Una entrevista histórica a Jorge Lanata: “Pago mis impuestos y vivo bien. A mis hijas les dejo educación y un nombre. No les voy a dejar plata”

Periodismo explosivo, guerras de poder y la intimidad de Jorge Lanata, que falleció a los 64 años, en una histórica entrevista de 2013.

–¿De qué nos disfrazamos?

Son las 6 de la tarde y estamos metidos en una salita de reuniones en el cuarto piso de Canal 13, pasando la redacción de noticias de TN, un área iluminada como una incubadora y bombardeada de información desde los plasmas y los monitores, gente trabajando frente a computadoras en una tensión relajada y celebridades menores de los noticieros haciendo tiempo fuera del aire, chequeando los mails.

Hace media hora empezó la reunión que todos los lunes tienen Jorge Lanata y su equipo de producción para evaluar cuáles sketches funcionaron, cuáles no y sobre todo pensar con qué salir al aire el domingo siguiente. Esta semana el Gobierno está por oficializar el cambio de horario del partido Boca y Newell’s para pelearle el prime-time del domingo a Periodismo para todos y la idea es responder de alguna manera. Así que la pregunta de Lanata sobre el disfraz es metafórica y literal al mismo tiempo.

–¿Y si damos un volantazo? –dice Carlos de Elía, gerente de noticias del canal–. ¿Hacemos a Cristóbal López? ¿Vamos con el informe de la Policía Aeroportuaria?

–Salgamos vestidos de jugadores –dice Lanata–. Y pongamos un alambrado: futbolicemos el estudio.

–Traigamos a las Diablitas –aporta Ricardo Ravanelli, el productor general–. Había unas que estaban siempre en TN Deportivo: las Marineritas de Almirante Brown.

–Dale, traigamos minas –dice Lanata.

Esta oficina desangelada con una mesa enchapada en madera, seis sillas negras, alfombra de un celeste desabrido y cuadros con caballos y puertas antiguas de Buenos Aires es el think tank donde para muchos oficialistas se cocinan las fantasías más oscuras del antikirchnerismo, la dependencia del Grupo Clarín donde se cranea el próximo golpe de las corporaciones, sembrando un clima destituyente desde un show de imitaciones y denuncias de corrupción. Y para una buena parte de los opositores, en tanto, es el último cuartel de la democracia, la única esperanza que le queda a la República para defenderse de una banda de farsantes llegados de Santa Cruz.

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Pero acá, escuchándolos tirar ideas más o menos malas, más o menos buenas, cuesta ver la dimensión real de todo esto, el impacto que va a terminar teniendo en la agenda política del Gobierno. Y, si hubiera que buscarle algo de épica o conspiración, uno podría ponerse a describir los arabescos que dibuja en el aire el humo del Benson & Hedges que acaba de prender Lanata, los tiradores, los iPhones 5 apoyados sobre la mesa.

–¿Saben qué? Pongamos a un imitador de Menem que le enseñe a chorear a Máximo –agrega Lanata–. Y que el Rifle Varela y Sergio Gendler relaten el programa.

Diego Scott, que está a cargo del equipo de guionistas e imitadores, toma nota en su iPhone y chequea que en una semana puedan fabricar la máscara.

–A esa hora el Rifle y Gendler están en el TN Deportivo –dice De Elía.

–Sacalos, boludo –le responde–. Ponelo al Oso Yogui. ¿Quién carajo ve TN Deportivo?

Después de eso la reunión cae en un bache y la charla deriva en si conviene ir con una nota sobre los espías de la dictadura contratados por la Policía de Seguridad Aeroportuaria o con una que muestre lo fácil que es sacar plata del país. Las ideas quedan flotando sobre la mesa. La reunión no está resultando demasiado productiva. Lanata rompe de memoria el plástico que envuelve el paquete de Benson y lo deja caer en la taza de café en un movimiento que su mano ya hizo millones de veces.

–¿Hoy hay living del amor? –pregunta.

–No, hoy estás solo con Nico Wiñazki –le dice De Elía.

Lanata llama “living del amor” al bloque que todos los lunes hay en Telenoche con las repercusiones del último programa de PPT, en el que aparece sentado en un sillón junto a Joaquín Morales Solá, Nelson Castro, Eduardo van der Kooy y Julio Blank, los principales analistas políticos de Clarín, las primeras figuras de la batalla entre el grupo y el Gobierno, hasta que apareció Lanata y su rating arrasador con esa mezcla de El gran cuñado, Telenoche investiga y Día D.

***

Si, hasta el año pasado, Marcelo Tinelli y todas las mutaciones de Bailando por un sueño derramaban su contenido y su rating sobre el resto de la programación de los canales, con las peleas entre vedettes y los lesionados en el baile del caño, este año ese lugar es todo para Lanata y sus denuncias.

Después de una primera temporada con buena repercusión, que tuvo su gran hit durante las elecciones en Venezuela, en las que Lanata y su equipo fueron detenidos por la inteligencia chavista en el Aeropuerto de Caracas, PPT se convirtió, este año, en el gran fenómeno de la televisión, aportándole a Canal 13 un show de entretenimiento y política que calentó la pantalla con picos de 30 puntos e investigaciones que rebotan semana tras semana en todos los medios, además de haber conseguido algo que hasta el momento a Clarín le había resultado imposible: marcarle la agenda política al Gobierno.

