El panorama es incierto, pero también desafiante. Se trata de un contexto, el de la IV Revolución Industrial, que, de la mano de una veloz transformación tecnológica, impacta en el mercado de trabajo, en los modos de vida y en la jerarquización de capacidades y habilidades. Inevitablemente, la misión de la universidad moderna y su papel dentro de la sociedad actual quedan en el centro de numerosos replanteos. En una época marcada por el cambio permanente, ¿cuáles son los principales retos que debe enfrentar la educación superior, basada en instituciones que hasta ahora han logrado sobrevivir al paso del tiempo, al ritmo de los cambios producidos por el avance de la tecnología? Y, en lo que hace al futuro del trabajo, ¿cuáles son las competencias que deberán promover para mejorar la inserción laboral de sus graduados?
«Que la universidad sea una institución milenaria -quizás la más antigua en Occidente después del Vaticano- significa que ha sabido adaptarse a los cambios. Pero ahora las mutaciones sociales y tecnológicas son demasiado veloces. Ante esto, deben replantearse sus procesos pedagógicos, su papel como generadora de conocimiento y su posicionamiento general en la sociedad», sostiene Carlos Scolari, profesor de la Universidad Pompeu Fabra (UPF), vía mail desde Barcelona.
A la hora de señalar las líneas de acción que deberían seguir las universidades para conservar la pertinencia de sus enseñanzas, Marcelo Rabossi, profesor del Área de Educación de la Universidad Torcuato Di Tella, subraya la necesidad de cambiar el tipo de competencias que se promueven actualmente. «El viejo modelo de competencias pesadas que se enseñan a los estudiantes no serán las habilidades necesarias para sobrevivir en un mundo donde el valor del trabajo experimenta una gran transformación», sostiene.
Estudiantes holísticos
Rabossi pone el acento en la importancia de formar profesionales que tengan la capacidad de innovar, emprender, liderar y trabajar en equipo. «Las universidades que se impongan en el futuro serán aquellas que puedan proveer a sus alumnos una formación que combine el conocimiento rígido y específico de cada disciplina, junto con soft skills que les permitan llevar a la práctica los conocimientos y adaptarse a los cambios permanentes del mercado laboral -afirma-. El desarrollo de un estudiante holístico con competencias indirectas es esencial si las universidades quieren mantener su relevancia y no quedar fuera de juego».
El experto cita el caso de Singapur, que, junto a otros países asiáticos, está logrando grandes avances en términos de desarrollo e innovación. De acuerdo con Rabossi, las universidades más avanzadas de estos países se destacan porque la mitad de sus graduados están enfocados en carreras STEM (sigla en inglés de ciencia, tecnología, ingeniería y matemática). «La universidad actual deberá formar un capital humano que esté más relacionado con las ciencias aplicadas y exactas, que son las que sientan las bases para el desarrollo y la investigación. Las currículas deben alinearse con las necesidades puntuales del mercado de trabajo», destaca. Asimismo, advierte sobre la necesidad de que las universidades amplíen sus vasos comunicantes con el resto de la sociedad, a través de una mayor integración con el mercado laboral, con la coordinación del Estado.
«La universidad debe estar entrelazada con el lugar de trabajo, buscando resolver problemas reales junto a las empresas -se explaya-. La formación de capital humano no ocurre exclusivamente en las aulas de las universidades, sino también a través de la experiencia adquirida en el entrenamiento laboral. Tenemos que dejar de ver a la universidad como una pequeña burbuja».
Cambio acelerado
Ahora bien, ¿cómo saber qué temas enseñar para un futuro del que casi no se puede anticipar nada? Mariano Fernández Enguita, profesor de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid, sostiene que, en lo que viene, lo esencial seguirán siendo las interfaces con el mundo que nos rodea. «Así como en su día pudieron ser el latín para un mundo religioso, la lectoescritura para la era Gutenberg o los rudimentos del cálculo para una economía industrial, hoy entramos de lleno en un mundo global, de información digital y de cambio acelerado», describe. Según su visión, la globalización requiere la apertura a la multiculturalidad y cierto sentimiento de ser parte responsable de la comunidad humana. «El entorno tecnológico exige fluidez digital y una base computacional. Un mundo tan cambiante e incierto demanda flexibilidad, soft skills, aprender a aprender y cierta fortaleza de carácter», apunta.
Teniendo en cuenta los presentes avances tecnológicos y su posible incorporación en el campo de la educación superior, Scolari opina que la idea de que el cambio en la enseñanza vendrá solo con la inclusión de algunos dispositivos dentro del aula es «una ilusión óptica». Por el contrario, pone el énfasis en los procesos educativos: «Las tecnologías, a su ritmo y de diferentes maneras, se fueron integrando a la interfaz universitaria. Pero las tecnologías son un elemento más de la compleja red de actores que conforman la interfaz educativa. Las tecnologías pueden abrir nuevos procesos o consolidar las formas más arcaicas de transmisión del conocimiento. Lo importante no es la tecnología, sino cambiar los procesos educativos», sostiene.
Frente a esto, la práctica pedagógica que los profesores deberían implementar de manera más urgente pasaría por afinar la escucha: «Tenemos mucho que aprender de nuestros alumnos, incluso más de lo que imaginaba Paulo Freire hace medio siglo», afirma Scolari.
