Están ahí. Sobrevuelan o subyacen. Magias y espíritus en la literatura argentina alimentados de un murmullo que muchas veces pasa desapercibido: lo oculto de nuestra tradición. Uno de los libros importantes de los últimos años es Nuestra parte de noche, de Mariana Enriquez, y ahí la autora despliega con maestría ese universo que tan bien sabe invocar. Un folclore vívido de mitos, santos, magias negras y médiums que si bien no abunda también aparece en otras obras de escritores argentinos con diferentes resultados y la cintura de quien sabe reconocer ahí un terreno fértil para contar.
Apenas en marcha el 2021, dos libros desde distintos puntos en el tiempo merodean territorios similares: El Mal menor, de C. E. Feiling, que una vez más es recatado por una editorial, en esta oportunidad por La Bestia Equilátera, y La máquina de Febrero, de Camila Bêgné, novela editada por Leteo. Todos a su modo invitan a hacernos una pregunta: ¿qué posibilidades abre mirar donde pocos ven?
Claro que él ya había pisado esas tierras escondidas. En 1920, Roberto Godofredo Arlt hacía su entrada a las letras con una, según Sylvia Saítta, “autobiografía ficcional”, en la que el autor de Los siete locos se plantaba sin pasaportes culturales tradicionales pero con la prepotencia de quien no tiene problema en tumbar la puerta. Hablamos de Las ciencias ocultas en la ciudad de Bueno Aires, donde entre el ensayo, las aguafuertes, la ficción y los elementos del ocultismo, producía un texto que era, dice su biógrafa, “el banco de pruebas de su apuesta literaria”. Desde esa base formaría, luego, algunos personajes de su obra.
Roberto Arlt: «Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires» se convirtió en un texto clásico.
Arlt da cuenta del ocultismo en distintas agrupaciones que actúan en la Capital. Puede escribir sobre espiritismo, sobre el horóscopo, sobre una logia secreta y a todo le da su pincelada, entre la mordacidad, la mirada a ciertos embaucadores, pero también algo de fascinación. Luis Gusmán, que ha escrito sobre estos territorios para armar una ficción propia, lo pone en diálogo con Borges y dice: “El primer problema de Isidro Parodi, de Borges y Bioy, se lo podría considerar en la línea de Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires de Roberto Arlt. Pasaron 22 años, los problemas son de 1942, pero hay un contexto similar: sectas, los drusos, el mismo Parodi es tildado de ácrata o espiritista”.
Si buscamos color local en esos cruces con lo oculto, el propio Gusmán logra, con Los muertos no mienten (Edhasa, 2010), una especie de autobiografía, novela, ensayo, material de frontera en el que el pasado espiritista de su madre lleva la acción y propone distintas lecturas a partir de su historia personal y una biblioteca que teje hilos hipnóticos donde la casualidad y la causalidad se dan la mano.
¿Y cómo no pensar en Olga Orozco que, nacida en La Pampa, creció entre leyendas del monte que, decía en alguna entrevista, “se tragaba a la gente”? “Mis amigos me temen porque creen que adivino el porvenir. A veces me visitan gentes que no conozco y me reconocen de otra vida anterior» escribió la poeta. Hay una foto que la muestra vestida de negro y con sombrero de bruja, de esos de conos, que tienen algo de fantasía de la infancia. Ella supo caminar cómoda por los umbrales en sombra, esos donde el misterio reina con elementos simbólicos de las brujas medievales y producir una poesía potente.
Olga Orozco, entre la poesía y los misterios.
Astróloga, exiliada del Tarot (lo abandonó luego de un sueño que la perturbó), Orozco inspiró a quien se suma este verano con una novela bien fresca a mirar este fuego: Yamila Bêgné, que con su reciente La máquina de febrero trae una historia que contiene un artefacto que hace más de lo que promete. Una mujer recibe certezas de manera mágica, una serie de situaciones envuelven a los personajes en eventos que van más allá de lo racional, y entre rupturas y soledades, lo desconocido actúa.