La fórmula 2013 de PPT contó con el plus de concentrar varios elementos dramáticos del policial periodístico de corrupción en las altas cumbres del poder: cámaras ocultas, vuelos nocturnos entre Río Gallegos y el aeropuerto de San Fernando transportando valijas repletas de miles de millones de euros, testigos pintorescos desdiciéndose a las 3 de la tarde en el programa de Jorge Rial, sociedades truchas en Panamá para fugar millones de dólares a cuentas en bancos suizos, testaferros, escándalos familiares en el corazón de la farándula y amenazas.

Una historia tan fantástica que es difícil no querer que sea verdad: toda esa plata sucia acumulada en bóvedas enterradas en los confines patagónicos, presuntos desmantelamientos de la escena del crimen dignos de Breaking Bad, hangares con flotas de autos lujosos… Es el blues de la corrupción volviendo a sonar como no lo hacía desde la época de las coimas en el Senado o el esplendor decadente del menemismo, con la venta de armas, las denuncias por lavado y la tapa de Noticias con la foto de Alfredo Yabrán en una playa de Pinamar.

Y Lanata, a todo esto, convertido en la primera figura de un Grupo Clarín amenazado con perder parte de su poder y su fortuna. Lanata como el hombre que puede levantar un teléfono y conseguir un avión privado en media hora para producir un informe. Lanata acumulando minutos de aire en los programas de televisión y radio y centímetros de prensa con una voracidad a la altura de su leyenda: Telenoche, la tapa del diario, la columna de los sábados, la segunda mañana en Radio Mitre con Lanata sin filtro, cameos en los programas de entretenimiento…

En febrero del año pasado, antes de empezar con el programa de radio, Lanata visitó a Héctor Magnetto, el mitificado CEO del multimedio, en la oficina que este tiene en los head quarters de la calle Tacuarí. Una oficina amplia, con algunas plantas y decorada como si todavía viviéramos en los 70. Lanata dice que estuvieron una hora, que hablaron del Gobierno, de la época de Página/12…

“Pero me costaba mucho entender algunas cosas, vos sabés que él tiene un problema para hablar”, dice Lanata, refiriéndose a la traqueotomía que le hicieron a Magnetto a causa de un cáncer en la garganta. “Es loco eso, pero a mí me hizo acordar a algunas cosas de mi vieja.”

Cuando él tenía 5 años, su madre tuvo un tumor cerebral y después de la operación nunca más pudo caminar ni volver a hablar y quedó postrada en una silla de ruedas hasta que murió, cuarenta años después.

Lanata dice que en ningún momento dudó de trabajar para Clarín –un grupo con el que siempre había estado enfrentado–, porque la condición fue que lo dejaran hacer lo que él quisiera. “Si a mí me ofrecen el diario más importante, la radio más importante y el canal más importante, yo no voy a ser tan idiota de decir que no, porque yo quiero que me vea, me lea y me escuche la mayor cantidad de gente”, dice encendiendo un cigarrillo con un Zippo dorado, cubriéndose de humo en un leve movimiento de repliegue.

“Como todo, hay por lo menos dos maneras de verlo”, analiza. “Vos podés decir que yo transé con Clarín y yo puedo ver que le gané a Clarín, porque tuvieron que contratar al tipo que siempre los atacó.”

***

En el hall hay un conserje con una calva brillante y un traje negro, piso de mármol cremoso y un matrimonio vestido de gala que baja de un de los ascensores para ir a ver ópera al Teatro Colón. Lanata vive en el piso 19 de una torre sobre Libertador, frente a Retiro. Uno de esos edificios nuevos con cierto aire señorial, como si hubieran sido construidos con planos del ancien regime.

Cuando subimos, una mujer nos abre la puerta y nos dice: “El señor los está esperando”. Después, nos acompaña hasta la oficina de Lanata, que está sentado detrás de un escritorio tapado de papeles, escribiendo algo en su computadora. Nos saluda con la mirada y hace un gesto de que nos sentemos, que ya termina.

Hasta hace dos años, Lanata y su familia vivían a la vuelta, en el Palacio Estrogamou, uno de los edificios más aristocráticos de Buenos Aires. Alquilaban un departamento que era el doble de grande que éste. “Pero era un delirio tener una casa en Punta del Este y alquilar acá, así que la vendimos y compramos este, que es más chico pero estamos bien; sobre todo ahora que Bárbara, mi hija más grande, vive sola”, dirá después mientras Petrona, la señora que trabaja en la casa, apoya sobre el escritorio una bandeja de plata con tres tazas de café Nespresso.

Lanata, que tiene 53 años, vive acá con su mujer, Sara Stewart Brown, a la que le lleva quince años, y con su hija Lola, que tiene 8 y va al St. George’s College de Quilmes. Esta tarde está vestido con una camisa rosada, una corbata también rosada con elefantitos de Hermès y tiradores. En un rato dirá que él mismo se compra la ropa, por internet o con un sastre que viene a tomarle las medidas, y qué él elige las telas. Los tiradores, dice, son porque está gordo y, si no, los pantalones se le caen, pero ahora que está haciendo dieta y bajó más de treinta kilos, podría dejar de usarlos.

La pared detrás de él está repleta de diplomas y reconocimientos que le fueron dando a lo largo de su carrera. Hay algunas tapas históricas de sus épocas en Página/12 y Veintiuno y otras con él como protagonista. Está la tapa de Rolling Stone de octubre de 1999, en la que aparece con guantes de box y un ojo morado, de los años en los que conducía Día D en América.

