En realidad, es raro hablar de oficinas cuando nos referimos a un suburbio americano repleto de edificios de todos los tamaños, en donde trabaja casi la mitad de los 37.000 empleados full time que tiene la empresa en todo el mundo. Es una burbuja compleja en el extraño universo de Sillicon Valley.
El corazón de esta zona es Palo Alto, casa de la Universidad de Stanford, un par de centros comerciales a cielo abierto y varios edificios con aire español. Hay una calle céntrica bastante encantadora con árboles, tiras de lucecitas que se prenden de noche y negocios con precios muy altos para los estudiantes y lógicos para sus vecinos, los que trabajan en las empresas de tecnología. Una noche de hotel ahí, sin ningún lujo, puede llegar a 900 dólares y un helado a 7 (algo así como 300 pesos el conito de una bocha). Ahí nos quedamos los invitados a las primeras jornadas de prensa internacional que organizó la compañía para mostrar cómo trabaja y dónde. Periodistas de Israel, Japón, Colombia, Alemania, Emiratos Árabes Unidos y Argentina, entre otros, fuimos los primeros en pasar días adentro del edificio.
La terraza nueva diseñada por Frank Ghery Crédito: Gentileza Facebook
El recorrido desde Palo Alto a las oficinas va pasando de un verde furioso, con casas típicas americanas con sus pórticos y jardines al frente, a un gris de autopista. A veinte minutos de la calle encantadora y en una California casi desértica, nos señalan que todo lo que vemos desde el micro es parte de Facebook (que incluye Instagram y WhatsApp, entre otras plataformas). Como pasa con la mayoría de las compañías de Sillicon Valley, casi no hay carteles que indiquen a quién le pertenece cada edificio. Los únicos dos que marcan dónde estamos, y de forma bastante críptica, son la mano del Me Gusta que está escondida en un arbusto y un cartel que dice Hacker en una torre del campus principal. La mejor manera de darse cuenta qué edificios son de la empresa es encontrar las estaciones de bicicletas celestes que usan los empleados para moverse adentro del campus. Muchas están estacionadas porque, a pesar de tener un microclima, nos tocó una insólita ola de calor con noches de 35 grados y pocos se animan al pedaleo.
Locos por el feedback
El primero edificio al que entramos es MPK 21, que fue rediseñado el año pasado por el emblemático Frank Gehry (el creador del Museo Guggenheim de Bilbao y la Casa Danzante de Praga, por nombrar un par). Este le agregó un corazón verde, con terrazas inmensas que salen de cada piso para que los empleados se sienten a comer o hasta trabajar con sus laptops, y un techo verde que parece un bosque de 300 árboles, con algunos de hasta 60 metros de altura. Por adentro, son galpones inmensos con paredes de colores y se puede tardar hasta 20 minutos en cruzar de un extremo al otro. Los empleados caminan rápido y concentrados, inclusive algunos parecen estar teniendo reuniones en movimiento por el pasillo central. En el medio del recorrido se pueden comprar un café de especialidad (uno de los pocos locales que manejan plata), llevarse un helado o parar en las decenas de «cocinas» con jugos, cereales, huevos duros empaquetados, hummus y aceitunas.
La construcción es tan grande que se puede entrar con bicicleta y estacionarla en decenas de paradas adentro. Toda la planta baja del edificio es ocupada por los autos de los empleados y por los colectivos pagos que unen este micromundo con el exterior. Los que tienen cargos altos viven en lo que queda del suburbio de Menlo Park, mientras otros se toman trenes y combis para llegar desde suburbios que quedan a más de una hora, pasando la ciudad de San Francisco.
Si bien no hay casi oficinas, está repleto de salas de reuniones de todos los tamaños. Cubículos solo aptos para hablar por teléfono, otros un poco más grandes con televisores para reunirse con gente que está lejos (o no tanto), livings para pensar ideas y clásicas salas con mesas alargadas. Todas se reservan desde una app y por tiempos limitados. No nos dejan espiar demasiado por los escritorios para no invadir el espacio de trabajo de los empleados, pero sí llegamos a ver algunas perlitas como las cintas caminadoras con atril para hacer ejercicio trabajando.