“Investigué mucho distintos modos de entrar en lo invisible -cuenta la autora-. Astrología y sus elementos y planetas, espiritismo, palabras mágicas, y distintas mancias adivinatorias. Encontré allí artefactos hermosos, como la filomancia (la adivinación a través del sonido de las hojas en el viento), o la filorrodomancia (adivinación a través de las rosas). O la facticia: la personalidad impuesta desde afuera, por hipnotismo”.
Bêgné, que va por su cuarto libro, trae otros textos para pensar la relación del lenguaje y de la literatura con la magia, con lo oculto: varios ensayos de Discusión, de Borges, donde postula que algo de lo mágico rige en el orden de la novela, y El mal menor, de Feiling, que curiosamente con la reedición de La Bestia Equilátera, compartirá con ella las carteleras de verano: “Creo que ocurre en esa novela, y de manera maravillosa, un aprovechamiento narrativo, tanto formal como temático, de los modos de la magia, de los modos de lo onírico, de sus rituales, sus procedimientos y sus reglas y límites”, dice Bêgné .
El escritor Carlos Eduardo Feiling (1961-1997).
Inés Gaos siente una presencia extraña en un departamento de San Telmo, Nelson Floreal lee el Tarot y medita el pedido de su madre de ser custodio de eso que llaman “El Cerco”. De eso va, a grandes rasgos, El mal menor. “Feiling no altera el tono al pasar de lo cotidiano a lo sobrenatural”, escribió Ricardo Piglia en el prólogo en 2012. Tierra bien nutrida para seguir buscando y reinventando una ficción con color local y potencia.
“El Paraná tiene remolinos: se dice que son los muertos que viven bajo el agua y buscan compañía”. Si hablamos de lo local, de cómo mirar en las zonas ocultas de nuestras leyendas, nuestras creencias y ritos ocultos, Mariana Enriquez mostró cómo en Nuestra parte de noche.
Enriquez suma a esta antología a la nouvelle El intercesor de Diego Muzzio: “Usa la magia oscura en un fortín criollo y alrededores de una manera brillante, ese relato me da un miedo terrible pero además la idea del Mal ahí en pampa y los conjurados que lo convocan funciona muy bien con el marco del rosismo” y recuerda al personaje de Silvio, alquimista-ocultista en Bomarzo, de Manuel Mujica Láinez (otro que supo alimentar su literatura en las tierras del ocultismo) y a la novela Magnetizado de Carlos Busqued: “Durante el relato de la infancia de Ricardo, el asesino, hay escenas de prácticas espiritistas muy, muy inquietantes”.
Mariana Enriquez: una obra destacada que volvió a impactar con «Nuestra parte de noche».
La aplaudida obra de Enriquez sabe nutrirse de leyendas y genealogías de los misterios de la región. Desde San La Muerte a los Brujos de Chiloé, desde cementerios (conoce como pocos esos lugares y su libro de crónicas lo demuestra) hasta ceremonias ocultas, de todo danza en sus historias y se potencia en ese coloso de terror latinoamericano, que mixtura gótico y política.
Al igual que la poeta Olga Orozco, Enriquez maneja los universos simbólicos del Tarot y los integra a su última novela. Allí aparecen los arcanos mayores: El ahorcado, La Luna, El Mundo, para sumar capas de sentido. ¿Cómo armó eso? “El Tarot es un lenguaje y es un misterio, y como todo sistema de adivinación interpretativo, es muy literario -dice-, porque es muy sugerente y pura posibilidad según la combinación”. Y cuenta que lo lee desde hace muchos años, que usa el tarot de Thoth de Aleister Crowley: “Hace mucho que hago tiradas, sin embargo, estoy estudiando un poco más y aprendiendo a usar el Rider-Waite y mejorar el de Marsella. Eso también es interesante: es un lenguaje con sus diferentes dialectos”.
Poesía, ensayo, novela; terror, misterio, crónica, en el misterio, en las tradiciones ocultas, hay terreno fértil para la literatura. Universos narrativos flotando en el aire como peces, dispuestos a que algún médium tire la línea para contarla.
Fuente: Clarín