Víctor Hugo Ghitta, entonces director de la revista, escribía en la nota de tapa que, por esos días, había quienes decían que “el periodista de izquierdas de los albores de los 80 se trasvistió en un clown mediático, hueco e irreverente, ganado por el narcisismo y el espíritu amarillista”.

Catorce años después, en un contexto completamente distinto, sus detractores lo acusan básicamente de lo mismo.

Cuando termina de escribir, Lanata levanta la vista con algo parecido a un brillo de excitación en su mirada apagada. “Nos acaba de llegar algo muy fuerte para el domingo”, dice. Mientras agarra un paquete de cigarrillos y saca uno, lo vuelve a pensar y dice: “Bueno, a ustedes se los puedo contar, total son de la Enciclopedia Británica, salen a la calle dentro de seis años”.

Esta tarde, a través de la diputada Elisa Carrió, le llegaron las fotos de las supuestas bóvedas en las que Lázaro Báez guardaba la plata en una de sus casas de Río Gallegos: una auténtica mina de oro a los fines de continuar la saga de la corrupción en los confines de la patria, en una semana en la que la reunión de producción no arrojó demasiado. “En un rato me busca un auto para ir al canal, quiero salir hoy en el noticiero a decir que lo hacemos responsable a Lázaro por la vida del tipo que sacó las fotos, porque él sabe quién es y yo también”, dice. Después, hace una pausa y agrega: “Se está poniendo divertido”.

Que el nombre de Carrió de pronto entre en juego no parece algo casual. Lanata y Carrió son dos emergentes de un mismo contexto: con la economía desacelerada, el crecimiento estancado y la inflación licuando los salarios y ahorros de la clase media, el fastidio hacia la política se manifiesta en el crecimiento de sus popularidades, en el rating o en la intención de voto. Son los mejores intérpretes de las horas de descontento, dos llaneros que encarnan eso que suele llamarse “antipolítica” y que tienen para decir lo que la gente quiere escuchar cuando la economía los golpea: que los políticos son una manga de ladrones. Lanata tiene las investigaciones, los tapes; Carrió tiene el discurso, la verba inflamada en el Congreso y la televisión, y el poder catártico de decirles en la cara a sus colegas que son unos delincuentes.

“Yo le tengo mucho respeto a Carrió”, dice Lanata. “Creo que está mal de la cabeza, y que eso la acerca al poder, no la aleja. No la votaría para presidente nunca, pero sí para legisladora, y me parece que es una mina difícil para militar con ella. Y, después, siempre la pegó con lo que dijo. Cuando se opuso a [el juez de la Corte Raúl] Zaffaroni, tuvo razón. La mina se opuso a [la procuradora general de la Nación Alejandra] Gils Carbó cuando todos estaban con Gils Carbó, y tuvo razón. La mina denunció la banda del Sur por asociación ilícita, y tuvo razón. Lo que pasa es que lo hizo a destiempo. Pero es una mina que tiene mucha intuición.”

Mientras hablamos, una de las gatas de la casa se cuela en el cuarto, enroscándose entre nuestras piernas. Es una gata de un negro azulado, con rasgos profundos y acolchados. “Esta es Blue, una Russian Blue Cat”, dice. “Está viejita, ya tiene 14 años.”

La compró por internet a una mujer que tiene un criadero de gatos en Seattle. “De ahí la mandaron en avión a Miami, pasó la noche en un hotel para mascotas y yo la fui a buscar a Ezeiza”, cuenta.

Lanata tiene una compulsión a comprar cosas por internet. Además de mandarse traer una gata azul desde Estados Unidos, cuando se queda escribiendo o trabajando acá a la noche, suele terminar comprándose sacos, chalecos, zapatos o relojes de arena para aumentar su colección. Hasta hace poco también se compraba películas, pero, después de que decidió donar su biblioteca de 5 mil libros, le pareció que acumular DVDs en la era del streaming tampoco tenía sentido. “Me armé una colección de como mil películas. Las quise tirar, pero ahora Sara la tiene ahí apilada en el cuarto, las quiere vender por Mercado Libre”, cuenta. Al ratito, en el escritorio también aparece otra de sus mascotas de diseño: Salsa, el bulldog francés de su hija Lola, que olió la presencia de la gata. Cuando le gruñe, Blue se eriza y se trepa a una de las sillas, escapando de un tarascón.

“¡Petro!”, grita Lanata, llamando a la señora que trabaja en la casa. “Llevátela, por favor”, le dice cuando se asoma por la puerta, pasándole a la gata. “Nunca se pegan porque no llegan, pero son un perro y un gato, es difícil que convivan.”

Cuando llegó Salsa, hace un par de años, se deshicieron de dos de los cuatro gatos que habitaban el departamento. Ahora uno lo tiene el periodista Nicolás Wiñazki y el otro, que habían heredado de Fernando Peña cuando murió, se lo dieron a Andrea Rodríguez, la ex mujer de Lanata, madre de su hija Bárbara y productora de Periodismo para todos y Lanata sin filtro.

