Es hora de regresos y de balances para Red Hot Chili Peppers. Con la vuelta de dos piezas fundamentales en sus discos más exitosos y venerados -el guitarrista John Frusciante y el productor Rick Rubin, determinantes en Blood Sugar Sex Magik (1991) y Californication (1999)-, la banda acaba de lanzar Unlimited Love. Y lo hace con mucha sagacidad para asumir sus variadas facetas musicales como una paleta generosa a la hora de construir su imagen del presente, la banda californiana consigue una verdadera hazaña: no sonar a parodia, no caer en la repetición perpetua y no entregarse a una reconversión solemne, peligros comunes en la era de la madurez.
En la música de Red Hot Chili Peppers suenan un montón de cosas que probablemente hayamos escuchado antes, pero nadie suena exactamente como Red Hot Chili Peppers. Hablamos de un proyecto artístico de casi cuarenta años que fue en sus inicios emblema de la escena alternativa de la Costa Oeste y es hoy un nombre potente del mainstream. En ese largo recorrido hubieran podido perder muchos atributos, y efectivamente hubo picos y depresiones que acompañaron las convulsiones internas de la banda como un todo y también las de cada uno de sus integrantes, pero lo cierto es que la identidad permaneció intacta. No hay discos de Red Hot Chili Peppers que no suenen a ellos mismos, aunque sea a partir de los conocidos referentes de siempre -ese “montón de cosas” al que aludimos antes: el groove y la sexualidad del funk de los 70, el atrevimiento y la actitud provocativa del hip hop, la intensidad eléctrica del metal y el punk-. La aparición posterior de una imaginación melódica que los conecta con los Beach Boys y decanta en sus temas ideales para el karaoke (“Otherside”, “Under the Bridge”) le agregó un matiz más al cuadro general. Unlimited Love tiene más de un momento en los que asoma la mejor cara de esa vertiente pop de tono íntimo y pretensión épica de RHCP: la fantasía escapista de “Not The One”, “Tangelo”, una de las pruebas de calidez más contundentes de la banda, y sobre todo “White Braids & Pillow Chair”, una canción magnífica que sugiere una historia (aun cuando Kiedis mantenga mayormente su habitual inclinación por la poesía inescrutable), propone un clima, nos sumerge en un ambiente y le guiña un ojo a Bobby Darin -ídolo de los adolescentes en los años 50- para también subirnos a un vibrante viaje en el tiempo.
Los viajes al pasado son sin dudas un material fundamental en la argamasa del disco: el más emotivo de todos, “Poster Child”, parece una actualización del frenético “We Didn’t Start The Fire” de Billy Joel. La lista de menciones es más corta que la de su antecesor, pero indiscutiblemente jugosa: Robert Plant, Adam Ant, Duran Duran, Judas Priest, Motörhead, Van Morrison, MC5 e incluso Karate Kid y Ronald Reagan. La memoria de una generación cargada de caídos en combate y heroicos sobrevivientes.
Una fortaleza del trabajo que RHCP hace sobre cada género que aborda es la decisión firme de no limitarse nunca a la simple mimesis: “Let ‘Em Cry”, por caso, toma como punto de partida los clásicos patrones del reggae para terminar dinamitándolos, con una performance fenomenal de Flea en el bajo.
Que Unlimited Love suene fresco, vivo, intenso y amigable es doblemente meritorio para un grupo que ya en 2006 empezó a dar señales de agotamiento muy perceptibles: después del lanzamiento de un disco doble tan ambicioso como disperso, Stadium Arcadium, llegó la saturación por las giras interminables, la necesidad de una pausa -que fue de dos años- y la segunda escapada de Frusciante (ya había abandonado el proyecto en 1992 para volver en el ‘98), decidido a centrarse más en su propia carrera. Las exigencias estaban relacionadas con la popularidad de RHCP. Como muestra elocuente basta con refrescar dos datos: Californication vendió 16 millones de copias en todo el mundo, y en la gira de By The Way la banda hizo tres shows con 80 mil personas cada uno en el Hyde Park de Londres. Stadium Arcadium fue entonces una bisagra: el movimiento aparatoso de una maquinaria demasiado pesada, la transición densa hacia un período que los propios Anthony Kiedis, Flea (ambos miembros fundadores) y Chad Smith (en la banda desde 1998) definieron públicamente como un “renacimiento”, pero que en realidad fue un traspié. Con Josh Klinghoffer como guitarrista y un repertorio menos inspirado que el de sus años con más mojo, I’m With You vendería mucho menos (3 millones de discos) y provocaría un alejamiento pasajero de Rubin, reemplazado por Danger Mouse en The Getaway (2016), más inclinado a dialogar con el soul y funk psicodélico que su precedente.
