La batalla de Waterloo, ocurrida hace más de dos siglos en lo que hoy es territorio belga, marcó el final del poderío napoleónico y reconfiguró el mapa del poder europeo. Waterloo quedó como el símbolo de una catástrofe (para Napoleón, por supuesto) y se utiliza desde entonces en cualquier ámbito. Pero “Waterloo”, a la inversa, fue el tema que catapultó a la fama a Abba, uno de los grupos pop más taquilleros de todos los tiempos, cuyos ecos, más económicos y promocionales que estrictamente artísticos, se mantienen vigentes.
Es cierto que la “Abbamanía” tuvo una fulminante reaparición con el musical “Mamma mía” y la película posterior, pero son parte de una misma estela. La que comenzó a dibujarse en 1974, cuando el “Waterloo” de Abba le dio a Suecia su primera victoria en el concurso Eurovisión: era uno más entre los tantos temas de Abba sobre romance, cortejo y cualquier pasión juvenil, nada que ver con las batallas napoleónicas.
Protagonizada por Meryl Streep, la película Mamma Mia se convirtió en el musical más taquillero de la historia, con una recaudación global que se acerca a los US$550 millones.
Pasados 45 años de aquel hito, o casi cuatro décadas desde que desaparecieron de las giras, las presentaciones televisivas y la producción discográfica, y más allá del devenir de cada uno de sus protagonistas, el fenómeno Abba casi no se detuvo. Se estima que sus ventas de discos alcanzaron los 500 millones de copias, fue un fenómeno extendido por toda Europa y los grandes mercados de Asia, aunque no tanto en EE.UU.
Aun hoy, los royalties por aquellas ventas les siguen generando unos US$5 millones por año. En pleno furor por Abba, el valor-marca del grupo fue, para Suecia, tan valioso como sus mayores compañías: la automotriz Volvo y los muebles de Ikea. Hace algún tiempo, les ofrecieron US$1.000 millones para volver a reunirse en una gira (sólo se mostraron juntos en la presentación local de la película). “No volveríamos ni por el doble. No creo que la gente quiera ver a cantantes de 60 años interpretando esos temas”, replicó replicó Björn Ulvaeus.
Pero Björn y Benny Andersson, el otro integrante masculino del grupo, sí se reunieron para la composición y producción de varios musicales, “Chess” y otro sobre el folclore sueco y luego, el boom de “Mamma Mia”. Estrenado en 1999 en el teatro londinense Prince Edward, ya abarcó 49 producciones en todo el mundo, incluyendo China, reuniendo más de 60 millones de espectadores.
La película, ambientada en una isla griega, llegaría mucho después, convirtiéndose en el musical más taquillero de la historia, con una recaudación global que se acerca a los US$550 millones: contaba con los protagónicos de Meryl Streep, Pierce Brosnan y Colin Firth entre sus estrellas, y hace pocos meses estrenaron su segunda versión.
La recaudación actual de Abba, y más allá de sus negocios individuales, refleja la vigencia de aquellos discos, el musical y la película, pero también tiene otras fuentes. Desde un museo en Estocolmo, restaurantes temáticos como “Mamma Mia/The Party” o un circuito turístico en la capital sueca. Este se inicia en la Plaza del Ayuntamiento, donde Benny tocó por primera vez, y que pasa por la sala de la Opera Real, donde en 1976 estrenaron otro de sus temas emblemáticos, “Dancing Queen”, para el casamiento del rey Carl Gustav.
Las revistas económicas suecas le atribuyen a Benny un patrimonio superior a los US$100 millones, agrupado en BAOAB Holding, que se estima como “una de las empresas más rentables de Suecia”, según el vespertino Aftonbladet. Su compañero Björn tendría unos US$50 millones más, ya que se mostró activo en sus negocios: restoranes, inversiones inmobiliarias, líneas de vodka y perfumes con su nombre. Björn, a diferencia de Benny, transfirió sus derechos de autor, pero sus propios ingresos se multiplicaron desde la composición de “Mamma Mia”: “Esta me hizo mucho más rico que Abba”, reveló.
Agnetha Fältskog, soprano, la rubia del grupo, se alejó totalmente de los focos por largo tiempo, sufrió de estrés, pánico escénico y fobias y se recluyó en una isla, aunque hace pocos años volvió a cantar para un álbum titulado simplemente “A”.
Sus ingresos totales se calculan en unos US$80 millones. “Económicamente hablando, ya no tenemos preocupaciones. Nuestros sueños de convertirnos en superestrellas excedieron cualquier imaginación. Nunca pensamos que seríamos tan grandes como lo somos ahora. Y yo sólo quiero ser una persona común, llevando una vida normal”, afirmó al momento de la disolución del grupo.
Frida, la otra cantante, mezzosoprano y morocha, lleva una vida de película. Hace muy poco se reveló que había nacido en Narvik, Noruega, en 1945: su madre fue una de las víctimas de un experimento nazi y por eso, huyó a Suecia apenas concluyó la Segunda Guerra Mundial.
Huérfana desde muy chica, Frida (Anni-Frid Lyngstad) se casó a los 17 con el bajista de su banda de jazz, se separaron al poco tiempo. Abba se formaría poco después, como grupo musical y como fenómeno popular. Y como matrimonios: Agnetta fue la esposa de Björn y Frida, de Benny. A comienzos de los 80 ya no quedaba ni el grupo ni los matrimonios.
Frida se radicó en los Alpes suizos y se casó con el príncipe alemán Heinrich Reuss von Plauen, pero otras desgracias la sacudieron en 1999: la muerte de una hija en un accidente automovilístico y la del príncipe, víctima de un cáncer. Ella tuvo un retorno musical —grabó junto a Phil Collins— y creó el festival pop de Zermatt, Suiza, donde reside. Ahora está casada con el heredero de otra fortuna y de títulos nobiliarios, el británico Henry Smith (dueño de las tiendas W. H. Smith). La fortuna de Frida asciende a los US$200 millones.
Para los virtuosos de la música, aquellas melodías pegadizas o el escaso vuelo lírico de algunas letras coloca a Abba escalones abajo. Pero indudablemente, entre su estética innovadora o algún toque mágico, “algo debía haber” para tanto furor en su tiempo y tanta vigencia posterior. En la Argentina oscura —y con tanta música prohibida— de fines de los 70, los ecos de Abba se sintieron con niveles increíbles de venta. Por ejemplo, 500 mil copias del disco “Gracias por la música”, donde sus temas más famosos eran interpretados en español. O la emisión de “Chiquitita” por todos los programas de radio y TV, abrumadora. Pero nunca tocaron en el país, que en ese entonces no era escala de los grandes grupos.
Fuente: Clarín