A Peña lo conocía de cruzárselo, pero terminó haciéndose amigo cuando Sara Stewart Brown escribió con él Sit Down Tragedy, una obra de teatro en inglés. “Era un buen tipo, muy talentoso”, dice Lanata y, cuando lo describe, pareciera estar hablando un poco de sí mismo. “Era alguien desesperado, muy lúcido, muy inteligente, culto, muy tímido en realidad y muy expuesto también.”

La transgresión y la temeridad que había en casi todo lo que hacía Peña y que también hay en las performances periodísticas de Lanata pueden ser vistas como gestos de libertad: gente animándose a hacer y decir cosas que muchos otros no se animarían, desnudándose en un teatro, desafiando el poder, perdiendo el miedo y sus inhibiciones ante cámara. Pero también pueden ser vistos como un componente trágico de sus vidas, una especie de pulsión o morbo que tienen contra los límites de lo que se puede o no hacer. Gente condenada a movimientos que resulten provocadores una y otra vez, a no negociar con nadie, a llamar la atención saltando desde la piedra más alta.

“Yo soy recontra tímido”, dice Lanata. “No voy a ningún lado, no me gusta, estoy cada vez más fóbico con el tema de la gente. Y soy la décima parte de lo que querría ser”, dice. “Yo sería mucho peor, lo que pasa es que soy un cagón. A mí me gustaría animarme a mucho más, me gustaría poder cagarme absolutamente en todo.”

–¿Qué te gustaría hacer, por ejemplo?

–Sin ninguna duda, me encantaría robar un banco. ¿A vos no te gustaría? Es genial, es un juego de inteligencia. Estaría buenísimo; aparte, es un chorro de adrenalina increíble. Los buenos chorros me encantan. Es la pelea del tipo contra el sistema.

–Decís que sos tímido…

–Sí, la timidez siempre la tuve, desde que era chico. Yo no era un pibe muy normal, era un pibe raro, por la enfermedad de mi mamá… No tenía muchos amigos, era medio marciano. Empecé a laburar de muy chiquito, cosa que me separó mucho de los pibes de mi edad. Yo a los 14 estaba laburando. Entonces es como que no tuve la vida que tuvo un chico de 14 o de 15. Yo salté de los 14 a los 20, ¿me entendés? Toda esa parte yo no la viví. Me hice grande de golpe.

***

Como todo hombre hecho a sí mismo, Lanata tiene un relato blindado sobre su vida que suele repetir en automático, casi con las mismas palabras, cada vez que lo cuenta y, en su boca, es la crónica perfecta de un big bang profesional arrasador que empieza con una infancia traumática en una familia de clase media baja de Sarandí y, por ahora, termina en el centro del prime-time de la televisión argentina, con algunas escalas intermedias en las que se da el lujo de revolucionar varias veces el periodismo argentino y voltear ministros como si el periodismo fuera un partido de bowling con el poder.

Cuando tenía 5 años, su madre sufrió un tumor cerebral que la dejó sin habla e inmovilizada en una silla de ruedas hasta que murió a los 80 años. Así que Jorge, que se había ido a vivir a unas pocas cuadras, al cuidado de una tía soltera, aprendió a comunicarse con la madre a través de la mirada. Durante el resto de su infancia, creció revolviendo cajones y refugiándose en las ejemplares viejos de 7 Días, Gente y Atlántida que había apilados en los cuartos del fondo.

Lanata contó varias veces que, inconscientemente, creció creyendo que a los 40 él también iba a terminar postrado como su madre, y tal vez por eso su relato biográfico tiene algo de lucha contra el tiempo, de apuro, de desesperación, como su colección de relojes, o esa forma de ver cómo se consume el tiempo que es tener siempre un cigarrillo prendido en la mano.

Cuando estaba en el colegio, a los 12, le dieron como tarea escribir sobre el poeta Conrado Nalé Roxlo y, como en su casa no tenía información, lo buscó en la guía, lo llamó por teléfono y le pidió que le contara sobre su vida. Ese reflejo fue un pequeño fenómeno entre sus compañeros, y lo terminaron convocando para escribir para el diario del colegio, y después para un diario de Avellaneda.

A los 14 pasó caminando por la puerta de Radio Nacional, miró por la ventana, finalmente entró y de alguna manera logró que el director lo recibiera y le diera trabajo en el informativo. A los 18 ya había cumplido todo lo que había soñado para su vida: alquilarse un departamento en el centro y trabajar como redactor de la revista 7 Días.

En ese tiempo, además de pasar las tardes en la redacción, a la mañana trabajaba en el informativo de Radio Belgrano, y Eduardo Aliverti lo había convocado para integrar el equipo del programa Sin anestesia. Aunque tenía un sueldo bajo, vivía como si fuera rico, y se gastaba toda la plata que ganaba en taxis y cigarrillos importados que conseguía de contrabando en un kiosco de Las Heras y Coronel Díaz. Y varias noches a la semana dormía en un sillón negro en el hall de la radio.

En la revista El Porteño su prepotencia de trabajo lo convirtió en el hombre fuerte de la redacción, y en 1987, a los 26 años, ahí estaba, fundando Página/12, que hasta el día de hoy sigue siendo el gran momento mítico de Lanata, el acto que lo convirtió en una figura inspiracional para una nueva generación de periodistas que se crio en esa redacción o leyendo ese diario y que con el tiempo iban a terminar despreciándolo, convirtiendo su nombre en mala palabra.

