Hay que ver a Leonardo Da Vinci aquel invierno de 1516 acurrucarse frente a la chimenea de su cocina donde Marthurine preparaba el caldo de verduras. Hay que verlo envuelto en su abrigo de paño negro pidiéndole a su cocinera un poco más de esa sopa que envuelve el aroma de sus pensamientos. Hasta este castillo francés había llegado Leonardo tres años antes montado en una mula junto a algunos discípulos y tres de sus obras favoritas, entre ellas La Gioconda. A los 63 años se había animado a abandonar Roma y a cruzar los Alpes ante el llamado del rey Francisco I para vivir sus últimos años en el castillo de Clos Lucé, a orillas del Loira, en Francia.
Lo nombraron “Primer pintor, arquitecto e ingeniero del rey”, y con él llegarían luego otros artistas del Renacimiento italiano para refinar a la corte francesa y elevar sus conocimientos culturales y arquitectónicos. Pero a Leonardo la Historia ya le había pasado por encima y se sentía cansado. Al morir, dejará su tapado negro a su cocinera y bocetos de los mejores castillos del Valle del Loira, entre muchos otros tesoros.
De su muerte acaban de cumplirse 500 años, tantos como los años que tiene la primera piedra de Chambord, el palacio real con el que se inicia la ruta de los castillos, un Patrimonio de la Humanidad que vale la pena recorrer en tres o cuatro días entre viñedos, bosques e historias de princesas, amor e intrigas palaciegas.
La ruta de los castillos del Valle del Loira
En 300 kilómetros hay 300 castillos. Acá, un recorrido por los más famosos, de Orléans a Tours.
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Producción periodística: DIANA BACCAROInfografía: Clarín
Hay más de 300 repartidos como joyas en 300 kilómetros a ambos lados del Loira, el río más largo de Francia, y sus afluentes. Recorrerlos (cada visita cuesta entre 12 y 15 euros) será algo así como ponerse en los zapatos de aquellos reyes y nobles que poblaron el valle durante siglos para empezar a escribir un nuevo capítulo de un cuento de hadas.
Alguien con quien hablar
Había una vez un rey que le concedió a un sabio una renta principesca de 700 escudos de oro al año a cambio de sentarse a hablar con él. Pero Leonardo Da Vinci le brindó mucho más que su tiempo a Francisco I: inspiró la creación de Chambord, el palacio más grande y original jamás construido en Francia desde donde se gobernaría todo el reino.
Es una obra maestra de 440 habitaciones y 365 chimeneas. Las torres y agujas se dejan ver desde todos los rincones de los jardines, que ocupan la misma superficie que toda la ciudad de París.
El presidente francés, Emmanuel Macron junto a otros invitados en el frente del castillo Chambord,para la conmemoración de los 500 años de la muerte de Leonardo da Vinci (1452-1519) / Photo by ludovic MARIN / AFP
Hasta allí se llega manejando desde la ciudad de Orleans durante 50 minutos por la ruta del margen derecho del Loira, luego de atravesar el “jardín de Francia”, con campos de frambuesas, moras, cerezas y manzanas que se dejan ver desde un lado y otro de la ventanilla.
Stephanie Ledonne, chofer y guía del viaje, contará a lo largo del recorrido cómo se prepara el famoso licor de la Pera de Oliva, eficaz para la rápida digestión. Y el de Chambord, el preferido de Luis XIV.
Es martes por la mañana de finales de diciembre y el Loira eleva un vapor ahumado en el aire frío. En unos días, avisa Stephanie, el agua se hará hielo.
Chambord, escenario de una telenovela. AFP PHOTO / ALAIN JOCARD
Luego de las frutas y la explicación de los licores asoman por la ventanilla viñedos de “vinos ligeros y frescos”. Más adelante llegarán los campos de espárragos y un bosque de caza de jabalíes, liebres, ciervos y patos.
