A sus 45 años, en medio de una crisis existencial, Jimena Gomez Ilari decidió darle una vuelta al curso de su vida y apostar todas sus fichas a un nuevo tipo de felicidad. Comunicadora de formación y emprendedora de profesión, además de madre de un hijo de 21 años, la mujer decidió canjear la estabilidad de dos décadas al mando de una agencia de marketing por un salto al vacío. Fue así como, a mediados de 2021 emprendió un viaje por el país arriba de una Peugeot Partner camperizada junto con Nina, su perra y fiel compañera de lo que sería la travesía de su vida.
“No encontraba sentido en el trabajo ni en la vida. Yo, que siempre fui una apasionada de mi profesión y que ir todos los días a la oficina me alegraba”, confiesa la mujer a LA NACION. Después de dejar su trabajo pero antes de subirse al furgón, Gomez Ilari dedicó seis meses a vender buena parte de sus pertenencias, desde los escritorios, sillas y computadoras de su empresa, a su ropa y la de su hijo, vajilla, ollas, jarras, cuadros, adornos acumulados, su auto y hasta regalos de casamiento de hace 25 años.
“Fue una experiencia liberadora porque gané todo el espacio físico y mental que necesitaba para iniciar una nueva etapa, y enriquecedora porque cada uno de esos objetos que me habían acompañado a mí, a mi mamá, a mi abuela y a mi hijo durante múltiples vidas, pasaban a manos de alguien más que les seguiría dando uso”, reflexiona Gomez Ilari.
Inspirarse para inspirar
Para Gomez Ilari, la inspiración provino de una noticia de una chica que recorría Europa en una van con su perra, de la cual se acordó en plena pandemia. “Esa foto se me había quedado grabada en algún lugar y en ese momento apareció con fuerza y me dije a mí misma: yo voy a hacer eso”. En un contexto pandémico especialmente complicado -las automotrices del país habían frenado y las ventas se habían atrasado- el utilitario lo consiguió un poco con ayuda de un amigo y otro poco manifestando. “Confío ciegamente en que cuando estás haciendo lo que tu corazón te dicta, las cosas se acomodan para que puedas lograrlo”.
Fue así como un día apareció lo que venía buscando: una Peugeot Partner blanca que bautizó como “Mandarina” y requirió jornadas completas de trabajo. “Fueron semanas de llevarla a un taller de Warnes en donde los muchachos me enseñaban a usar la sierra y la amoladora”, cuenta rememorando. Para hacerla del todo rendidora le sacó el asiento del acompañante, instaló dos estructuras que servían de baúl y de cama -una para ella y otra para su hija de cuatro patas-, además de una biblioteca, una hornalla móvil, una heladera y un microondas. También le inyectó, entre la chapa y el machimbre, un sistema de aislamiento de polipropileno expandido para poder conservar el calor por dentro cuando hace frío.
Argentina a fondo
A mediados de ese año la dupla arrancó el viaje que derivaría en el recorrido del país a fondo. Los Esteros del Iberá fueron el primer destino. Le siguieron unas semanas en la selva misionera y luego la ruta se invirtió para dirigirse al Sur. De todos los lugares asegura que se lleva recuerdos imborrables, pero de los 15 días bajando por la Ruta 3 durmiendo en la camioneta con Nina frente al mar “nunca se va a olvidar”.
En Ushuaia vivieron un mes hasta que de golpe quisieron volver al Norte, esta vez por la Ruta 40. Gomez Ilari explica que viajar y vivir en el ruedo brinda al viajero miles de pros. Significa por momentos manejar kilómetros y kilómetros sin cruzar ni un alma y por momentos chocarte con miles de caras. Es convivir con vientos de hasta 100 km/h, pasar noches bajo las estrellas y levantarte con amaneceres de otra galaxia; pero lo que más remarca es la libertad de decidir el próximo paso según lo que te plazca.