Desde el comienzo, Página/12 irrumpió con un tono mordaz en el mapa del periodismo gráfico argentino. Y aunque a nivel nacional nunca haya sido parte de la pelea real de los medios masivos, para el microclima periodístico y politizado fue una aparición decisiva. “En Página/12 copiamos el estilo coloquial de títulos de Liberation, pero le dimos una vuelta, que es la del sentido del humor”, explica Lanata. “Yo creo que, si queda algo de Página tras el paso de los años, es que la forma, la renovación de la forma, es infinita y puede no afectar al contenido. Y para mí, en términos de comunicación, es muy importante: quiere decir que vos podés hacer fotomontajes pero, a la vez, podés tirar un ministro, ¿me entendés? Podés ser creativo a la hora de contar y a la vez ser serio.”

Tirar un ministro… esa lógica de tiro al blanco, de asedio al poder, es algo que se mantendría como constante en su carrera. Uno podría imaginar que en algún lado Lanata debe llevar la cuenta de ministros que se cargó con sus informes. En el relato, el cuadro del joven periodista que dirigía un diario y jugaba al barco hundido con el poder, se completa con un consumo de cocaína desmesurado que teñía esos días con un resplandor de bohemia y omnipotencia. “En esa época yo salía con una chica –es conocida, pero no te voy a decir quién es–. Ella era del interior y vivía en un departamento de dos ambientes sin nada. Y un día estábamos ahí ella y yo; había una cama, un televisor y la radio en el piso. Yo era director de Página y estaba con esta piba de 18 años y escuchaba por radio la preocupación de Menem por la caída de un ministro gracias a nosotros. Y la sensación fue maravillosa: por todo lo que habíamos hecho, por esa sensación de libertad de estar tirado en el piso con una chica y porque realmente se las había ganado, ¿me entendés?”

Lanata a veces exagera la grandeza de ciertos gestos editoriales. “Una vez deportivizamos la tapa del diario porque Menem jugaba todo el tiempo a un deporte distinto y, cambiamos el logo, pusimos Pelota/12. Eso lo hizo muchos años después Google”, dice. “Si analizás mi carrera, lo cómico no es nuevo. El sentido del humor es parte de la inteligencia, es políticamente incorrecto. El poder soporta que le digas chorro pero no que te rías de él. A Menem no le importaba que le dijeras chorro, pero llegabas a decir que no se le paraba y te pegaba un tiro. De hecho, Menem cuando tiró un televisor una vez, me contó gente que trabajaba en Olivos, fue por algo que yo hice en Día D que se llamaba el ‘Menemgotchi’ y que salió en la época del Tamagotchi. Hicimos un dibujito que comía y cagaba votos.”

–¿Cuándo decís “hicimos”, a quiénes más te referís?

–Depende qué cosas. Primero que yo hablo de mí en plural por educación, aunque suene victoriano. Y después, en verdad, ese tipo de ideas eran básicamente mías.

Página/12 no era una aventura solitaria de Lanata. Cargaba con firmas pesadas, héroes de izquierda como Osvaldo Soriano, Juan Gelman, Horacio Verbitsky y Tomás Eloy Martínez, y estaba financiado por lo que había sido el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo). Por una mezcla de talento, voluntad, descaro y sentido de la oportunidad, Lanata quedó al frente de esa redacción, dándole origen a un malentendido que se arrastra hasta hoy.

Lanata nunca fue un hombre de izquierda.

“Mi interés era el diario como proyecto, no era un interés político”, dice. “Yo siento que en esa época no pensaba tan distinto de como pienso ahora. Nunca fui de izquierda dogmática, nunca fui marxista. Lo que pasa es que, en este país, si pensás un poco y querés que las cosas cambien, automáticamente para la gente sos de izquierda. Me parece que debe de ser eso: es un poco lo que fui y un poco lo que pensaron de mí.”

–¿Y vos qué pensás hoy de ellos?

–Mi enfrentamiento, si querés, es con Verbitsky. Yo no soy capaz de matar a un tipo y Verbitsky sí, a ver si nos entendemos. ¿Vos sos capaz de pegarle un tiro en la cabeza a un tipo desarmado, atado, en un pozo? Bueno, eso fue el asesinato de Aramburu. La gente habla al pedo muchas veces. Verbitsky fue montonero, yo no. Vos no me vas a encontrar a mí nunca defendiendo la lucha armada de nada; primero, porque yo tenía 10 años cuando eso pasó.

***

El jueves a la noche hay reunión de guionistas en el departamento de Retiro. En la entrada del edificio hay un móvil del 13 estacionado y arriba un pequeño set montado en el living. “Estoy por salir al aire, denme un segundo”, dice Lanata, sentado a la cabecera de la mesa, la cara iluminada por la luz amarilla de un reflector que rebota en el techo.

En la otra punta del living, los guionistas están acurrucados en el sillón, en silencio, mirando Telenoche en el plasma de 40 pulgadas. Diego Scott y el escritor Marcelo Birmajer, otro de los guionistas, están mirando los mails y anotando cosas en sus Macbook plateadas. El living comedor tiene unos quince metros de largo y una vista panorámica de los trenes que salen de Retiro, la Villa 31 creciendo detrás y, más allá, el puerto, la oscuridad del Río de la Plata.

Frente al sillón y la mesita ratona hay un caballo de calesita negro con montura y crines doradas que mira para abajo, triste, unos juguetes vintage que ya nadie usa, y el pie de un telescopio para ver las estrellas que titilan sobre la villa.