De caza con el marqués
Tras dejar atrás el castillo de Chambord aparecen los viñedos de Cheverny, con su majestuoso castillo que pertenece a la misma familia desde hace más de 6 siglos, con todos los muebles que se conservaron de generación en generación.
Un buen marco para la foto del Castillo de Cheverny. (Shutterstock)
A la derecha, antes de entrar al palacio, un intenso olor a perro avisa por qué se lo conoce como el “castillo de Tintín”. Allí se inspiró su autor, Hergé, para idear las aventuras del famoso personaje y allí también se organizan aún hoy salidas de caza con perros tricolores, altos y de orejas largas. Hay 120 en total, todos marcados con la letra V de los marqueses de Vibraye. Pero por más linaje que tengan, ladran como todos y piden comida del otro lado de las rejas de la perrera más famosa de la zona.
Renuad Boyer es el curador del palacio y aclara que para salir de caza con el marqués hay que ser socio de un club muy selecto. Y dirá luego que éste es el primer castillo que se abrió al público en 1922 y que aún hoy en el ala derecha del edificio viven los propietarios que sonríen desde un portarretratos en el salón principal del edificio: el matrimonio y sus tres hijos. El único varón es Maximiliano, y por tradición heredará el castillo, los muebles, los perros y todos los honores.
En buen español, Boyer contará con economía de gestos y palabras que acá se escondieron y protegieron varias obras de arte del Louvre durante la Segunda Guerra Mundial.
A medio camino entre Cheverny y el próximo destino a visitar está Le Manoir de Contres, una maison para alojarse y soñar con una noche de reyes (a no desanimarse: dormir en estos castillos cuesta lo mismo que en los hoteles tradicionales).
El palacio de las damas
El miércoles amanece en la camioneta de Stephanie rumbo a Chenonceau, el palacio “de las damas”, con un nuevo cuento de hadas que podría empezar así: “Erase una vez un príncipe que se enamoró de su niñera”.
El castillo de Chenonceau desde los jardines.(Chenonceau)
Corría el siglo XVI y cuando ese niño creció y se hizo rey le regaló un castillo sobre el río Shear a su amante, 20 años mayor que él. Diana de Poirtiers, la cazadora, mandó a construir entonces un puente en el palacio para unir una orilla con la otra y desembocar directo en el bosque donde podía cazar zorros, liebres y ciervos. Vivió allí hasta que el rey Enrique II murió y su viuda la desalojó. Catalina de Médici, apodada la mujer sapo por los ojos saltones, enseguida convirtió el puente de Diana en una galería para hacer bailes y banquetes. La venganza, dicen, es un plato que se come frío.
Durante la Primera Guerra Mundial, esos 60 metros de largo de suelo ajedrezado se convirtieron en hospital de 2.250 soldados.
Sus dueños actuales no tienen sangre azul sino marrón: son los dueños de una fábrica de chocolates. Y de un taller de flores. Jean Francoise Boucher, reconocido como el “mejor artesano de Francia”, recoge todas las semanas alrededor de 4.000 flores de los jardines del palacio para decorar las salas y galerías que brillan en la geometría de los espejos. De las paredes cuelgan obras de Murillo, Van Dyck, Tintoretto.
El tambor de la lluvia bate sobre los campos del Valle del Loira y la temperatura baja. Stephanie propone ir a la maison de la señora Bigot, una chocolatería que heredó de su abuelo, en la calle principal de Amboise. Una tarte tatin (torta de manzana invertida) y un chocolate caliente con naranja bien merecen los 15 euros de la carta.
Amboise es también conocido como el «castillo del cielo» (Shutterstock)
Frente a la confitería de 1913 se alza el imponente castillo de Amboise, más conocido como el “castillo del cielo” y el vértigo de sus vistas al Loira. Acá, en una pequeña capilla renacentista, está la tumba de Leonardo.
