En la imagen de portada: Santiago Sistec programador “en la vida normal, el contacto con mis hijas [Camila y Ana] era poco. ahora estoy viviendo en todos días sábados”.
Para hablar por teléfono en un tono serio, se esconden en el balcón, aunque haga frío, para que sus interlocutores no escuchen que los llaman para jugar. Más de una vez al día, hablan con los clientes mientras cambian pañales. Leandro se conecta con clientes en Asia a medianoche y se levanta en puntas de pie porque sabe que si su hijo Vicente –de ocho años– se despierta, lo va a mirar raro y le va a hacer la pregunta de la cuarentena: “¿Otra call, papá?”.
Quizás la postal que mejor retrata a los padres con hijos chicos trabajando en casa durante la pandemia es la que los muestra encerrados en un baño, en el balcón o en el hall, haciendo malabares impensados para sacar adelante una llamada laboral. Todos se ríen cuando se les describe la escena. “Totalmente. Esto no es un home office normal. Para mí, todos los días son sábados. Y esto es como trabajar desde casa un sábado”, define Santiago, padre de Ana, de cuatro años y Camila, de uno.
Sin dudas, este no va a ser un Día del Padre como cualquier otro. Va a ser uno que van a recordar siempre. Porque la cuarentena les cambió la vida. Y el cambio, aseguran, fue positivo. El encierro les abrió una ventana temporal para compartir tiempo con sus hijos y disfrutarlos. “En la vida anterior”, o en “la vieja normalidad”, tal como algunos de ellos definen la etapa previa a la cuarentena, el trabajo limitaba el contacto a un par de horas. Ahora tienen la oportunidad de involucrarse en el día a día de sus hijos.
“Con la cuarentena, se rompieron las fronteras de los horarios y de los espacios laborales y familiares.
Compartimos con los hijos, somos maestros y acompañamos sus tareas, hacemos ejercicio. Se desdibujan las fronteras entre el descanso y el ocio. Parece que estamos todo el día trabajando, todo el día estudiando, todo el día ordenando la casa y limpiando. Y en realidad es que hacemos todo eso al mismo tiempo”, explica Pablo López, director académico de la Fundación Ineco y director de la carrera de Psicología de la Universidad Favaloro.
“Esta cuarentena significa un cambio muy importante para muchas personas. Sobre todo para los padres; es un tiempo de reencuentro familiar”, apunta Mónica Cruppi, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). “Entre mis pacientes, hay padres de niños chicos que me comentan que al principio les costó, porque no es sencillo coordinar el mundo laboral y familiar con los chicos en casa. Impensadamente, la cuarentena vino a reoptimizar el tiempo en familia”. Las que siguen son historias de padres que se reencontraron con sus hijos durante la cuarentena.
Del caos al acuerdo familiar
Cuando empezó la cuarentena, en la casa de los Kloboucek la vida se volvió un caos. Luciano, de 43 años, es director de una agencia de marketing y Alejandra, de 42, trabaja en una empresa, en un puesto de gerencia. Todas sus responsabilidades se trasladaron al living de Villa Devoto, adonde también llegaron las tareas y las clases virtuales de Franco, de (AFV) siete años, y de Catalina, de once. “Entre las tareas de la casa y las del trabajo, estábamos conectados todo el día. No puedo trabajar si no está todo ordenado. Decidimos organizar un cronograma familiar, levantarnos más temprano, organizar la casa entre todos, y dio muy buenos resultados. Tuvimos que trabajar de padres, enseñarles cosas sencillas, como a tender la cama, levantar su taza, lavarla, ordenar su cuarto. Todas cosas que hacíamos de chicos, pero por alguna razón, o porque otra persona lo hacía por nosotros en la vida anterior, no se las habíamos enseñado”, dice Luciano.
La vida de los Pugliese cambió 180 grados desde el comienzo de la cuarentena. Y quizás el cambio mayor fue que Leandro, el padre, ya no pasa el 40% del mes en viajes por el mundo. “Lo más raro para mis hijos fue despertarse y que yo esté en casa, e irse a dormir y que todavía esté. Ya no hay valijas a medio armar o desarmar. Y tampoco durante el día me voy a la oficina”, cuenta Leandro, que trabaja para una empresa de tecnología y es padre de Vicente, de ocho años, y Catalina, de cuatro.
Como Leandro corre maratones y hace mucho ejercicio, el living de la casa, en Recoleta, se convirtió en un gimnasio. Vicente se suma a su padre en las rutinas y desde que se puede salir los fines de semana volvió a tener bicicleta. “Cata está muy contenta de tener al papá en casa cuando se despierta y me lo dice”, cuenta.
También Leandro está redescubriendo la relación con sus hijos. “Mi trabajo no disminuyó. Pero ahora la frase de mis hijos es: ‘¿Es otra call, papá?’. Ellos creen que si uno está en casa es para estar con ellos y jugar. Es un desafío para el humor. Hay que congeniar”, piensa.
“El desafío para lo que venga es seguir buscando esos espacios de calidad. Tuve que aprender a hacer un corte mental entre las ansiedades laborales y las familiares. Pasás de la call a la tabla del cuatro y lavar los platos. Aprendí mucho. Esta etapa la vamos a extrañar”, dice.
Cuando Ana dio sus primeros pasos, hace unos tres años, Santiago Sistec y Julieta, su mujer, no pudieron verla. La señora que la cuidaba fue la única testigo. Por eso, cuando hace unos días Camila caminó con los bracitos levantados, los festejos se escucharon en toda la cuadra, en Villa Devoto. Porque si algo de bueno tiene la cuarentena, dice Santiago, es que siente que no se está perdiendo nada de sus hijas. Es programador y trabaja en una oficina en el centro de lunes a viernes, de 10 a 18.
“En la vida normal, el contacto con mis hijas era poco. Me di cuenta ahora. La llevo a Ana al colegio, vuelvo, hay que bañarlas, comer e ir a la cama. Los lunes jugaba a la pelota. Ni las veía. Ahora estoy viviendo en todos días sábados. Trabajo desde casa, pero también tengo la oportunidad de estar con ellas”, cuenta.
“Tengo un dilema. Me gusta la cuarentena. Todos quieren salir. No sé si quiero. Me gusta estar en casa”, dice. “Las películas infantiles me las vi todas, las canciones las canto enteras”, bromea.
Fuente: La Nación