Esta noche, Lanata va a volver a salir al aire en Telenoche por cuarto día consecutivo para dar novedades sobre la investigación de la bóveda de Lázaro Báez y seguir calentando la pantalla para el domingo.

“Ayer casi me muero”, dice desde la cabecera de la mesa, antes de ponerse a contar la odisea mediática del miércoles, que empezó con su show radial en Mitre, pasó por la televisión de la tarde tirándose sifonazos en el programa de Mariana Fabbiani y terminó en Telenoche. El lo cuenta así: “Me levanté, hice cuatro horas de radio, de ahí fui al canal, estuve en el programa de Mariana, que venía haciendo 5 puntos e hicimos 11, después volví a casa para una reunión y también salí por Telenoche, y ahí hice 14 puntos. Le ganamos a Susana.”

Lanata podrá ser un hombre libre, pero está extremadamente al tanto de cuánto repercute cada aparición suya en televisión, cuántos puntos más mide cada programa en el que aparece.

“Está mal que lo diga, pero en PPT yo mido más que las notas”, dice. “Cuando hablo a cámara pasa algo que no sé qué es, pero la gente se queda mirando. Y esta es la primera vez que Canal 13 le empata el rating a Telefe sin tener a Tinelli en el aire.”

Un rato después, en el plasma del living, se replica la imagen que tenemos nosotros de Lanata sentado a la cabecera de la mesa de su casa y, después de saludar a María Laura Santillán y a Santo Biasatti, le cuenta al país los avances en las investigaciones.

Cuando termina, los guionistas se levantan de los sillones y se acomodan en la mesa alrededor de él para terminar de definir qué chistes incluir en el monólogo.

–¿Hacemos algo con Carta Abierta? –propone Birmajer.

–El hijo de puta de Birmajer me mete el mismo chiste en el monólogo cada cuatro meses y piensa que no me doy cuenta –dice Lanata, y todos en la mesa se lo festejan–. Dale, pongamos un viejo despeinado y con anteojos que sea como un intelectual de Carta Abierta.

–Y en el monólogo hay que decir algo del papel higiénico en Venezuela –agrega Scott.

Esas ideas quedan adentro. Después, tiran más temas para incluir en el monólogo: algo sobre el control de precios, el regreso de Susana Giménez, el casamiento de Huberto Roviralta…

–Me contaron que lo que más le molesta a Cristina es la imitación de Máximo, así que metámoslo –dice Lanata.

De pronto, la reunión se interrumpe cuando su hija Lola, de 8 años, hace su entrada en el living descalza, con un pijama rosado, y lo abraza, subiéndose a una de sus piernas. “Me voy a dormir, pa”, le dice, un tanto intimidada por toda la gente que hay alrededor.

Ayer, en el programa de Fabbiani, además de terminar empapado, le pusieron un video de ella saludándolo y diciéndole que lo quería mucho: uno de esos típicos segmentos en el que los magazines buscan hacer llorar a sus entrevistados.

Y casi funciona. “¡Qué emocionante!, ¿no?”, le preguntó Fabbiani cuando volvieron a estudios.

Ahora Lanata dice que sí, que funciona. “Casi lloro al aire. Un boludo”.

Después, le pregunta a Lola: “¿Te dijeron algo en el cole, que saliste en la tele?”

“No, estábamos todos en la clase”, le responde.

“Claro… Bueno, andá a dormir, te quiero mucho”, le dice dándole un beso.

Es raro verlo a Lanata no siendo lo que es todo el tiempo. Hasta le queda un poco extraño no estar siendo periodista. Lanata casi no hace otra cosa que trabajar. De lunes a viernes se levanta a las 6 de la mañana, desayuna cuatro galletitas de agua con dulce y manteca light, un plato de frutas, un café doble ,y a las 8 ya está en Mitre, comiendo un yogur y empezando la reunión de producción del programa, que empieza a las 10 y termina a eso de las dos. Después, un remís del grupo lo lleva hasta su edificio, firma un voucher antes de bajarse y, cuando entra a su casa, lo está esperanza un bife con verduras cocidas.

Depende del día de la semana, a la tarde puede tener reuniones de producción, la redacción de su columna para el diario del sábado, entrevistas con gente, escribir el monólogo del programa que va a ir peloteando e interviniendo con los guionistas, salir en Telenoche o viajar para una nota. Los sábados a la tarde graba las voces en off de los tapes que van a salir en PPT y los domingos es el programa.

“Esto es lo único que hago”, dice cuando le proponemos acompañarlo en alguna actividad extralaboral: una clase de tenis, unas copas, o que nos lleve a conocer su quinta en Pilar, si la tuviera. “No tengo la guita para comprar una quinta en Pilar, boludo. No sé qué fantasía tienen conmigo con la guita.”

Lanata dice que no sabe bien cuánto gana. Que gana bien, sí, pero que no tiene idea de cuánto y que no tiene plata en el banco. Que, si hoy dejara de trabajar, le alcanzaría para vivir este año y tal vez un poco del otro. “Igual para mí nunca fue un quilombo el tema de la guita, desde Página/12 para acá. Cuando yo entendí cómo se hace la plata, nunca más me preocupé por la plata.”

–¿Pero no ahorrás?

