María José Pantoja Leite nació el 17 de marzo de 1914, hace 109 años, en Río de Janeiro, Brasil. Por entonces, el presidente de los argentinos era Roque Sáenz Peña y la población argentina era de 7.905.502 de personas, según el censo de aquel año, que fue el tercero en la historia de nuestro país.
Hija del profesor José Pantoja Leite, un reconocido científico brasileño, María José vivió toda su juventud en Río de Janeiro. Emigró a la Argentina mucho tiempo después, en 1938, a sus 24 años, por amor. Desde entonces, ha transitado una larga vida. Ha visto pasar gobiernos, crisis y guerras. Ella dice que vio cómo el país “atravesó la Historia”.
El encuentro es en su departamento de Recoleta. La acompaña su hija, Celia María, “Lely”, que la cuida las 24 horas de cada día de la semana.
“Era muy estudiosa, me recibí con todos los honores”
María José cursó todo el colegio en el Sacre Coeur de Río de Janeiro. Allí aprendió francés, idioma que hoy domina con fluidez, junto al español y al portugués.
De aquella época, la de estudiante, olvidó muchas cosas. Pero no todo: aún recuerda lo diferente que era viajar de una ciudad a otra en el Brasil de las décadas de 1910 y 1920: “Mi padre había nacido en Belén, al norte de Brasil. Cuando él viajaba hacia allá, iba navegando; tardaba 20 días en llegar y otros 20 días en volver”, recuerda. Hoy, el trayecto Río-Belén puede ser hecho en un vuelo de 3 horas.
Al terminar el colegio, ingresó en la Universidad. Se inscribió para estudiar Ingeniería Química: “Era muy estudiosa, me recibí con todos los honores”, cuenta. Pero no ejerció inmediatamente.
Después de graduarse, conoció a un argentino que le robó el corazón: Enrique Garino. Se enamoraron al instante. A las pocas semanas, ella se mudó a Buenos Aires y comenzó a utilizar su apellido de casada. Hoy, su nombre sigue siendo María José Garino.
-¿Cómo conoció a su marido, María José?
-Fue en la playa, en 1933. Estábamos enamoradísimos, una pasión loca. Su papá, es decir, mi suegro, era General del Ejército Argentino. Había ido a Río por una conferencia de la Cruz Roja y lo había llevado a Enrique como su secretario. Cuando vio lo que ocurría entre nosotros, me dijo con cierta ironía: “Vos vas a venir a vivir con nosotros a Buenos Aires, mi hijo está solo y aburrido”. Y yo le respondí: “Bueno, si es por aburrimiento, tranquilo, yo aburrida no soy”. Y me vine a vivir con ellos, en un departamento de la calle Larrea. Pero antes me casé, ojo.
-Se casaron, entonces.
-Nos casamos, pero luego de unas charlas entre nuestras familias. Los papás de Enrique viajaron a Brasil a conocer a mis papás. Mi papá notó que Enrique todavía no se había graduado de la universidad, y eso le generaba dudas. “Mi hija está recibida y tu hijo está estudiando. Primero, que tu hijo se reciba, y después, hablamos”, decía. Pero mi suegro lo convenció. “Mi hijo se muere si no se casan, yo le prometo que él se va a recibir, pero primero deje que estos dos chicos se casen”, le dijo. Luego sí, nos casamos. Nos casamos en Río. Recuerdo que la iglesia tenía un altar muy especial que me gustó mucho.
-¿A qué se dedicó su marido?
-Mi marido fue diplomático. Trabajó en embajadas y consulados argentinos por el mundo.
-¿Vivieron en muchos destinos?
-Sí. Vivimos en Chile, en Uruguay, en Canadá y en Colombia. Puedo decir que he viajado mucho, he conocido mucho.
-¿Usted llegó a ejercer como ingeniera química?
-Un tiempo, mientras vivíamos en Canadá. Pero después no: cambiábamos mucho de destino. Después trabajé como traductora en la organización Cuenca del Plata, que hoy ya no existe. Reunía a Brasil, Bolivia, Paraguay, Uruguay y la Argentina. Me llamaban cada vez que había reuniones entre diplomáticos.
“Toco el piano, toco música clásica y tango”
María José y Enrique tuvieron 4 hijos: Celia María, María Inés, María José y Enrique. Al día de hoy, todos ellos viven. Su esposo Enrique falleció muy joven, a los 60 años, mientras cumplía funciones diplomáticas en Cali, Colombia.
Después de eso, María José nunca volvió a estar en pareja. “No volvió a buscar el amor. Papá tenía 60 años, mamá era dos años menor. Ella estaba muy triste. Ellos dos eran muy unidos y muy felices. Para ellos fue terrible enviudar tan joven. Mi mamá se volvió en seguida para Buenos Aires y se quedó a vivir acá, en Recoleta”, cuenta Celia María.