Seis años más tarde, Unlimited Love reúne al equipo con más chapa y más sucesos: Rubin y Frusciante de nuevo en la cancha, un repertorio que es apenas un extracto de una producción muy cuantiosa (en una entrevista filmada por el cineasta Gus Van Sant, Flea y Kiedis contaron que esta vez llegaron a estudios con bocetos de cien canciones nuevas, grabaron las bases de por lo menos la mitad y finalmente llegaron a los diecisiete tracks elegidos). Setenta minutos de una música que conserva la energía poderosa y las cadencias cautivantes que RHCP ya había alcanzado en su apogeo. El disco los muestra concentrados y relajados al mismo tiempo, seguros con el rumbo escogido. Es loable para una banda con una historia que aglutina adicciones a drogas duras, reiterados enfrentamientos puertas adentro, tragedias (la muerte de Hillel Slovak, guitarrista original de la banda, en 1988, debido a una sobredosis de heroína fue la más dolorosa) y cambios de formación y estrategia suficientes como para producir un naufragio irreversible.
Esa historia sinuosa está contada en por lo menos dos versiones: las autobiografías de Flea y Kiedis (Acid for the Children y Scar Tissue), editadas con casi veinte años de diferencia y aderezadas con unos cuantos pases de factura. Flea -que aparece en la tapa de sus memorias fumando marihuana cuando era un tierno adolescente, pero asegura haber dejado las drogas hace treinta años- confiesa, por ejemplo, que ve como una debilidad propia haber buscado siempre la amistad y la aprobación de Kiedis, a quien tacha de “controlador” y “macho alfa”. Dice no haber leído el libro de Anthony, quien a su vez cuenta al detalle en sus memorias una historia amorosa con la hermana del bajista que tuvo un final tormentoso y también ha aclarado que no leyó la bio de Flea.
Pero los roces parecen hoy mismo parte de un proceso de desgaste lógico, una nota al pie en la historia de una banda comprometida este año en un tour enorme por Europa y Estados Unidos donde tendrá como teloneros, entre otras figuras, a Beck, The Strokes, Haim, St. Vincent, A$AP Rocky y Thundercat. La actual gira de RHCP -que por ahora no incluye a la Argentina, país que ya visitaron seis veces- es una de las primeras de grandes dimensiones anunciadas tras la pandemia. Como los Stones, Roger Waters, Bruce Springsteen, U2 o Coldplay, los Peppers son protagonistas de ese tipo de espectáculo masivo pensado como un acontecimiento, más que como un mero concierto. Sus puestas en escena suelen ser muy trabajadas, pero siempre alejadas de la solemnidad: han aparecido disfrazados de bombitas de luz gigantes y también completamente desnudos. Es que, por suerte, Red Hot Chili Peppers no ha perdido nunca el sentido del humor. En una entrevista reciente, la semana en la que apareció Unlimited Love, más precisamente, Flea -lejos, el más lenguaraz del grupo- dejó de lado el cassette que usan los músicos más populares a la hora de hablar de los premios que reciben de parte de la industria. Contó que su hija usó el Grammy otorgado por el hit “Give It Away” como una improvisada pala para jugar en el jardín de su casa y dijo también que los celebra tomando ácido lisérgico, desnudándose y pintándose todo el cuerpo con lápiz labial. “En realidad no es algo que haga solo cuando quiero celebrar, lo hago todos los días”, agregó el músico, que al margen de la bromas con las que anima las entrevistas también es el más comprometido, políticamente hablando, de RHCP: activista de la lucha contra el cambio climático y la tenencia de armas, ha apoyado explícitamente al veterano Bernie Sanders en las últimas internas del Partido Demócrata. Le fue mal con esa candidatura, pero no por eso dejó de reirse.
Fuente: Alejandro Lingenti, La Nación