Adolfo Bioy Casares).
¿Leerlo para ejemplificar cuestiones científicas? Se puede acudir a Borges y la física cuántica, de Alberto Rojo, o Borges y la matemática, de Guillermo Martínez. ¿Leerlo en su relación con el cine? A la falta de la reedición de Borges y el cine, de Edgardo Cozarinsky, vale la pena consultar Borges va al cine, de Gonzalo Aguilar y Emiliano Jelicié. ¿Una experiencia personal de quien lo frecuentó para leerle en voz alta al escritor que ya no podía hacerlo? Ahí está Con Borges, de Alberto Manguel.
Una de las curiosidades es que Borges, ubicuo como un aleph, «podrido de literatura» -como recuerda Vargas Llosa que se definió alguna vez-, apenas deja lugar a la biografía más tradicional. La última importante, Borges, de Edwin Williamson (2004), la única de verdad extensa, minuciosa, en la tradición anglosajona, fue criticada por su exploración algo obsesiva del papel de la sexualidad en su vida (el peruano la usa para sacar algunas conclusiones). La reciente memoria, Borges and Me: An Encounter, del estadounidense Jay Parini, en cambio, promete traer cola. Parini, que se dedica a lo que bautizó «ficción biográfica», habla sobre sus tratos con el escritor. El único detalle es que todo parece ser fabulación. Los mitos verdaderos como Borges, podría pensarse, a veces corren el riesgo de esas variantes imaginarias.
BORGES PROFESOR
Martín Arias y Martín Hadis (Comps.)
Sudamericana
528 págs./ $1199
MEDIO SIGLO CON BORGES
Mario Vargas Llosa
Alfaguara
108 págs./$799
Fuente: Pedro B. Rey, La Nación