Y agrega: “Siempre se entretuvo tocando el piano y jugando al bridge. Tuvo una vida muy amena e hizo muchos amigos: mujeres de diplomáticos con las que se habían conocido afuera. Fue gente que conservó toda su vida… pero claro, todos se han muerto”.
-María José, ¿a qué edad aprendió a tocar el piano?
-Empecé a tomar clases cuando tenía 4 años. Mi papá me puso a aprender.
-¿Qué es lo que más le gusta tocar? ¿Qué tipo de música?
-Toco mucho, pero lo que más me gusta es la música clásica y el tango. Hace unos años toqué en el Museo Fernández Blanco, con público. Hoy ya no hago eso, pero sigo tomando clases. Mi profesora se llama Alicia Weingarten. A veces viene a casa y practicamos juntas. Otras veces hacemos la clase por Zoom.
-¿Se siente cómoda estudiando por videollamada?
-¡Sí! Perfectamente.
“Su médico homeópata la ha acompañado muy bien”
Celia María asegura que la longevidad de su madre puede ser atribuida a la homeopatía: “Le hizo muy bien. Desde hace 20 o 30 años, tiene un médico homeópata que la ha acompañado muy bien”.
Respecto a la dieta y la salud de su madre, asegura: “Nunca fue vegetariana, siempre comió de todo. Casi nunca tomó antibióticos. Y por otro lado, casi nunca se tuvo que tratar una enfermedad con homeopatía. Tiene un registro de salud excelente. Tampoco tuvo diabetes, artrosis, o cualquiera de las enfermedades que se agarran muchas personas una vez que alcanzan cierta edad. Una vez tuvo que tratarse con un médico convencional. Fue hace 25 años, por una pancreatitis. El médico le dijo ‘la homeopatía no cura esto, tenés que operarte’. Y mamá se operó. Por suerte, la cirugía fue un éxito. Se recuperó muy bien, muy exitosamente”.
“Lilita es una persona noble, formidable; nació para luchar”
-María José, usted, en las últimas décadas, debido al paso del tiempo, ha perdido a muchos amigos, pero también ha conocido nuevas amistades. Una de ellas es Lilita Carrió.
-¡Sí! Con Lilita nos conocimos en misa, hace 15 años. Es divina. Es una persona extraordinaria.
-¿Cómo nació la amistad?
-Un día, ella me regaló un libro y me lo dedicó: “Para mi amiga del alma”, escribió del otro lado de la tapa.
-¿Qué piensa sobre ella como amiga y figura de la política?
-Lilita es una mujer con talento, una mujer que no tiene miedo, que nació para luchar. Es valiente, noble y formidable. Yo la he apoyado siempre, y la seguiré apoyando. El país necesita gente como ella.
-Cuando se juntan… ¿De qué les gusta hablar?
-De todo. Un poco de política, siempre. Pero también hablamos de nuestras familias y de nosotras mismas. También la he enseñado algo del mantra. Yo he estudiado eso. Después, como sabrás, yo tengo 109 años, le he contado cómo vi al país atravesar la historia.
-¿Le gustaría verla como candidata?
-Me encantaría. Yo pienso que ella va a ser la próxima presidente de los argentinos.
Celia María agrega: “A mi mamá siempre le interesó la política, pero Lilita hizo que se interesara más aún. Ella es muy cariñosa, mami la quiere mucho. La relación entre ellas es muy espiritual. Mamá siempre leyó muchos diarios, se actualiza todo el tiempo con las noticias. Cuando se juntaba para jugar al bridge, llevaba las boletas del partido que apoyaba y las distribuía entre sus amigos… Nunca fue peronista. Hasta hace unos años, iba a votar. Le tocaba en una escuela de Recoleta. Le bajaban la urna al primer piso y ella depositaba el sobre. Después de la pandemia, su cuerpo se debilitó un poco y ya no sale tanto”.
“Soy ‘vieja’, pero no ‘vieja de alma’”
-María José, ¿se le ocurre algún consejo o reflexión para transmitirle a los jóvenes?
-Pasó el tiempo, mucho tiempo, ahora tengo 109 años. Pero creo que no puedo dar consejos, porque las épocas cambian. Los jóvenes tienen que vivir de acuerdo a su época. Luego, por mi parte, puedo decir que soy una “vieja” que no es “vieja de alma”. He tenido muy buena educación, viajé por todo el mundo y he estado en un lugar privilegiado. He hecho una vida buena, con altos y bajos, pero muy buena. Tuve mucha suerte.
Fuente: Mariano Chaluleu, La Nación