“La libertad de movimientos es la experiencia más estimulante de llevar tu propia casa. Es poder llegar a cualquier ciudad o camping y si no te sentís cómoda, seguir camino como si nada. Es poder dormir en cualquier geografía, lejos de la civilización, sin preocuparte porque todo lo tenés vos: agua, electricidad, fuego, silencio y soledad”, resume con gracia. “Te despertás y dormís con una sonrisa. Todo es aventura y es volver a la infancia. Es reconectar con una vida muy básica y primitiva que te hace bien al alma”.
Entre trayecto y trayecto Gomez Ilari y su perra marcaron en el mapa 180 paradas a lo largo de Buenos Aires, Santa Fe, Entre Ríos Misiones, Corrientes, La Pampa, Santiago del Estero, Rio Negro, Santa Cruz, Chubut, Tierra del Fuego, Neuquén, Mendoza, San Luis, Córdoba, Catamarca, La Rioja, San Juan, Salta, Tucumán y Jujuy.
La gente: el fruto principal
En su travesía, Gomez Ilari vio un poco de todo, pero cuando se le pregunta qué es lo que más le gustó de la experiencia de vivir en el ruedo no duda en decir que es la calidez de la gente que te cruzás porque, en sus palabras, “la mayor riqueza y evolución se logra al exponerse a distintas experiencias”.
“Somos la gente con la que nos cruzamos. Somos la gente nos transforma. Yo hoy soy el fruto de la gente que se cruzó en mi camino en los últimos cinco años. Aunque fueran encuentros de un fogón de una noche o de una convivencia de un día en un camping a orillas del lago, cada vez estoy más convencida de que los seres humanos somos en relación”, admite con frescura.
En particular, destaca la calidez de los argentinos. “Nuestra gente es la más cálida que encontré en el mundo; quizás a la altura de lo que viví las veces que estuve viajando por la India”.
Despedida para siempre en pleno viaje
Todo lo bueno y todo lo malo tiene un final, y esto, lamentablemente, también es una de las cosas que Gomez Ilari aprendió en el viaje que, en muchos sentidos, fue antes y un después en su vida. “Una mañana que paramos al costado de la ruta a la altura de Pehuajó para ver la estatua de la tortuga Manuelita, Nina no pudo subirse a la camioneta”, relata Gomez Ilari y se nota que está reviviendo el dolor de la secuencia como si no hubiese pasado ni un día. “La miré fijo, estaba literalmente azul porque no podía respirar, traté de ayudarla a recuperar aire sin éxito y entré a la ciudad como loca en busca de una veterinaria. Me llevó media hora localizar una abierta; ya era tarde”.
Gomez Ilari se quedó horas sentada en la vereda abrazada al cuerpo de su perra-hija, que había tenido un ataque al corazón, hasta que una amiga de Olavarría fue a buscarla. “No entendía nada y no podía aceptar lo que acababa de pasar. No sabía cómo seguir”, confiesa. En retrospectiva, a más de un año del suceso, Gomez Ilari está segura de que el viaje que emprendió fue muchas cosas, y una de ellas, la despedida que tenía que atravesar con Nina.
“Sentí que me decía: te acompañé hasta acá, ahora seguí sola”, cuenta. “Y eso estoy haciendo”. Ya sin una compañera física pero con mucha energía espiritual, Gomez Ilari siguió su camino y se encontró con nuevos paisajes. “Caminé yerbatales, teales y cooperativas, conocí gente de todos lados y de todas las profesiones. Me enamoré de la Ruta 40 en la Puna y de las quebradas multicolores, del misterio de Cachi y de las bodegas increíbles del Cafayate”. Hace un mes volvió a visitar la selva misionera que, un año antes, a ella y a Nina las había perdidamente enamorado.
De a momentos le agarran ganas de hacer base en algún lado, y se lo permite, pero si algo entendió en estos últimos años es que la clave de la felicidad es ser libre. “Cada mañana me levanto y renegocio conmigo misma si lo que voy a hacer ese día me llena el alma o no me la llena, y si la respuesta es no, cambio de plan. Ya no me siento atada a ningún deber ser o tener que”, revela con soltura. “Vivir así me permitió vaciarme para, de a poco, volver a llenarme con experiencias que me hagan sentirme plena. Hoy me siento libre para hacer y deshacer cada vez que quiera”.
Fuente: Sol Valls, La Nación