Por todos los pasillos hay carteles con frases inspiracionales, más del lado de la resiliencia que de la fe ciega. Se habla de trabas, de productividad y de autocrítica. Antes de entrar a un baño te podés encontrar con un sticker que dice «Nada en Facebook es la culpa de otra persona» o «El odio no tiene lugar acá». Es que la empresa no es la misma desde las crisis que viene afrontando hace un par de años y de eso nos habló Sheryl Sandberg, la directora operativa de la empresa y mano derecha de Mark Zuckerberg hace once años: «En Facebook podemos ver lo mejor de lo mejor y lo peor de lo peor de la humanidad. Hace un tiempo cambiamos nuestro foco para asegurarnos de proteger a los usuarios de lo peor y dejar que lo mejor florezca». Con 2.700.000.000 usuarios globales, saben que no todo es color de rosas y están obsesionados con mostrar que aprendieron de sus errores. En los 19 paneles que tuvimos en dos días, más de la mitad mencionó al feedback como un pilar de su día a día. Es política de la empresa decirse lo bueno y lo malo siempre. Entendiendo así que si uno se equivoca, la culpa también es del que no le marcó el error a tiempo.
Fichines y bienestar
Uno de los pocos carteles que indican que estamos en las oficinas de FacebookCrédito: Gentileza Facebook
Otro de los pilares que mencionan mucho es su preocupación por el bienestar de las personas. Y no me refiero solo al cliché de darles a los empleados comida gratis de todo tipo y mesas de metegol para que liberen tensiones (todos esos son ciertos), sino a la experiencia del usuario en sus plataformas. Visitamos el edificio de Instagram, que a pesar de ser la marca más vistosa de la familia tiene oficinas iguales al resto -con la excepción de dos cuartos multicolores para sacarse fotos- y la calidad de vida resulta un punto fundamental. Una jefa de producto que hace diez minutos se había reunido con Victoria Beckham para hablar de su experiencia en la plataforma y sus estrategias de marketing, nos explicó que quieren combatir el uso pasivo del teléfono. Eso que hace que movamos el dedo para arriba o para abajo sin prestarle atención a ninguna publicación, solo por el hecho de hacerlo. Quieren usuarios comprometidos con lo que miran, y no cautivos. Un par de ejemplos de cosas que hicieron fue poner el límite de uso en la app, que puede marcarlo cada usuario según sus preferencias, y el cambio del algoritmo que prioriza a las personas, dejando atrás a los medios y las marcas. En palabras de Sheryl: «El miedo a la tecnología es real. Tenemos una gran responsabilidad de manejarla bien. Queremos asegurarnos de que lo que te estamos mostrando te da beneficios psicológicos».
Un ingeniero trabajando en código Crédito: Gentileza Facebook
El último edificio al que entramos es el principal, ese que le muestran a todos los que visitan la zona porque tiene una calle central que parece un parque temático. Tiene un aire a Main Street U.S.A. de Magic Kingdom. Ahí están el local de fichines, la pizzería, el bar de comida mexicana y la tienda de objetos con el logo en donde todo hay que pagarlo: ositos, remeras, llaveros, tazas y demás.
Llama la atención la cantidad de chicos pequeños, familias y grupos de amigos que se ven comiendo en los locales a las seis de la tarde: la mayoría son invitados. No hay límites, cada uno de los miles de empleados que trabaja en este edificio puede traer a quien quiera cuando quiera, y todos acceden a los mismos beneficios. Para refugiarse de las masas, hay dos restaurantes que se pagan y suelen ser elegidos para tener reuniones importantes. Antes de salir, le preguntamos a una de las empleadas si trabajaban muchas horas por día. Responde que depende del equipo y de los objetivos, y remata: «Igual, tenemos dentistas, servicio de lavandería y médicos acá adentro. La empresa nos da todo como para que no sea un problema pasar la mayor parte de nuestro tiempo acá».