Consultado sobre los medios didácticos que regirán dentro de diez o quince años en la enseñanza y el aprendizaje, Fernández Enguita considera: «Vamos hacia menos lección tradicional y más aprendizaje autónomo (apoyado en soportes más interactivos), entre pares (colaborativo) y con la comunidad. El profesor, como en cualquier otro nivel, será menos transmisor de información y más diseñador de entornos, situaciones, experiencias y procesos de aprendizaje».
En plena era digital, las universidades observan cómo su papel como espacio predilecto para aportar herramientas educativas que mejoren las perspectivas profesionales de sus estudiantes comienza a ser disputado por nuevos actores. Se enfrentan, así, a la irrupción de espacios que ofrecen cursos de formación más cortos y con contenidos focalizados, junto con una variedad de plataformas digitales-algunas gratuitas-, accesibles en cualquier momento y lugar.
Por ejemplo, a lo largo de la última década, muchas de las principales universidades de Estados Unidos (MIT, Harvard, Stanford, Princeton), comenzaron a ofrecer cursos gratuitos en Internet. Millones de personas de diversas partes del mundo tomaron estas clases, enmarcadas en «cursos en línea masivos y abiertos», mejor conocidos como MOOC. Estas iniciativas fueron celebradas por brindar una enseñanza universitaria de calidad a estudiantes que, de otro modo, no tendrían acceso a ella, ya sea por restricciones económicas o geográficas.
El fin del sermón
«El modelo tradicional de instrucción, donde los estudiantes van a clase para escuchar conferencias y luego se van solos para completar las tareas, se invertirá», apunta Nicholas Carr, escritor estadounidense especializado en tecnología y cultura, en un artículo publicado en MIT Technology Review. A lo que apunta Carr es a una especie de «aula invertida», que asignará el tiempo de enseñanza de forma más racional, enriqueciendo la experiencia del alumno y el profesor.
Estos señalamientos alimentan cierto discurso apocalíptico en relación al futuro de las universidades. Si bien Scolari no comparte esta visión sombría, reconoce la irrupción de nuevos formatos e iniciativas de formación. «La universidad está diseñada para ofrecer cursos que duran, como mínimo, varios meses o años. Sin embargo, hay una necesidad de formación más breve, coyuntural y actualizada -explica-. Más que una extinción de la universidad como tal, quizá lo que tendremos sea un ecosistema educativo más rico, con más actores y más oferta de cursos en diferentes estilos y formatos».
Para Fernández Enguita, que también descree que estemos asistiendo al comienzo del fin de las universidades, lo que estaría ocurriendo hoy es una progresiva y significativa reconfiguración de la materialidad del aprendizaje. «El aula se creó sobre el modelo del templo y el sermón, y se estabilizó porque anticipaba el taller industrial y la oficina burocrática, el futuro para la mayoría de los alumnos. Pero hoy es un anacronismo porque la escasez de la información ya no existe, sino que es sobreabundante, y el conocimiento mismo está disponible a un par de clics», subraya Fernández Enguita.
Uno de los ejemplos que dan testimonio de estos cambios lo aporta el mismo Fernández Enguita, quien se encuentra desarrollando el proyecto de «hiperaula» en la Universidad Complutense de Madrid, una apuesta al hipermedia, a la utilización de todos los soportes de información y medios de comunicación, e incluso a la hiperrealidad (aumentada, virtual, 3D, inmersiva).
Otra pedagogía
Probablemente las especulaciones más audaces en lo que hace al encuentro entre el mundo tecnológico y la educación se estén realizando en el vertiginoso territorio de la inteligencia artificial (IA) y sus posibles usos en el campo educativo. Débora Schapira, especialista en Políticas Educativas y coordinadora pedagógica en la Universidad Nacional de Tres de Febrero (Untref), considera que la principal novedad se vincula a la posibilidad de avanzar hacia modalidades pedagógicas más individualizadas: «La IA provee elementos de análisis para el diagnóstico cognitivo y personalizado de cada alumno, estilos de aprendizaje, desempeño, perfiles psicosociológicos y motivaciones. Esto permite implementar modelos de aprendizaje adaptados según las necesidades de cada estudiante», sostiene. Asimismo, explica que el uso de algoritmos en el aula podría ayudar a detectar posibles déficits de enseñanza y brindar información en tiempo real a los profesores. Se facilitaría la tarea de orientar a los alumnos y se podrían desarrollar tutorías digitales personalizadas.
Ante este escenario de creciente automatización, los expertos se preguntan cuál será el papel del profesor, y si existe riesgo de que sea reemplazado en su función. Si bien algunos señalan que estaremos en presencia del fin del trabajo, Schapira pone el acento en el factor humano: «El papel de profesor siempre estará presente para motivar, desarrollar el pensamiento crítico, incentivar la investigación profunda, desplegar las habilidades socioemocionales de cada alumno, el trabajo en equipo, el intercambio social en el aula, y por sobre todas las cosas, el ejemplo a seguir. Ningún robot puede reemplazar el vínculo humano», afirma. Evidentemente, si bien la IA promete ser disruptiva en el campo de la educación, aún queda un largo camino por recorrer. Según la experta, el mayor reto será poder capitalizar los beneficios de una pedagogía más personalizada, la expansión del aula con nuevas tecnologías, la articulación de la modalidad presencial y virtual, así como una mayor interacción entre profesores y alumnos. Desafíos que, sumados a la construcción de un saber que pueda afrontar las promesas y peligros de un mundo en plena transformación, son los de una educación superior que ya está cambiando.
Fuente: Guillermo Borella, La Nación