–No, pero no la dilapido. Primero: pago los impuestos, lo cual les parecerá ridículo pero pago por impuesto más de lo que ustedes ganan en un año. Y, después, vivo bien y gasto, pero no dilapido. Sí. Perdí guita con Veintitrés, 600 mil dólares, perdí el departamento que tenía con la quiebra, cuando quiebra la revista, perdí con Crítica… ahí se me fue la guita también, ¿entendés? Lo único que tenía, finalmente, era una casa con Sara. La vendí y compré acá, y es lo único que tengo, no tengo otra cosa, tengo este departamento.

|–¿Tener hijos no te dio una necesidad de estabilidad económica?

–No, no, para nada… Lo mejor que les puedo dejar a mis hijas ya se los dejé, que es la educación y un nombre. No pienso esa boludez de “voy a comprar esto para que ellos mañana…”. No, para ellos un carajo. Yo a ellas las eduqué y las quiero, y eso es lo que les voy a dar. No les voy a dar plata.

***

Es sábado a la mañana, un día antes de la guerra del rating de PPT vs. FPT y un día después de que Sara Stewart Brown saliera en la tapa de Noticias, una revista que ve crecer sustancialmente su circulación cuando pone algo vinculado a Lanata. La estrella de la temporada nos cita en Café Tabac, nuestro Tifanny’s con pretensiones patricias, centro neurálgico del Corredor del Bajo. Lanata está sentado a una mesa sobre la vereda de Libertador y Coronel Díaz: los vecinos tienen ahí a su héroe de la resistencia televisada. Se amontonan y él se pone de pie para ser retratado en el teléfono de todos: señoras mayores, diseñadoras cordobesas, niños, militares retirados y un grupo de judíos ortodoxos. Todos tienen su denuncia, su cariño, su apoyo político, los LCD encendidos para sumarle rating.

De pronto, un señor de pelo gris, anteojos negros y brazos fibrosos se le acerca y le da la mano. “Si te habré puteado cuando estabas con tu amigo. Yo soy general, general retirado. Ahora te aliento; por suerte, no estás más con Verbitsky”, le dice.

Lanata tiene el talento para entregarles unos segundos de su vida, y los que se acercan sientan que tuvieron su momento. Y, a la vez, sabe cómo hacer para que esos segundos sean los mínimos indispensables.

–¿Tuviste relación con Néstor?

–Siendo presidente, dos veces. La primera vez, al poco tiempo que ellos asumieron, que lo fui a ver a Alberto y Néstor estaba en la oficina de al lado, y entraba. Y ahí me llevó a recorrer toda la parte de atrás de la oficina de él. Incluso fuimos hasta una cama que había y me dice: “Si esta cama hablara…”. Me abría los roperos, boludeaba, me hacía como un show.

–¿Y cómo lo definirías?

–Era un político del interior, con todo lo peyorativo que eso puede implicar. O sea, un tipo medio caudillo, muy campechano, una especie de vivillo, muy lejos de ser un estadista de cualquier tipo, muy lejos, muy lejos… Y que pensaba que la política era como el arte de la negociación y de presión. Esa sensación.

–¿Te cayó bien?

–Es que era un tipo simpático, sí. Bueno, todos los presidentes son simpáticos. Los presidentes, aparte, tienen una cosa que para mí es admirable, que es que a vos te ven hoy en Salta y pasan cuatro años, vuelven y te dicen “¿Qué hacés?” y te llaman por tu nombre, y te preguntan por tus hijos, y saben. Menem era increíble con eso, increíble. Y Menem no tenía poder de concentración, a los quince minutos Menem tenía que mirar televisión o hacer algo… Yo he estado comiendo en Anillaco una vez y Menem comía en una mesa así, larga, llena de gente alrededor y él acá, y acá yo, y enfrente el televisor. Era increíble.

–¿Qué creés que va a quedar del kirchnerismo?

– Yo creo que la grieta va a trascender al propio gobierno. Se van a ir y la grieta va a quedar, porque la grieta hoy es cultural, no es política. Eso es lo peor que nos pasa, peor que lo económico, peor que todo. Hubo una grieta igual en el ’50 y Perón también la usó, y parte de esa grieta fue como el mito del peronismo durante mucho tiempo.

–¿Por qué crées que tenés 25 puntos de rating?

–Creo que me comunico mejor con la gente. Trato de transformar ideas complejas en comunicaciones simples. Ese es mi desafío profesional: tratar de que a mi programa lo vean un repositor de supermercado y un sociólogo, y que a los dos les interese. A lo largo de mi carrera tuve la independencia que muchos periodistas no tuvieron. Cualquier periodista normal se hubiera quedado en Página/12 como director. Yo tenía 26 años, lo dirigí diez años y me fui. No quería ser un Bartolomé Mitre junior. Y en los medios electrónicos el sentido del humor es muy popular. Por eso los jóvenes se engancharon con el programa, creo que los pibes entraron por el fuck you y las imitaciones.

–¿Te arrepentís de haber hecho “Crítica”, que resultó un fracaso?

–No, para nada. A mí me parece que estuvo bien. No tuvo tiempo para seguir. A la semana de estar en Crítica viene Artemio López a decirme que había estado con Néstor en Puerto Madero y le había dicho: “A Lanata lo voy a fundir”. Teníamos avisos vendidos de campaña durante el año que nos entraron a levantar. Me llamó Coto por teléfono para decirme: “Te ofrezco la guita, pero no pongas el aviso”. Y yo le dije “metete la guita en el orto”. Y De Vido llamaba personalmente a los avisadores para que nos levantaran las campañas. Entonces, un plan de negocios que habíamos hecho, que estipulaba que en el segundo o tercer año el diario entrara en equilibrio, se fue a la concha de la madre.