Un busto de Leonardo da Vinci en los jardines de Amboise, donde está su tumba. (AP Photo/Bertrand Combaldieu)
Los reyes que lo habitaron quisieron hacer de Amboise un modelo de Europa, con banquetes, bailes de máscaras y los artistas más prestigiosos de la época. El castillo perdió su glamour cuando la corte se mudó a París, en el siglo XVII.
Los reyes que habitaron el castillo de Amboise organizaban banquetes, bailes de máscaras y la presencia de importantes artistas (AP Photo/Bertrand Combaldieu).
El murmullo del agua
Es jueves y el sol se cuela tímido a través del tejado que forman las ramas de los árboles. Parece que el clima quiere mejorar. Veremos. La ruta de hoy es hacia el castillo de Azay-le-Rideau, a una hora en auto desde la bella Amboise. El Loira ahora queda del lado izquierdo. Del derecho desfilan campos de trigo, maíz, girasol. Y los colores ocres y rojizos del invierno se matizan con los nogales, los castaños y los robles. Más viñedos, ahora de la uva chenin de donde salen los mejores blancos secos y espumantes del valle. Desde las rocas más altas asoman ventanas pequeñas: son casas trogloditas que quedaron de la época en que se trabajaba en las canteras. Hoy son hoteles y bodegas.
Uno de los salores del castillo de Azay-le-Rideau (Shutterstock)
En Tours hay trenes que van para todos lados, una ciudad ideal para los que se mueven sin auto. De allí hasta Azay-le-Rideau hay unos pocos minutos. Lo mejor de este castillo está afuera, en el murmullo de las aguas del río, en sus puentes románticos, en la belleza de sus árboles.
Honoré de Balzac vivió ahí cerca y lo describió como un diamante engarzado por el río Indre. Adentro hay muebles, tapices, alfombras y vajilla del siglo XVI al XIX.
Aérea del castillo de Villandry, Francia (Gillard Vincent).
Luego del almuerzo, que sí o sí siempre incluye una selección de fromages (quesos) es hora de meterse en el laberinto de los jardines de Villandry, un castillo de 1536, sobre el Loira. De inspiración cristiana y contrariamente al laberinto griego, no esconde vías sin salida: el visitante debe concentrarse en elevarse espiritualmente.
Luego están los jardines del amor, cuatro cuadrados perfectos con corazones para todos: el amor tierno, el apasionado, el fugaz y el trágico con flores rojas de la sangre derramada. La lluvia de la tarde solo permite otearlos desde la terraza del palacio. Y desde allá arriba, con el agradable olor que deja la tierra mojada, se entiende por qué todos los jardines tienen ese color tan vivo, tan verde.
Uno de los dormitorio del castillo de Villandry, Francia (F. Paillet)
Al volver al auto, con el Loira como eterno acompañante, se entienden también los viñedos, las frambuesas, los espárragos y toda esa combinación de placeres que van quedando en el espejo retrovisor del viaje. Estamos en el huerto de Francia. Y en la despedida, como en los buenos cuentos, tiene que haber lluvia.
Los enigmáticos jardines del castillo de Villandry (Villandry).
MINIGUÍA
Cómo llegar. Air France vuela todos los días a París, Francia. El pasaje aéreo desde Buenos Aires hasta París para marzo y abril cuesta desde US$ 880 ida y vuelta, con tasas y gastos de servicio. Informes y reservas: en las oficinas de Air France KLM, Ingeniero Butty 240 piso 3, de lunes a viernes de 10 a 16; tel. 5983 9370; en la web www.airfrance.com.ar
Dónde alojarse. En Le Manoir de Contres, la habitación por noche noche en abril cuesta 150 euros (www.manoirdecontres.com/en).
Dónde informarse: es.france.fr / www.valledelloira-francia.es / Guía en español: Odyssée en Val de Loire: odyssee-valdeloire.com/es/; teléfono +33 624791176 (Stéphanie Ledonne).
Fuente: Clarín