Todo empezó como un desafío, hace más de cien años. Una mujer llamada Madge le planteó a su hermana Agatha que era muy difícil escribir una novela policial en la que no se dedujera fácilmente quién era el asesino. Agatha -cuyo apellido era Miller pero se haría conocida como Agatha Christie– se tomó en serio el reto. El resultado fue El misterioso caso de Styles, el libro donde presentó por primera vez al detective belga Hércules Poirot, su investigador más famoso. La novela salió en 1920, hace un siglo, después de que lo rechazaran seis veces. Este año habrá ediciones en homenaje.
No tantos autores del género policial consiguieron combinar la construcción de sofisticadas tramas de enigma con el entretenimiento de públicos masivos, y en una fórmula que para muchos llegó a volverse ‘adictiva’: sus lectores más consecuentes llegan a sentir la compulsión de leer un título detrás del otro. Eso no es sólo algo que Agatha Christie (Inglaterra, 1890-1976) consiguió sino que además reprodujo en una prolífica secuencia que abarcó casi medio siglo.
En total, la “reina del crimen” (un apodo que se ganó con justicia) firmó sesenta y seis novelas y catorce libros de cuentos, a razón de uno por año, desde 1920 y hasta el momento de su muerte, en 1976. Casi todos, con argumentos que desafían el ingenio del lector, sembrando pistas ocultas para una resolución final siempre sorpresiva. Fue traducida a 103 idiomas.
En Siria. Agatha Christie supervisando las excavaciones arqueológicas de Chagar Bazar, en la actual Siria. /EFE
“Una fábrica de salchichas, soy una perfecta fábrica de salchichas”, definía ella, riéndose de su descomunal capacidad de producción. Y hay que destacar que lo hizo en un ambiente dominado por los hombres, frente a referentes históricos del género como Arthur Conan Doyle -creador de Sherlock Holmes, Raymond Chandler o G.K. Chesterton.
Christie -como lo haría otra autora como Patricia Highsmith desde mediados del siglo XX- venía a romper con prejuicios y clichés ya naturalizados (por ejemplo, que tanto los detectives como los criminales fueran hombres, y a las mujeres les quedaran reservadas la supuesta bondad y los papeles secundarios).
También tuvo una especial perspicacia para volverse popular entre lectores muy diversos, al punto de que es una de las autoras más exitosas de todos los tiempos, en términos de ventas: sus best sellers se ubican entre los más vendidos de la historia, después de La Biblia y Shakespeare. Este 2020 su obra se reedita en distintas partes del mundo.
En la Argentina, editorial Planeta lanza sus títulos publicados, en formato de bolsillo: en junio se publican El misterioso caso de Styles, Cita con la muerte, Diez negritos y Los elefantes pueden recordar. Esta primera entrega se completará a lo largo del año con la publicación de El asesinato de Roger Ackroyd, Un cadáver en la biblioteca, El misterio de la guía de ferrocarriles, Cinco cerditos, Muerte en el Nilo y Se anuncia un asesinato.
Agatha Christie y Peter Saunders cortan una tarta de media tonelada en un evento de teatro. / AP
Para crear el personaje de aquella primera novela la autora se había inspirado en los refugiados belgas de la Primera Guerra Mundial instalados en Torquay, ciudad del sur de Inglaterra donde ella había nacido -en 1890, no en 1891 como suele creerse- y vivía entonces. Allí también serviría como enfermera durante esa contienda, en el hospital de la Cruz Roja: una experiencia que le aportaría un exhaustivo conocimiento acerca de la composición y los efectos de muy diversas drogas y venenos, que aplicaría en sus ficciones.
El libro -escrito en 1916- tardó cuatro años en ser publicado, tras recibir seis rechazos editoriales. Finalmente, como los que vendrían después, se convirtió un fenomenal éxito editorial.
«El misterioso caso de Styles». La primera novela de la escritora se publicó en 1920, ahora se reedita.
La construcción de esos verdaderos artefactos de ficción -o mecanismos de relojería, habría que decir en su caso- que son las novelas de misterio, suelen obligar al autor a pergeñar la totalidad de la trama, incluyendo su resolución, cada uno de los elementos que preceden y suceden al crimen. Así como los pasos que dará el detective en su acercamiento a la verdad. Para eso, Christie parecía tener un don, además de una disciplina marcial para la planificación, producto en parte de su propia formación victoriana, impartida por institutrices en el hogar paterno, y la ejecución, al momento de la escritura.
Pensaba sus tramas y les daba forma en su vieja máquina de escribir con la misma elegancia con la que sus damas inglesas toman el té, con aparente inocencia, cuando, en realidad, se trataba de una autora astuta y perseverante, que además, se presume, se habría valido una frondosa “Biblioteca de criminología”, así como de datos, trucos y procedimientos para el crimen que extraía de los casos reales, a partir de su lectura de los diarios de época.
En 1914 el año en que comenzó la Primera Guerra, fue también el de su casamiento con Archibald Christie, un aviador que serviría a su país durante aquellos años y con quien viajaría por Australia, Canadá, Nueva Zelanda y Estados Unidos. La primera casa del matrimonio fue bautizada Styles, en honor a aquel primer éxito editorial, que preanunciaba el futuro: los miles de millones de ejemplares vendidos y una vigencia permanente. Su carrera daría otro salto hacia la consagración en 1926, cuando otra editorial incluyó El asesinato de Rogelio Ackroyd como primer título de una colección de policiales.
Christie. El caso de su desaparición, en 1926, llegó a las portadas de los diarios como el Daily Mirror.
Con Archibald se divorciaron en 1928. En 1930 ella volvió a enamorarse, ahora de Max Mallowan, un antropólogo con el que siguió viajando por el mundo, por sitios bastante exóticos que también sirvieron para ambientar sus asesinatos de ficción.
A partir de 1953 ganó celebridad con las adaptaciones teatrales de sus novelas en el West End londinense, mientras que otros de sus títulos llegaron al cine. En 1971 recibió la distinción de Dama del Imperio británico.
Sin proponérselo deliberadamente, Christie fue también una cronista avezada de la alta sociedad inglesa de entreguerras: entre los escenarios de sus novelas casi nunca faltan esas majestuosas fincas de verano o residencias que habitan personajes habituados a vestirse de gala para la cena y que cuentan con un ejército de sirvientes.
Los que entabla con los lectores de sus libros eran -son- verdaderos duelos de inteligencia, acertijos mentales: maestra en el arte sutil de sembrar pistas falsas y manipular la atención del lector para que las sospechas recaigan en determinados personajes y no en otros, sus tramas revelan recién en el último tramo -o el epílogo- las claves auténticas del crimen que se plantea casi siempre en las primeras páginas. En El misterioso caso de Styles, por ejemplo, un hombre adinerado es el sospechoso más probable de su esposa, aunque la investigación preliminar parece probar que él es, justamente, el único que no podría haberla matado…
Imaginaba esas tramas en voz alta, paseándose por la casa mientras hacía tareas domésticas, y en esos monólogos verbales hasta interpretaba a los personajes: recién cuando tenía muy claro hacia dónde iría la historia, se sentaba a escribir. De todos modos, su método -su fórmula secreta-, en definitiva, termina siendo el mayor misterio, al punto de que ninguna autora ni autor consiguió siquiera parecérsele, aún habiendo sido unas de las más imitadas, y mucho menos equiparar las cifras de ventas: su novela Diez negritos, también objeto de una lograda adaptación cinematográfica, lleva vendidos 100 millones de ejemplares. Y uno puede imaginarla riendo desde algún lugar, con esos dientes levemente oscurecidos, que la avergonzaban.
Fuente: Clarín