–¿Fue más agresivo el Gobierno o Clarín como competencia?

–Clarín nos boicoteaba con el tema de los supermercados y los artículos para el hogar. Clarín siempre fue muy hostil en la competencia. Yo he criticado mucho a Clarín porque he competido con ellos.

–Muchos periodistas que convocaste se quedaron muy enojados con vos…

–Los periodistas creen que, si yo tomo a uno y le digo “vamos a laburar dos años” y a los dos años me voy, después lo voy a tener que seguir manteniendo durante los próximos veinticinco. Y no es así. Mi obligación es garparles todo lo que pueda en el momento en que dependen de mí; garparles en blanco y respetarlos en el laburo. Y eso yo lo hice siempre. Ahora, si lo que ellos piden es adopción, yo lamento decirles que no. Yo sé que esto no es popular como opinión, que me van a putear, me importa tres carajos.

***

El camarín de Lanata no es exactamente un camarín; es un pequeño triángulo escondido detrás del decorado entre unos paneles de madera, donde hay un espejo con foquitos alrededor, una mesa con una máquina de Nespresso, un iPod encastrado en unos parlantes y su ropa colgando de un perchero. Es domingo a la noche y, una media hora antes de salir al aire, Lanata da una vuelta por el estudio, ya vestido con el equipo de la selección y una camperita deportiva blanca.

La tribuna está llena y, ni bien pone un pie a la vista, ya tiene una pequeña turba alrededor pidiéndole autógrafos y fotos haciéndole fuck you a la cámara. A todos les dice que se la manden a su mail, que él hace que la pongan al aire.

Lucas, el productor encargado de que la tribuna responda, hace ensayar a la gente cómo gritar y aplaudir cuando Lanata entre en escena para el monólogo. En los pasillos, los productores y técnicos van y vienen. La tele se hace desde los pasillos, desde la base material de los técnicos, portadores de cámaras, de luces, de sillones, sumidos en su mundo, ajenos al mito del show que se está montando.

Están los actores, los imitadores. Sus máscaras son parches de carne plástica hechos a imagen y semejanza de los políticos inmolados. El imitador de Máximo, que es el hijo de la secretaria histórica de Lanata, dice que, desde que aparece en PPT, un par de personas lo reconocieron en la casa de comidas en la que trabaja.

Del trío de productores, Scott es el que se mantiene firme en el piso, hablando por un micrófono gigante con almohadilla naranja. Carlos De Elía toma Coca Cola en la sala de control. Ravanelli va del control al piso, ida y vuelta, ida y vuelta. En el control, repleto de personas y de tableros con botones, un sonidista de pelo largo y blanco mastica sus pensamientos.

El hecho de que nada mida tanto como Lanata hablándole a cámara hizo que el monólogo de la apertura se haya ido estirando cada vez más, y esta noche va a durar casi cuarenta minutos. El monólogo hoy incluye tapes, la irrupción de “La Sueca” para acercarle un bidón de agua contaminada al estilo bilardista y una repetición de la visita de Lanata al programa de Fabbiani.

En el control se apiña el equipo. En un monitor raspado, un cuadro muestra el rating de Ibope. Los periodistas Luciana Geuna y Wiñazki están sentados en un escalón. De Elía toma otro sorbo de Coca Cola. Todos siguen el minuto a minuto contra el partido de fútbol y el clima ahí dentro es de victoria. Boca-Newell’s está midiendo 14,5 puntos y Lanata, 26.

En el momento en que llegan al pico de 29,9 todos pegan un salto y empiezan a gritar y abrazarse. Lanata, mientras tanto, está hablándole a la cámara: primero le habla a Lázaro, después a Cristina y, por último, a la gente. Parte de la magia es que, cuando le dice algo a Lázaro, uno casi puede sentirlo a Lázaro del otro lado de la tele escuchándolo.

Al final del programa, Lanata está en su camarín, fumando sentado en una silla y charlando con De Elía y con Ravanelli.

–Hoy tuvimos la segunda medición más fuerte de todos los programas –dice Ravanelli.

–¿Y Víctor Hugo hizo menos ocho? –pregunta Lanata–. Debe de haber ido la gente a Garbarino a devolver los televisores.

Un ratito después, se queda solo. Afuera del camarín, la gente ya se fue y los técnicos están desarmado el estudio. En su casa, Sara lo está esperando para comer sushi y después acostarse. Es más de la 1 y a las 6 tiene que levantarse para ir a la radio.

“Hoy, sinceramente, para el Gobierno yo soy peor que Clarín. El grupo fue K en la primera época del gobierno de Néstor, así que, si pasado mañana Clarín vuelve a ser K, yo me tendré que ir; pero no pasa nada. O sea, yo hago mis programas y hago lo que me sale. Esto es un trabajo, no es una historia de amor. Ellos me dan la libertad de hacer lo que quiera y entendieron que eso sirve. Está buenísimo. ¿Por qué no lo haría?”

Publicada originalmente en RS #184, julio de 2013.

Fuente: Rollingstone